La trilogía “Antes de…” de
Richard Linklater trata sobre la conexión profunda entre dos personas, y
nosotros seguimos explorando aquí las conexiones formales y temáticas entre las
tres películas que la integran. Ya hemos visto que el film original era acerca
del amor a primera vista,
el amor romántico, y que el segundo trataba sobre aprovechar la oportunidad
perdida cuando se vuelve a presentar. Tras el estreno de Antes del Atardecer
Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy eran ya conscientes de la posibilidad de
que hubiese una tercera entrega más adelante, y así acabó sucediendo. A estas
alturas los dos actores estaban tan familiarizados con la historia que
proponían ideas no solo para su personaje, sino para el de su pareja,
resultando un trabajo entre tres en el que hasta los más pequeños detalles se
habían pulido en la etapa de escritura del guión.
Antes del Anochecer se
estrenó en 2013 (también la vi en el cine, y creo que el primer día, cosa rara
en mí) y retoma la historia nueve años después. En la primera escena Jesse está
en un aeropuerto griego acompañando a Hank, su hijo adolescente, al avión que
lo llevará de vuelta a casa. Al salir de la terminal la cámara le sigue desde
atrás mientras llega a un coche en el que le espera apoyada en segundo plano, hablando por el móvil, Céline. Han
sido nueve años de incertidumbre, así que el romántico que hay en mí (os hablé
de él la semana pasada) no puede contener la alegría por la confirmación de que
al final acabaran juntos; sin embargo, la música no sube de volumen ni hay un
primer plano de ella porque para la pareja verse todos los días es algo ya
habitual, rutinario. Aunque no se han casado tienen dos niñas preciosas, Ella
y Nina, con el pelo rubio y
ondulado como su madre, dormiditas en el asiento de atrás del coche. Es
reconfortante ver que mientras Jesse conduce siguen charlando, filosofando y haciéndose
bromas: él simula ser el típico macho mediterráneo y ella hace una imitación
muy graciosa de una rubia tonta que se siente atraída por ese Don Juan… Esta
imagen de ambos aprovechando para recuperar su conexión de antaño
en los escasos minutos en que las niñas duermen en el asiento trasero fue de
hecho el germen de la película.
Ahora mismo ambos tienen cuarenta y un años. Él lleva de nuevo el pelo más
largo y está menos delgado, mejor de aspecto que en la segunda parte, como si
realmente le hubiera sentado bien al personaje pasar la última década con una
mujer a la que quiere de verdad. Ella sigue siendo muy guapa de cara aunque su
precioso culo francés (como ella misma lo denomina) está algo más regordete,
cosa por otra parte lógica teniendo en cuenta que ha parido gemelas. Nos
enteramos de que tras su reencuentro estuvieron un par de años en América pero
desde que nacieron las niñas viven en París. La ex de Jesse, una mujer al
parecer un poco manipuladora, se mudó con su hijo a Chicago. La breve escena de
Waking Life en la que
Jesse y Céline charlan tumbados en una cama, en un alto edificio de
apartamentos, podría entenderse, vista desde 2001, como un flash-forward a ese tiempo
en que vivieron juntos en Nueva York, después de lo ocurrido en la segunda entrega.
En un fantástico juego de espejos con las propias películas, Jesse escribió
la continuación de su primer libro, titulada “Esa Vez”, sobre su reencuentro en
París, y después un tercero (que ya no tiene que ver directamente con ellos dos),
y todos han tenido muy buenas ventas. Al menos de acuerdo con el segundo libro,
lo que ocurrió después del final de la anterior película fue que se pasaron
varios días en el apartamento de ella follando como locos… Me pregunto si entre
polvo y polvo bajaron esa noche al patio a cenar con los vecinos, me hubiera
gustado verlo; estos guiones son tan buenos y los dos actores lo hacen tan bien
que es como si conocieras a estos personajes de verdad, como si fueran buenos
amigos tuyos y quisieras pasar todo el tiempo posible con ellos.
En cuanto al trabajo de ella, sigue estando relacionado con el medio
ambiente, pero últimamente está muy estresada y descontenta y se está planteando
si aceptar o no una oferta para otro puesto, en el gobierno francés. A menudo
está pendiente de su teléfono y de las llamadas de trabajo; de hecho, los nueve
años transcurridos desde la segunda película se notan en que a los cinco
minutos del inicio ya vuelve a sonar el móvil, interrumpiendo la conversación
que mantenían los dos en el coche… Cada vez somos todos más y más dependientes
de las tecnologías de la comunicación, con los problemas que ello conlleva;
esto tendrá una influencia decisiva en la segunda mitad de la peli, como
veremos después.
La familia ha estado pasando unas semanas en el Peloponeso, en la casa de
campo de un compañero de profesión de Jesse, un escritor ya anciano, junto con
una amiga de este y otras dos parejas, una de ellas más joven (que la mayor
parte del tiempo mantienen su relación a través de Skype,
otro signo de los tiempos modernos). Estos secundarios intervienen bastante en
el primer tercio de la película (la duración total es de hora y media), y es
interesante ver a la pareja protagonista charlar con ellos durante tanto
tiempo. Jesse les comenta que está escribiendo su cuarto libro,
con varios personajes que tienen distintas particularidades a la hora de
percibir el paso del Tiempo:
por ejemplo una es una mujer con una constante sensación de dejà-vu, y hay otro
que no puede evitar ver todo lo que le rodea bajo el prisma de lo efímero de la Existencia,
la continua transformación, el Futuro a largo plazo…
En estas charlas vuelven a salir temas que ya se habían tocado en las otras
películas; en un momento dado hablan de que es mejor concentrarse en las amistades y en el trabajo que en
el amor romántico… Cuando Jesse y Céline interaccionan con otras personas queda
patente lo bien que se conocen ya: a veces completan las frases del otro (igual
que los actores contribuían a los diálogos del otro en la escritura del guión),
pero también en ocasiones hacen bromas con temas personales que al otro no le acaban
de sentar muy bien, porque tienen un trasfondo de queja real.
Después de este primer acto, el resto de la película volverá a ser de nuevo
exclusivamente para ellos dos: justo antes de su regreso a París sus amigos han
insistido en regalarles una noche solos en un lujoso hotel. De camino hacia
allá les parece raro poder pasear y charlar tranquilos
tanto tiempo, sin las niñas correteando a su alrededor… En lo que queda del film
hay varias escenas increíbles, en las que vemos a dos actores en estado de
gracia; podría decirse que, más que interpretarlos, se convierten en los
personajes, son realmente Jesse y Céline. Es una delicia prestar atención no
solo a lo que dicen sino también a cómo lo dicen, y a las cosas que se quedan sin
decir.
Mientras caminan comentan que cuando te haces adulto tus mejores
referencias para llevar la cuenta de los años son tus parejas y tus empleos
(eso lo puedo confirmar), y más adelante tus hijos. La abuela de Jesse acaba de
morir, poco tiempo después que su marido; estuvieron casados durante setenta y
cuatro años, lo que quiere decir que, tomando su primer encuentro como punto de
partida, Jesse y Céline todavía podrían seguir juntos cincuenta y seis años más. Esto da para muchas otras
películas… Por ahora parece que no habrá cuarta parte en 2022, pero no se descarta que al final la haya;
Linklater, Hawke y Delpy decidirán seguramente a lo largo de 2018 si ponerse a
trabajar en un nuevo guión.
Tras una visita rápida a la milenaria capilla bizantina de Santa Odilia, se
sientan junto a la orilla (él pasa su brazo derecho por detrás de ella, como en
el tranvía de Viena o el banco del jardín de París) y contemplan la puesta de Sol:
“Aún está ahí… Aún está ahí… Se fue.”
Todo acaba tarde o temprano y el día no es una excepción,
pero esta película no termina aquí sino antes de la medianoche,
y aún queda una parte bien distinta, de la que desaparecerá por completo el
romanticismo. Hay que tener en cuenta que los nueve años transcurridos entre la
primera y segunda entregas Jesse y Céline estuvieron separados, pero los
siguientes nueve han estado juntos, y ese tiempo es más que suficiente para que
surjan tensiones que pongan a prueba su relación. ¿Recordáis que a medianoche
la carroza de la Cenicienta se transformaba en una calabaza?
Ellos mismos lo comentaban al final de la primera película. El tercer acto del
film dejará bien patente que la Vida real no es un cuento de hadas
con un “Vivieron felices para siempre”…
Entran a la moderna y elegante habitación de hotel y después de un par de
minutos de conversación se sientan en la cama. Empiezan poco a poco a
desnudarse y él le besa los pechos con delicadeza. Ella le sigue ofreciendo su
lengua de esa forma tan sensual cuando se besan, igual que hace dieciocho años,
aunque también se da cuenta de que su barba ya no tiene aquellos tonos rojizos que
le llamaron la atención en Viena… De repente suena de nuevo el móvil de ella.
Por un segundo se me encoge el corazón pensando que puede haberle pasado algo a
sus hijas, pero no; es Hank, el hijo de él, para avisar de que ha llegado bien,
y por segunda vez en la película ella no le pasa a él el teléfono antes de
colgar, lo que le molesta un poco. Empiezan a hablar de lo mal que se siente
Jesse por vivir tan lejos de Hank y de lo despreciable que es su exmujer, y lo
que iba a ser una noche romántica empieza poco a poco a torcerse.
Durante los primeros cinco minutos de la discusión ella sigue con los
pechos al aire, pero apenas me doy cuenta, preocupado como estoy por las
posibles repercusiones de la riña; sin duda es una decisión muy valiente por
parte de Julie Delpy que le aporta mucha Verdad a la escena, esto podría pasar
perfectamente con una pareja real (es como seguir hablando mientras estás en la taza del wáter)… En cuanto él ve
que la cosa empieza a caldearse, coge el teléfono de ella y lo silencia, para
evitar nuevas interrupciones; de nuevo queda patente la falta de intimidad que
tenemos hoy en día con los malditos móviles,
aunque también es cierto que haber podido contactar con ella en su segunda
visita a Viena le habría cambiado la Vida a Jesse por completo (las
herramientas no son en sí buenas ni malas, depende de cómo se usen).
Discuten sobre la posibilidad de mudarse o no a Chicago y empiezan a salir poco
a poco todas las frustraciones que tienen acumuladas dentro
por no poder conciliar sus responsabilidades y sus anhelos. Seguramente no es
la primera vez que tienen una discusión similar, pero esta parece ser
especialmente virulenta. La que se siente más herida es Céline, que le
recrimina el dedicar mucho tiempo a escribir mientras ella abandonó hace años
pasiones como su música para ocuparse más de las niñas. Él le responde que
escribir es su trabajo, y que puso su Vida patas arriba, separándose de su
hijo, por oírla cantar un vals a la guitarra
nueve años atrás. El tono de la discusión se va elevando, y mientras hablan en
la habitación del hotel me recuerdan a aquella pareja que gritaba en alemán
mientras su tren llegaba a Viena, la pareja gracias a la cual ella se sentó a
su lado, comenzando su historia… ¿Está esa misma historia a punto de terminar?
Vistas las puyas que se van lanzando, no sería descabellado pensarlo.
El hecho de conocerse tan bien el uno al otro después de tantos años
(recordad cómo terminaba el poema que les escribió aquel chico en Viena: “¿Acaso no me conoces a estas alturas?”)
puede ser utilizado por ambos para herirse más eficazmente, pero aunque a veces
recurren a golpes bajos por lo general discuten de manera racional. Los
espectadores también los conocemos bien y sabemos que ninguno de los dos es
estúpido o una mala persona; se escuchan el uno al otro,
no han desarrollado esa sordera selectiva de la que hablaba Céline en el tren. Ella
está más nerviosa, y va sacando a relucir todas las espinitas que lleva clavadas
dentro; él parece más tranquilo e intenta poner paz. Ella está a punto de
marcharse de la habitación, pero vuelve a entrar y siguen discutiendo. Tras
acusarse mutuamente de supuestas infidelidades, ella le dice “Creo que ya no te
quiero” y se marcha por segunda vez. Él se queda sentado, triste y en silencio…
Os juro que cuando escuché esta frase la primera vez que vi la película me
quedé helado.
Ella se ha sentado en una mesa del muelle, en el sitio donde antes habían
contemplado el atardecer. Él sale a buscarla, la ve y se sienta junto a ella,
simulando ser un desconocido, a lo que ella responde que no tiene ninguna
gracia y que basta ya de juegos. Entonces él se inventa una historia (no muy
distinta a la que utilizó dos décadas atrás para que ella bajara del tren con
él) y le dice que es un viajero del Tiempo
que viene a entregarle una carta (en realidad es una servilleta) que ella
escribió a los 80 años para sí misma a los 40. Ella no participa del juego pero
él sigue hablando, poniéndose más serio e intentando hacerle entender que la
Vida no es un cuento de hadas, que el amor verdadero conlleva una parte de sufrimiento,
y que ambos tienen que aprender a convivir con lo bueno y también con lo malo
de ese compromiso a largo plazo. En ese momento ella no puede evitar ponerse a
llorar, y durante medio minuto ambos guardan silencio, alternando miradas al
vacío con miradas furtivas el uno al otro, igual que en la tienda de discos de
Viena dieciocho años antes, o subiendo la escalera del apartamento en París
nueve años atrás, solo que ahora ya no hay deseo en esas miradas sino tristeza.
Una vez más, un maravilloso juego de espejos
entre los tres filmes.
Poco a poco ella se va calmando y al final hace un esfuerzo por seguirle la
broma, recurriendo a su imitación de la rubia tonta y preguntándole por eso de los
viajes en el Tiempo… Parece que lo peor ya ha pasado.
La cámara se aleja, el sonido se va apagando y hay un fundido a negro. Suena
una melodía cantada en griego y empiezan a aparecer los títulos de crédito… ¡Peliculón!
De nuevo el final resulta ambiguo, desconocemos cuál será el alcance de la
reconciliación y qué decisiones tomarán ambos. ¿Seguirán viviendo en París? ¿Se
mudarán a Chicago? ¿Se separarán? En la Vida real las situaciones quedan muchas
veces abiertas, no hay resoluciones claras y ordenadas de los conflictos; precisamente
por eso esta trilogía rezuma Verdad por los cuatro costados.
Aunque el romanticismo desaparece por completo en el tercer acto de esta
película, yo no la calificaría de pesimista, más bien al contrario. Jesse y
Céline han compartido sus dudas y contradicciones internas, han sido valientes
y han verbalizado la parte menos bonita de su relación y, lo que es más
importante, han sido capaces de escucharse el uno al otro
(recordad que el hombre del tren en Viena seguía leyendo el periódico mientras
su mujer le gritaba, sentada a su lado). Céline misma le dijo a Jesse,
dieciocho años atrás en la orilla del Danubio, mientras les escribían un poema,
que de los conflictos también salen a veces cosas buenas. Es posible, solo
posible, que su relación salga todavía más fortalecida
de este mal momento; el final deja una puerta abierta a la esperanza.
Las tres películas nos hablan, por este orden, de las cosas como podrían llegar a ser, como deberían ser y como son en realidad.
Cada entrega de la trilogía es más agridulce que la anterior y a la vez mejor que la anterior,
porque la Vida real no es perfecta, la Vida real consiste en lidiar con la
rutina, la tristeza y los problemas que van surgiendo, y conseguir superar
estos obstáculos es precisamente lo que la convierte en algo maravilloso… La
semana que viene seguiremos hablando un poco más de Richard Linklater y de las
continuaciones de películas en las que ha transcurrido un periodo largo de
Tiempo no solo para los personajes sino también para los actores, y el poso de
Verdad inherente a las mismas.
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