En septiembre de 1999, durante el rodaje de
Memento en el calor sofocante del Valle de San Fernando,
en California, el reparto y el equipo técnico de la película quedaron
asombrados por el hecho de que Christopher Nolan llevara la chaqueta puesta en
todo momento. Un día la productora Jennifer Todd no pudo reprimirse más y le
preguntó por qué no se la quitaba nunca, a lo que él respondió que lo hacía por
respeto al resto del equipo. Tiempo después, al formulársele de nuevo la misma
pregunta, Nolan admitió que cuando iba al colegio tenía que llevar uniforme, y
que fue entonces cuando se acostumbró a utilizar todos los bolsillos de la
chaqueta, de modo que a partir de aquel momento se sentía más cómodo con ella
puesta. ¿Os recuerda a alguien el detalle de los bolsillos? Se suele decir que
escribimos acerca de lo que conocemos, así que no me extrañaría nada que Nolan
hubiera utilizado alguna otra vivencia personal, llevándola al extremo, para
crear el personaje de Leonard Shelby. En otras ocasiones el director, productor
y guionista ha declarado que no le gusta perder tiempo pensando qué prendas
tiene que ponerse, así que casi siempre lleva la misma ropa; y que nunca le ha
interesado mucho la tecnología, con lo que prescinde de cosas tan
indispensables para la mayoría como un teléfono móvil y una dirección de
e-mail… Todo esto junto con el descubrimiento de que es zurdo me ha llevado a
pensar que Nolan y yo tenemos más cosas en común de lo que creía; será por eso
que me gustan tanto sus películas.
Los años y la experiencia me han confirmado eso
que se suele decir de que, en lo que respecta al cerebro, a la personalidad, a
la forma de ser, nadie es del todo normal; que en mayor o menor grado todos
venimos con un defecto de fabricación o dos; que no hay blancos ni negros sino
múltiples tonos de gris a medio camino entre la cordura y la locura, entre la
perfección y la patología… y yo, por supuesto, no soy una excepción. Aunque la
semana que viene seguiremos desentrañando los misterios de Memento, hoy haré un
paréntesis para hablaros de mi caso (¿clínico?) particular en lo que se refiere
a la memoria. Aunque me costó bastante llegar a ser capaz de verbalizarlo, ya
hace tiempo que soy consciente de mis pros y mis contras en este aspecto. Sé
que en el terreno de lo sensorial, y en particular de lo espacial, visual y simbólico, mi memoria es bastante buena: tengo
facilidad para recordar olores concretos y a veces puedo reconocer una canción
con sólo oírla durante una fracción de segundo; poseo un buen sentido de la
orientación y una muy buena memoria para las caras, pudiendo reconocer a una
persona mirando una foto suya de niño, o incluso viéndola sólo de espaldas
(vamos, que yo no necesitaría una Polaroid 690, como Leonard Shelby). Sin embargo, en el terreno de lo verbal, de lo conceptual, de
lo abstracto, para algunas cosas mi memoria es buena y para otras un auténtico desastre
(Esto sin duda tiene que ver con el hecho de que soy zurdo y por tanto mi
hemisferio cerebral dominante es el derecho, pero ya nos centraremos en ese
tema otro día).
Por ejemplo, a pesar de que soy bueno para
reconocer caras, me cuesta mucho recordar los nombres de las personas con las
que aún no he establecido un mínimo vínculo social o afectivo. Y retengo en la
memoria una gran cantidad de datos de cultura general, pero sin embargo no
sabría deciros qué comí hace tres días. Otra cosa que
se me da fatal recordar es todo lo referente a gestiones administrativas,
burocracia y papeleos. Aunque en el Colegio podía memorizar listas, datos o
largas parrafadas “al estilo papagayo” sin ningún problema, noté que a medida
que avanzaba en la Universidad era cada vez menos capaz de hacerlo; sin
embargo, mi carrera no se basaba tanto en memorizar como en entender los
conceptos y relacionarlos entre sí, poniéndolos en su contexto, así que no tuve
ningún problema para sacar buenas notas. Me pasa algo muy curioso con las
asignaturas de la Universidad: a pesar de que sigo reteniendo las nociones
básicas de cada una de ellas, y de que recuerdo las caras de todos mis
profesores y profesoras, me cuesta mucho a estas alturas asociar a cada
profesor con la asignatura que me impartió. En general, podría decirse que recuerdo
los conceptos, pero no dónde aprendí cada cosa. Y si descubro que alguna
información de mi cabeza resulta ser incorrecta, la reemplazo por la correcta y
la olvido inmediatamente: así no malgasto espacio de memoria. Hasta hace un par
de semanas yo racionalizaba todo esto pensando que tengo buena memoria para lo
que me interesa y mala para lo que me aburre, pero documentándome para la
redacción de estas entradas me he dado cuenta (¡incluso a estas alturas, nunca
deja uno de aprender cosas nuevas!) de que tengo una buena memoria semántica,
pero mi memoria episódica es terrible. He sabido por fin ponerle un nombre a mi
problema, lo cual es estupendo, porque, como ya hemos comentado otras veces, ser
capaz de asignar una etiqueta a algo te permite conocerlo mejor
y por tanto manejarlo mejor. Sienta muy bien, esto de aumentar un poco tu nivel
de autoconocimiento.
De todas formas, en este Mundo hay que bregar de
vez en cuando con tareas que nos aburren soberanamente, hay datos que
necesitamos recordar aunque no entendamos del todo cómo encajan en su contexto.
Yo he aprendido poco a poco una serie de trucos para compensar mi mala memoria
episódica: el equivalente a los seis bolsillos, las fotos y los tatuajes de Leonard
Shelby. Como decía Leonard, todo es cuestión de disciplina y organización, hay
que utilizar los hábitos y la rutina para no olvidar nada importante: mis
problemas de memoria son con toda seguridad una de las razones por las que soy una persona muy ordenada y meticulosa. Se dice que dos buenos métodos
para acordarnos de si tenemos pendientes o no, y cuándo, las tareas que
repetimos con cierta periodicidad (diaria, semanal, trimestralmente, etc.) son dejar objetos en un lugar determinado y usar listas;
yo hago uso de ambos. El cambiar objetos de sitio, tanto en el trabajo como en
casa, me resulta muy útil para acordarme de los recados, porque soy una persona
muy visual y por tanto la asociación de ideas me viene a la cabeza muy
rápidamente.
Puedo daros muchos ejemplos de cómo uso en mi piso este sistema visual de recordatorios: tengo una mesita
reservada para las cosas que he de coger cuando voy a ver a mis padres, y un
sillón en el que dejo los trastos para la próxima vez que baje a la calle (¿Que
parece que va a llover? Dejo el paraguas. ¿Que hace un poco de fresco? Algo de
manga larga. Y así sucesivamente…) Cuando tengo que cambiar la hora del
despertador lo dejo sobre la almohada, y cuando me toca afeitarme pongo la
maquinilla junto al grifo del lavabo. Donde más utilizo este método es en la
mesa del comedor, que como ya os dije uso a modo de despacho: tengo en ella una
zona dedicada a las tareas en curso o pendientes de realizar, en la que coloco
la lista de la compra, la cámara de fotos, los distintos cargadores o cualquier
otro objeto que me sirva de recordatorio; incluso en los meses de frío coloco
un pequeño termómetro de pared, pero no para mirar la temperatura, sino para
acordarme de apagar la calefacción antes de irme a la calle o a dormir: cuando
la enciendo lo dejo torcido y cuando la apago lo pongo recto de nuevo. Teniendo
en cuenta que mi mesa del comedor y la cómoda de al
lado son como una prolongación de mi cerebro, de mi memoria, una especie de
cuadro de mandos, podréis entender que cuando mi ex pareja me sugirió que quitara todos los trastos de en medio
para mí fue como plantearme una pequeña operación de lobotomía… Antes de salir de una habitación, para asegurarme
de que no se me olvida nada, doy un repaso con la
vista, empezando desde el marco derecho de la puerta y en la dirección de las
agujas del reloj hasta llegar al marco izquierdo… Sí, sí, vosotros reíos, pero a
mí el sistema me funciona.
En cuanto a las listas de tareas, las hago tanto en mi agenda como
en papelitos sueltos… pero no adelantemos acontecimientos, hablemos primero de
la agenda. Es del tipo tradicional, no electrónica, y de tamaño manejable pero no lo suficientemente
pequeña como para caber en un bolsillo. Le doy simultáneamente varios usos distintos; de hecho, es una mezcla entre
agenda, diario y lista de tareas. Aparte de las festividades, los cumpleaños o
las fechas de los eventos culturales, también anoto en ella de forma
telegráfica los acontecimientos destacables del día a día: con qué amigos
quedo, a dónde acabo yendo cada día o qué películas veo en el cine o en la tele
(si resultan ser malas, a veces las tacho o no las apunto, para olvidarlas). A
todo esto se añade un montón de anotaciones con los quehaceres diarios, las
tareas de la casa y otras actividades, menos placenteras pero necesarias, que
voy tachando conforme las hago. La verdad es que soy una persona con una agenda
apretada, tanto metafóricamente como literalmente: tengo que utilizar una letra
pequeña para que me quepan todas las notas, y la parte de los días que ya han
pasado se va quedando tan caótica y llena de tachones que parece el diario de Kevin Spacey en Seven o un
informe censurado de la CIA. Me pasa una cosa curiosa:
cuando leo las anotaciones que hice unos meses antes, ya no recuerdo haberlas
hecho, así que es como recibir una nota de otra persona que escribe con tu
misma letra (“Para cuando leas esto, ya me habré marchado…”). Leo las notas de
mi Yo Pasado y a la vez dejo notas para mi Yo Futuro, como hacía Leonard en la
película, aunque este desdoblamiento entre el que escribe y el que lee queda aún más
patente en el personaje de Earl, el equivalente de Leonard en el relato corto
de Jonathan Nolan.
En cuanto a los papelitos sueltos para anotar
recados, aproximadamente del tamaño de un post-it pequeño, los llevo en mi
cartera o en la solapa de la agenda, y junto con otras listas escritas en la
propia agenda a intervalos de uno o dos meses me sirven para ayudarme a recordar
tareas sin un plazo definido, es decir, todo lo que no es urgente. En los papelitos
de la cartera anoto ideas para el blog, fotos pendientes de hacer, direcciones
de las casas de mis amigos, direcciones de e-mail, números de teléfono, recados
que se me ocurren por la calle y que debo apuntar después en la agenda… Cómo
no, dentro de la misma cartera llevo siempre un Boli Bic pequeño para anotar;
no salgo de casa sin él. En las listas de la agenda incluyo películas para
ver, reparaciones o tareas de la casa, compras pendientes, revisiones médicas
que se van posponiendo, proyectos para el futuro… Antes me hacía montones de
notitas como éstas, con listas de tareas que iba arrastrando durante años y que
repasaba a menudo, pero igual que le pasaba a Sammy Jankis (o sea, igual que le
pasaba a Leonard antes de recurrir a los tatuajes), este sistema no me funcionaba
y sólo me hacía perder el tiempo. Cada vez las uso menos, y muchas de ellas las
he guardado en una cajita en casa para que no me abulten en la cartera. Además,
aunque sigo haciendo muchas anotaciones en mi agenda, son menos que antes, y ya
no me preocupo tanto por los olvidos: estoy empezando a entender cómo funciona
esto.
A la hora de decidir si vale o no la pena recordar
algo, hay que plantearse si es o no urgente y si es o no importante.
Las tareas urgentes, con fecha fija o un plazo determinado, suelen tener que
ver con otras personas: tus compañeros y tus jefes del trabajo, tus amigos, los
responsables de las actividades artísticas y culturales a las que asistes… Si
tienes la suerte de encontrar un trabajo que te guste, si sabes rodearte de
amigos que valgan la pena y si sabes elegir sabiamente las actividades de tu
tiempo de ocio, podrás conseguir que la mayoría de esas tareas urgentes sean
además importantes… y eso es bueno, porque aunque tengas que apuntarlas de todos
modos, te resultará más fácil recordarlas. En cuanto a lo que no es urgente, recordemos
una vez más que es imposible saberlo Todo acerca de
Todo: en caso de tener que elegir, hay que recordar lo importante olvidando lo
accesorio, hay que dar preferencia a lo semántico por encima de lo episódico, y
eso es precisamente lo que ha hecho mi cerebro a la hora de distribuir los
recursos disponibles. Estoy empezando a darme cuenta de que aunque mi memoria
no es perfecta, el problema no es tan grave como pensaba; lo que ocurre es que antes trataba de memorizar cosas que a la larga he
visto que no eran realmente tan imprescindibles como para recordarlas. Recuerdo
lo que me interesa y olvido lo que me aburre, sí, pero por suerte tengo la
impresión de que lo que me interesa es lo que importa y lo que me aburre no lo
es… Por tanto, no hace falta que siga escribiendo listas de tareas: debo
confiar en que las cosas que sean realmente importantes las recordaré por mí
mismo sin necesidad de repasar las listas una y otra vez… Me parece que empiezo
a comprender cuáles son esas cosas importantes; son como palabras que he ido
tatuando poco a poco en mi mente: palabras como Libertad, Verdad, Conocimiento,
Coherencia, Sencillez o Justicia.
3 comentarios:
Como prometido me pongo al día, ¡y llego con fuerzas!
¡Lo tuyo no es un caso clínico!, yo no recuerdo nombres, ni caras, ni lo que comí ayer, ni datos de Cultura general, ni siquiera los que más me interesan. Mi memoria sólo es efectiva para lo repetitivo, o para las cosas que pongo en práctica yo directamente.
Tus estrategias son buenas, pero yo necesito un remedio más fuerte.
He intentado cambiarme las cosas de sitio, y lo único que he consigo es ,al ver el objeto, saber que me tengo que acordar de algo, pero... ¡NO SÉ DE QUÉ! jeje
Lo de tener un sitio para cuando vas a visitar a alguien, o salir a la calle, también lo uso, lo que pasa es que yo lo preparo en bolsas: La bolsa de Marina, La bolsa de mis padres, otra diferente cuando voy a la academia... Y así antes de ir al sitio correspondiente miro dentro de la bolsa para que no se me olvide llevarme nada ;)
Yo también creo que mi obsesión por la organización viene por esta carencia.
Lo más fuerte de todo es que a veces cuando algo es muy, muy importante, para que no se me olvide, lo pongo en un sitio especial para acordarme, y después resulta que si que me acuerdo, pero no dónde he dejado el objeto, y me tiro una hora buscándolo, y además nerviosa, porque es importante y no lo encuentro.. ¡ qué desastre! Ya ves que si se te ocurren más estrategias de este tipo, acuérdate de mí :)
¡Hola, Guapa!
Este tipo de cosas les pasan a más personas de las que nos imaginamos; lo que ocurre es que no es algo de lo que la gente esté orgullosa como para pregonarlo a los cuatro vientos, y por tanto no nos enteramos.
Espero que alguna de mis técnicas te pueda resultar útil, ya me contarás. Y, desde luego, puedo dar fe de que realmente eres MUY organizada, ya lo creo... y me parece estupendo que lo seas, eso siempre ayuda mucho.
Un par de consejillos sobre lo que me comentas: cuando cambies objetos de sitio para acordarte de una tarea pendiente, escoge siempre un objeto que tenga que ver con la tarea en cuestión; y si no, escríbete un par de palabras clave en un post-it y así seguro que no te olvidas.
En lo que respecta a los objetos importantes que sacas de sitio y luego no encuentras, ¿por qué no escoges un lugar concreto de tu casa que sea "el lugar de las cosas importantes" y usas siempre ese lugar? Así ya sabrás dónde tienes que mirar.
Y en cuanto a otras estrategias que puedas utilizar, aparte de todo lo que he contado aquí, pues no sé... ¿Has probado a comer rabos de pasa? Dicen que van muy bien para la memoria.
¡Un abrazo, nos vemos! :-)
El de tener el sitio especial para las cosas importantes me parece muy buena idea. Tomo nota. ¡Gracias!
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