En anteriores entradas
de La Belleza y el Tiempo veíamos que hay muy distintos tipos de Belleza,
algunos más obvios para el común de los mortales y otros menos aparentes que
pasan desapercibidos para muchos. También os dije que una de mis pasiones era
la ciudad de Valencia y su historia, su evolución y crecimiento a lo largo de
los siglos. Hoy quiero hablaros de la Belleza de esta ciudad: de la que está a
la vista y de la que aparece sólo cuando te preocupas un poco por conocerla mejor.
Hay tantos rincones de Valencia donde me he sentido en paz, tantas
experiencias vividas aquí que me han hecho estar en armonía con el resto del
Universo… Deambular por entre las columnas de la Lonja o sumergirse en el mar
de olores, colores y sonidos del Mercado Central. Recorrer los alrededores de
la Catedral un domingo bien pronto por la mañana. Pasear por el antiguo cauce
del río cerca del Puente de la Peineta, o por los Jardines de Monforte.
Observar desde el Pont de Fusta una rojiza puesta de sol tras las Torres de
Serranos. Recorrer la Albufera en barca o pasear entre los verdes campos de
arroz cerca del Perellonet. Sentarse en la playa en una tarde de tormenta, contemplando
el mar agitado, intentando cazar algún relámpago con la mirada mientras se
acercan las nubes que traen la lluvia…
Por si eso no fuera suficiente, hay mucha más
Belleza, muchas otras Valencias
ocultas detrás de la ciudad del presente que conforman lo que yo llamo la Valencia Invisible. Cuando paseo por la Plaza del Mercado no sólo
veo el Mercado Central, la Lonja o los Santos Juanes; también veo bajando por
la calle el brazo sur del río cuando Valencia todavía era una isla fluvial, y la
muralla árabe en la acera de la derecha. Las cicatrices en las paredes de los
edificios antiguos nos susurran historias al oído, dos mil ciento cincuenta años
de historias; más de dos milenios en los que algunas cosas han cambiado por
completo y otras no han cambiado en absoluto.
A veces el recordatorio de estas historias, de esta antigua
Belleza, es claramente visible: los cimientos del Palacio Real en los Jardines
de Viveros nos hablan de la que durante siglos fue residencia de Reyes,
derruida por los propios defensores de la ciudad a principios del S.XIX para
evitar que los franceses la utilizasen en su asedio a Valencia. También los
agujeros de cañonazos en las Torres de Quart nos recuerdan de forma visible que
las tropas de Napoleón fracasaron en su primer intento de conquistar la ciudad.
Otras veces las pistas que se nos ofrecen son bastante más sutiles: unas finas
líneas paralelas de bronce en el suelo del patio de San Juan del Hospital
nos indican la antigua situación de las gradas del Circo donde se hacían carreras
de cuadrigas en la época romana imperial. También los nombres de las calles y
los símbolos de la ciudad son ventanas por las que mirar al pasado: la doble L
de su escudo nos recuerda que una vez la ciudad de Valencia fue dos veces leal. A veces no es el nombre,
sino el trazado de las calles actuales lo que nos permite viajar atrás en el
Tiempo: cuando paso por la Plaza de Na Jordana o por donde el Paseo Russafa
deja de ser peatonal intento imaginarme franqueando las antiguas puertas de la
muralla cristiana.
No son sólo historias sobre grandes acontecimientos, edificios
monumentales y personalidades ilustres lo que nos susurran los rincones de la
ciudad. Siempre que atravieso la Plaza de la Almoina
o la Plaza de la Virgen pienso en la desaparecida Mezquita Mayor, en la
Catedral Visigoda o en el antiguo Foro y el Templo de Júpiter, pero también hay
algo que me gusta hacer de vez en cuando… Dispersas por el casco antiguo, algunas
de ellas en la Basílica, hay bastantes lápidas funerarias
y otras inscripciones de la época romana, reutilizadas posteriormente en otros
edificios, que pasan desapercibidas; me gusta agacharme junto a ellas, mirarlas
despacio, contemplar las frases en latín, leer los nombres (Lucio, Antonio, Valeria,
Julia, Marco, Cecilia…), pasar mis dedos por la piedra, por los surcos que un
valenciano grabó hace veinte siglos para perpetuar en el Tiempo el afecto de
otros valencianos por aquellos que se habían ido: por un padre, una esposa, un
hermano, una hija, el amo que los liberó o la maestra que les enseñó.
La Belleza que se olvida se pierde en la
inmensidad del Tiempo; la Belleza que se recuerda no desaparece del todo. El Conocimiento nos permite preservar la Belleza Valenciana (y la
Belleza en general) a múltiples niveles ni siquiera sugeridos para la mayoría,
pero evidentes para el que los sabe ver. Yo camino a menudo, a veces sin rumbo
fijo, por las calles de la ciudad en la que vivo para sentir el vértigo de la inmensidad de la
Belleza que fue, los estratos ocultos de la Belleza presente, la promesa de la
Belleza que será. Me siento rodeado
de toda esta abrumadora Belleza, dejo que fluya a través de mí como la lluvia y
no puedo más que sentir gratitud por cada momento de mi insignificante vida.
4 comentarios:
Me ha encantado el post, de verdad. Por desgracia, en demasiadas ocasiones paseamos por nuestra ciudad mirando al tendido o absortos en nuestros pensamientos, y no nos damos cuenta de toda la historia que nos observa desde cualquier rincón. Por eso siempre está bien que alguien nos recuerde que, si bien no había arena de playa bajo los adoquines, sí muchos siglos que han visto la vida de esta ciudad. Y lo que les queda...
Por cierto, gracias por el enlace al blog de La Valencia desaparecida. Muy curioso y muy interesante. Un abrazo Juan!
Pues sí, Héctor, muchas veces tenemos la Belleza ante nuestras narices y no sabemos verla, como ya comentaba en la entrada. En cuanto a los enlaces, la verdad es que en la red hay auténticos eruditos en la materia, si sabes encontrarlos... Son como el Equipo A de los aficionados a la historia de Valencia. Hay por ahí páginas y blogs que son una auténtica virguería.
¿Juan? ¿Quién es ése? Vaya, parece que mi anonimato ha durado menos que un caramelo a la puerta de un colegio, menos mal que no soy un testigo protegido... No pasa nada, es comprensible, al fin y al cabo a mí también me gusta mi nombre. Como me comentaba una amiga anteayer, la Verdad es poderosa, siempre acaba abriéndose paso.
¡Nos vemos!
Ostras! No sabía que querías guardar el anonimato! Siento haber desvelado la identidad del señor X, de verdad... :(
Pues que sepa todo el mundo que Héctor es en realidad Stanley Kubrick, que no ha muerto y que está recluido en su casa, metido todo el día en Internet. ¡Chúpate ésa, Stanley, donde las dan las toman! :-)
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