La semana pasada, mientras os contaba que hago
fotos para preservar en el Tiempo instantes de Belleza, me vino varias veces a
la memoria la imagen de Leonard Shelby haciendo fotos con su cámara Polaroid para recordar cuál era su coche, en qué motel se
alojaba o en qué personas podía confiar. ¿Y por qué me rondaba Leonard la
cabeza?, os preguntaréis… Resulta que el Aula de Cine de la Universitat de València organiza
todos los meses ciclos de películas que se proyectan en el Salón de Actos de la
Facultad de Filología, los miércoles a las 18:00. El ciclo de junio lleva por
título “Puzzle Noir. Desmontando el Cine Negro”, e incluye la película Memento,
de Christopher Nolan, que copresento el día 19. Pensé que, aprovechando que
tengo que preparar la presentación y el coloquio posterior, era el momento
perfecto para escribir también una serie de entradas sobre la película y sobre
la memoria en general. Además, aunque ya hemos hablado en el blog de las neuronas del córtex auditivo
y del aumento de volumen craneal
propiciado por la Evolución, todavía no he publicado ninguna entrada en la que
el cerebro
sea el protagonista… Y ya iba siendo hora, porque es el
órgano que nos permite ordenar y comprender el Universo que nos rodea, y además
con la gracia añadida de que esto ocurre de manera diferente para cada
individuo. Ya sabéis que a mí me gusta comprender el Universo que me rodea, así
que el estudio del cerebro es uno de los campos que más me apasionan.
En esta entrada múltiple nos centraremos en la memoria humana, y hoy empezaremos hablando de los distintos tipos de memoria y
de lo que pasa cuando son dañadas las áreas del cerebro en las que radican.
Aunque en los últimos años los investigadores tienen cada vez más claro que los
procesos mentales no se circunscriben a una zona bien delimitada, sino que involucran
de forma más difusa a varias áreas del cerebro, sí sabemos que el hipocampo,
en el lóbulo temporal medio, es imprescindible en el proceso de la memoria.
Pertenece al cerebro emocional, o sistema límbico, y consiste en dos
estructuras, una en cada hemisferio cerebral, con forma de caballito de mar (de
ahí su nombre). Tiene una gran densidad de células nerviosas y es el encargado
de fijar los recuerdos para poder
recuperarlos a largo plazo. Cuando rememoramos un momento determinado de nuestra
vida, lo que hacemos es generar un patrón de actividad eléctrica de nuestras
neuronas similar (pero desde luego no igual) al que tuvo lugar cuando
experimentamos realmente aquellas sensaciones: esta zona se encarga de
recuperar el olor de las rosas, aquélla de reproducir la música que sonaba a lo
lejos, la de más allá de recordar el roce de una caricia… Me encanta la
etimología de la palabra recordar: “Hacer pasar de nuevo por el corazón”…
aunque sería más correcto decir “por el cerebro”.
En cuanto a los tipos de memoria, se puede hacer
una primera clasificación entre memoria a corto plazo u operativa (que no va más allá de los
20 segundos), a medio plazo (que llega hasta unas pocas horas o días) y a largo
plazo. La memoria a largo plazo puede ser explícita (que
a su vez se divide en episódica y semántica) e implícita (o procedimental). Estos
distintos tipos llevan asociadas distintas partes, o combinaciones de partes,
del cerebro (algo parecido ocurre con las Inteligencias Múltiples, un tema también
apasionante del que hablaremos en otra ocasión). La memoria episódica se
encarga del almacenamiento y recuperación de hechos y acontecimientos concretos,
y la memoria semántica del recuerdo de conocimientos generales acerca de cómo
funciona el mundo. La memoria procedimental es responsable del recuerdo de
destrezas motoras y perceptivas; no radica en el hipocampo y depende del
entrenamiento y la práctica, es decir, funciona por condicionamiento.
Decía Don Santiago Ramón y Cajal,
el padre de la neurociencia moderna, que el cerebro es como un músculo: si no
se ejercita, se atrofia. A algunos pensar se les hace un poco cuesta arriba al
principio, pero cuanto más lo haces, más fácil te resulta y mejor te lo pasas; es
lo mismo que cuando haces footing (por cierto, leí el otro día no sé dónde que
pensar quema tantas calorías como correr). Algo parecido puede decirse de la
memoria: cuanto más practicas con ella, mejor está.
En cualquier caso, es imposible llegar a tener una memoria perfecta: el sistema está estructurado para que los
recuerdos puedan recuperarse de manera rápida, antes que de manera exacta; esta
rapidez era necesaria para nuestros ancestros de la sabana, que tenían que
recordar experiencias pasadas a tiempo para escapar de los depredadores, así
que desde el punto de vista evolutivo esto tiene bastante sentido. Está
comprobado que el 80% de las condenas a inocentes se deben a inexactitudes en
los recuerdos de los testigos, y varios estudios han demostrado que es
relativamente fácil sugestionar a una persona para que crea recordar algo que
en realidad no pasó. Como decía Leonard Shelby: los hechos son fiables, la memoria no lo es.
En el último escalón antes de llegar a lo patológico están las
personas que, aun siendo normales, tienen una memoria todavía menos fiable que
el promedio: lo que llamaríamos memoria de pez… Aunque parece ser que investigaciones
recientes han demostrado que los peces no tienen un lapso de atención tan
reducido como se pensaba; esto me recuerda la escena de Buscando a Nemo en la que
Dory le dice a Marlín que la siga y al cabo de unos segundos se olvida
completamente y cree que él la está persiguiendo… Esto a su vez me recuerda
otra escena, bastante similar, de Memento…
pero me estoy yendo por las ramas.
Pasemos a hablar de los distintos criterios de
clasificación de la amnesia.
Por un lado, la psicopatología divide la amnesia en dos grandes grupos: orgánica,
cuando hay una causa de tipo físico (traumatismo craneoencefálico, trombosis,
tumor, anoxia, embolia, infarto…), y disociativa, cuando no existe tal causa
física, sino que la pérdida de los recuerdos viene dada por un choque emocional
o la vivencia de una experiencia psicológicamente traumática. Por otro lado,
hay una segunda clasificación entre amnesia retrógrada, o hacia atrás, y
amnesia anterógrada, o hacia delante. La amnesia retrógrada consiste en que se
borran recuerdos anteriores al golpe físico o trauma psicológico en cuestión; es
más probable que se borren los hechos más recientes, llegando la amnesia hasta
un cierto punto en el pasado que será tanto más lejano cuanto más grave sea el
caso. Muy raramente el olvido es total, incluyendo la pérdida de la propia
identidad; éste es un error que se ha repetido mucho en las películas desde la
época del cine mudo (otro falso mito es que la memoria vuelva por arte de magia
con otro porrazo en la cabeza, así que no lo intentéis en casa, niños). Un ejemplo
que me viene a la mente de amnesia retrógrada total (y por lo tanto no muy
realista) por causa orgánica (un par de balazos) es el de Jason Bourne,
aunque en este caso podríamos disculpar a los guionistas diciendo que había otros
factores añadidos que favorecían la pérdida de la identidad, como el “lavado de
cerebro” que se le hizo a Bourne durante su entrenamiento o sus múltiples
identidades como agente secreto. En cuanto a la amnesia disociativa,
lógicamente sólo puede ser retrógada, porque no puedes querer olvidar algo que
no te ha pasado todavía; tenemos un ejemplo de amnesia (o fuga) disociativa en
el personaje de Leonardo DiCaprio en Shutter Island.
La amnesia anterógrada
se caracteriza por quedar dañados los centros encargados de crear nuevos
recuerdos, y por tanto no se pueden añadir datos nuevos a la memoria a largo
plazo a partir del momento del accidente. Esto puede ocurrir de forma
instantánea, si se recibe un golpe en la cabeza, o también de forma gradual,
como ocurre con el Síndrome de Korsakoff,
que se da en casos de alcoholismo, o con la enfermedad de Alzheimer, en la que
el deterioro del sistema nervioso se debe a la edad avanzada. Hay ejemplos de
personajes públicos que han sufrido amnesia anterógrada, como Clive Wearing, el pianista con siete segundos de memoria, pero nos centraremos en otros
dos ejemplos un poco más anónimos, al menos en su momento.
Henry Gustav Molaison
(conocido hasta su muerte a los 82 años por sus iniciales, H.M.) padecía de
joven ataques epilépticos y se le extirpó el hipocampo de ambos hemisferios,
provocándosele una amnesia anterógrada. Es el paciente de este tipo más estudiado
de la historia: su memoria a corto plazo estaba intacta, pero su memoria a
largo plazo para hechos posteriores a la intervención quedó dañada, incluyendo
tanto la memoria episódica como la semántica. Sin embargo, tenía intacta la
memoria procedimental y podía aprender, por medio de entrenamiento, tareas como
cortar el césped o dibujar una estrella reflejada en un espejo. Después de cincuenta
años internado y bajo estudio, la doctora seguía teniendo que presentarse cada
vez como si fuera la primera, porque no la recordaba. Cuando se veía en el
espejo se asustaba mucho porque no había tenido conciencia del paso del Tiempo:
se recordaba de joven y por tanto no reconocía la cara que veía reflejada. Tras su muerte en 2008 la estructura anatómica de su cerebro ha sido estudiada en
profundidad para intentar relacionarla con las observaciones realizadas en
vida, y así poder comprender mejor cómo funciona el cerebro y ayudar a otros
pacientes.
Un caso similar al anterior se nos narra en uno de
los capítulos del libro “El Hombre que confundió a su mujer con un sombrero”,
de Oliver Sacks, cuya lectura recomiendo
encarecidamente. El capítulo se titula “El Marinero Perdido”
y nos narra la historia de Jimmie G., que entró en contacto con el Doctor Sacks
en 1975. Un Síndrome de Korsakoff ocasionado por su alcoholismo durante los
años 60 y 70 le había producido, entre otros problemas, una amnesia anterógrada
y cierto grado de amnesia retrógada, de modo que se había borrado su disco duro
entre los 19 y los 49 años: mentalmente había vuelto a ser un jovencito que
llevaba dos años trabajando en la Marina. Como en el caso de H.M., también
sentía miedo al mirarse en el espejo (aunque no por la amnesia anterógrada,
sino por la retrógrada) y se presentaba a los doctores una y otra vez como si
fuera la primera. Cuando le preguntaban, a veces decía que se sentía como si ya
estuviera muerto, sin alma; debe ser un auténtico infierno el no ser capaz de organizar
tus vivencias con el hilo conductor del Tiempo, el vivir en un zapping continuo
de momentos desordenados y fuera de contexto… Afortunadamente, como explica el
Doctor Sacks al final del capítulo, el Individuo no es sólo Memoria; es también
Sentimiento, Voluntad, Sensibilidad, Moral… A pesar de pasar por fases de
confusión, frustración e impotencia, Jimmie G. consiguió echar mano de otras
áreas del cerebro para tener también ciertos momentos de paz: cuando rezaba en la capilla,
cuando oía música o cuando practicaba la jardinería.
Investigando acerca de la película, me hizo gracia
descubrir que, como homenaje a este fragmento del libro de Sacks, Christopher
Nolan llamó Jimmy G. a uno de los personajes de Memento, el traficante de droga
novio de Natalie. También me he dado cuenta (aunque esto seguramente no es más
que una casualidad) de que el paciente protagonista
de la película Despertares, basada
en otro famoso libro del Doctor, se llama Leonard Lowe. La próxima semana hablaremos en detalle de un
caso más, esta vez ficticio pero realmente apasionante, de amnesia anterógrada:
Leonard Shelby.
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