lunes, 10 de julio de 2017

Microbio Malo, Microbio Bueno (II)


En la primera parte de esta entrada nos adentrábamos en el mundo microscópico y hablábamos de los microbios y de las enfermedades que nos pueden ocasionar algunos de ellos, pero no todos los microorganismos son patógenos o suponen una amenaza; a aquellos que son inofensivos o directamente beneficiosos para nosotros no se les puede llamar gérmenes. De hecho, tenemos un montón de bacterias amigas dentro de nuestro cuerpo; no son estrictamente parte de nosotros, como nuestras células (es decir, no comparten nuestro ADN), pero sí son parte de “nuestro equipo” y nos ayudan, entre otras cosas, a digerir los alimentos o en los procesos del sistema inmunitario.

Hay diez veces más bacterias “ajenas” que células propias en nuestro cuerpo, aunque es verdad que las células son más grandes en tamaño (De hecho, resulta asombroso pensar que hay más microbios en la mano de una sola persona que personas sobre la faz de la Tierra). Este conjunto de organismos sin los cuales no podríamos sobrevivir, y entre los que se incluyen también en menor cantidad algunos virus y protozoos, recibe el nombre de microbiota, y creo recordar que supone en total alrededor de un kilo de nuestro peso, aunque supongo que varía según la persona… El concepto de microbiota está ligado por ejemplo al de “microflora intestinal”, que se usa a veces en algunos anuncios de alimentación.




En relación con la comida, podemos citar aquí los alimentos fermentados que contienen probióticos, microbios beneficiosos para la salud: pueden ser lácteos como el yogur o encurtidos como los pepinillos. Otros alimentos como el pan, el queso o el vinagre se elaboran con la ayuda de levaduras, mohos, bacterias y otros microorganismos. Para que las bacterias que nos comemos puedan cumplir su función deben llegar vivas, por ejemplo, al intestino; en este caso algunas de las del yogur lo consiguen pero por ejemplo las del queso no resisten el medio ácido del estómago y mueren por el camino, siendo digeridas o expulsadas en las heces.

Es interesante saber que cuando estamos en el útero materno, que es un medio estéril, todavía no tenemos ninguno de los microbios que necesitaremos posteriormente; los primeros los adquirimos de nuestra madre al salir por el canal natural del parto. Esta es la razón por la que a los niños nacidos por cesárea les pueden faltar algunas bacterias importantes, lo que los hace más proclives por ejemplo a tener determinadas alergias o asma de mayores. Una vez en el mundo exterior, tras el nacimiento, sacamos provecho del contacto con algunos otros microorganismos de nuestro entorno, con lo que la excesiva limpieza en los primeros años puede hacer también que nuestra colección de microbios amigos no sea todo lo variada que debería, lo cual conlleva luego problemas de salud. En conclusión: no viene mal dejar a los niños revolcarse un poco por el barro de vez en cuando, no nos pongamos demasiado paranoicos con este tema.




Del mismo modo que no hay que quedarse corto de bacterias, tampoco hay que pasarse, descuidando nuestros hábitos higiénicos. Por ejemplo, cepillarse habitualmente los dientes y la lengua evita los problemas en la dentadura y también el mal aliento producido por la acumulación de bacterias y otros seres en la placa dental. El mal olor de axilas no se debe al sudor propiamente dicho, sino a los microorganismos de la piel que se alimentan de sus sales minerales; son los productos del metabolismo microbiano (los pedos de las bacterias, podríamos decir) los que hacen que huela mal… Esto se soluciona simplemente limpiándose los sobacos con un poco de jabón en la ducha. Un último ejemplo: la rojez de la piel en la zona de la barba, si la dejas descuidada durante más días de lo habitual, puede deberse también a una infección bacteriana.

Volviendo a los usos beneficiosos de los microorganismos, pero esta vez fuera de nuestro cuerpo, hay bacterias selectivas en cuanto a su dieta que se pueden criar a la carta y que se usan para limpieza y restauración de cuadros y esculturas antiguas, comiéndose la roña y respetando lo demás… Hay otros microbios que comen metano, ayudando a reducir las emisiones y el calentamiento global, o que se usan para reducir los efectos de los vertidos de petróleo en el océano. Otras aplicaciones beneficiosas incluyen la síntesis de insulina, el uso como plaguicida y hasta la reparación de grietas en hormigón en mal estado.




Vayamos ahora al pasado remoto: nuestros primeros antepasados fueron organismos monocelulares, microbios que flotaban en las aguas de los océanos primigenios, y la cosa siguió así durante miles de millones de años, casi hasta la Explosión Cámbrica de hace 600 Ma. Hace poco se pensaba que la Vida en la Tierra tenía una antigüedad de 3.500 Ma, pero hay evidencias recientes de que es aún más antigua, con unos 4.000 Ma. Teniendo en cuenta que la edad del planeta es de unos 4.500 Ma, se puede decir que la Vida se dio bastante prisa en aparecer aquí.

Los microbios que habitan actualmente el planeta son bastante versátiles en lo que respecta a la supervivencia en entornos extremos. Determinadas especies pueden vivir junto a surtidores de aguas termales casi hirviendo, o en los hielos permanentes de la Antártida, o dentro de una piedra. Los científicos han llegado a reanimar bacterias que habían permanecido en estado de animación suspendida durante 250 Ma, dentro de cristales de sal enterrados bien profundo bajo tierra. Se dice que algunos microorganismos pueden incluso resistir las condiciones extremas del espacio interplanetario, barajándose la teoría de que la Vida pudo llegar a la Tierra hace 4.000 Ma en forma de microbios, transportados por meteoritos desde alguna otra parte.

Mirando al futuro, es bastante probable que si encontramos Vida en Marte o en las lunas de Júpiter (Europa) o Saturno (Encélado, Titán) esta sea microscópica; por eso las misiones de exploración a estos lugares del Sistema Solar suelen incluir al final de sus programas la destrucción total de la correspondiente sonda o satélite, para no contaminarlos con microorganismos de la Tierra que puedan suponer una amenaza para la supervivencia de la posible Vida autóctona. Así la sonda Cassini, después de investigar Saturno y sus lunas durante más de una década, se lanzará a mediados de septiembre hacia el gigante gaseoso hasta desintegrarse totalmente por el rozamiento, una última fase de la misión a la que se ha dado el nombre de Gran Final.




Está claro pues que los microorganismos han existido desde los albores del Sistema Solar, pero ¿desde cuándo tenemos los humanos conocimiento de ellos? El científico holandés Anton van Leeuwenhoek fue el primero en observar microbios en el S.XVII gracias a un microscopio de gran aumento, con lentes de alta calidad de factura propia. El uso de estas nuevas tecnologías fue de la mano de los potentes métodos de investigación propios de la Ciencia moderna: os invito a que descubráis por vuestra cuenta historias como la del doctor John Snow de Londres, y cómo ayudó a detener el brote de cólera de Broad Street a mediados del S.XIX; o la de cómo Barry Marshall se inoculó él mismo la bacteria helicobacter pylori para demostrar que era la causante de la úlcera de estómago, ya en el S.XX.

El estudio de todo lo relacionado con la Vida microscópica nos depara aún hoy muchas sorpresas, y algunos de los descubrimientos más recientes al respecto han sido auténticos bombazos, abriendo un amplio abanico de campos para investigar. Por ejemplo, los experimentos con ratones criados en medios totalmente estériles, sin microbios, nos están permitiendo descubrir muchas cosas sobre cómo funciona la microbiota intestinal, también conocida actualmente como “el segundo cerebro”, que tiene una influencia decisiva en nuestra salud… En definitiva, puede que estos bichitos sean demasiado pequeños para verlos solo con los ojos, pero gracias a la Ciencia sí podemos verlos con la mente y darnos cuenta de que su importancia es increíblemente grande.



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