La semana pasada
vimos que los expertos, incluso los que gozan de muy buena reputación en su
campo, se equivocan más a menudo de lo que nos pensamos. Teniendo en cuenta
éste y otros detalles como el hecho de que usan su propia jerga, un lenguaje
oscuro y críptico, para poner distancia entre ellos y el público y así hacerse
más necesarios, podríamos llegar a la conclusión de que no son tan distintos
del típico adivino de tres al cuarto
o del hechicero de la tribu; la única diferencia está en que en lugar de usar
una bola de cristal o las entrañas de un animal para ganarse la vida, los
expertos utilizan una presentación de PowerPoint… Y cuanto más tajantes y
categóricos se muestran en sus predicciones, más suelen equivocarse. Cuando un
experto acierta se cuelga la medalla, y cuando falla pone siempre excusas para
no pedir perdón, del estilo de “Mi predicción era racional pero los mercados
son muy volátiles”… Como ya hemos dicho otras veces, la ignorancia es muy
atrevida.
Sin embargo, a pesar de equivocarse más a menudo, es a estos
expertos tipo erizo,
con una visión sesgada y polarizada del Mundo, sin apenas tonos de gris, a los
que más cogen los medios de comunicación para los debates y las tertulias,
lo cual amplifica en mayor medida la sensación de que están en posesión de la Verdad
absoluta. Por tanto, son los medios de comunicación los que van repartiendo
esos carnés de experto de los que
hablábamos la semana pasada… pero no son los únicos responsables de este
problema; también lo somos nosotros, que tendemos casi siempre a seleccionar
los programas en los que las ideas se nos transmiten de forma más impactante,
aunque para ello estén excesivamente simplificadas. Preferimos los pronósticos
claros y concretos antes que las predicciones más abiertas, ambiguas o
prudentes… Puede que estas tertulias sean así más entretenidas, pero
entretenimiento y precisión no van necesariamente de la mano.
Muchas veces escuchamos a un experto porque buscamos no la Verdad,
sino una certeza a la que agarrarnos; queremos alguien que piense por nosotros,
alguien a quien poder creer ciegamente aunque luego se equivoque. De esta forma,
si las cosas salen mal, nos sentimos en parte liberados de la responsabilidad
de nuestras propias acciones; es más cómodo culpar al experto de nuestras decisiones erróneas.
Por eso los erizos son más populares en televisión y acumulan más menciones en
Google. Un asunto aún más peliagudo que éste es el de los presuntos expertos
que se venden y se dejan manipular por un medio de comunicación para
condicionar la opinión pública acerca de un tema determinado… pero de las
mentiras dichas a propósito ya nos ocuparemos otro día.
Llegados a este punto, deberíamos explicar por qué hasta ahora nos
hemos referido a ejemplos sacados más de las Ciencias Sociales que de las Naturales:
pues porque las Ciencias de la Naturaleza se enfrentan a problemas que, aun
siendo complicados, en comparación resultan más simples que los de las Ciencias
del Hombre. Los sistemas objeto de estudio de la Física, la Química y la
Geología, e incluso de la Biología y la Medicina, son más predecibles; se puede
prever con relativa exactitud (si se sabe cómo) cuál va a ser la trayectoria de un asteroide de aquí a veinte años,
o qué sustancias se generarán y cuánta energía se liberará en una cierta
reacción, o cuál será la respuesta del cuerpo de un paciente al administrarle
un determinado fármaco…
…Pero conforme vamos añadiendo nuevos niveles de complejidad, los
sistemas relacionados con los seres humanos se vuelven más y más caóticos, y
por tanto más difíciles de predecir: Psicología, Sociología, Historia, Política,
Economía, Finanzas…
En estos terrenos tan resbaladizos, reducir la complejidad de nuestro Mundo a
una (o más de una) fórmula sencilla y elegante
que sirva para hacer predicciones es, como ya hemos dicho en otras ocasiones,
más complicado de lo que parece. Paradójicamente, las carreras universitarias
que estudian los sistemas complejos propios de las Ciencias Sociales se
consideran más fáciles de cursar por la sencilla razón de que los temas se tratan
de manera más superficial, ya que es imposible aprenderlo absolutamente todo en
esos campos.
Incluso con sistemas de la Naturaleza hay siempre una cierta
incertidumbre y es imposible hacer predicciones totalmente exactas: el
resultado puede depender de muchos factores, y algunos de los factores
relevantes podrían haber sido pasados por alto… Nada es seguro al 100% salvo que dos y dos son cuatro;
exceptuando el caso de las Matemáticas, siempre que se hace una predicción hay
que acompañarla de una probabilidad de acierto o un margen de error…
Y este margen de error puede llegar a ser realmente grande en determinados
casos: por ejemplo en los sistemas microscópicos, explicados por la Física Cuántica, o en los sistemas con
un gran número de elementos, como la atmósfera, cuyo comportamiento trata de
predecir la Meteorología. En
resumen, hay ocasiones en que debemos rendirnos a la complejidad del Universo que
nos rodea, cambiar la arrogancia por humildad y limitarnos a hacer estimaciones
más que predicciones concretas.
Por tanto, a la hora de escuchar a los expertos, deberíamos
desconfiar de aquellos que crean que lo saben todo con absoluta precisión; ya
en su día decía Sócrates aquello de “Sólo sé que no sé nada”, y seguramente era uno de los
más sabios de su época. Un experto fiable es el que reconoce sus errores,
corrige sus predicciones y, como buen zorro, cambia sus estrategias en base a
la información recién adquirida. Los expertos que no hacen grandes
simplificaciones de las cosas, que dudan y dejan la puerta abierta a otros
posibles resultados, son los que más suelen acertar. En otras palabras, y como
decíamos la semana pasada: a veces las respuestas más vagas son paradójicamente
las más precisas, y las predicciones hechas con la boca pequeña son las que más
a menudo dan en el blanco.
Pero no dejemos que sean exclusivamente los expertos, ni siquiera
los del tipo zorro, los que elijan por nosotros… Poner las decisiones que
determinarán nuestra vida futura en manos de otros nos sitúa en una posición de
comodidad pero también nos deja fuera del proceso de toma de decisiones. Si no
estamos de acuerdo con lo que opina la mayoría, o incluso las autoridades en la
materia, digámoslo sin vergüenza. Debemos ser conscientes de que los expertos saben más que
nosotros, pero tal vez no mucho más, y desde luego bastante menos de lo que
aparentan saber; debemos tener claro que a veces, más que razonar, adivinan,
y que en su trabajo habitual, en algunos casos, la honestidad
brilla por su ausencia. Tomemos pues un papel activo a la hora de interpretar
el Mundo que nos rodea, seamos protagonistas de nuestra propia vida y asumamos
después la responsabilidad de nuestras acciones.
Si queremos que las decisiones tomadas sean las correctas, tenemos
que aprender a diferenciar las verdaderas señales del ruido de fondo
y los hechos de las opiniones, a no dar nada por sentado y a contrastar los
datos aunque nos cueste un poco más; es mucho mejor una Verdad alcanzada tras dedicar
tiempo y esfuerzo que una conclusión errónea improvisada con rapidez, de ésas
que según Beppo Barrendero son la raíz de los problemas del Mundo. Hemos de aprender
a pensar por nosotros mismos, a dudar de todo, observarlo todo y analizarlo
todo, y a sacar con calma nuestras propias conclusiones… No es casual que la
palabra “escéptico” provenga del griego “skeptikós”, que significa
“observador”. Otro día, más adelante, seguiremos hablando de escepticismo y pensamiento crítico.
2 comentarios:
Hola!
Geniales éstas últimas dos entradas.
La verdad es que tienes toda la razón.
Yo siempre he pensado que afirmar o negar conceptos, por seguro que pueda parecer a priori, en la mayoría de los casos nos lleva a la equivocación. Una persona reflexiva debería dejar siempre un espacio para la duda, y de hecho, al igual que muestra sus ideas y conceptos, mostrar también que bien podría estar equivocado, ya que de otro modo lo más porbable es que el tiempo desmienta parcial o totalmente su teoría.
En fin, pienso que éste es uno de los males del ser humano, nos cuesta horrores reconocer que no sabemos algo o que nos hemos equivocado, y es gracioso teniendo en cuenta que el estado general del ser humano es estar equivocado.
Un saludo!
Sí, es complicado todo este tema. Salvo los conceptos puramente abstractos, que son simplificaciones mentales no existentes en el mundo real (aritmética, geometría...), no hay nada que se pueda negar o afirmar categóricamente. A cada afirmación se le podría asignar una probabilidad de ser cierta; si es del 1% o del 99%, por economía de lenguaje decimos que es algo falso o verdadero, y ya está... Pero si la probabilidad es del 70%, habría que dejar esto claro de alguna manera, y no dar la afirmación por válida automáticamente... Es decir, habría que dejar una puerta abierta a la toma en consideración de nuevos datos y a la posible rectificación de nuestras conclusiones.
El mero hecho de describir el Cosmos por medio de nuestro lenguaje ya supone una simplificación de su complejidad, simplificación que a veces es peligrosa porque nos lleva a error, pero que también evita que nos volvamos locos tratando de tener en cuenta todas las posibles opciones en todo momento... El truco está en saber cuándo podemos simplificar o abreviar y cuándo no. Es el eterno problema de saber alcanzar el justo punto de equilibrio entre la total despreocupación y la excesiva obsesión por la Verdad: como dice el refrán, "En el punto medio está la Virtud".
¡Gracias por el comentario, Cancro! Es una gran alegría por mi parte recibirlos, porque me sirven para comprobar que al menos unos pocos de los que visitáis el blog os leéis las entradas hasta el final... :-)
¡Un abrazo!
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