En nuestro repaso a la historia de las distintas fuentes de energía de la
Humanidad nos habíamos quedado a principios del siglo XX, época en la que se
empiezan a descubrir los fundamentos de la energía nuclear. La combustión de madera,
carbón o petróleo se basa en enlaces covalentes, de tipo eléctrico,
relacionados con los electrones que orbitan alrededor de los núcleos atómicos,
pero la energía nuclear está contenida en otro tipo de enlaces, las interacciones
nucleares fuertes que mantienen protones y neutrones unidos dentro del núcleo. Las
correspondientes reacciones, en las que reactivos y productos pueden ser
distintos tipos de átomos, no pertenecen al terreno de la Química sino al de la
Física Nuclear, y en ellas
se suele liberar mucha más energía. A este tema ya le dedicamos cinco entregas
en julio y agosto de 2013,
así que no me pararé a repetir demasiados detalles aquí.
Hay dos tipos de reacciones nucleares de las que se puede extraer energía:
la fisión y la fusión. Los primeros logros prácticos al respecto se
consiguieron durante la Segunda Guerra Mundial, algunos de ellos con siniestras consecuencias. En la década de
1950 se abre la primera central nuclear de fisión en Estados Unidos; este tipo
de centrales proporcionan mucha energía, pero si hay un accidente los daños pueden ser catastróficos,
construirlas y desmantelarlas supone mucho trabajo, recursos y dinero, y los materiales
radiactivos de desecho suponen un grave riesgo para los seres vivos y hay que
mantenerlos confinados en lugares seguros
durante largos periodos de tiempo.
La fusión nuclear todavía no se puede obtener
de forma continua, segura y controlada; se ha conseguido liberar una enorme cantidad
de energía durante un intervalo de tiempo muy corto en las bombas de Hidrógeno,
y también se han hecho experimentos muy breves con plasma de Hidrógeno
en los que el input de energía es superior al output, lo cual lógicamente no es
rentable. Si algún día conseguimos controlar la fusión, será una fuente energética
más abundante, limpia y segura que la fisión, pero las investigaciones ahora
mismo están un poco estancadas.
Resulta curioso pensarlo: en el interior de nuestra estrella
se produce precisamente la fusión del Hidrógeno (en especial su isótopo el Deuterio)
en Helio, transformándose la energía nuclear en radiación electromagnética, y
esa energía solar que nos llega es la que los árboles convierten en energía
química que los animales adquieren al comer plantas, y los carnívoros al
devorar a sus presas. Esto incluye a los árboles del carbonífero y las pequeñas
gambas que originaron el petróleo; por eso os dije en otra ocasión que los
combustibles fósiles guardan un pedacito de Sol en el interior de sus moléculas
(y por eso la explosión de una bomba de Hidrógeno es como una pequeña estrella fuera
de control en la superficie de la
Tierra)… De forma que casi toda la energía que usamos ya procede,
paradójicamente, de la fusión.
Entonces, si la fusión del Sol es el origen de la energía química y los
combustibles fósiles son una forma concentrada de esta, ¿por qué la fusión
generada por el hombre en una bomba termonuclear libera una cantidad varios
órdenes de magnitud superior a la del carbón o el petróleo? La energía química proporcionada
(a corto o largo plazo) por la fotosíntesis de las plantas está menos
concentrada que la de una bomba porque la energía producida en el Sol se emite
en todas direcciones hacia el espacio, y nuestro planeta solo capta una
pequeñísima fracción. Por eso controlar la fusión supondría un hito tan
importante: sería como domesticar las estrellas (igual que ya hemos hecho con plantas,
animales y fósiles), ya que tendríamos una dentro de cada reactor,
aquí mismo, en la Tierra, que nos daría mucha energía pero sin llegar a
destruirnos.
Ya la semana pasada dijimos que desde principios del S.XX el consumo de
energía de los países desarrollados aumentó exponencialmente; en estos últimos
trescientos años desde el inicio de la Revolución Industrial hemos utilizado
una fracción importante de las reservas de combustibles fósiles, a una
velocidad tal vez un millón de veces más rápida que el ritmo al que se han generado.
El tomar conciencia de los problemas medioambientales y de lo limitado de los
recursos hizo que a lo largo de los siglos XX y XXI se hayan dedicado esfuerzos
a investigar cómo hacer uso de forma eficiente de las energías renovables,
que se “regeneran” al mismo ritmo al que se utilizan, y por tanto son más
fiables a largo plazo. Aparte de la solar (tanto térmica
como fotovoltaica) tenemos la
eólica, la mareomotriz (de olas y mareas), la hidroeléctrica, la de biomasa y la
geotérmica. Su uso no genera residuos peligrosos, pero no están tan
concentradas y la eólica y la solar, por ejemplo, no siempre están disponibles,
ya sea porque no hace viento, porque está nublado o (lógicamente) porque es de
noche.
Curiosamente, casi todas estas proceden también del Sol. La eólica
se debe al viento, que se genera cuando diferentes zonas de la atmósfera están
a distintas temperaturas, tendiendo las masas de aire caliente a moverse hacia
arriba y creándose corrientes convectivas; estas diferencias de temperatura se
deben a la acción del Sol. Las olas a su vez se generan en los océanos por
acción del viento. La energía hidroeléctrica
se obtiene, como dijimos la semana pasada, a partir del agua de los embalses, y
esta baja desde las montañas cuando llueve, con lo cual procede también del Sol
porque es este el que evapora el agua en los océanos y forma las nubes. Por
último, la biomasa consiste en
materia orgánica con energía aprovechable, y por tanto procede en última
instancia de la fotosíntesis.
¿Y cuáles no proceden del Sol? Las mareas se deben en parte a la acción
gravitatoria de nuestra estrella, pero también a la de nuestro satélite, la
Luna. La geotérmica no tiene en
absoluto su origen en el Sol: se debe al calor residual que aún queda de las colisiones
de asteroides durante la formación de la Tierra, y sobre todo al calor generado
por la desintegración radiactiva de elementos pesados dentro del planeta… En
ambos casos estamos hablando de materiales procedentes de otros sistemas
estelares cercanos, ya desaparecidos, antes de que nuestro propio Sol se
encendiera. En concreto, los elementos pesados como el Uranio y el Plutonio del
interior de la Tierra se sintetizaron en explosiones de supernovas anteriores a
la formación del Sistema Solar, y
por tanto, además de la geotérmica, podemos añadir la fisión a la corta lista
de fuentes de energía que no tienen su origen en nuestra estrella.
El problema de las renovables, aparte de las trabas que algunos gobiernos y
empresas están poniendo a su desarrollo por motivos meramente monetarios, es
que solo con ellas no podremos seguir a este ritmo, no podremos cubrir la
demanda energética actual… Recuerdo un vídeo con una clase del físico Walter Lewin que vi hace tiempo y que me
impactó bastante. En él se planteaba el supuesto de que no dispusiéramos de
ninguno de los avances experimentados en la Historia de la Humanidad (bueno,
digamos en los últimos 10.000 años, para no abusar) y por tanto solo pudiéramos
usar trabajo humano, sin animales ni máquinas, y se preguntaba cuántas personas
tendrían que trabajar en este caso para cada uno de nosotros si quisiéramos
seguir llevando el mismo tren de vida que ahora; llamemos a estas personas,
para entendernos, “esclavos”.
Cada vez que encendiéramos una luz o usáramos el microondas sería un
esclavo el que habría frotado dos trozos de madera y tendría la llama
preparada. Cada vez que abriéramos el grifo no sería una bomba eléctrica la que
elevaría el agua hasta nuestro piso, sino uno de nuestros esclavos que vendría
de la fuente, subiendo los cubos por la escalera.
Y si quisiéramos llegar al otro extremo de la ciudad en diez minutos no lo
haríamos en coche, sino llevados en palanquín
por cuatro de nuestros esclavos corriendo a toda pastilla. De acuerdo con los
datos de consumo actuales y haciendo la correspondiente conversión, la
conclusión de Lewin era que cada uno de nosotros necesitaría treinta esclavos
personales trabajando al máximo de su capacidad, a buen ritmo y sin descanso,
veinticuatro horas al día y siete días a la semana… ¡Treinta! No recuerdo si
este cálculo era para el consumo energético de Estados Unidos, pero incluso en
ese caso, aquí en España no deberían ser muchos menos…
Me he dado cuenta de que todavía me quedan bastantes puntos interesantes
por tocar y no quiero hacer esta entrega demasiado larga, así que por hoy lo
dejaremos aquí. La semana que viene, en la conclusión (esta vez sí) de la
entrada, os daré una serie de razones de peso por las que más tarde o más temprano
habrá que empezar a depender menos de los combustibles fósiles y más de las
renovables, y por las que los habitantes del primer mundo tendremos que renunciar a algunos de los lujos de
los que disfrutamos con nuestro actual tren de vida.
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