Creo que ya en alguna ocasión os he comentado que vivo en la zona del Ensanche
de Valencia; estoy más concretamente en el barrio de Russafa, al que a veces se
ha llamado el ensanche popular de la ciudad. Se trata de una zona de grandes manzanas
con edificios de fachadas señoriales y con amplios y tranquilos patios interiores.
El piso en el que llevo siete años y pico alquilado data, si mi información es
correcta, del año 1934, una época anterior a la Guerra en la que las casas todavía
se construían con materiales de calidad y sobre todo con elegancia: techos muy altos
y con molduras, suelos de gres de Nolla
y grandes ventanales. Lo realmente particular acerca de este piso es que, aun
siendo alquilado, fue la residencia de mis abuelos maternos (con un contrato de
renta antigua) desde 1938. Aquí nacieron y crecieron mi madre y mis tíos, y
aquí vivió mi abuela durante décadas después de quedar viuda. Cuando ella
también nos dejó yo me vine a vivir alquilado (aunque donde mi abuela
pagaba veinte yo apoquino veinte veces veinte, claro).
Desde el momento de su construcción el edificio entero había sido propiedad
de un solo hombre, y después fue heredado por su hija, mi antigua casera, que
ya es una señora bastante mayor… Digo “antigua” porque hace un par de semanas
los inquilinos nos enteramos de que había vendido el edificio a una empresa que
piensa reformarlo de arriba abajo para convertirlo en apartamentos para
turistas… La calle en cuestión está pegadita al futuro Parque Central,
y se ve que esta mujer, viendo que las obras del parque estaban por fin en
marcha, pensó que había llegado el momento de vender y sacarse una pasta. Hablando
de obras, las de la reforma de los bajos también han comenzado sin demora, se ve
que esta gente tiene prisa por sacarle rendimiento a la inversión… Como podréis
suponer, los inquilinos estamos todos como locos buscando otros pisos para
poder mudarnos.
Es posible que a algunos os resulte familiar el concepto de gentrificación
o elitización de una determinada zona urbana, un proceso por el cual el encanto
propio de un barrio hace que se corra la voz y que todo el mundo quiera vivir allí,
lo que ocasiona una escalada de los precios de alquiler y compra hasta que sólo
la gente de clase alta o de otros países con mejores sueldos puede acceder al
mismo, mientras que los pequeños comercios tradicionales que precisamente le
daban encanto van desapareciendo y la gente que vivía originariamente allí va
siendo expulsada hacia otras zonas con alquileres más baratos. Poco a poco se
va produciendo una sustitución del alquiler residencial por el vacacional,
favoreciendo la especulación y haciendo que el barrio se convierta en una
caricatura de sí mismo, un parque temático lleno de hipsters,
turistas y gente de pasta… Desde luego, tiene narices que mis abuelos ya oyeran
hablar del proyecto del Parque Central en los años 50 ó 60, y que ni siquiera
yo lo vaya a poder ver terminado… ¡Lo van a disfrutar los malditos turistas que
vengan a los apartamentos! Pero bueno, es lo que pasa cuando tu barrio está de moda…
La búsqueda de una nueva vivienda en la que realmente te encuentres a gusto
nunca es fácil, pero en mi caso el traslado se complica aún más porque tengo
que hacer dos mudanzas en paralelo: la de mis propias cosas y por otra parte la
de ochenta años de recuerdos familiares y muebles antiguos que tendré que
gestionar con ayuda de mi madre. Si a esto le añadimos la enorme carga de
trabajo que tengo últimamente, está claro que durante los próximos tres o
cuatro meses voy a estar bastante atareado… Me viene a la memoria una entrada
que escribí hace poco sobre prioridades vitales, en la que citaba entre otras la necesidad de vivienda dentro del segundo nivel
de la Pirámide de Maslow… Y resulta que ahora soy yo el que tiene que cambiar
sus prioridades, al menos temporalmente. Os ruego que no me lo tengáis muy en
cuenta si durante los próximos meses las entradas del blog son algo más breves o
están menos elaboradas o pulidas que de costumbre… Es posible que incluso tenga
que dejar de publicar en las dos o tres semanas más movidas, pero intentaré que
eso no suceda, recurriendo si hace falta a selecciones de fotos sin texto.
Queda pendiente para más adelante escribir una entrada sobre las
desventuras de mi abuela y su primo Hostilio
durante la Guerra Civil, sobre cómo fueron a parar a Valencia desde las
Canarias y sobre cómo mi abuela conoció aquí a mi abuelo, viniéndose después a
vivir a este edificio… Paradójicamente, es posible que esa entrada la escriba
ya desde mi nuevo piso, espero que no muy lejos de Russafa (tengo el trabajo bastante cerca),
aunque seguramente fuera de ella… Los especuladores nos podrán arrebatar
nuestros hogares e incluso nuestro barrio, pero los recuerdos, eso sí, no nos
los quita nadie.
4 comentarios:
No con mucha frecuencia, lo confieso, pero cuando me acuerdo de tanto en tanto sí que acudo a leer tu blog. Apenas he hecho hasta la fecha algún comentario porque me propongo pensármelo bien antes de escribir, y al final se me queda en el olvido. Pero esta vez no tengo que pensar mucho, ya que es una cuestión más emocional que otra cosa, y además el comentario a esta entrada me parece más necesario que nunca.
Me da mucha pena lo que cuentas. Te deseo mucho ánimo y que encuentres algún buen sitio que te merezca. En fin; muchas veces la vida te lleva por sitios que no entraban en tus planes. Lo importante es intentar que esas situaciones y el sacrificio que conllevan se conviertan en oportunidades para mejorar algún otro aspecto de la vida que tampoco esperabas.
Muchas gracias por los ánimos que me das tanto en el comentario como en tu mail privado. Espero que volvamos a vernos pronto, y a ser posible teniendo yo este asunto ya felizmente resuelto. Seguimos en contacto.
Un abrazo
Tu entrada me ha quitado el aliento: la desaparición de un hermoso piso lleno de historia que he tenido el gusto de conocer personalmente y que me llegó a acoger durante un tiempo. El tiempo es infalible y no perdona a nada ni a nadie, pero en este caso indigna el motivo que hay detrás del asunto. Esto me recuerda al proceso de gentrificación que està empezando a darse en el Cabanyal, el barrio de mis antepasados paternos y donde vivo desde hace cinco años. Cada vez es más frecuente ver casas de nueva planta (eso sí, respetando las dos alturas) compradas o alquiladas por franceses, ingleses... bares de cena que se llenan a rebosar, el projecto aceptado para crear un campus universitario... algunas voces dicen que El Cabanyal va camino de convertirse la próxima Russafa. El tiempo pasa, las cosas cambian, y a veces duele verse obligado a dejar atrás una parte de tu història por la ambición de unos pocos.
Hola, Meritxell, me alegro de leerte de nuevo.
El piso como tal no va a desaparecer, pero seguro que no se parecerá en nada a como está ahora, porque le harán una reforma a fondo... Y lo que es peor, no seré yo el que disfrute del resultado, porque tampoco me habría importado que me pusieran nuevas las cañerías del agua, por ejemplo.
Lo que me comentas del Cabanyal estuve a punto de incluirlo en la entrada, pero al final no lo hice por falta de tiempo para documentarme mejor. Tengo otra amiga, Mariví, la primera que escribió un comentario en este blog, que trabaja por aquella zona y que, según he sabido hace muy poco, también está viviendo ahora por allí. Ella opina que aunque haya desaparecido la amenaza de la prolongación de Blasco Ibáñez y de los derribos, el espíritu y la identidad original del barrio siguen en peligro precisamente por culpa de la gentrificación. Aunque por ahora sigue siendo una zona accesible (de hecho una de mis vecinas del edificio se va a mudar allí), es posible que a la larga le ocurra lo mismo que a Russafa, como comentas, y que algunas de las personas que lucharon tantos años en contra de la prolongación ya no puedan permitirse seguir viviendo allí, pero no por estar el barrio demasiado degradado, sino al contrario, por ser demasiado exclusivo... ¡Qué ironía del destino!
Un abrazo y gracias por tu apoyo, seguimos hablando...
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