En una ciudad grande y antigua que bien podría ser Roma (no por
nada se la conoce como la Ciudad Eterna)
se desarrolla la acción de Momo, la extraña historia de los ladrones del Tiempo
y de la niña que devolvió el Tiempo a los hombres. En esta novela, escrita por el alemán Michael Ende en 1973, se
nos advierte principalmente del obstáculo que representan el consumismo, el
estrés y el ritmo frenético de la sociedad actual para la búsqueda de la felicidad. En varias
de sus obras Ende usa la fantasía para decir verdades como puños, y el tema de Momo
en particular está hoy, cuarenta años después, más vigente que nunca. Es un
libro para niños pero también, y sobre todo, para aquellos adultos que queremos
seguir valorando todas esas pequeñas cosas que hacen que la vida valga la pena,
pequeñas cosas de las que a veces nos olvidamos. El libro es también, en cierto
modo, una declaración de amor de Ende a Italia y al pausado estilo de vida italiano,
el “dolce far niente”.
Sin embargo, y a pesar
de que hay tópicos que todavía hoy perduran, la cultura de la prisa ha
alcanzado también a los países mediterráneos, y precisamente muchas de las
iniciativas a favor de la vuelta a la lentitud han surgido desde Italia. Una de las
manifestaciones de esta tendencia general (aunque surgida en Francia) es el Decrecimiento,
del que ya hemos hablado antes en el blog: las reservas actuales de
combustibles fósiles han tardado unos 300 millones de años en formarse y sólo en
estos últimos 300 años hemos agotado más de la mitad; la única solución a la
crisis energética pasa por vivir al ritmo que marca la Tierra y dejar que ella
imponga sus tiempos, porque lo contrario es inviable a largo plazo. Pero el Movimiento Slow, que aboga por ralentizar
nuestro ritmo de vida y disfrutar más de lo que estamos haciendo en cada
momento, abarca muchos otros aspectos.
Tenemos por ejemplo la iniciativa CittaSlow, a la que varias
localidades españolas se han adherido ya, y que agrupa a municipios relativamente
pequeños que abogan por la calidad de vida de sus habitantes, la sostenibilidad
medioambiental y la defensa de los productos y tradiciones locales. O el Slow
Sex, que consiste en tomarse el sexo con más calma,
implicando los cinco sentidos y dando más importancia a la fase de seducción,
los juegos previos, la percepción de las sensaciones durante el proceso y los
mimitos de después frente al hasta ahora todopoderoso clímax del orgasmo. Y nombraremos
en último lugar la primera asociación creada para la defensa de la lentitud, a
partir de la cual fueron surgiendo las demás: el Slow Food, movimiento gastronómico que
aboga por una alimentación saludable y respetuosa con el medio ambiente, con
productos locales y de temporada, comiendo despacio y disfrutando
tranquilamente de la buena conversación que propicia el sentarse juntos a la
mesa. Con un total de cien mil seguidores en más de cien países en la
actualidad, surgió en 1986 como reacción en contra del fast food, o comida basura, cuando su fundador, el
cocinero Carlo Petrini, se pilló un cabreo monumental al descubrir que habían
abierto una sucursal de McDonalds
en plena Plaza de España, en Roma.
En resumen, es
preferible ser deliberadamente lentos a la hora de tomar decisiones acerca de qué rumbo
seguir, hay que aprender a ser plenamente conscientes de los detalles del
proceso en cada cosa que hacemos, y también hay que hacer a posteriori una
valoración detenida de las consecuencias de nuestras acciones. Ya lo dejan bien
claro muchos sabios refranes del pasado: “Vísteme despacio, que tengo prisa”, “Lento pero seguro”, “Despacito
y buena letra”… Según
Carl Honoré, tenemos que aprender a mirar nuestra agenda semanal, colocar todo
lo que se supone que deberíamos hacer por orden de prioridad y entonces aligerarla
un poco, empezando a cortar desde abajo… lo que no resulta nada difícil, porque
llenamos nuestro Tiempo de cosas que no son esenciales; lo hacemos como por acto
reflejo, porque es lo que hace todo el mundo. Estamos acostumbrados a dar
preferencia a las cosas aparentemente urgentes, sin plantearnos si son realmente importantes
o no, y muchas de estas actividades pierden su carácter de urgencia una vez nos
damos cuenta de que en realidad no tenemos ninguna obligación de hacerlas; hay que saber priorizar. También hay que aprender a usar la
tecnología sin que ella nos domine a nosotros, y concederse de vez en cuando
una pausa tecnológica,
libre de ordenadores y de móviles, para poder conectar mejor con nosotros mismos y con las
personas que nos rodean. Sólo así le podremos conceder el debido Tiempo a las
cosas importantes que a veces dejamos de lado: las relaciones interpersonales,
el sexo, lo lúdico, la comida… lo que nos aporta calidad de vida, en definitiva.
Y llegamos al porqué del título de esta entrada… Hace referencia
al capítulo 6 de Momo,
cuya lectura os recomiendo encarecidamente porque no es muy largo y realmente
no tiene desperdicio: “La Cuenta Está Equivocada, pero Cuadra”.
En él se nos narra la estrategia de los Hombres Grises para apoderarse del
Tiempo de la gente, y la visita de uno de ellos al señor Fusi, un barbero del
centro de la gran ciudad. Desde que leí el libro siendo pequeño se me ha
quedado grabada en la memoria la imagen del Hombre Gris, mascando su cigarro
gris y garabateando cifras en el espejo de la barbería con su lápiz gris,
tratando de convencer a Fusi de que había malgastado hasta el último segundo de
su vida. Para ello, hace un cálculo de su Tiempo de vida transcurrido hasta el
momento y una estimación del Tiempo empleado en sus rutinas diarias, con el fin
de restar y comprobar así su saldo de Tiempo disponible.
La estimación es la siguiente: ocho horas al día
para dormir, ocho para trabajar y dos para las distintas comidas; una hora para
hacer compañía y dar conversación a su madre, quince minutos para cuidar del
periquito y otra hora más para hacer las tareas de la casa; tres horas para
quedar con sus amigos y para actividades de ocio varias, como ir al cine,
cantar en un coro o leer algún que otro libro; media hora para visitar en
secreto y llevarle una flor a la señorita Daria, una mujer impedida por la que
siente algo especial, y por último quince minutos al día, antes de acostarse,
para reflexionar acerca de todo lo ocurrido durante la jornada. La cuenta en
horas sería 8+8+2+1+0,25+1+3+0,5+0,25 = 24 horas, que es precisamente lo que
dura un día. El convertir todos esos intervalos de Tiempo de horas a segundos y
el sumarlos para los trescientos sesenta y cinco días de cada uno de los
cuarenta y dos años de vida del señor Fusi no es más que un recurso barato para
que la espectacularidad de las cifras y el número de ceros al hacer la resta
distraigan al barbero del verdadero truco de prestidigitación:
el haber considerado como perdido mucho Tiempo que en realidad se aprovechó… y
muy bien, además, porque opino que el señor Fusi estaba haciendo justamente lo correcto antes de que le
visitara el Hombre Gris.
En la última parte del
capítulo Ende nos cuenta cómo este truco funcionó con Fusi y con otros muchos:
había que ahorrar Tiempo, había que abreviar
todas esas actividades “ridículas”… Sin embargo, el Tiempo ahorrado parecía
desaparecer misteriosamente; los días se les hacían más cortos y se les pasaban
cada vez más rápido, sin saber cómo. A pesar de ello, cada vez había más y más gente
que hacía lo mismo, por imitación, y todos iban siempre con prisas. Se suponía
que los nuevos inventos para hacer las cosas más rápido darían a los hombres la
libertad necesaria para “vivir de verdad”, como en los anuncios (fuera lo que
fuera eso), pero este momento nunca llegaba.
El Tiempo es Vida, y cuanto más Tiempo ahorraba la gente, menos tenía… Se
encontraban atrapados: en realidad no lo estaban ahorrando, estaban renunciando a él, y por
tanto estaban renunciando a la Vida. No caigamos nosotros
también en la trampa y aprendamos la moraleja de la historia de Ende: la lentitud nos permite practicar la arqueología
interior, nos facilita conocernos mejor a nosotros mismos y saber qué es lo
correcto. Tenemos que aceptar que vivimos mejor
cuando hacemos pocas cosas bien que cuando hacemos muchas mal; de lo contrario, la obsesión por no perder el Tiempo
puede acabar haciéndonos perder la cabeza.
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