lunes, 8 de junio de 2015

Geodésicas


En geometría se define una geodésica como la línea de menor longitud que une dos puntos de una superficie dada y que está contenida en dicha superficie. Podría parecer a primera vista que las geodésicas son simplemente las líneas rectas, y efectivamente así es en los casos más sencillos, pero la cosa no es tan fácil cuando nos movemos en superficies con determinadas curvaturas y topologías o, peor aún, en espacios de varias dimensiones con geometrías no euclidianas. También puede haber determinadas condiciones de contorno u obstáculos que nos impidan seguir exactamente las geodésicas, aunque intentemos acercarnos lo máximo posible a ellas.




Pero hoy no vamos a hablar del Espacio-Tiempo relativista ni de topologías abstractas, sino de llegar desde un punto A hasta un punto B dentro de la ciudad. Creo que ya os he comentado alguna vez (y si no, os lo comento ahora) que me niego a conducir y que ni siquiera me he sacado nunca el carnet. Opino que la gente usa el coche mucho más de lo que sería necesario, y para mí no supone más que desventajas: el gasto de combustibles fósiles, la contaminación del aire, el ruido del tráfico, la posibilidad de tener un accidente o de atropellar a alguien, el fastidio de encontrar aparcamiento y la ocupación de un espacio que debería ser para los viandantes, el dinero que suponen gasolina, seguro, mantenimiento y garaje… Pienso que Valencia es una ciudad lo suficientemente llana y pequeña como para poder ir andando a los sitios, que es lo que yo suelo hacer, a no ser que me suponga más de treinta o cuarenta minutos, en cuyo caso utilizo el transporte público, generalmente el bus. Tratando de ser coherente con mis ideas, he intentado que la gran mayoría de mis rutinas habituales estén localizadas en la zona metropolitana, de manera que no tenga que depender de los coches de otros para hacer mi vida.

Cuando necesito ir a un punto de la ciudad que no frecuento mucho y veo que puedo llegar andando, cojo el plano de la EMT y me organizo el trayecto con antelación (no como esta gente que se ve de vez en cuando por la calle, que van improvisando sobre la marcha, mirando la pantalla de su GPS con cara de alelaos mientras arrastran los pies por la acera sin tener ni idea de dónde están). Para decidir cuál es la ruta más corta, lo que hago es imaginar una línea recta que une origen y destino y después, como si de una goma elástica o un trozo de cuerda se tratase, amoldarla a las calles más cercanas de forma que tenga que aumentar su longitud lo mínimo posible. Cuando voy con mucha prisa, me imagino este mismo cordel tenso por delante de mí mientras voy caminando y trato de seguirlo apurando en las curvas, dirigiéndome siempre derecho a la siguiente esquina (siempre y cuando no haya otros obstáculos de por medio, claro).




Están los obstáculos reales, físicos, contra los que no se puede luchar, como por ejemplo una pared, y por otra parte están los obstáculos percibidos como tales pero que realmente no lo son, obstáculos que sólo existen en nuestra cabeza… En particular, cuando voy andando por los ensanches de la ciudad y llego a un cruce me molesta bastante tener que desviarme por los chaflanes hacia el paso de cebra, y muchas veces cojo el camino más rápido (o sea, la línea recta) vigilando, eso sí, que no vengan coches. ¿Por qué narices tenemos que llegar los peatones más tarde a los sitios para que los conductores lo tengan todavía más fácil? Valencia es una ciudad que desde la década de los 60 se ha diseñado pensando más en los coches que en las personas, y ésta es una de las formas que tengo de tomarme mi pequeña revancha personal… De hecho, estoy tan acostumbrado a hacerlo que cuando voy acompañado me cuesta acordarme de que tengo que desviarme en los chaflanes junto con la persona que va conmigo (era algo que me pasaba a menudo con mi ex, y creo que en dos o tres ocasiones me llevé una regañina por ello).

Se puede acortar camino no sólo espacialmente sino también temporalmente: me refiero a cruzar en rojo cuando no pasan coches. Yo lo hago a veces, pero siempre comprobando primero que no hay peligro; y cuando hay niños pequeños mirando, no lo hago aunque no se vea un coche en un kilómetro a la redonda (yo puedo calcular bien las distancias pero ellos todavía no saben hacerlo, de modo que en estos casos prevalece la responsabilidad hacia las nuevas generaciones). Otra duda que me asalta cuando no hay niños es: ¿en las calles con tráfico más denso hay que cruzar forzosamente por el paso de cebra, o podemos imaginarnos zonas seguras que se mueven hacia delante desde las franjas blancas, en la dirección de los coches y a su velocidad promedio permitida, mientras el semáforo de peatones está verde? ¿Dice algo de esto la Dirección General de Tráfico? Sé que puede resultar algo difícil de visualizar, pero intentad pensar un poco en ello y decidme qué opináis vosotros.




En una entrada anterior os comenté que vivo bastante cerca de mi lugar de trabajo; además, casi la totalidad de este recorrido supone una línea totalmente recta… Pues bien: recorrer estas cinco manzanas, algo que en teoría debería poder hacerse con los ojos cerrados, es a menudo toda una aventura. Cada vez que lo hago tengo que prestar atención no sólo a los otros peatones sino también a algunos perros con correas extensibles, maceteros gigantes, bolardos, las mesas de las terrazas de varios locales, el carril bici, coches aparcados en segunda fila… Por no hablar de algún que otro chaflán, claro. Me recuerda a uno de esos videojuegos que se podían jugar en las antiguas consolas portátiles de los 80, las de pantalla LCD, en los que había obstáculos que se aproximaban a ti a medida que avanzabas y tú tenías que moverte a izquierda y derecha para esquivarlos y no perder vidas. Yo, intentando seguir mi filosofía del camino recto, me olvido de los chaflanes y para atajar utilizo el minúsculo espacio que queda entre las terrazas y el carril bici; y si les molesta a los que están sentados en las mesas, lo siento mucho, pero son ellos los que han invadido mi espacio natural como peatón, y no yo el suyo… ¡La calle es de todos, y no debería ser necesario pagar para disfrutarla!




No es la primera vez que hablamos en el blog de epiqueyas y de leyes y normativas que poco a poco van perdiendo su razón de ser inicial hasta quedar totalmente adulteradas. ¿Por qué no desobedecer aquellas normas que no consideramos justas o razonables? Para los que queremos aprender todo acerca de todo en el corto espacio de nuestras vidas (y a la vez hemos decidido caminar por convicción propia) el Tiempo es demasiado precioso como para malgastarlo en chaflanes y semáforos en rojo; y a falta de más parques y zonas peatonales y tranquilas en la ciudad, no queda más remedio que luchar una guerra de guerrillas contra los coches. Si Valencia ha sido de los peatones durante dos mil años, ¿por qué han tenido que cambiar tanto las cosas en los últimos cincuenta?

Esperemos que con la nueva etapa que comienza, después de veinticuatro años de excesos y abusos, mejore en algunos sentidos la movilidad dentro de nuestra ciudad, pero mientras tanto yo seguiré aplicando mis propias normas cuando lo crea conveniente… Y no sólo a la hora de caminar desde A hasta B, sino también en otros aspectos de la Vida que antes eran más sencillos y ahora ya no lo son tanto. Seguiré haciendo las cosas a mi manera, aunque a veces me cueste un poco ir a contracorriente: lo que inicialmente era una línea recta, y dejó de serlo por una serie de estúpidas convenciones, en mi caso sigue siendo una línea recta, sin importar qué obstáculos haya de por medio.



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