Hace dos semanas, escribiendo las entradas sobre la Catedral de
Valencia, en un momento dado mi mente se puso a divagar y pensé en los profetas
del Antiguo Testamento, en San Juan Bautista, en Jesús de Nazaret, en San
Pablo… Todos pasaron alguna que otra temporada vagando solos en el desierto, y la
verdad es que les vino bastante bien para poner las ideas en orden. Me acordé entonces
de la Regla de San Benito,
un conjunto de normas monásticas escritas por Benito de Nursia a principios del
S.VI, cuyo principio más importante era el de Ora et Labora, es decir, el justo
equilibrio entre el trabajo de los monjes (generalmente agrario), la meditación,
la oración y el sueño… Pero no os preocupéis, que por ahora ya hemos tenido
bastante dosis de Cristianismo; hoy nos dedicaremos a hablar de vida
contemplativa desde un punto de vista filosófico, no religioso.
Uno de los que tocó el tema es Aristóteles, para el cual el
concepto de Felicidad difiere según el tipo de vida de cada persona, distinguiendo
entre vida voluptuosa, vida política y vida contemplativa. La vida voluptuosa, o hedonismo, es la que persigue el placer de
los sentidos en todas sus vertientes, de manera similar a como hacen los
animales. La vida política busca el honor, la aprobación de los demás, pero
Aristóteles no piensa que sea ahí donde resida el sentido de la existencia
porque intuye que la Felicidad es algo íntimo, personal, alcanzable a nivel
individual. El tercer tipo de vida es la dedicada a conocer cómo funcionan las
cosas, a la contemplación (“theoria” en griego), y para Aristóteles es el más
perfecto. Le dedica el capítulo décimo de su Ética a Nicómaco,
en el que afirma que la inteligencia es la facultad del hombre más elevada y
más próxima a los dioses, ausente en los animales; por tanto, el hombre sabio
será el más amado por los dioses. Para Aristóteles, pues, el fin último del ser
humano es la búsqueda de la Felicidad a través de la vida contemplativa, o sea,
la búsqueda del Conocimiento.
Son interesantes también las ideas de la filósofa
alemana Hannah Arendt acerca de
la vida activa y la vida contemplativa: según ella, nuestro nacimiento hace que
se nos abra un abanico de posibilidades y por tanto nos remite a la vida
activa, mientras que la toma en consideración de los hombres como seres
mortales nos remite a la vida contemplativa. Al hombre que actúa se le
presentan alternativas, mientras que el que piensa intenta entender el Mundo
como un sistema ordenado en el que todo ocurre por una causa y por tanto no hay
lugar para la Libertad. Sin embargo, en la vida contemplativa se busca la
certeza, y en la activa no hay nada seguro, se asume la contingencia. Si la
vida activa anima a las personas a reunirse, la contemplativa las impulsa a la
tranquilidad del aislamiento. Y mientras la vida activa busca la inmortalidad
por medio de actos y obras en la esfera pública (la vida política de
Aristóteles), lo cual requiere una constante actualización y recuerdo por parte
de los demás hombres y mujeres en el futuro, la vida contemplativa se orienta
hacia la experiencia de lo eterno comprendida como algo íntimo y personal, al
margen de la sociedad y más allá de la contingencia y arbitrariedad humana.
Lamentablemente, la vida contemplativa ha perdido mucha importancia
frente a la activa a partir del S.XVI. En este mundo de prisas en el que vivimos hoy día la Filosofía ha sido
arrinconada por otras disciplinas y se piensa cada vez menos. A mí, sin embargo, me gusta más recibir datos
“hacia dentro” que hacer cosas “hacia fuera”; se podría decir, usando la terminología
de las neurociencias, que en mí el sentido aferente de la información
predomina sobre el eferente. Me gusta ver películas, series y documentales de
calidad, leer libros cuando tengo tiempo, escuchar buena música, ir a exposiciones
interesantes, asistir a conferencias y mesas redondas o simplemente pasear por
la ciudad y observar lo que hace la gente a mi alrededor. También me gusta
darle vueltas en mi cabeza a toda la información relevante que absorbo, llevar
a cabo un proceso de análisis y síntesis
y charlar de ello con otras personas que tengan intereses y objetivos vitales similares
a los míos.
No es mi estilo cocinar para mis amigos, irme a practicar
escalada, componer canciones, prepararme un disfraz para la próxima fiesta o
construirme un chalet en el campo…
En algunos casos porque no me parece que valga la pena hacerlo, y en otros
porque si lo hago querría hacerlo bien,
y eso me llevaría demasiado tiempo, haciendo que disminuyera mi flujo de datos
entrantes, que para mí es más importante que el flujo saliente. Que no suela
hacer ninguna de estas cosas no quiere decir en absoluto que me aburra, mi mundo interior es muy rico. Muchas veces las personas contemplativas viajan
más lejos y hacen más cosas que las personas activas, pero con la imaginación.
Ya hemos comentado antes en el blog
que cuando se imagina algo el patrón neuronal reproducido en el cerebro es muy
similar a cuando se hace, y que la actividad neuronal al pensar consume a veces
tanta energía o más que la actividad física de los músculos.
Actualmente la mayoría de la gente se dedica más a
actuar que a pensar, siguiendo normas o tendencias sociales que no entienden
sin parar a plantearse la lógica de las mismas: es como el que se pone a correr sin
haber pensado antes si va en la dirección correcta, o como el típico personaje de las películas que primero dispara y luego pregunta…
La potencia sin control no sirve de nada. Mi abuela paterna me decía que es
mejor ser una persona sabia que una persona lista: una persona lista (o
inteligente, si preferís) es la que consigue hacer las cosas rápido y bien,
pero sin preguntarse si realmente merece la pena o no hacerlas, mientras que
una persona sabia se para primero a pensar qué plan de acción es el más
adecuado en un contexto más amplio, qué batallas son las que de verdad vale la
pena luchar. Por tanto, la gente lista hace las cosas correctamente pero la gente sabia hace las cosas correctas.
A menudo se tilda a las personas que se lo piensan mucho antes de
actuar de perezosas o cobardes, se dice de ellas que se han rendido ante la
Vida… Yo creo que en ciertos casos es más bien al contrario: ¿no serán las
personas aceleradas, que pasan directamente a la acción, las que se han rendido
por no hacer un esfuerzo de reflexión previa que minimice las posibles consecuencias negativas de sus actos? Y ya hemos hecho referencia otras veces en el blog a la gente que
habla y está activa constantemente
porque le da miedo oír sus propios pensamientos y ser consciente de la incoherencia de sus actos en cuanto deje de
distraerse con ese ajetreo continuo… ¿Quién es el cobarde y el perezoso? ¿no lo será el que tira por el camino fácil haciendo lo primero que
se le ocurre (o lo primero que le dicen) e ignorando los reproches de su propia
conciencia? Esta gente, enfrentada al difícil puzzle de la Vida, no se para a
mirar detenidamente las piezas sobre la mesa para ver cuál encaja en cada sitio,
sino que hacen trampa y rápidamente
las colocan forzándolas donde les parece, sin darse cuenta de que no están
solos haciendo el puzzle, y de que los huecos violentados y las piezas
deformadas por su culpa ya no volverán a ser de utilidad a nadie más. Incluso cuando la cosa sale bien, muchas de estas
personas hiperactivas tampoco
piensan a posteriori, es decir, no disfrutan plenamente de los aspectos
positivos de su trabajo después de haberlo hecho, no reflexionan sobre el
resultado ni sacan conclusiones útiles para la próxima vez… Vamos, que no se
paran a contemplar el puzzle terminado. ¿Para qué lo hacen, entonces? Y si lo
que habían planeado (es un decir) les sale mal, pues corren un tupido velo y a
otra cosa, mariposa.
Que conste que con todos estos argumentos no estoy
diciendo “No actúes”, lo
que digo es “Piensa más antes de actuar”. Aunque nos cueste más tiempo, hay que sopesar
si lo que se pretende llevar a cabo es lo correcto; ya sabéis que es mejor hacer menos cosas pero bien que muchas
cosas mal. Y no hay que pensar a pequeña escala, sino bajo una perspectiva lo
más amplia posible, teniendo en cuenta el “Todos-Mejor-Siempre”
del que ya he hablado en otras ocasiones,
lo cual no es tarea fácil. Debe tenderse a un equilibrio entre el Ora y el
Labora, entre pensar y actuar; tal vez por eso yo pienso más y actúo menos de
lo normal, para compensar lo que hace la mayoría de la gente. Eso sí: modestia
aparte, cuando me decido a hacer algo la verdad es que me suele salir bastante
bien, oye… El que piensa un poco las cosas tiene menos probabilidades de
equivocarse; ya lo dicen los buenos carpinteros y los especialistas en
bricolaje: “Mide dos veces, corta una”.
Más adelante seguiremos hablando en el blog de “Filo-sofía”:
del amor por el Conocimiento, de la afición a pensar. La semana que viene
hablaremos de las personas que no sólo no piensan antes de actuar, sino que
además se esfuerzan por lograr que los demás no piensen tampoco.
1 comentario:
https://monjessomostodos.blogspot.com/
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