Hoy
resumiremos brevemente los doscientos años de historia del Cementerio General
de Valencia, pero para entender sus orígenes debemos remontarnos más atrás en el
Tiempo, hasta la reconquista por parte de Jaume I, momento en el que la ciudad
fue dividida en diversas parroquias,
de forma que los difuntos eran enterrados intramuros, en la iglesia de la parroquia
que les correspondía. Desde el siglo XVI lo normal era que los nobles y los
ricos fuesen enterrados bajo el suelo o en la cripta de la iglesia, dejándose
para los ciudadanos más humildes el cementerio al aire libre, normalmente
contiguo a la iglesia, pequeño y rodeado de una tapia. Aparte de los
cementerios parroquiales, cada convento o monasterio disponía también de su
propio camposanto, normalmente en el interior del recinto.
Las parroquias con
muchos habitantes tenían constantes problemas de falta de espacio para los
enterramientos, lo que obligaba a menudo a desenterrar cadáveres aún en proceso
de descomposición y amontonarlos, usando menos cal de la aconsejable, en fosas
comunes que o bien eran muy superficiales o bien estaban en zonas de alto nivel
freático; ello a su vez daba lugar a que en ocasiones los cuerpos salieran
parcialmente a la superficie con las primeras lluvias del otoño.
En pleno centro de una ciudad como Valencia, con muchos meses de calor, esto era
algo no sólo molesto por los malos olores en las inmediaciones, sino también antihigiénico
e insalubre por tratarse de un foco de enfermedades, como bien pudieron
atestiguar los escasos supervivientes de la epidemia de peste que se desató por
esta razón en 1781 en la villa de Pasajes, de Guipúzcoa, en la que murió el 95%
de los habitantes.
Tras la Real Orden de 1787, motivada por la tragedia de Pasajes, en la que
el gobierno de Carlos III prohibía los enterramientos en las iglesias y conventos
y ordenaba que se hiciesen en cementerios alejados de las poblaciones, se
crearon comisiones especiales en las ciudades para acometer dicho mandato. Se dio
preferencia a las poblaciones que padecían epidemias en aquel momento, y
después a las de mayor número de habitantes, pero en algunas localidades como
Valencia no se le hizo mucho caso inicialmente a la ordenanza. A principios del S.XIX Carlos IV publica las “reglas para la
construcción de cementerios ventilados”; no será hasta esta época que se
empezará a cumplir la normativa en nuestra ciudad.
La elección del lugar más apropiado para la construcción del Cementerio
General fue hecha por el claustro de medicina de la Universidad de Valencia. Se
descartó una posible ubicación en el Llano de Santa Ana, en Albal, escogiéndose
finalmente un campo de viñedos más allá del por entonces pueblo de Patraix, en
la partida del Molino del Tell, situada a orillas del camino de Picassent y a
unos dos mil pasos del Camino Real de Madrid. La obra
fue realizada entre 1805 y 1807 por el arquitecto municipal Cristóbal Sales, en
colaboración con el también arquitecto Manuel Blasco. En el ínterin se aprobó
utilizar el Cementerio de Apestados, a espaldas del Convento de Belén
(en la zona de la actual parada de metro de Ángel Guimerá), como puente entre
los parroquiales y el General mientras se construía este último.
La idea era
que los restos de los antiguos fossars o camposantos parroquiales fuesen
exhumados y llevados provisionalmente al Cementerio de Apestados, por aquel
entonces fuera de la ciudad, y que los terrenos de los fossars fuesen vendidos,
financiándose en parte el General con el producto de la venta. La necesidad de
dinero, no sólo para el nuevo cementerio sino también ante la perspectiva de
una probable guerra contra los franceses, hizo que se perdiera una gran
oportunidad de mejorar el centro de la ciudad con zonas más abiertas y
aireadas, como plazas o nuevas calles, y sólo tres de entre la docena larga de
cementerios parroquiales (los de Santa Catalina, San Martín y San Nicolás)
no acabaron siendo vendidos para la construcción de viviendas.
El Cementerio
Municipal fue inaugurado la mañana del domingo 7 de junio de 1807, y al día
siguiente se ofició el primer enterramiento, el del maestro carpintero Vicente
Gimeno. Ocupaba una superficie mucho menor que la actual, y era de planta
cuadrangular, situándose al fondo la capilla. Al principio todos los restos que llegaban iban a
parar a fosas comunes; esto explica el rechazo inicial del pueblo y lo difícil que
resultó erradicar los tradicionales fossars. Meses después de la inauguración,
el mismo Cristóbal Sales levantó los primeros ochenta nichos del cementerio;
este sistema, el más idóneo para economizar espacio y
a la vez individualizar al difunto para que pudiera ser recordado por sus
familiares, fue utilizado inicialmente
por los miembros de las clases altas, siendo el ocupante del nicho nº1 el
Marqués de Jura Real.
El normal funcionamiento del camposanto se vio interrumpido en junio de 1808,
a tan sólo un año de su inauguración, cuando tras el alzamiento contra las
tropas de Napoleón, y entendida su construcción como una muestra de
afrancesamiento, fue asaltado por los propios ciudadanos y convertido en corral
para el ganado, volviéndose a la costumbre de enterrar los cadáveres en los
cementerios de las parroquias. Los documentos de la época nos hablan del
lamentable estado en que quedó el recinto, con el carromato de transporte de cadáveres destrozado, las puertas
desaparecidas y varios de los nichos profanados. Afortunadamente, cuatro años
después, durante el breve periodo de ocupación francesa, el Mariscal Suchet
ordenó la eliminación total de los cementerios parroquiales entre otras medidas
destinadas a hacer de la ciudad un lugar más limpio y aireado, como la
demolición de varios edificios muy degradados para construir en los solares
resultantes la Glorieta y el Parterre… Acordaos de este detalle cada vez que os
preguntéis qué han hecho por nosotros los franceses.
En la década de 1840 se produjo la construcción de nuevos bloques de nichos
y la ampliación del Cementerio en la actual Sección 2ª, con un aumento de profundidad del
rectángulo inicial, quedando la capilla casi en el centro. Por aquel entonces
el lugar se parecía bastante a un parque o jardín, siguiendo el ejemplo del Père-Lachaise
de París; tal era el volumen de vegetación que llegó a denominársele “Hort de
les Palmes”, por la gran cantidad de palmeras que ocupaban el recinto hasta que
con la llegada de los mausoleos burgueses se sacrificó la naturaleza en favor
del arte arquitectónico. El primer monumento funerario del Cementerio General
fue mandado construir por Juan Bautista Romero Almenar,
acaudalado comerciante sedero de Valencia, tras la muerte prematura de su hijo
de igual nombre. Al panteón de la familia Romero, de 1848, le siguieron el de
los Dotrés en 1851 y el de los White-Llano en 1853. Los
mausoleos de la burguesía y nobleza local eran realizados por grandes
arquitectos o escultores de la época, lo que ha motivado que hoy día el
Cementerio sea un referente artístico y cultural muy importante.
Hacia 1891 empieza la construcción de la actual
Sección 3ª Izquierda, un nuevo y extenso rectángulo adosado al primero por el
sur, bordeado por
una galería porticada de carácter monumental y denominado Patio de las Columnas
por constar de ciento setenta robustas columnas de fuste estriado y capitel
dórico. La ejecución
de esta ambiciosa ampliación, posiblemente obra del arquitecto José Calvo
Tomás, se vio retrasada varias veces, una de ellas debido a la epidemia de cólera de 1885,
pudiendo haber pasado un total de treinta años entre la presentación del proyecto
y el citado inicio de las obras. En 1886 se presentaban los planos del ensanche
de la zona simétricamente opuesta (la Sección 3ª Derecha, en la parte norte) con un acabado similar, pero los
gastos y las dificultades sufridas en la construcción del anterior patio
malograron este proyecto. La edad de oro del
Cementerio General, en la que se construyen los panteones de mayor calidad
artística, va del 1880 al 1910; a partir de esta década, la burguesía ya no busca
tantas muestras de ostentación y los mausoleos van siendo cada vez más
sencillos.
Durante este
último siglo el Cementerio ha seguido en constante proceso de ampliación,
debido al gran crecimiento de la población en la ciudad, hasta llegar a tener 21
secciones. En tiempos de epidemias y guerras se ha vuelto a recurrir
temporalmente a los enterramientos en fosas comunes; es lo que ocurrió en la ya
citada epidemia de cólera de finales del S.XIX, o durante la Guerra Civil
Española y posterior represión de los partidarios de la República por parte de
las tropas de Franco. Las fosas de la Guerra Civil en el Cementerio no han
podido ser completamente investigadas aún, y a día de hoy siguen siendo motivo
de un agrio enfrentamiento entre el Ayuntamiento del Partido Popular y aquellos
que intentan rescatar la Memoria Histórica de nuestros antepasados.
Actualmente el
General sigue siendo el primero y el más importante, pero ya no es el único de
los cementerios de la ciudad, contándose un total de siete cementerios municipales
dentro del término de Valencia. Al igual que la ciudad de los muertos, también
la ciudad de los vivos ha aumentado de tamaño en estos dos siglos, engullendo en
su imparable crecimiento al Cementerio General. Desde hace unos cinco años puede
ser visitado algunos sábados por la mañana en el recorrido conocido como Museo del Silencio: un itinerario museístico gratuito, con Rafael Solaz como guía,
por los panteones y tumbas más importantes desde el punto de vista monumental o
artístico, así como por los lugares de reposo de los personajes ilustres allí
enterrados, como Constantí Llombart, Joaquín Sorolla, Blasco Ibáñez, José
Benlliure, Peset Aleixandre, Maximiliano Thous o Nino Bravo.
Aunque ya no
se note tanto ahora como hace un siglo, queda claro, a la vista de la historia
de los cementerios, que tanto en la ciudad de los vivos como en la ciudad de
los muertos siempre ha habido clases, y que lo que se ve en la segunda es un
fiel reflejo de lo que pasa en la primera: desde tiempos inmemoriales, los que
han disfrutado de sepultura dentro de las iglesias, o de los primeros nichos
disponibles, o de lujosos panteones, han sido siempre los que en vida ocupaban
palacios, mansiones, chalets o pisazos… En el vestíbulo de entrada del
Cementerio General hay una placa con unas frases de Rafael Solaz que vienen a
decir, básicamente, que aunque a los ojos de los que se quedan sí hay una diferencia
entre humildes y poderosos, entre ostentosos mausoleos y sencillas lápidas, para
los que se van esto no supone diferencia alguna: en lo que respecta a nuestra carcasa
física la Muerte nos trata por igual a todos, y el Tiempo convertirá
nuestro cuerpo en polvo y cenizas sin importar quiénes seamos.
Dejadme ir un poco más allá y hacer una última puntualización: como ya os
expliqué hace unas cuantas semanas,
a mí me gusta pensar que lo que realmente importa al final de todo, lo que
realmente marca la diferencia, es lo que hayamos logrado construir en el mundo
de las ideas en el Tiempo que se nos ha concedido; lo que importa a la hora de
la verdad es el diseño arquitectónico, la altura, los metros cuadrados y las
calidades de nuestro palacio mental…
Y yo creo que con esto ya va bien; después de un mesecito hablando de la Muerte
de una u otra forma, os prometo contaros algo un poco más alegre la próxima
semana.
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