lunes, 14 de abril de 2014

La Industria de los Expertos (I)


Enlazando con la entrada anterior, me gustaría empezar hoy hablando de Beppo Barrendero, uno de los mejores amigos de Momo, cuya forma de ser se nos describe en el siguiente fragmento del libro:
“Algunos opinaban que a Beppo Barrendero le faltaba algún tornillo. Lo decían porque ante las preguntas se limitaba a sonreír amablemente y no contestaba. Pensaba. Y cuando creía que una respuesta era innecesaria, se callaba. Pero cuando la creía necesaria, pensaba sobre ella. A veces tardaba dos horas en contestar, pero otras tardaba todo un día. Mientras tanto, el otro, claro está, había olvidado qué había preguntado, por lo que la respuesta de Beppo le sorprendía.
Sólo Momo sabía esperar tanto y entendía lo que decía. Sabía que se tomaba tanto tiempo para no decir nunca nada que no fuera Verdad. Pues en su opinión, todas las desgracias del mundo nacían de las muchas mentiras, las dichas a propósito y también las involuntarias, causadas por la prisa o la imprecisión.”
De estas mentiras involuntarias de las que hablaba Beppo trata la entrada doble que aquí comienza. En la sociedad actual la gran abundancia de información y las prisas por encontrar respuestas para muy distintos temas hacen que los expertos sean más necesarios que nunca. Como dice Carl Honoré, en vez de pensar en profundidad, ahora gravitamos de manera instintiva hacia la opinión más cercana. Las voces mediáticas a las que escuchamos realizan análisis inmediatos de los acontecimientos en el mismo momento en que se producen; y con frecuencia se equivocan, pero eso apenas importa: en el país de la velocidad, el que tiene la respuesta inmediata es el rey.
 
 
Hace unas semanas vi un reportaje muy interesante de Documentos TV, titulado La Industria de los Expertos, que fue el que me dio la idea para escribir la entrada. En él se habla de dos experimentos realizados por Frédéric Brochet en la Universidad de Burdeos con más de cincuenta expertos catadores de vino. En el primero se les pidió que valoraran una muestra de un vino blanco y otra del mismo vino blanco a la que se había añadido, sin que ellos lo supieran, un poco de colorante para que pareciera tinto. Sorprendentemente, la gran mayoría de especialistas describieron la segunda muestra de forma totalmente distinta, con adjetivos propios de un vino tinto. En un segundo experimento se llenó con el mismo tipo de vino, de calidad intermedia, dos botellas con etiquetas distintas, una de un vino de gran calidad y la otra de uno normalillo, de mesa. De nuevo los análisis fueron diferentes, llevándose mejores críticas el vino de la etiqueta de calidad. Quedó bien claro que a menudo los catadores se dejan llevar más por ideas preconcebidas relativas al color, la etiqueta o incluso el precio de la botella que por el propio olor y sabor del vino. No es la primera vez que hablamos en el blog de esta tendencia a simplificar demasiado las cosas y a rendirse ante la complejidad del mundo que nos rodea, pero es especialmente alarmante que ni siquiera los presuntos expertos en este campo se atrevieran a pensar por sí mismos y a opinar en contra de lo aparente, de lo establecido, de la opinión de la mayoría.
Otro ejemplo: cuando la reina Isabel II de Inglaterra visitó a finales de 2008 la London School of Economics, sorprendió a los expertos en la materia con una pregunta bien sencilla que estaba en ese momento en la cabeza de mucha gente: ¿Cómo es que nadie pudo prever la crisis? Las señales de que se avecinaba un cataclismo de tal envergadura en los mercados internacionales no deberían haber pasado inadvertidas, y sin embargo muy pocos especialistas alzaron la voz de alarma, y a ésos no se les hizo caso… Una vez ocurrido el desastre, hubo muchos más que dijeron que habían percibido esas señales… pero claro, la única predicción que no falla es la que se hace a posteriori; el día después todos somos sabios, o, como se suele decir: “A toro pasado, todos somos Manolete”. Ahora la predicción que intenta hacer todo el mundo es la de cuándo saldremos de la dichosa crisis…
 
 
Podríamos hablar durante horas de muchos otros campos del Conocimiento, además de la cata de vinos o la economía, en los que ocurre exactamente lo mismo: incluso en este mundo actual de especialización extrema, los supuestos especialistas en una determinada materia no consiguen atinar con la predicción correcta, y a veces incluso están completamente equivocados. Philip Tetlock, profesor en la Haas Business School de la Universidad de California en Berkeley, se pasó veinte años entre 1985 y 2005 contrastando miles de predicciones de unos trescientos expertos (por lo general asesores en temas políticos y económicos) con lo que realmente ocurría después, y llegó a la conclusión de que su porcentaje de aciertos es sólo mínimamente superior al de una persona cualquiera de la calle o al de un algoritmo aleatorio… vamos, que para ser expertos fallan más que una escopeta de feria. Y lo peor de todo es que mientras exponen sus conclusiones con total convencimiento no sólo se están engañando a sí mismos, sino también a nosotros, porque algunos de ellos están continuamente tomando decisiones en las altas esferas que nos afectarán a todos en el futuro.
Tetlock, que además de profesor de ciencias políticas es psicólogo, divide a estos pronosticadores en dos tipos, los zorros y los erizos: mientras que los primeros cambian su estrategia según el caso, los segundos sólo saben convertirse en una bola de pinchos. Los expertos tipo zorro tienen un amplio espectro de posibles enfoques, y están más abiertos a la incertidumbre y a la complejidad del mundo, y también a las opiniones disonantes. Son multidisciplinares, adaptables, autocríticos, cautos y empíricos. Los expertos tipo erizo, sin embargo, tienen unas convicciones poco flexibles y creen en un gran principio general que determina la evolución de la sociedad (véase Marx con la lucha de clases o Freud con el subconsciente). Están altamente ideologizados y tienden a ignorar tercamente las evidencias que no concuerdan con su visión del mundo, centrándose más en las que la respaldan; suelen ser especialistas sólo en “su tema”, que defienden, eso sí, con pasión, de manera confiada y vehemente. Por supuesto, Tetlock llegó a la conclusión de que los zorros tenían una capacidad predictiva claramente superior a la de los erizos.
La próxima semana veremos hasta qué punto debemos confiar en los supuestos expertos, seguiremos hablando de zorros y erizos y descubriremos que las respuestas más vagas son a veces las más precisas. También veremos que todo este problema radica en parte en que, a la hora de determinar si alguien es especialista, a menudo se encarga de ello quien no debería hacerlo; y desvelaremos quién va por ahí repartiendo carnés de experto a personas con la misma probabilidad de dar en el blanco que un chimpancé jugando a los dardos.
 

2 comentarios:

Cancro dijo...

Te debo un comentario en esta entrada, que la cosa tiene chicha!

Kalonauta dijo...


En pocos días tendrás también la segunda parte, así que a lo mejor te surgen más cosas para comentar...

Por cierto, en estas fechas festivas mis horarios andan siempre un poco trastocados, y es posible que las dos próximas entregas salgan en martes... Pero que no se me preocupe nadie, que saldrán.

¡Saludos, Cancro!