lunes, 27 de octubre de 2014

Que se Mueran los Guapos (III)


Seguimos por tercera y última semana con Que se Mueran los Guapos, una de esas terapéuticas entradas sobre Inconformismo que escribo de vez en cuando, y con las que me quedo tan a gusto. En la entrega anterior os estuve explicando lo difícil que me resulta conocer mejor a las chicas que me llaman la atención, y hacer que ellas me conozcan también a mí… Si estuviéramos en el supermercado, yo sería como esa manzana natural, dulce y jugosa, pero un poco asimétrica, de color más apagado y con alguna que otra manchita, rodeada de otras manzanas rojas, grandes y lustrosas, que entran por los ojos pero sin ningún sabor y llenas de conservantes artificiales. Las clientas sólo tienen que alargar la mano cuando les apetece y coger una manzana… que nunca soy yo, claro. Y el caso es que la que me prueba, repite… el problema es que hasta ahora muy pocas han querido probarme.

Os ruego que perdonéis el tono algo agresivo de estas entregas, pero después de cuatro años de búsqueda infructuosa, y también de oír y ver bastantes estupideces a mi alrededor, se me empieza a agotar la paciencia; permitidme pues que me desahogue un poco por esta vía. Un par de desilusiones que he tenido en las últimas semanas han sido sólo la gota que colma el vaso, el detonante de que me pusiera a escribir sobre esto, pero el que me sienta así no se debe a una mujer en particular, ni a un suceso en particular, sino a una acumulación de muchos pequeños detalles, de mil dolores pequeños, a lo largo del Tiempo… Por muy a gusto que estés contigo mismo, al final te tocan la moral tantas bofetadas metafóricas y tantas negativas que a pesar de venir envueltas en buenas maneras no dejan de ser cortantes, ya que recibes la respuesta casi antes de terminar la pregunta.




Os voy a contar una anécdota de aquella maravillosa y convulsa época en la que tenía trece años e iba al colegio. Recuerdo que una vez nos habían mandado hacer un trabajo bastante complicado para clase y que me había pasado todo el fin de semana encerrado en casa, documentándome y redactándolo. El lunes por la mañana, subiendo al aula por las escaleras con mis compañeros, una de las chicas más guapas de la clase (no era aquella otra que me gustaba tanto, pero tampoco estaba nada mal) se me acercó y, después de darme algo de palique, me preguntó si podía echarle un vistazo a mi trabajo para “coger algunas ideas” antes de que hubiese que entregarlo… Yo sabía que en lugar de haber estado trabajando, ella y sus amigas habían ido al Arena Auditorium a bailar y a ligar con los malotes guapos de los cursos superiores, lo cual me parecía bien siempre y cuando luego no pretendiese copiar mi trabajo; así que, ya por entonces un poquito harto de este tipo de cosas, me armé de valor y le dije directamente que no me parecía bien. Ella no debía estar muy acostumbrada a recibir un no por respuesta, porque durante dos o tres segundos su cara fue un auténtico poema, pasando de la sorpresa al odio y por último a un desprecio muy mal disimulado… La dejé totalmente descolocada.

Que quede bien claro desde el principio que no se debe generalizar, pero quiero dejar constancia de ciertas correlaciones que se dan en nuestra sociedad: En primer lugar, al tener desde la adolescencia constantes ofertas de actividades sociales en grupo o en pareja, los guapos no pasan tanto tiempo en casa, y muchas veces el que pasan lo pierden arreglándose para salir (algunos lo emplearán también en el futuro en ir al gimnasio o a la peluquería), con lo que no leen tantos libros ni terminan sus deberes; por consiguiente, es probable que no cultiven tanto su mente ni tengan tantas luces como la gente físicamente más normalita, que goza de más tiempo libre para pensar. En este sentido, los prejuicios de la mayoría constituyen a largo plazo una ventaja para los menos guapos (aunque también hay gente del montón que pierden el tiempo intentando parecer atractivos y acaban siendo igualmente unos atontaos). Esto me recuerda una frase de Woody Allen que viene muy al caso: “Las mujeres más guapas resultan ser casi siempre las más aburridas, y ésa es la razón de que ciertas personas no crean en Dios”.

En segundo lugar, aunque en menor medida, el atractivo físico de una persona puede acabar afectando a su sistema de principios, a su integridad como individuo. Algunos guapos están acostumbrados a ganar más fácilmente, saben que tienen cierta ventaja y no les importa usarla, aunque no sea justo; de modo que le cogen el gustillo y a veces hacen lo que sea, incluso trampas, para seguir ganando. En consecuencia su nivel de empatía disminuye, y aunque tienen bien pulidas sus habilidades sociales a nivel superficial, en el fondo suelen ser más prepotentes y egoístas… Me viene a la cabeza otra frase de Woody Allen: “Soy lo suficientemente feo y lo suficientemente bajo como para triunfar por mí mismo”. Vuelvo a repetir que, igual que no hay que prejuzgar a los guapos positivamente, tampoco hay que hacerlo en sentido negativo: yo tengo amigos y amigas guapos y a la vez inteligentes y/o buenas personas… Pero sobre todo en lo tocante a la inteligencia, aunque no ocurra siempre ni mucho menos, sí es más probable que una cosa lleve a la otra. Si todavía creéis que mis argumentos están cogidos con pinzas y queréis un ejemplo similar, pensad en los políticos en lo más alto del poder: también es verdad que no todos son corruptos, pero con el tiempo se está viendo que tienen muchas papeletas para serlo.




Por otro lado, el hecho de que una chica se eche un novio guapo sin pensárselo mucho entraña otro riesgo, aparte de la posibilidad de que sea un poco tonto o un borde: puede que, cegada por su belleza física, no tenga en cuenta que sus gustos y aficiones no son compatibles con los de ella, y que a la larga, cuando cese la tormenta de hormonas del enamoramiento, no tendrá de qué hablar con él. En conclusión, acabamos teniendo a mucha gente maja metida en casa, sufriendo por estar solos, mientras en la calle muchas personas sufren en pareja porque no han sabido elegir bien a su compañero, aunque ni siquiera son conscientes de lo que han hecho mal; por culpa de las prisas a la hora de emparejarse, sufren tanto los feos como los guapos… Sí, por supuesto: también hay guapos que sufren, y que son inseguros, y que cortan con sus parejas… pero por lo menos ellos reciben más besos y abrazos por el camino, y echan un polvete de vez en cuando.

De esta forma hemos ido creando una sociedad que no funciona, una sociedad hedonista, enferma, doliente, perdida… Qué pena que por culpa de esta obsesión con la apariencia externa se vea perjudicado el crecimiento intelectual y espiritual de las personas y mucha gente muy válida se esté (nos estemos) quedando sin las oportunidades y sin el cariño que nos merecemos… Y lo peor es que ésos que se dejan llevar por los prejuicios y por las engañosas apariencias no se dan cuenta de que ellos mismos y ellas mismas se están negando así también, de forma inconsciente, su propia felicidad… Como decía la semana pasada, en el pecado llevan la penitencia.




Lo malo de esto, como ya he comentado anteriormente, es que se trata de un problema sistémico, bastante difuso, y mucha gente no quiere aceptar que realmente exista, pero así es. La responsabilidad está tan repartida entre todos nosotros que nadie parece hacer el más mínimo esfuerzo por cambiar la situación (yo ya estoy poniendo mi granito de arena, entre otras cosas con esta entrada). Varias veces he visto a amigas mías negándose a ver esas pequeñas señales, esas lucecitas rojas de alarma, ante la perspectiva de ligar con un guaperas; o reconociendo esas señales pero engañándose a sí mismas con la tan conocida frase: “Yo le haré cambiar”. Francamente, en ocasiones me siento como uno de esos predicadores locos de las películas americanas que auguran el fin del Mundo por las aceras mientras la gente pasa de largo sin hacerles caso… Pero a pesar de esa sensación de soledad, me da la impresión de que yo estoy solo en el lado correcto y todos los que me rodean están juntos en el lado equivocado; por eso soy tan vehemente en mis razonamientos y exagero un poco acerca de la gravedad del asunto, para compensar esta desventaja… ¿O acaso podría Jimmy Olsen, el joven fotógrafo del Daily Planet, competir sin ayuda contra un Hombre de Acero como Superman? A veces me gustaría tener un poco de kriptonita que me permitiera inclinar la balanza de mi lado y quitar de en medio a los “superhombres” de músculos hipertrofiados, cara bonita y cerebro vacío.

Resumiendo, el problema de nuestra sociedad no es que haya gente guapa, el problema es que haya tanta gente que se deje llevar por estereotipos y prejuicios, y que se premie la belleza física en sí misma, sin un respaldo de otras cualidades. Como ya dije una vez hace tiempo, no pasa nada por cuidar tu cuerpo si además cuidas tu mente y tu alma; y del mismo modo no pasa nada por ligarte a un guapo o a una guapa si además es inteligente y buena persona. Sintetizando al máximo el motivo de mis quejas, creo que también en el terreno sentimental debería haber más personas que tomaran las decisiones sin tanta prisa, que es precisamente lo que decíamos al principio de esta entrada triple: elegir al compañero con el que te gustaría pasar el resto de tu Vida bien vale que te tomes tu tiempo y rasques más allá de la superficie.




Volviendo a mi caso particular… Si a una mujer en concreto la saludo normalmente llamándola Guapa no es tanto porque me parezca guapa de cara (que a lo mejor también), sino porque tiene algo más, algo que no se ve, que me resulta atractivo. Y que la llame Guapa tampoco significa que se me haya pasado por la cabeza la idea de llegar a algo más, sino sencillamente que me lo pide el cuerpo, que creo que se lo merece; por ejemplo, a las chicas con pareja que considero realmente especiales también las saludo así. La pasada semana os hablé de las mujeres que me atraen de verdad, y de cómo intento pasar todo el tiempo posible en su compañía, dándoles conversación, preocupándome por sus cosas, echándoles piropos y tratándolas como a Reinas. En muchos de estos casos ha llegado un momento en que, al acumularse varios desplantes o tras aguantar varias tonterías seguidas, se me ha caído la venda, me han bajado de golpe los niveles de hormonas y he sido capaz de escuchar claramente a mis neuronas, tras lo cual, sin armar escándalo, simplemente me he ido con los piropos a otra parte. Y seguimos siendo amigos, por supuesto, pero a ésas poco a poco dejo de decirles “¡Hola, Guapa!” cuando las saludo, porque la Magia se ha ido y ya no me parecen tan guapas por dentro… De todos modos, mi vida social es actualmente bastante activa, y suele suceder que al cabo de unas semanas o unos meses hay otra mujer que me va pareciendo cada vez más guapa conforme la voy conociendo, y se convierte en la nueva Reina de mi corazón… y así voy: de oca en oca y (por ahora) de desilusión en desilusión.




Lo que tiene más gracia del asunto es que ninguno de estos distanciamientos por mi parte (en el último par de años recuerdo haber tenido como tres o cuatro) me ha resultado demasiado traumático, porque pensándolo fríamente ninguna de ellas me parecía “la elegida” ni siquiera antes de que la cagaran… y cuando la cagaron, pues todavía menos. Creo que es estúpido seguir colgado de una tía que no sabe valorar mis cualidades positivas, y a la que ni siquiera le apetece tener la oportunidad de conocerme mejor, independientemente de que tenga un físico más o menos atractivo (y os aseguro que me han gustado chicas desde lo más guapo hasta lo más normalillo). Una mujer aparentemente interesante que rechaza a un tío inteligente, simpático, gracioso, amable y tierno como yo, y sólo por el físico o por una pequeña diferencia de edad, automáticamente deja de resultar interesante para mí. A posteriori, tratando de racionalizar la situación, me digo siempre a mí mismo que Fulanita o Menganita no eran para tanto, y me consuelo pensando que dentro de treinta años todos esos guaperas con los que salen o con los que sueñan seguirán siendo unos memos y además estarán viejos y arrugados, mientras que yo, con un poco de suerte, conservaré todas mis cualidades intactas… Afortunadamente, en ese sentido tengo las ideas bastante claras: Mi inteligencia es mi kriptonita.

Esta historia que os cuento me ha pasado ya tantas veces que, sinceramente, estoy empezando a dudar que quede por ahí alguna mujer sin compromiso que valga la pena. ¿Estaré realmente predicando en el desierto? Como ya he dicho en otras ocasiones, prefiero seguir solo a estar mal acompañado, pero no pierdo del todo la esperanza; espero que llegue el día en que conozca a una chica que detenga el Tiempo y rompa este círculo vicioso. Tengo la impresión de que cuando aparezca la mujer adecuada será todo muy sencillo, todo encajará en su sitio sin esfuerzo y de forma natural: habrá un par de detalles en el otro que nos llamarán la atención, empezaremos a hablar y nos saldrán en seguida temas de conversación interesantes para ambos; enseguida querremos intercambiarnos los teléfonos y los mails, y encontraremos fácilmente huecos en nuestras agendas para quedar, conocernos mejor y descubrir poco a poco que estamos hechos el uno para el otro… Por otra parte, entiendo que esa Mujer ha de ser algo fuera de lo normal para que esto ocurra, y que puede pasar mucho tiempo hasta que aparezca. ¡Son tantos los indicios de Belleza interior que me gustaría encontrar en ella, tantas las características que tendría que reunir para ser perfecta a mis ojos…! ¿Podría ser que dicha Mujer estuviera leyendo esta entrada del blog ahora mismo? Otro día, más adelante, enumeraré esas características una por una y saldremos de dudas.




3 comentarios:

ana elena pena dijo...

no hay mujeres ni hombres feos sino copas de menos. Descorcha una botella de jaggermeister y la noche es tuya. Abrazos!

Kalonauta dijo...


¡Otro abrazo muy fuerte para ti, Guapísima! ;-) :-)

Kalonauta dijo...


Hola de nuevo, lectores.

Aún a día de hoy, bien entrado el 2016, sigo pensando que es mejor estar solo que mal acompañado. Creo que las personas que están sin pareja se pueden clasificar en dos tipos: los que no pueden conseguir una y los que pueden aguantar sin ella porque no les convence nada de lo que ven a su alrededor... Esto me recuerda un diálogo muy bueno de la primera temporada de True Detective (si no la habéis visto os la recomiendo, en serio); creo que era una conversación entre los personajes de Rust y Maggie en la que él le dice: "No tengo pareja porque sé lo que quiero y no tengo miedo a estar solo"... ¡Cuánta sabiduría concentrada en tan pocas palabras!

¡Saludos nihilistas! ;-)