Hace poco, cuando hice varias referencias a American Beauty para
hablar de consumismo y especulación,
os comenté que era una película muy rica en ideas interesantes y que seguramente volveríamos a hablar de ella más
veces… Lo que no pensaba cuando lo escribí era que
ocurriría tan pronto. Podría haber esperado un poco más para contaros esto,
pero me apetecía hacerlo antes de que acabase el mes: hace tres semanas
experimenté lo que podríamos llamar un “Momento Bolsa”.
Era lunes 8 de abril, festividad de San Vicent Ferrer
en Valencia, y el día hacía honor a
ese refrán que dice que marzo lluvioso y abril ventoso
(¿o es al revés?)
hacen a mayo florido y hermoso. Era en torno a mediodía y yo me dirigía hacia la Plaza del
Ayuntamiento por la calle Alicante, con los andenes de tren justo a mi
izquierda, contemplando la hermosa estampa de la Estación del Norte. Acababa de cruzar la calle a
la altura donde empieza la cubierta de hierro y uralita de la Estación, y tenía delante de mí la acera larga y
recta que bordea el lateral del Edificio de Viajeros.
Alguien había dejado caer en la acera, junto al semáforo, varios flyers
de descuento para una copa en un local de alterne del otro
lado de la Estación, en la zona de los comercios chinos. Los flyers eran
redondos, del tamaño de un posavasos, y uno de ellos había sido empujado por el viento y rodaba unos metros por
delante de mí, siguiendo el surco de las baldosas en dirección norte. Yo suelo
caminar a un ritmo bastante rápido, de modo que el flyer, ligero como una pluma, avanzaba más o menos a mi
velocidad, como si quisiera jugar conmigo y echarme una carrera; la calle
estaba prácticamente desierta, así que me dio la impresión de que el descuento
estaba intentando decirme algo a mí en particular. Zancada tras zancada, me
acompañó en mi camino, como los delfines
que aprovechan el impulso de los barcos grandes, o como un pájaro que se adelanta a su bandada… El flyer voló (como su propio nombre indica) a lo largo de una
trayectoria perfectamente rectilínea y a una velocidad constante, justo por
delante de mí, desde el inicio de la cubierta de la Estación hasta el cruce con
la calle Castellón: una distancia de más de doscientos metros.
En aquel momento pensé en Ricky Fitts y en cómo
supo apreciar la Belleza de una bolsa de plástico bailando al viento para él antes de una tormenta…
Aquel día de abril yo también fui afortunado, y comprobé una vez más que la
Belleza puede residir en un edificio declarado Bien de Interés Cultural
o en un descuento para un prostíbulo; que hasta los objetos más pequeños y más
inesperados son a veces fuente de una extraña y hermosa Poesía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario