En su día os hablé en el blog de los refugios antiaéreos de la Guerra Civil en la ciudad de Valencia, y os comenté que el más difícil de
visitar actualmente es el del Colegio Balmes en Russafa, que se abre al público
solamente una o dos veces al año. Yo conseguí verlo por fin a finales de
septiembre de 2019, hace ahora justo seis años, en una de las actividades
paralelas del festival Russafa Escènica.
El guía de la visita fue el profesor jubilado y divulgador José María Azkárraga,
del que ya os he hablado otras veces en La Belleza y el Tiempo, y con el que
siempre se aprende algo nuevo y relevante de forma rigurosa pero a la vez
amena.
Construido a principios de 1938, el refugio situado bajo el patio de recreo consta de dos galerías paralelas con bancos para sentarse y unidas entre sí por seis aperturas, con capacidad para albergar a mil alumnos en caso de bombardeo. Las rampas de acceso están cegadas, con lo que hay que bajar a través de una trampilla usando una escalera de mano, y en el momento de mi visita una de las galerías estaba parcialmente anegada, con un gran charco de unos centímetros de profundidad.
Una vez abajo se pueden contemplar las inscripciones originales en
color azul y el sistema de ventilación, con una manivela para poder operarlo en
modo manual, pero lo que más llama la atención es que desde la época de la
Guerra Civil no ha sido utilizado con otros fines, como ocurre con el del Instituto
Lluís Vives o el de la calle Serranos, por lo que todavía se pueden ver en el
suelo o sobre los bancos corridos diversos objetos de aquella época: escombros,
trozos de madera, el marco desvencijado de una puerta, los restos de un orinal
oxidado y hasta un zapato podrido y roto,
abandonado a su suerte. Da la sensación de que este lugar es como una cápsula del tiempo que se cerró hace ochenta y
cinco años para volverse a abrir hoy… Aquí tenéis una selección de veinticinco
de las fotos que tomé en la visita.
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