lunes, 27 de enero de 2014

La Letra y el Espíritu (III)

Desde que empecé a escribir en La Belleza y el Tiempo he insistido varias veces en que las cosas no funcionan como deberían en nuestro Mundo porque la mayoría de la gente se empeña en complicar lo que realmente es sencillo y en simplificar en exceso lo que es complicado. Ejemplos de esto último ya los hemos visto con respecto a la edad de las personas y los objetos y con respecto al dinero que ganan o que cuestan… Podríamos hacer un razonamiento similar en el caso de la Música y decir que su Belleza es también multidimensional, que no basta con una sola secuencia melódica para describir satisfactoriamente una canción. Estas dos últimas semanas hemos demostrado que aunque los acordes resaltan menos a primera vista y están como en un segundo plano por detrás de la melodía principal, es la combinación de ambas cosas lo que le da sentido a la Música. Es más: la melodía puede alterarse un poco haciendo adornos y variaciones, improvisando, y el significado de la canción es el mismo; pero los acordes son imprescindibles para entenderla, y si los cambiamos tenemos una canción distinta. La nota que marca el bajo, la tónica, nos da en cada momento la referencia que nos permite interpretar correctamente todos los elementos.
 
 
Me he pasado casi la mitad de mi vida oyendo a aficionados a la música (en el peor sentido de la palabra “aficionado”) cantar melodías sin saber decirme cuáles eran los acordes apropiados para ellas. Del mismo modo, también durante la última mitad de mi vida he sido consciente de que la mayoría de la gente vive de acuerdo con una serie de leyes, normas y convenciones sociales sin saber explicar razonadamente cuáles son los principios en los que se basan, sin haberse planteado nunca si son o no justas o correctas; las obedecen simplemente porque es lo que hay, o lo que han aprendido desde niños. Si le enseñas a alguien que toque la guitarra una melodía sin los acordes, puede que tarde o temprano acabe interpretándola en alguna otra parte con unos acordes equivocados, distintos de los originales. De igual forma, si no hacemos un esfuerzo consciente y constante por recordar el auténtico significado de las leyes y costumbres que rigen nuestras vidas, podríamos pasar lentamente de dar dicho significado por sentado a olvidarlo por completo, y acabaríamos retorciendo y desvirtuando estas mismas leyes y costumbres, aplicándolas a fines distintos de los que las inspiraron, fines casi siempre menos nobles y justos que los originales. Por poner un par de ejemplos, parece que algunos han olvidado que la Constitución Española defiende el derecho de todos los hombres y mujeres a tener una vivienda digna, una buena educación y acceso a la sanidad; o que inicialmente la Navidad no estaba hecha para comprar como posesos y comer como cerdos mientras hay gente que pasa hambre en la calle…
Recordar una melodía es relativamente fácil, pero recordar también los acordes que la acompañan y poder improvisar sobre ellos ya es otra cosa; hace falta cierto oído, unas mínimas nociones de teoría musical y un poco de entrenamiento. Algo parecido ocurre a nivel general en esta época de confusión, de prisas y de sobreinformación, en la que la gente tira casi siempre hacia lo fácil, aunque no sea lo correcto… Desde luego, ceñirse al texto literal de las leyes es más sencillo que esforzarse por interpretar correctamente el sentido que subyace a la letra impresa, pero esto da lugar muchas veces a situaciones de injusticia: por una parte, están los que desde arriba, mediante legalismos, artimañas y falta de escrúpulos, cometen a sabiendas abusos intolerables sin quebrantar explícitamente la ley; y por otro lado están los que desde abajo, y por obediencia ciega al texto de la ley, consienten dichos abusos agachando la cabeza o mirando hacia otro lado.
Darse cuenta de que cualquier ley es imperfecta y no puede cubrir todos los casos, e intentar ajustarse no tanto a lo escrito como a la intención con la que fue creada, es más difícil pero también más sabio y más justo. Hay un término específico para esto: epiqueya, el acto o hábito de hacer excepciones al cumplimiento estricto de una ley para poder ser fiel a su espíritu original. No basta, pues, con quedarse en lo superficial: hay que poner en práctica el pensamiento crítico, leer entre líneas, cuestionárselo todo y pararse a decidir lo que es correcto, aunque nos cueste un mayor esfuerzo. Recordemos el verdadero significado de las cosas e intentemos que prime lo ético por encima de lo legal; no nos centremos sólo en la letra de la ley olvidándonos de su espíritu.
 
 
Si le pides a cualquiera que te cante la canción del verano, sin duda lo que harán todos será tararear la melodía principal, pasando por alto los acordes, pero ¿qué es lo que ocurre cuando en la tranquilidad de la noche escuchas esta misma canción mientras suena en una verbena, a una gran distancia de donde estás? Los bajos, que de otra manera nos pasarían desapercibidos, son casi lo único que se oye; los agudos de la melodía se los lleva el viento y los graves de los acordes y la percusión son lo único que queda. De igual forma, las modas pasan, lo accesorio se olvida, lo incoherente y lo mediocre desaparece con los años… pero lo realmente importante resiste el paso del Tiempo. Por eso yo, que siempre he intentado pensar a largo plazo, intento analizar el Mundo que me rodea bajo una perspectiva lo más amplia posible, no sólo rascando la superficie sino en profundidad, intentando llegar hasta las causas últimas de las cosas. Y no es tarea fácil: las notas tónicas de la melodía del Cosmos son, como ya dijimos en otra ocasión, difíciles de distinguir, porque los acordes que rigen nuestras vidas son extraños y a veces las palabras no bastan para explicarlos y comprenderlos. Aun así, a mí nunca me ha gustado desafinar, de modo que sigo intentando resolver el enigma; sigo prestando atención a esos acordes para poder cantar en armonía con ellos, para poder contribuir a la Música del Tiempo con mi propio pentagrama en la partitura, con mi propia y humilde melodía.

3 comentarios:

Hope dijo...

No todo el mundo tiene la misma capacidad de análisis, y estoy de acuerdo en que muchas veces nos vamos a lo más fácil que es seguir la corriente, y opino también que en esto nos equivocamos... Pero ¿Cómo conseguir que no te lleve la ola? Algunas veces quieres profundizar pero , todo es tan rápido y hay tantas cosas, que resulta tan complicado el análisis que no sabes como hacerlo. Y otra pregunta ¿Alguien enseña a analizar correctamente, conoces algún proceso para no errar? Ya sé que en mi caso soy un poco cortita, pero muchas veces analizo detenidamente una cosa, la cuestiono, investigo, le dedico tiempo, y de repente ocurre algo que te hace ver que estabas totalmente equivocado. Vamos que creía haber llegado al fondo de la cuestión, pero no es así. ¡Ahí personalmente es cuando me desanimo para seguir haciéndolo! , porque no siempre me siento capaz de hacerlo, y cuando lo hago no me fío de mi propia conclusión. ¿Esto me pasa sólo a mí? Lo digo porque igual no tanta gente pasa como pensamos sino que les ocurre algo parecido. El análisis y el debate para aprender a argumentar deberían ser asignatura obligatoria en la vida.

Hope dijo...

Qué ha pasado este Lunes 3 de febrero... ¿Debes ir más "liao" que "la pata" de un romano?
No te preocupes, he releído con más calma viejas entradas, les pones tanta sustancia que tenemos contenido para rato, aunque no puedas publicar siempre. Gracias por estas cosas tan interesantes que compartes. "Salu2"

Kalonauta dijo...


¡Hola, Hope! :-)

El caso es que ayer lunes por la noche ya tenía la entrada casi preparada, pero el editor de Blogger no me dejaba subir las fotos, por algún tipo de incompatibilidad que aún no acabo de comprender... Y ya es la segunda vez que me pasa esto, espero que no se repita muy a menudo...

En cuanto a la dificultad para encontrar una respuesta a las grandes preguntas de la Vida, ¡qué me vas a contar! Es difícil, y entiendo que haya personas que por pura ignorancia anden totalmente despistadas acerca de qué es lo correcto. Lo que me da rabia es que, cuando hay que tomar una decisión entre lo correcto y lo fácil, la mayoría de la gente (por miedo, o por prisa, o por duda) se decide por lo fácil, a pesar de que muchas veces son perfectamente conscientes de que no es lo correcto.

Yo personalmente creo que (además de haber tenido la suerte de unos padres que me han educado muy bien) me ha ayudado en parte a saber poner mis ideas en orden mi formación científica. La Ciencia se basa en una serie de métodos y procedimientos que te facilitan el explicar problemas complejos de manera sencilla, sabiendo distinguir los factores importantes de los irrelevantes y sin dejarte despistar por ningún tipo de preconcepción, para poder llegar a la solución de dichos problemas.

El caso es que la Ciencia, a pesar de ser una herramienta muy potente para explicar cómo funcionan las estrellas, las moléculas, las plantas, las células o los circuitos, y por tanto poder predecir con antelación lo que harán en unas u otras circunstancias, empieza a fallar cuando tratamos de comprender el comportamiento de sistemas más complicados y caóticos como el cerebro humano, las sociedades o la economía... Aquí entran en juego otras disciplinas del Conocimiento que no son puramente científicas, y la Filosofía es la que se ocupa de las preguntas más difíciles de todas.

Yo lo que hago para intentar aclararme con estas preguntas es adaptar en la medida de lo posible las herramientas científicas de las que dispongo, y me tiro de cabeza a la piscina en la parte que cubre... Otro día hablaré un poco más de todo esto en el blog.

¡Un abrazo, nos vemos!