lunes, 8 de abril de 2013

¡Es Sólo un Sofá! (III)


Una de las películas más vistas del año 2003 fue La Gran Aventura de Mortadelo y Filemón, de Javier Fesser, con guión del propio Javier y su hermano Guillermo, el de Gomaespuma. La película me gustó y me pareció visualmente muy original, pero algunos detalles me resultaron por entonces demasiado surrealistas: un ejemplo es el discurso del tirano Calimero desde el balcón de su palacio ante un enfervorecido ejército de siete mil albañiles, enyesadores y pintores, que comenzaba con las siguientes palabras: “¡Se avecinan reformas!”. Calimero es una extraña mezcla de Francisco Franco, Rufus T. Firefly y Paco el Pocero; es el dictador de Tirania y continuamente está construyendo edificios para ganar más dinero, hasta el punto de que declara la guerra a la Reina de Inglaterra y lanza un gigantesco proyectil de hormigón fresco sobre el Palacio de Buckingham con el fin de “recalificar” los terrenos y poder construir más pisos allí: un especulador inmobiliario en toda regla, vamos. No es ésta la única referencia en las pelis de Javier Fesser a las obras (podría hacer aquí un chiste muy malo sobre el Opus Dei y Camino, pero me abstengo): es legendario el personaje de Usillos de El Milagro de P. Tinto, que excava una auténtica gruta en el suelo de una cocina al grito de: “¡Reformas Usillos no hace chapuzas! ¡Si hay que sanear, se sanea!”.
 
 
En aquella época, hace diez años, no entendí muy bien la obsesión de los Fesser por criticar las reformas y la construcción, pero ahora la comprendo perfectamente. En las dos primeras entregas de esta entrada he hablado de cómo mucha gente se preocupa en exceso por el envoltorio de sus vidas (por proyectar una imagen de éxito, tal y como predicaba el Rey del Inmueble en American Beauty), olvidándose por completo del contenido: hemos hablado de muebles de diseño, de obsesión por la decoración, de reformas innecesarias e incluso de cambiar de lugar de residencia cuando uno piensa que el anterior no es digno de su status… Sin embargo, no hemos llegado aún al máximo nivel de despropósito en lo que a vivienda se refiere: hace unos quince años se empezó a generalizar la práctica de comprar, reformar y vender una casa, obteniendo un beneficio monetario, sin llegar ni siquiera a vivir en ella… El hogar convertido en un negocio, en una mera forma de inversión. La ignorancia y la incapacidad (o falta de voluntad) para predecir lo que podía pasar a largo plazo hicieron que “trabajar en la obra” fuese la profesión de moda, y que los chavales que estudiaban en la Universidad fuesen vistos como unos pardillos… La especulación inmobiliaria trajo consigo corrupción política, bosques talados e incendios provocados para recalificar terrenos y poder construir más pisos (muchos de los cuales, por cierto, siguen vacíos)… Y la burbuja fue creciendo: poco a poco fueron aumentando artificialmente los precios de las casas, haciendo más difícil el acceso a ellas a la gente que realmente las necesitaba para vivir. Las hipotecas pasaron a ser a treinta, cuarenta o incluso cincuenta años: la vida hipotecada… No estamos hablando de oro, ni de petróleo, ni de ordenadores: estamos hablando de casas. Si tenemos en cuenta que todo el mundo necesita un sitio donde vivir, el especular con el precio de la vivienda me parece la máxima expresión del egoísmo y la falta de humanidad.
A mí no me gusta, como a Alfred, el mayordomo de Batman, decir eso de “¡Ya te lo dije!”… pero que conste que yo ya avisé en su día que los precios estaban inflados y eran injustos, y que era algo que no podía durar para siempre. De toda la vida me ha gustado pagar las cosas a tocateja, y los conceptos de “préstamo”, “crédito” o “hipoteca” me han parecido desde siempre un invento demoníaco (otro día hablaremos de esto), así que, como buen inconformista que soy, me negué en redondo a comprar una casa en la época de la burbuja inmobiliaria. Ahora mismo vivo alquilado por un precio razonable y me alegro mucho de no haber comprado; se podría decir, por tanto, que la burbuja no me ha afectado… al menos no de forma directa. Sin embargo, muchos de mis amigos casados o emancipados durante estos diez años se han tenido que ir a vivir a pueblos alrededor de Valencia por culpa de la escalada de precios, con lo que he perdido contacto con varios de ellos a los que tenía en mucho aprecio. De otros amigos también me he distanciado, aunque no desde el punto de vista geográfico: digamos sencillamente que, aunque siguen viviendo cerca, con el paso de los años se han ido preocupando más y más por el tapizado de sus sofás… Pero esto es otro tema, no nos desviemos del asunto.
 
 
Con la explosión de la burbuja, se sumó en España a la crisis financiera global una crisis inmobiliaria, y muchos de aquellos felices obreros de los que hablaba se quedaron en paro, arrastrando detrás a otros cuyos puestos de trabajo dependían de ellos. Cada vez fue más y más difícil vender un piso, con lo que muchos especuladores perdieron dinero y se llevaron su merecido. También se les empezó a hacer cuesta arriba el pago de las mensualidades a algunos de los que, a pesar de los altos precios, habían comprado una casa más grande o lujosa que la que necesitaban para vivir; tampoco son éstos los que me preocupan. Los que me preocupan, los que se han llevado la peor parte con la crisis, son los que menos recursos tienen: con el tiempo ha aumentado el número de impagos de las hipotecas entre la gente más humilde y se ha acentuado el drama de los desahucios; los mismos bancos que han sido rescatados con el dinero de todos no tienen sin embargo ninguna piedad con sus víctimas, que incluso después de devolver la casa, de quedarse en la calle, siguen estando endeudadas casi de por vida. Se da la contradicción de que aquél que debe poco (el ciudadano de a pie) lleva las de perder, pero el que debe mucho (el banco) es el que tiene la sartén por el mango… ¿Puede haber algo más siniestro y retorcido que esto?
Menos mal que también hay quien se preocupa por los que han tenido mala suerte: la Plataforma de Afectados por la Hipoteca hace una gran labor impidiendo parte de los desahucios (una parte muy pequeña, teniendo en cuenta que se produce uno cada diez minutos) y ha llevado adelante una Iniciativa Legislativa Popular, con casi millón y medio de firmas, para intentar cambiar una normativa no sólo injusta, sino además ilegal. Cómo no, los señores políticos, al servicio de los bancos, están poniendo todas las trabas posibles para su aprobación, y aún se quejan de que haya quien quiera hacerles ver lo grave de la situación… Que haya personas suicidándose porque se ven en una trampa sin salida y a la vez en la tele haya tertulianas carcas diciendo que el Escrache es una cosa de mal gusto me hace hervir la sangre; si al final no sale adelante la ILP es que seguimos en la Edad Media, por mucho que quieran disimularlo… Sinceramente, espero la aprobación de la dación en pago y de una nueva normativa más justa en este campo; ojalá quede aún un poco de Esperanza en este país en el que los pobres son cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos, y en el que paradójicamente tenemos tantas casas sin gente y tanta gente sin casa.
La próxima semana seguiremos hablando un poco más de este asunto: ya sé que cuatro entregas son demasiadas para una sola entrada, pero creo que en este caso en particular el tema es importante y lo merece. Resumiremos pues las conclusiones de todo lo que hemos comentado en la entrega de hoy y también las conclusiones generales, y os contaré cuál es el significado de las rosas rojas en American Beauty.

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