lunes, 10 de junio de 2013

Remember Sammy Jankis (I)

La semana pasada, mientras os contaba que hago fotos para preservar en el Tiempo instantes de Belleza, me vino varias veces a la memoria la imagen de Leonard Shelby haciendo fotos con su cámara Polaroid para recordar cuál era su coche, en qué motel se alojaba o en qué personas podía confiar. ¿Y por qué me rondaba Leonard la cabeza?, os preguntaréis… Resulta que el Aula de Cine de la Universitat de València organiza todos los meses ciclos de películas que se proyectan en el Salón de Actos de la Facultad de Filología, los miércoles a las 18:00. El ciclo de junio lleva por título “Puzzle Noir. Desmontando el Cine Negro”, e incluye la película Memento, de Christopher Nolan, que copresento el día 19. Pensé que, aprovechando que tengo que preparar la presentación y el coloquio posterior, era el momento perfecto para escribir también una serie de entradas sobre la película y sobre la memoria en general. Además, aunque ya hemos hablado en el blog de las neuronas del córtex auditivo y del aumento de volumen craneal propiciado por la Evolución, todavía no he publicado ninguna entrada en la que el cerebro sea el protagonista… Y ya iba siendo hora, porque es el órgano que nos permite ordenar y comprender el Universo que nos rodea, y además con la gracia añadida de que esto ocurre de manera diferente para cada individuo. Ya sabéis que a mí me gusta comprender el Universo que me rodea, así que el estudio del cerebro es uno de los campos que más me apasionan.
En esta entrada múltiple nos centraremos en la memoria humana, y hoy empezaremos hablando de los distintos tipos de memoria y de lo que pasa cuando son dañadas las áreas del cerebro en las que radican. Aunque en los últimos años los investigadores tienen cada vez más claro que los procesos mentales no se circunscriben a una zona bien delimitada, sino que involucran de forma más difusa a varias áreas del cerebro, sí sabemos que el hipocampo, en el lóbulo temporal medio, es imprescindible en el proceso de la memoria. Pertenece al cerebro emocional, o sistema límbico, y consiste en dos estructuras, una en cada hemisferio cerebral, con forma de caballito de mar (de ahí su nombre). Tiene una gran densidad de células nerviosas y es el encargado de fijar los recuerdos para poder recuperarlos a largo plazo. Cuando rememoramos un momento determinado de nuestra vida, lo que hacemos es generar un patrón de actividad eléctrica de nuestras neuronas similar (pero desde luego no igual) al que tuvo lugar cuando experimentamos realmente aquellas sensaciones: esta zona se encarga de recuperar el olor de las rosas, aquélla de reproducir la música que sonaba a lo lejos, la de más allá de recordar el roce de una caricia… Me encanta la etimología de la palabra recordar: “Hacer pasar de nuevo por el corazón”… aunque sería más correcto decir “por el cerebro”.
 
 
En cuanto a los tipos de memoria, se puede hacer una primera clasificación entre memoria a corto plazo u operativa (que no va más allá de los 20 segundos), a medio plazo (que llega hasta unas pocas horas o días) y a largo plazo. La memoria a largo plazo puede ser explícita (que a su vez se divide en episódica y semántica) e implícita (o procedimental). Estos distintos tipos llevan asociadas distintas partes, o combinaciones de partes, del cerebro (algo parecido ocurre con las Inteligencias Múltiples, un tema también apasionante del que hablaremos en otra ocasión). La memoria episódica se encarga del almacenamiento y recuperación de hechos y acontecimientos concretos, y la memoria semántica del recuerdo de conocimientos generales acerca de cómo funciona el mundo. La memoria procedimental es responsable del recuerdo de destrezas motoras y perceptivas; no radica en el hipocampo y depende del entrenamiento y la práctica, es decir, funciona por condicionamiento.
Decía Don Santiago Ramón y Cajal, el padre de la neurociencia moderna, que el cerebro es como un músculo: si no se ejercita, se atrofia. A algunos pensar se les hace un poco cuesta arriba al principio, pero cuanto más lo haces, más fácil te resulta y mejor te lo pasas; es lo mismo que cuando haces footing (por cierto, leí el otro día no sé dónde que pensar quema tantas calorías como correr). Algo parecido puede decirse de la memoria: cuanto más practicas con ella, mejor está. En cualquier caso, es imposible llegar a tener una memoria perfecta: el sistema está estructurado para que los recuerdos puedan recuperarse de manera rápida, antes que de manera exacta; esta rapidez era necesaria para nuestros ancestros de la sabana, que tenían que recordar experiencias pasadas a tiempo para escapar de los depredadores, así que desde el punto de vista evolutivo esto tiene bastante sentido. Está comprobado que el 80% de las condenas a inocentes se deben a inexactitudes en los recuerdos de los testigos, y varios estudios han demostrado que es relativamente fácil sugestionar a una persona para que crea recordar algo que en realidad no pasó. Como decía Leonard Shelby: los hechos son fiables, la memoria no lo es.
En el último escalón antes de llegar a lo patológico están las personas que, aun siendo normales, tienen una memoria todavía menos fiable que el promedio: lo que llamaríamos memoria de pez… Aunque parece ser que investigaciones recientes han demostrado que los peces no tienen un lapso de atención tan reducido como se pensaba; esto me recuerda la escena de Buscando a Nemo en la que Dory le dice a Marlín que la siga y al cabo de unos segundos se olvida completamente y cree que él la está persiguiendo… Esto a su vez me recuerda otra escena, bastante similar, de Memento… pero me estoy yendo por las ramas.
 
 
Pasemos a hablar de los distintos criterios de clasificación de la amnesia. Por un lado, la psicopatología divide la amnesia en dos grandes grupos: orgánica, cuando hay una causa de tipo físico (traumatismo craneoencefálico, trombosis, tumor, anoxia, embolia, infarto…), y disociativa, cuando no existe tal causa física, sino que la pérdida de los recuerdos viene dada por un choque emocional o la vivencia de una experiencia psicológicamente traumática. Por otro lado, hay una segunda clasificación entre amnesia retrógrada, o hacia atrás, y amnesia anterógrada, o hacia delante. La amnesia retrógrada consiste en que se borran recuerdos anteriores al golpe físico o trauma psicológico en cuestión; es más probable que se borren los hechos más recientes, llegando la amnesia hasta un cierto punto en el pasado que será tanto más lejano cuanto más grave sea el caso. Muy raramente el olvido es total, incluyendo la pérdida de la propia identidad; éste es un error que se ha repetido mucho en las películas desde la época del cine mudo (otro falso mito es que la memoria vuelva por arte de magia con otro porrazo en la cabeza, así que no lo intentéis en casa, niños). Un ejemplo que me viene a la mente de amnesia retrógrada total (y por lo tanto no muy realista) por causa orgánica (un par de balazos) es el de Jason Bourne, aunque en este caso podríamos disculpar a los guionistas diciendo que había otros factores añadidos que favorecían la pérdida de la identidad, como el “lavado de cerebro” que se le hizo a Bourne durante su entrenamiento o sus múltiples identidades como agente secreto. En cuanto a la amnesia disociativa, lógicamente sólo puede ser retrógada, porque no puedes querer olvidar algo que no te ha pasado todavía; tenemos un ejemplo de amnesia (o fuga) disociativa en el personaje de Leonardo DiCaprio en Shutter Island.
La amnesia anterógrada se caracteriza por quedar dañados los centros encargados de crear nuevos recuerdos, y por tanto no se pueden añadir datos nuevos a la memoria a largo plazo a partir del momento del accidente. Esto puede ocurrir de forma instantánea, si se recibe un golpe en la cabeza, o también de forma gradual, como ocurre con el Síndrome de Korsakoff, que se da en casos de alcoholismo, o con la enfermedad de Alzheimer, en la que el deterioro del sistema nervioso se debe a la edad avanzada. Hay ejemplos de personajes públicos que han sufrido amnesia anterógrada, como Clive Wearing, el pianista con siete segundos de memoria, pero nos centraremos en otros dos ejemplos un poco más anónimos, al menos en su momento.
 
 
Henry Gustav Molaison (conocido hasta su muerte a los 82 años por sus iniciales, H.M.) padecía de joven ataques epilépticos y se le extirpó el hipocampo de ambos hemisferios, provocándosele una amnesia anterógrada. Es el paciente de este tipo más estudiado de la historia: su memoria a corto plazo estaba intacta, pero su memoria a largo plazo para hechos posteriores a la intervención quedó dañada, incluyendo tanto la memoria episódica como la semántica. Sin embargo, tenía intacta la memoria procedimental y podía aprender, por medio de entrenamiento, tareas como cortar el césped o dibujar una estrella reflejada en un espejo. Después de cincuenta años internado y bajo estudio, la doctora seguía teniendo que presentarse cada vez como si fuera la primera, porque no la recordaba. Cuando se veía en el espejo se asustaba mucho porque no había tenido conciencia del paso del Tiempo: se recordaba de joven y por tanto no reconocía la cara que veía reflejada. Tras su muerte en 2008 la estructura anatómica de su cerebro ha sido estudiada en profundidad para intentar relacionarla con las observaciones realizadas en vida, y así poder comprender mejor cómo funciona el cerebro y ayudar a otros pacientes.
Un caso similar al anterior se nos narra en uno de los capítulos del libro “El Hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, de Oliver Sacks, cuya lectura recomiendo encarecidamente. El capítulo se titula “El Marinero Perdido” y nos narra la historia de Jimmie G., que entró en contacto con el Doctor Sacks en 1975. Un Síndrome de Korsakoff ocasionado por su alcoholismo durante los años 60 y 70 le había producido, entre otros problemas, una amnesia anterógrada y cierto grado de amnesia retrógada, de modo que se había borrado su disco duro entre los 19 y los 49 años: mentalmente había vuelto a ser un jovencito que llevaba dos años trabajando en la Marina. Como en el caso de H.M., también sentía miedo al mirarse en el espejo (aunque no por la amnesia anterógrada, sino por la retrógrada) y se presentaba a los doctores una y otra vez como si fuera la primera. Cuando le preguntaban, a veces decía que se sentía como si ya estuviera muerto, sin alma; debe ser un auténtico infierno el no ser capaz de organizar tus vivencias con el hilo conductor del Tiempo, el vivir en un zapping continuo de momentos desordenados y fuera de contexto… Afortunadamente, como explica el Doctor Sacks al final del capítulo, el Individuo no es sólo Memoria; es también Sentimiento, Voluntad, Sensibilidad, Moral… A pesar de pasar por fases de confusión, frustración e impotencia, Jimmie G. consiguió echar mano de otras áreas del cerebro para tener también ciertos momentos de paz: cuando rezaba en la capilla, cuando oía música o cuando practicaba la jardinería.
Investigando acerca de la película, me hizo gracia descubrir que, como homenaje a este fragmento del libro de Sacks, Christopher Nolan llamó Jimmy G. a uno de los personajes de Memento, el traficante de droga novio de Natalie. También me he dado cuenta (aunque esto seguramente no es más que una casualidad) de que el paciente protagonista de la película Despertares, basada en otro famoso libro del Doctor, se llama Leonard Lowe. La próxima semana hablaremos en detalle de un caso más, esta vez ficticio pero realmente apasionante, de amnesia anterógrada: Leonard Shelby.

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