martes, 2 de abril de 2013

¡Es Sólo un Sofá! (II)

Cuando vi el capítulo de Big Bang Theory en el que Leonard conoce a Sheldon y éste le acepta como compañero de piso, me hizo mucha gracia comprobar que el mobiliario de la casa antes de llegar Leonard era el mínimo imprescindible… Me gustó en parte porque lo encontré típico de Sheldon, muy en su línea, y también porque creo que yo hubiera hecho algo parecido, quizás no tan radical pero parecido, si hubiera entrado a vivir en un piso sin muebles. Viendo de nuevo este fragmento me he dado cuenta de que coincido con Sheldon en más cosas aparte de la sobriedad en… bueno, en realidad la total falta de interés por la decoración. Sí, es verdad que pienso en criterios similares a los suyos para decidir en qué sitio me siento en mi comedor, pero no es eso a lo que me refería: me refería a que en un mundo post-apocalíptico yo también me dedicaría a preservar el Conocimiento de la Humanidad (aunque no me importaría además procrear, o al menos hacer algún intento, de vez en cuando).
Este comentario del mundo post-apocalíptico no lo he hecho en broma (bueno, y lo de procrear tampoco)… viene a cuento de algo que me tomo muy en serio: al igual que Sheldon, yo soy un apasionado del Conocimiento, y cuando intentas comprender todo acerca de todo, cuando tu mente está abierta a toda la Humanidad, a la inmensidad del Tiempo y del Universo, resulta difícil concentrarte en los noventa metros cuadrados que te rodean o sacar algún rato para ponerte al día en las últimas tendencias en decoración. Dicho de otro modo: más que el piso, me interesa tener la cabeza bien amueblada. Por desgracia, no todo el mundo comparte la misma opinión: mi lugar de trabajo cuando estoy en casa es la mesa del comedor, y a modo de pequeño despacho tengo sobre la cómoda de al lado, bien ordenaditos y siempre a mano, unos pequeños montones de libros, revistas, apuntes míos, folletos de museos, CD’s, DVD’s… Pues bien: alguna que otra vez durante mi convivencia en pareja he recibido la sugerencia de retirar mis cosas a otro cuarto antes de recibir a las visitas, como si fuera malo que la gente vea que tienes proyectos, trabajos, visionados y lecturas entre manos. En fin… Volviendo por un segundo al Doctor en Física Sheldon Cooper, tengo que confesar que, si bien a veces suelta estupideces como pianos, en otras ocasiones me parece que tiene más razón que un santo y prácticamente me quita las palabras de la boca… pero de esto ya hablaremos con más detalle otro día.
 
 
Ya que hemos tocado el tema del Conocimiento, me viene a la mente el caso de Jacques Mayol, el hombre que quería saberlo todo acerca de todo en El Gran Azul. Jacques se enamora de Johana y la lleva a su piso: éste está hecho un desastre, con mapas en las paredes y el suelo lleno de montones de libros y de bombonas de buceo. Poco después vemos cómo Johana está ordenándolo todo y pintando las paredes, intentando crear un nidito en el que ambos puedan ser felices… pero Jacques está más a gusto en compañía de los delfines, y en el mundo de los hombres se siente como un pez fuera del agua; al final la llamada del Mar es más fuerte que el Amor que siente por ella. Vaya por delante que mi caso no es tan exagerado como el de Jacques, pero dejadme que os cuente algo más acerca de mi piso… Al entrar a vivir en él no hice reformas, sólo hice pintar algunas habitaciones. El pintor dio por sentado que iba a cambiar toda la decoración y, sin encomendarse a Dios ni al Diablo, usó las cortinas de la galería para cubrir el suelo mientras trabajaba… Por supuesto, las cortinas vuelven a estar en su sitio y, aunque con unas cuantas gotas de pintura que no se fueron al lavarlas, funcionan perfectamente.
Está claro que a veces hacer obras está justificado por el claro deterioro de una casa, pero sobre todo en los últimos quince años ha habido mucha gente que las ha hecho por simple capricho, como si unas calidades y acabados de hace más de una década fuesen una ofensa para la vista y motivo suficiente para arrancarse los ojos. Si hablamos de los cuartos de baño, por ejemplo, parece que últimamente fuera obligatorio por ley instalarse una ducha-jacuzzi con chorritos de hidromasaje y mampara corredera… Pues yo estoy bastante contento con mi bañera de patas, mi alcachofa normal y mi cortina de plástico. ¿Por qué esta obsesión por las reformas y por las casas a la última? ¿Es simplemente por el qué dirán, por aparentar ante los amigos? ¿O es que a la gente le da miedo dejar de cambiar su casa porque entonces se darían cuenta de que no saben qué hacer en ella una vez terminada? A mí me parece que por lo general es una manera tonta de gastar dinero, tiempo y recursos que se podrían usar para cosas más urgentes y más importantes.
 
 
El siguiente paso para los que nunca tienen suficiente está no en reformar su casa, sino en venderla y comprar otra mayor. Recordemos otro fragmento de American Beauty… Después de una pelea familiar, Carolyn Burnham, que por cierto trabaja de agente inmobiliaria, le reprocha a su hija Jane lo ingrata que es por no saber valorar lo que tiene: “¡Cuando yo era pequeña vivíamos en un dúplex! ¡Ni siquiera teníamos un chalet!” ¿Acaso el tener un chalet le ha servido a Carolyn para ser más feliz? Si conocéis la película, a la vista está que no. Frases como éstas nos suenan ridículas y cómicas a los que tenemos, como decía antes, la cabeza bien amueblada, y una de las razones por las que me gusta tanto American Beauty es que deja bien claro y sin lugar a dudas que el camino que toma Carolyn no es el correcto… Pero por desgracia son muchas más las películas, series de televisión y anuncios publicitarios que se toman estas cosas en serio, o que intentando torpemente ser irónicos acaban de todos modos haciendo apología del consumismo. Y lo que es peor: hay muchos niños y adolescentes que, ante tal avalancha de mensajes contradictorios o directamente malintencionados, y en ausencia de adultos (ya sabéis: para pagar todas las facturas, los Papás tienen que trabajar muchas horas) que les maticen y les aclaren lo que es bueno o malo, lo que va en serio o en broma, acaban totalmente confundidos y ya no son capaces de identificar la ironía o la crítica directa ni siquiera en los casos más evidentes.
El caso es que este círculo vicioso ha ido generando una sociedad cada vez más y más materialista en la que la mayoría se preocupa antes por las cosas que por las personas, y la gente con sentido común ha acabado siendo la excepción, más que la regla. A los pocos que defendemos la teoría del Decrecimiento, la Sencillez y la austeridad en las costumbres muchas veces nos miran como a un bicho raro, como si estuviéramos locos. Lamentablemente, como reza el dicho, a veces a la normalidad de unos pocos se le llama locura y a la locura de muchos, normalidad. Por esta misma razón, siempre viene bien tener cerca a alguien que diga las cosas claras, siempre es bueno que haya gente como Lester Burnham… y a falta de Lester, aquí estoy yo con el blog para no dejar títere con cabeza. La semana que viene llegaremos, cual Capitán Willard remontando el río en busca del Coronel Kurtz, al corazón de las tinieblas, al súmmum de la locura y el absurdo: hablaremos de la gente que compraba casas no para vivir en ellas, sino para venderlas.

2 comentarios:

Hope dijo...

A veces la gente no se da cuenta de que le da más importancia a las cosas que a vivir, hasta que no siente la soledad en compañía, y el vacío teniendolo todo. Entonces es cuando cambia de actitud ante la vida, porque empieza a apreciar lo que realmente tiene valor, y se va apartando de lo superfluo.

Al final vas a conseguir hacer que vea la peli!:)

Kalonauta dijo...


En cuanto a la primera parte de tu comentario, Hope: los que se dan cuenta y cambian de actitud, aunque sea más o menos tarde, ésos tienen suerte, porque hay otros muchos a los que se les pasa la vida entera y no llegan a darse cuenta.

Y en cuanto a la segunda parte: ¿¡Pero cómo no has visto aún American Beauty!? Tendremos que corregir ese error a la mayor brevedad posible... :-)

¡Un abrazo, Guapa!