Después de haber hablado sobre la memoria
en general y sobre los distintos tipos de amnesia y cómo se han tratado en el cine, nos ponemos hoy manos a la obra con Memento, la estupenda cinta de Christopher Nolan. Ésta es la segunda de las ocho películas
que Nolan ha dirigido hasta el momento, y aunque tengo pendiente todavía ver
Following (no por mucho tiempo, ya está encima de mi mesa), puedo decir que
todas las demás me han encantado.
Aunque Memento no se estrenó en salas en España hasta enero de 2001, yo la
vi en
la XXI Mostra de València, en la sala A de los Cines Martí, a las 18:00
del viernes 20 de octubre de 2000 (mes y medio después de su estreno absoluto
en el Festival de Venecia, el 5 de septiembre). No es que me acuerde de memoria
de todo esto (de hecho, hasta mis recuerdos acerca del año exacto estaban un
poco borrosos); sencillamente he consultado mis notas y he hecho un poco de
investigación. Cuando hojeo la programación de un festival de cine, con
montones de películas de directores desconocidos de las que no tengo ninguna
referencia, a la hora de elegir me suelo guiar por la sinopsis del argumento.
En el caso de la cinta de Nolan, que por aquel entonces también era un
desconocido, el breve resumen incluido en los folletos logró sin duda
captar mi atención por encima de las demás opciones:
“Leonard Shelby
viste caras ropas de diseño y conduce un viejo Jaguar, pero vive en moteles
baratos que paga en metálico. A pesar de tener el aspecto de un exitoso hombre
de negocios, su única meta es la venganza, el castigo del hombre que violó y
mató a su mujer. Esto es especialmente dificultoso dado que padece una extraña
e incurable forma de amnesia: recuerda todo lo que pasó en su vida antes del
trágico suceso, pero no lo que le ha sucedido quince minutos antes, a dónde se
dirige o por qué.”
El planteamiento argumental de la película me pareció irresistible, y
después de verla su planteamiento formal me resultó apasionante también. Es una
cinta difícil, que invita a múltiples visionados para tratar de atar todos los
cabos sueltos de la historia; sin duda aún más visionados de los que hacen
falta con películas de la misma época como El Sexto Sentido o Los Otros. De
hecho, en los Estados Unidos se estrenó más tarde que en España, en marzo del
2001, porque costó mucho encontrar una distribuidora; había bastante miedo a
que la gente no entendiese la historia y no la recomendasen a sus amigos. Sin
embargo, poco después quedó demostrado que estos temores eran infundados:
Memento recuperó de sobra la inversión realizada y con el paso del tiempo se ha
convertido en una película de culto, inspirando muchos otros filmes, a veces de
manera sutil y en ocasiones de forma evidente.
En los casi trece años que han transcurrido desde que la vi por primera
vez, mi admiración, casi rayana en la obsesión, por esta caleidoscópica película
no ha hecho sino crecer. La debo haber visto unas quince veces, tanto en
versión original como doblada, y tanto en cine como en DVD. He leído críticas
y análisis pormenorizados en Internet. He mantenido largas conversaciones hasta
altas horas de la noche con mis amigos cinéfilos acerca de las distintas capas
de la narración. He leído el relato corto Memento Mori,
de Jonathan Nolan, en el que se basa el guión de su hermano Christopher para la
película. He recorrido todos los posibles caminos de la web oficial en busca de
información adicional sobre lo que realmente pasó, teniendo que hacer a veces
incluso tareas de OCR
para poder disponer de dicha información. He quemado el botón de la pausa
apuntando los minutajes de las distintas escenas y escribiendo un breve resumen
de cada una, para después ordenarlas conforme van ocurriendo; y en el momento
en que estuvo disponible, he visto el montaje en orden cronológico
que Nolan hizo para los extras de la edición especial en DVD. Últimamente, por
supuesto, he vuelto a repasar todas estas fuentes, tomando nuevas notas, y me
he documentado mejor sobre la memoria y la amnesia para preparar la
presentación de la película y las entradas del blog. Intentaré que la entrega
de hoy, anterior a la proyección del Aula de Cinema (buscad un boli: este
miércoles a las seis en Filología), esté en la medida de lo posible libre de
spoilers. En las próximas entregas, dando ya por sentado que la habéis visto,
intentaremos dar respuesta a los enigmas que nos plantea Nolan en la cinta.
Desde el punto de vista médico, Memento es una buena aproximación a la
amnesia anterógrada (se alude a ella varias veces como “pérdida de la memoria
reciente” o “incapacidad para crear nuevos recuerdos”), salvo tal vez
por un detalle: el lapso de atención de Leonard es de unos quince minutos,
menos aún si está bajo condiciones de stress, pero aun así es bien
consciente de su problema y consigue tomar medidas para sobrellevarlo y tener
cierto grado de independencia, lo que sería impensable en un caso real. Una
posible explicación a esto sería que la muerte de su mujer
le proporciona una motivación extra, desde otras zonas de su cerebro menos
relacionadas con la memoria pero más con lo afectivo, para mantener la disciplina y organización necesarias para no dispersarse demasiado; como
Leonard mismo lo llama, “una razón para vivir”.
Para no perderse entre un mar de instantes aislados se necesita un sistema realmente
eficiente: es útil tomar notas o sacar fotos, pero esto por sí solo no basta.
Hace falta recurrir a claves de tipo espacial, como por ejemplo guardar los
objetos importantes siempre en el mismo sitio (para eso se necesitan seis
bolsillos diferentes), y prevenir posibles manipulaciones por parte de otras
personas confiando sólo en tu propia letra (me gusta mucho la escena en la que
Leonard escribe con otro tipo de caligrafía una nota que Teddy le dicta, para
acordarse después de que tiene que tacharla). En cuanto a la información
realmente importante, hay que encontrar una manera de apuntarla de forma permanente
para que no pueda perderse: aquí entran en juego los tatuajes.
El más importante le recorre a Leonard el espacio bajo las clavículas y es el
único que está invertido, para que pueda leerlo correctamente cada mañana, al
levantarse y mirarse al espejo: “John G. violó y asesinó a mi mujer” (Un
pequeño inciso: en el relato corto original los tatuajes son distintos, están
todos invertidos e incluyen un retrato robot del asesino). También en el pecho
y en letras bien grandes aparece tatuada la frase “Encuéntrale y mátale”. Más
abajo, en el abdomen, y boca abajo para poder verlas correctamente al agachar
la cabeza, las palabras “Fotografiar: Casa, Coche, Amigo, Enemigo”. Repartidos
por otras zonas de su piel hay una serie de mantras adicionales, así como los
distintos Hechos que va descubriendo acerca del asesino de su mujer.
Este sistema de notas, fotos y tatuajes es difícil de asimilar, y se supone
que Leonard lo va haciendo por repetición, a base de rutina… Los famosos
condicionantes, que tantas veces se nombran en la película, están relacionados
con la memoria procedimental de la que hablábamos la semana pasada,
y parece que al final Leonard aprende a usar el sistema de forma instintiva,
inconsciente. Tal vez el condicionante más poderoso en este caso sea un tatuaje
del que todavía no hemos hablado, el único que está a la vista cuando Leonard
va vestido: está en el dorso de la mano izquierda, como si fuera un
recordatorio escrito con boli, y dice “Recuerda a Sammy Jankis”. Leonard lo ve
cada vez que se lava las manos, o cuando agarra el volante para conducir, o
también (como se puede comprobar en una escena clave de la película) cada vez
que coge el mando de la tele. A Sammy le gustaban los anuncios, eran historias
cortas, de veinte segundos, en las que podía seguir el hilo de principio a fin…
pero la tele le convertía en un vegetal, le impedía progresar en una
determinada dirección.
A lo largo de toda la película Leonard nos va narrando la historia de Samuel R. Jankis: un accidente con el
coche le produjo una lesión en el hipocampo y a partir de ese momento ya no
podía mantener los recuerdos durante más de dos minutos. Leonard trabajaba para
su compañía de seguros y fue el encargado de investigar si Sammy y su mujer
debían o no cobrar la indemnización. Al parecerle ver un atisbo de
reconocimiento en los ojos de Sammy cada vez que se encontraban, Leonard decidió
comprobar si era capaz de aprender por repetición, cosa posible si realmente se
trataba de una amnesia de tipo orgánico. Se utilizó una serie de figuras
geométricas algunas de las cuales (siempre las mismas) producían pequeñas
descargas eléctricas, pero Sammy no respondió a estos condicionantes, con lo
que se dictaminó que su enfermedad era psicológica, y no física, y que no les
correspondía cobrar la indemnización… Este dictamen tendría terribles
consecuencias para Sammy y su mujer. Según Leonard, no es que fingiera
conscientemente, es que su cerebro no quería recordar aunque pudiera hacerlo, y
esto anulaba también la memoria procedimental. Usando la terminología de la
entrega anterior, la amnesia de Sammy era disociativa, por el shock, y no
orgánica por el golpe.
Es muy interesante, este tema de la memoria procedimental… Seguro que tiene
relación con eso que se suele decir acerca de que montar en bici o hacer el
amor son cosas que no se olvidan nunca, por mucho tiempo que haya pasado desde
la última vez. O también con esto: hay ciertas actividades de tipo físico en
las que pensar conscientemente en la secuencia de acciones que estás llevando a
cabo es precisamente lo que te desconcentra y te hace cometer errores, mientras
que si no piensas en ello todo fluye de manera instintiva. Otro ejemplo: a mí
me pasa que a veces no recuerdo con qué mano debo coger el tenedor y con cuál
el cuchillo hasta que no pruebo las dos posibilidades; cuando los estoy
sosteniendo es mi cuerpo, y no mi memoria explícita, el que me dice que ésa es
la opción correcta. Un último detalle gracioso, ya que hemos estado hablando de
los recordatorios y del mando de la tele: un día decidí colocar mis pesas bien
visibles en el suelo a un lado del aparato de televisión para recordarme a mí
mismo, cada vez que me sentara a ver una peli, que tengo que sacar un poco más
de masa muscular de cintura para arriba (como decía Lester Burnham,
“para tener un buen desnudo”)… Pues bien, está claro que en mi caso no
funcionan los condicionantes: las pesas llevan algo así como
un año en el mismo sitio, cogiendo polvo.
Hemos hablado bastante de la historia que se cuenta en Memento, pero aún no
hemos dicho nada acerca de cómo está contada; Nolan utiliza la amnesia de
Leonard no sólo como argumento de la trama, sino como base de la estructura
narrativa y estética del film. El montaje de la película es algo jamás visto
antes, realmente hace sentir al espectador como si fuera el que tiene amnesia
anterógrada. A lo largo de todo el metraje se van alternando escenas en color
con otras en blanco y negro, y aunque al principio pueda parecer que todo es
bastante caótico, si prestáis atención no tardaréis mucho en descubrir el
patrón que siguen tanto unas como las otras, y cómo pueden ordenarse después
cronológicamente… no os voy a explicar mucho más para que podáis experimentar
ese vértigo inicial, esa sensación de no recordar nada,
si es que todavía no habéis visto la peli.
Para concluir la entrega de hoy, un par de comentarios rápidos acerca de Memento
Mori,
el relato corto en el que se basa la película. Aunque ambas obras
comparten muchos elementos, en el relato se tocan algunos puntos muy interesantes
que no aparecen en el largometraje, así que os recomiendo su lectura como un
complemento más de la “experiencia Memento”. Recuerdo por ejemplo una parte que
me gustó mucho: “Seguro que no podrías conseguir un empleo normal. No hay muchas
profesiones en las que se valore ser olvidadizo. La prostitución, tal vez. Y la política, por supuesto.” Pero lo
que realmente me pareció interesante fueron las consideraciones que Jonathan
Nolan hace al final a propósito del Tiempo. Earl (así es como se llama Leonard en
el relato) habla consigo mismo acerca de la angustia que supone no percibir el
paso del Tiempo, vivir siempre en el presente: “No es tanto que tú hayas
perdido tu fe en el Tiempo como que el Tiempo ha perdido su fe en ti”. Después
trata de animarse, aduciendo que el Tiempo ya no tiene capacidad para afectarle…
Me encantan sobre todo las últimas frases del relato: “El Tiempo es algo
absurdo, una abstracción. Lo único que importa es este momento. Este momento
repetido un millón de veces. Confía en mí. Si este momento se repite lo
suficiente, si lo sigues intentando –y tienes que seguir intentándolo– tarde o
temprano conseguirás pasar al siguiente punto de tu lista.”
La próxima
semana hablaremos de mi memoria, que da para llenar una entrada entera… por lo
menos.
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