Hace varios
años vi en Discovery Channel un
fragmento de un documental sobre un tipo cuya mayor obsesión era la de perseguir tormentas eléctricas con su
furgoneta por las carreteras de Estados Unidos y cazar relámpagos con su cámara.
Se trataba de una cámara fotográfica, no de vídeo, así que tenía que seguir su
instinto, apuntar en la dirección adecuada y pulsar el botón al azar de vez en
cuando, decenas de veces en total, esperando tener suerte y hacerlo en el
instante preciso para capturar el destello eléctrico en al menos una ocasión… Y
lo más asombroso del asunto es que la cámara era analógica y funcionaba a base
de carretes que este hombre llevaba a revelar días después, con lo que no sabía
hasta recoger las copias si entre la multitud de fotos de cielo gris y vacío aparecería,
casi como por un milagro, una descarga eléctrica en todo su esplendor. Muy
pocas veces lo conseguía, pero precisamente ahí estaba la gracia: cuando
ocurría, se volvía loco de emoción… Esta historia del cazador de relámpagos me recuerda lo mucho que nos
gusta a algunos ponérnoslo difícil en lo que respecta a las mujeres; es verdad
que, a veces, cuanto más valor le damos a algo menos acceso solemos tener a
ello, pero ¿realmente es necesario llegar a tales niveles de excentricidad?
En la entrega
anterior vimos que es difícil encontrar una persona con un grado de conexión,
de compatibilidad, suficientemente alto como para poder iniciar una relación
sentimental estable, basada en la total sinceridad y el respeto mutuo. Os
expliqué que estos últimos años he sido demasiado exigente con la lista de
requisitos que debe cumplir una mujer para decidir siquiera que vale la pena
pedirle salir; tan exigente he sido que a veces he pensado que no había nadie más como yo en el resto del planeta.
La semana pasada llegué a la conclusión en el blog de que para llegar a tener
pareja debía relajar un poco algunos de los criterios de mi Ecuación de Drake sentimental… Todo este tiempo he aplicado demasiado al pie de
la letra lo de “Mejor solo que mal acompañado”
sin darme cuenta de que en realidad me estaba cerrando puertas y perdiendo
algunas buenas oportunidades de ser un poco más feliz, esta vez en pareja. Me
viene a la cabeza esa frase que oí una vez en una peli americana (no recuerdo
cuál, pero seguramente era bastante mala): No estés sólo pendiente de cuándo va a pasar la carroza de la Reina del Festival,
porque entonces te perderás el resto del desfile.
Hoy nos centraremos
en la segunda parte de mi proceso mental: incluso después de haber tomado la
decisión de dar el paso y pedir salir a una chica, me cuesta bastante hacerlo,
por miedo a lo que pueda ocurrir a largo plazo, a que no acabemos de conectar, a
que al principio lo pasemos bien juntos pero al cabo de un tiempo la cosa deje
de funcionar y ambos suframos. Ya me ha pasado alguna vez que una mujer me ha
parecido adecuada pero, por miedo a hacerle daño en caso de ruptura, me he
contenido en mis avances y he tardado más de la cuenta en decidirme, dejando
pasar el momento propicio y perdiendo así la oportunidad.
Ya os dije al
final de la segunda entrega que estas dudas que me entran son comparables a las
que tendrían los científicos del programa SETI si encontraran vida
extraterrestre inteligente pero ignorasen si es hostil o si nosotros representamos
una amenaza para ellos… Olvidándonos de la inteligencia y limitándonos por un
momento a la vida a secas, podemos mencionar los últimos datos que apuntan a la
presencia de agua líquida en Marte
y por tanto la posible existencia de vida microscópica bajo la superficie del planeta rojo,
y el cuidado extremo que habría que tener, si la hubiera, para no ponerla en peligro
en caso de ir hasta allí. Los robots, naves y trajes de los astronautas que
fuesen a analizar la zona en cuestión deberían estar completamente esterilizados,
y eso es imposible al 100%, con lo que correríamos el riesgo de destruir
aquello que queremos comprender.
Voy a hacer
otra de mis extrañas asociaciones de ideas, esta vez centrándome en la vida de
nuestro planeta. Supongo que algunos de vosotros conocéis el concepto de huella ecológica (relacionado
también con el de huella de carbono): representa la superficie de tierra (o
agua) ecológicamente productiva necesaria para generar los recursos requeridos
y para asimilar los residuos y el dióxido de carbono producidos por una población
o una actividad determinada, de forma indefinida. El objetivo de calcular huellas
ecológicas es el de evaluar el impacto sobre la Tierra de un determinado modo
de vida y compararlo con la biocapacidad del planeta; por tanto, es un
indicador clave para la sostenibilidad, o la falta de ella. Su medida puede realizarse
a diferentes escalas: individuos, ciudades, países…
En lo que
respecta a huella ecológica por naciones,
los datos más recientes que he podido encontrar son de 2011. Por entonces la
superficie disponible (y por tanto la superficie máxima utilizable, suponiendo
un reparto equitativo de los recursos, para no generar problemas a largo plazo)
era de 1.7 hectáreas por habitante. El valor real promedio utilizado en aquel momento era sin embargo de 2.7 hectáreas por habitante. Países como Estados
Unidos tenían una huella de 6.8, mientras que España estaba en 3.4. Sólo África
y el sur de Asia se hallaban por debajo del 1.7, con países como India, con una
huella de 0.9 hectáreas. Es fácil, con estos números, llegar a la conclusión de
que nos haría falta planeta y medio si quisiéramos seguir como hasta ahora, y más
de tres planetas si todos los habitantes de la Tierra quisieran vivir indefinidamente
como los de los países más desarrollados, sociedades industriales basadas en el
uso de combustibles fósiles. En resumen: como ahora mismo no disponemos de
otros planetas habitables, tendremos que aprender a vivir con menos
si no queremos arrepentirnos tarde o temprano.
Pero
completemos la asociación de ideas de la que hablaba dos párrafos atrás: un día
me dio por pensar que, de igual forma que se puede calcular la huella ecológica de un hogar o de una persona, la huella que
dejamos al final de nuestra vida en los bosques y los océanos del planeta,
también se podría estimar una especie de huella sentimental, la huella que
imprimimos en el alma de las parejas (estables u ocasionales) que van pasando
por nuestra vida… Del mismo modo que nunca me ha gustado malgastar recursos
materiales, también he intentado siempre mantener al mínimo el número de
corazones rotos (o agrietados) al finalizar mis relaciones. He de decir
orgulloso que por ahora mi huella sentimental es bastante baja: ya os comenté en
otra ocasión que he tenido muy pocas parejas, y además he intentado siempre que
las correspondientes rupturas fuesen lo menos traumáticas posibles… Creo que
puedo dormir con la conciencia tranquila.
Dejad que me
centre por un momento en mi última novia. Empecé a salir con ella tras una tarde bastante extraña, paseando por el jardín botánico, en la que ella me
hizo confidencias muy personales acerca de sus inseguridades y problemas a
nivel emocional; no entraré en detalles, pero os diré que fue muy valiente y
muy honesto por su parte el contármelo antes de que empezáramos en serio como
pareja. En cierto modo esa misma tarde tuve la impresión de que lo nuestro no
duraría para siempre, pero que valía la pena intentarlo. Con el paso del tiempo
llegué a cambiar de opinión y a tener más esperanza sobre nuestro futuro juntos,
pero finalmente la rutina y las circunstancias provocaron que mi corazonada inicial
se hiciera realidad. Aun así, no me arrepiento de haber pasado esos seis años
con ella, y creo que ella tampoco. Hace también unos seis años que cortamos: se
suele decir que tardas en recuperarte la mitad del tiempo que has durado con una
persona, y efectivamente en mi caso (tal vez en parte gracias al blog) la herida ya ha cicatrizado del todo.
Haciendo memoria, creo que una de las escasísimas mujeres que ha tomado un
papel activo a la hora de realizar avances hacia mí ha sido precisamente mi
última pareja, aunque a veces hemos hablado de este tema y ella no lo recuerda
así de forma tan clara… Lo que sí puedo afirmar con seguridad es que anduvo la
mitad del camino hacia mí, animándome así a andar la otra mitad. De hecho, como ya os conté una vez,
todos estos años desde que cortamos no le he pedido salir a ninguna otra mujer,
lo cual me hace pensar… ¿No será
simplemente que tengo miedo de iniciar una nueva relación, salga ésta como
salga? Tal vez me he montado toda esta filosofía de la Ecuación de Drake sentimental
para no tener que conocer nunca más a nadie de verdad…
Ha llegado la hora de aceptar que no existe la pareja perfecta, y de
comprender que a veces son precisamente las pequeñas imperfecciones las que le
dan su aliciente a una relación. Si los errores en Ciencia (los llamados
resultados negativos)
sirven para hacerla avanzar, entonces es de suponer que los rechazos
sentimentales también son una experiencia útil, porque (aunque duelen) te hacen
más fuerte y más sabio… De modo que tendré que correr el riesgo, dar un paso al frente, entablar contacto
y expresar mis sentimientos. Olvidémonos del largo plazo, dejémonos llevar por nuestros impulsos y juguemos bajo la lluvia
sin pararnos a pensar que podemos pillar un resfriado.
Hablando de huella ecológica… En el Mercadona de
mi barrio los cajeros y cajeras que me pasan la compra cada semana se asombran
de que todavía me duren las bolsas blancas del supermercado, que dejaron de
fabricarse hace años. Yo les contesto que me duran porque las cuido muy bien, protegiéndolas
con las latas redondas de los picos de los envases rectangulares, de manera que
no les salgan rajas ni agujeros al cargar todo el peso. Así reduzco el uso de plásticos y cuido del medio
ambiente… Lo que no les digo a las cajeras, aunque me suele pasar por la cabeza
(esas locas asociaciones de ideas…), es que ojalá tuviese una novia para poder
demostrar que sé cuidarla igual de bien y hacer que me dure muchos años. Ahora
que lo pienso, por el momento cada una de las compañeras sentimentales que he tenido en el pasado me ha durado siempre
más que la anterior, así que espero que este patrón se siga repitiendo en el
futuro…
Romper con una persona e intentar encontrar otra más compatible es un
proceso doloroso… Es duro pasarse media década sin muestras de cariño, sin que
nadie te bese ni te abrace. Es como intentar atravesar una larga distancia buceando a pulmón por habitaciones y conductos subterráneos completamente anegados: te falta
el aire, te flaquean las fuerzas y te arde el pecho cada vez más, y crees que no podrás llegar a tiempo… pero yo
tengo el pálpito de que en mi caso la superficie está cada vez más cerca, y que
pronto podré aspirar esa bocanada de aire que tanto necesito… Como decía antes,
ha llegado el momento de tomar una determinación, dejar de hacer
cábalas y tirarme a la piscina.
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