martes, 30 de abril de 2013

El Flyer Voló Para Mí

Hace poco, cuando hice varias referencias a American Beauty para hablar de consumismo y especulación, os comenté que era una película muy rica en ideas interesantes y que seguramente volveríamos a hablar de ella más veces… Lo que no pensaba cuando lo escribí era que ocurriría tan pronto. Podría haber esperado un poco más para contaros esto, pero me apetecía hacerlo antes de que acabase el mes: hace tres semanas experimenté lo que podríamos llamar un “Momento Bolsa”.
Era lunes 8 de abril, festividad de San Vicent Ferrer en Valencia, y el día hacía honor a ese refrán que dice que marzo lluvioso y abril ventoso (¿o es al revés?) hacen a mayo florido y hermoso. Era en torno a mediodía y yo me dirigía hacia la Plaza del Ayuntamiento por la calle Alicante, con los andenes de tren justo a mi izquierda, contemplando la hermosa estampa de la Estación del Norte. Acababa de cruzar la calle a la altura donde empieza la cubierta de hierro y uralita de la Estación, y tenía delante de mí la acera larga y recta que bordea el lateral del Edificio de Viajeros.


Alguien había dejado caer en la acera, junto al semáforo, varios flyers de descuento para una copa en un local de alterne del otro lado de la Estación, en la zona de los comercios chinos. Los flyers eran redondos, del tamaño de un posavasos, y uno de ellos había sido empujado por el viento y rodaba unos metros por delante de mí, siguiendo el surco de las baldosas en dirección norte. Yo suelo caminar a un ritmo bastante rápido, de modo que el flyer, ligero como una pluma, avanzaba más o menos a mi velocidad, como si quisiera jugar conmigo y echarme una carrera; la calle estaba prácticamente desierta, así que me dio la impresión de que el descuento estaba intentando decirme algo a mí en particular. Zancada tras zancada, me acompañó en mi camino, como los delfines que aprovechan el impulso de los barcos grandes, o como un pájaro que se adelanta a su bandadaEl flyer voló (como su propio nombre indica) a lo largo de una trayectoria perfectamente rectilínea y a una velocidad constante, justo por delante de mí, desde el inicio de la cubierta de la Estación hasta el cruce con la calle Castellón: una distancia de más de doscientos metros.
En aquel momento pensé en Ricky Fitts y en cómo supo apreciar la Belleza de una bolsa de plástico bailando al viento para él antes de una tormenta… Aquel día de abril yo también fui afortunado, y comprobé una vez más que la Belleza puede residir en un edificio declarado Bien de Interés Cultural o en un descuento para un prostíbulo; que hasta los objetos más pequeños y más inesperados son a veces fuente de una extraña y hermosa Poesía.
 

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