Cuando vi el capítulo de Big Bang Theory en el que Leonard conoce a Sheldon y éste le acepta como
compañero de piso, me hizo mucha gracia comprobar que el mobiliario de la casa antes
de llegar Leonard era el mínimo imprescindible… Me gustó en parte porque lo
encontré típico de Sheldon, muy en su línea, y también porque creo que yo
hubiera hecho algo parecido, quizás no tan radical pero parecido, si hubiera
entrado a vivir en un piso sin muebles. Viendo de nuevo este fragmento me he
dado cuenta de que coincido con Sheldon en más cosas aparte de la sobriedad en…
bueno, en realidad la total falta de interés por la decoración. Sí, es verdad
que pienso en criterios similares a los suyos para decidir en qué sitio me siento en mi comedor, pero no es
eso a lo que me refería: me refería a que en un mundo post-apocalíptico yo
también me dedicaría a preservar el Conocimiento de la Humanidad
(aunque no me importaría además procrear, o al menos hacer algún intento, de
vez en cuando).
Este comentario del mundo post-apocalíptico no lo he hecho en
broma (bueno, y lo de procrear tampoco)… viene a cuento de algo que me tomo muy
en serio: al igual que Sheldon, yo soy un apasionado del Conocimiento, y cuando
intentas comprender todo acerca de todo,
cuando tu mente está abierta a toda la Humanidad, a la inmensidad del Tiempo y
del Universo, resulta difícil concentrarte en los noventa metros cuadrados que
te rodean o sacar algún rato para ponerte al día en las últimas tendencias en
decoración. Dicho de otro modo: más que el piso, me interesa tener la cabeza bien amueblada.
Por desgracia, no todo el mundo comparte la misma opinión: mi lugar de trabajo
cuando estoy en casa es la mesa del comedor, y a modo de pequeño despacho tengo
sobre la cómoda de al lado, bien ordenaditos y siempre a mano, unos pequeños
montones de libros, revistas, apuntes míos, folletos de museos, CD’s, DVD’s… Pues
bien: alguna que otra vez durante mi convivencia en pareja he recibido la
sugerencia de retirar mis cosas a otro cuarto antes de recibir a las visitas,
como si fuera malo que la gente vea que tienes proyectos, trabajos, visionados
y lecturas entre manos. En fin… Volviendo por un segundo al Doctor en Física
Sheldon Cooper, tengo que confesar que, si bien a veces suelta estupideces como
pianos, en otras ocasiones me parece que tiene más razón que un santo y
prácticamente me quita las palabras de la boca… pero de esto ya hablaremos con
más detalle otro día.
Ya que hemos tocado el tema del Conocimiento, me viene a la mente
el caso de Jacques Mayol,
el hombre que quería saberlo todo acerca de todo en El Gran Azul. Jacques se
enamora de Johana y la lleva a su piso: éste está hecho un desastre, con mapas
en las paredes y el suelo lleno de montones de libros y de bombonas de buceo. Poco
después vemos cómo Johana está ordenándolo todo y pintando las paredes,
intentando crear un nidito en el que ambos puedan ser felices… pero Jacques está
más a gusto en compañía de los delfines, y en el mundo de los hombres se siente
como un pez fuera del agua; al final la llamada del Mar es más fuerte que el
Amor que siente por ella. Vaya por delante que mi caso no es tan exagerado como
el de Jacques, pero dejadme que os cuente algo más acerca de mi piso… Al entrar
a vivir en él no hice reformas, sólo hice pintar algunas habitaciones. El
pintor dio por sentado que iba a cambiar toda la decoración y, sin encomendarse
a Dios ni al Diablo, usó las cortinas de la galería para cubrir el suelo
mientras trabajaba… Por supuesto, las cortinas vuelven a estar en su sitio y,
aunque con unas cuantas gotas de pintura que no se fueron al lavarlas, funcionan
perfectamente.
Está claro que a veces hacer obras está justificado por el claro deterioro de una casa,
pero sobre todo en los últimos quince años ha habido mucha gente que las ha hecho
por simple capricho, como si unas calidades y acabados de hace más de una
década fuesen una ofensa para la vista y motivo suficiente para arrancarse los
ojos. Si hablamos de los cuartos de baño, por ejemplo, parece que últimamente fuera
obligatorio por ley instalarse una ducha-jacuzzi con chorritos de hidromasaje y
mampara corredera… Pues yo estoy bastante contento con mi bañera de patas,
mi alcachofa normal y mi cortina de plástico. ¿Por qué esta obsesión por las reformas y por las casas a la última? ¿Es
simplemente por el qué dirán, por aparentar ante los amigos? ¿O es que a la
gente le da miedo dejar de cambiar su casa porque entonces se darían cuenta de
que no saben qué hacer en ella una vez terminada? A mí me parece que por lo
general es una manera tonta de gastar dinero, tiempo y recursos que se podrían
usar para cosas más urgentes y más importantes.
El siguiente paso para los que nunca tienen
suficiente está no en reformar su casa, sino en venderla y comprar otra mayor.
Recordemos otro fragmento de American Beauty… Después de una pelea familiar,
Carolyn Burnham, que por cierto trabaja de agente inmobiliaria,
le reprocha a su hija Jane lo ingrata que es por no saber valorar lo que tiene:
“¡Cuando yo era pequeña vivíamos en un dúplex! ¡Ni siquiera teníamos un chalet!”
¿Acaso el tener un chalet le ha servido a Carolyn para ser más feliz? Si
conocéis la película, a la vista está que no.
Frases como éstas nos suenan ridículas y cómicas a los que tenemos, como decía
antes, la cabeza bien amueblada, y una de las razones por las que me gusta
tanto American Beauty es que deja bien claro y sin lugar a dudas que el camino
que toma Carolyn no es el correcto… Pero por desgracia son muchas más las
películas, series de televisión y anuncios publicitarios que se toman estas
cosas en serio, o que intentando torpemente ser irónicos acaban de todos modos haciendo
apología del consumismo. Y lo que es peor: hay muchos niños y adolescentes que,
ante tal avalancha de mensajes contradictorios o directamente malintencionados,
y en ausencia de adultos (ya sabéis: para pagar todas las facturas, los Papás
tienen que trabajar muchas horas) que les maticen y les aclaren lo que es bueno
o malo, lo que va en serio o en broma, acaban totalmente confundidos y ya no
son capaces de identificar la ironía o
la crítica directa
ni siquiera en los casos más evidentes.
El caso es que este círculo vicioso ha ido
generando una sociedad cada vez más y más materialista en la que la mayoría se
preocupa antes por las cosas que por las personas, y la gente con sentido común
ha acabado siendo la excepción, más que la regla. A
los pocos que defendemos la teoría del Decrecimiento, la Sencillez y la austeridad
en las costumbres muchas veces nos miran como a un bicho raro, como si estuviéramos locos. Lamentablemente,
como reza el dicho, a veces a la normalidad de unos pocos se le llama locura y
a la locura de muchos, normalidad. Por esta misma razón, siempre viene bien
tener cerca a alguien que diga las cosas claras, siempre es bueno que haya
gente como Lester Burnham… y a falta de Lester, aquí estoy yo con el blog para
no dejar títere con cabeza. La semana que viene llegaremos, cual Capitán
Willard remontando el río en busca del Coronel Kurtz, al corazón de las tinieblas, al súmmum de la locura
y el absurdo: hablaremos de la gente que compraba casas no para vivir en ellas,
sino para venderlas.
2 comentarios:
A veces la gente no se da cuenta de que le da más importancia a las cosas que a vivir, hasta que no siente la soledad en compañía, y el vacío teniendolo todo. Entonces es cuando cambia de actitud ante la vida, porque empieza a apreciar lo que realmente tiene valor, y se va apartando de lo superfluo.
Al final vas a conseguir hacer que vea la peli!:)
En cuanto a la primera parte de tu comentario, Hope: los que se dan cuenta y cambian de actitud, aunque sea más o menos tarde, ésos tienen suerte, porque hay otros muchos a los que se les pasa la vida entera y no llegan a darse cuenta.
Y en cuanto a la segunda parte: ¿¡Pero cómo no has visto aún American Beauty!? Tendremos que corregir ese error a la mayor brevedad posible... :-)
¡Un abrazo, Guapa!
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