lunes, 19 de agosto de 2013

Hacia la Eternidad (I)

Hace tres semanas, en la primera parte de esta trilogía sobre la energía nuclear, hablamos de lo que conocemos acerca de ella en el Presente, y en la segunda parte resumimos los buenos y malos usos que le hemos dado en el Pasado y los peligros que conlleva. Hoy viajaremos a un Futuro muy, muy lejano y veremos que, incluso gestionándolas de manera totalmente eficiente, las centrales nucleares comportan problemas a largo plazo que también hay que tener en cuenta… pero antes de dar este salto hacia el Futuro remoto, vayamos un par de pasos atrás para coger carrerilla. La estructura más antigua construida por el hombre y aún en pie son las Pirámides de Egipto, de hace cinco mil años. Para asegurar la vida eterna del Faraón era necesario preservar su cuerpo (mediante el proceso de momificación) y su lugar de enterramiento lo mejor posible. Las cámaras funerarias eran de muy difícil acceso una vez sellada la Pirámide, para evitar el saqueo por parte de ladrones más adelante. Es conocida la siguiente anécdota acerca de la tumba del Faraón Tutankamon, descubierta intacta a finales de 1922 por el egiptólogo Howard Carter: al parecer el contenido se había preservado tan bien que Carter pudo fotografiar, al entrar por primera vez, unas flores secas de miles de años de antigüedad que se desintegraron casi al instante.
 
 
Hablemos ahora de otro tipo de desintegración. Los productos resultantes de las reacciones de fisión de una central nuclear no son estables, sino que siguen transformándose en otros tipos de átomos, en secuencias de reacciones secundarias que se conocen como series de desintegración radiactiva. Es decir, que después de extraer la mayor parte de la energía de una barra de combustible, ésta sigue activa y emitiendo diversos tipos de radiaciones (alfa, beta, gamma o de neutrones). En una muestra de átomos inestables no podemos predecir cuándo va a cambiar cada uno de ellos en particular, dando lugar a una emisión; podría transcurrir tan sólo un instante o un intervalo de tiempo enorme… Se comportan un poco como las palomitas de maíz en una sartén: si tenemos un número grande de ellas, habrá algunas que no exploten prácticamente nunca. Por tanto, una muestra radiactiva nunca llega a ser del todo segura, pero sí podemos estimar cuándo se han transformado la mitad de sus átomos, o el noventa por ciento, o el noventa y nueve. Haciendo uso de estas estimaciones, se calcula que los residuos radiactivos de una central siguen siendo peligrosos durante unos cien mil años (Como podéis ver, comparados con esta cifra, los cinco mil años de las Pirámides no son más que un suspiro). Durante todo este tiempo hay que evitar que la radiación afecte a cualquier forma de vida animal o vegetal; por eso los residuos son como una patata caliente de la que todo el mundo quiere deshacerse. El fuego invisible del que hablábamos hace poco es, además, un fuego casi eterno.
 
 
Hay distintas categorías de lugares de almacenamiento para residuos nucleares, y todas ellas se basan en la idea de que si las radiaciones rompen sólo moléculas de agua o de roca no son peligrosas. Muchas centrales nucleares, entre ellas las españolas, guardan por ahora sus propios residuos dentro de piscinas de agua controladas. Otra posible opción es lo que se conoce como Almacén Temporal Centralizado, o ATC, que puede albergar residuos de alta actividad de manera segura. Sin embargo, la táctica de poner tierra (o agua) de por medio, que en principio parece sencilla, se convierte en una ardua tarea si buscamos la certeza de que esto será así por un largo periodo de tiempo. Tanto las piscinas como los ATC requieren mantenimiento, y pueden garantizar el aislamiento de los residuos durante tal vez cien años, pero hay que tener en cuenta que a largo plazo siempre ocurren cambios, y a muy distintos niveles, en la fisonomía de los lugares: es necesario prever la posibilidad de guerras, terremotos u otros desastres naturales. Se necesitan por tanto estructuras que alberguen los residuos durante decenas de miles de años: son los Almacenes Geológicos Profundos, o AGPs, excavados en las entrañas de la Tierra. Al ser éste un problema del que se ha tomado conciencia muy recientemente, hay muy pocos AGPs en el mundo, y su grado de efectividad previsto es variable. Por ejemplo, en los Estados Unidos hubo una propuesta para utilizar el enclave de Yucca Mountain, en Nevada, pero el gobierno de Obama la ha desestimado. Yo me centraré aquí en el caso más notable y más prometedor, que es el de Onkalo, actualmente en construcción y periodo de pruebas.
Hace unos años los finlandeses acordaron hacerse responsables de sus desechos radiactivos y enterrarlos en su propio suelo. Después de considerar distintos puntos del país, decidieron construir el AGP en un área próxima a las centrales nucleares de Olkiluoto, a unos doscientos kilómetros de Helsinki. Al proyecto, llevado a cabo por una empresa también finlandesa, se le ha dado el nombre de Onkalo, que significa “Lugar oculto” o “Cueva”, y consiste en perforar en la roca un túnel de acceso hasta casi medio kilómetro de profundidad, excavando entonces una gran cantidad de pasillos en horizontal donde se depositarán los residuos que se vayan produciendo en Finlandia, en distintos contenedores de boro, cobre y arcilla que actuarán como barreras protectoras. Está previsto que la fase de almacenamiento comience en 2020 y que dure hasta el 2100, fecha en que se procederá a sellar los pasillos y a rellenar el túnel de acceso con hormigón. El depósito está diseñado para no precisar mantenimiento y, como decíamos antes, tiene que durar cien mil años: el equivalente a tres mil generaciones de hombres y mujeres. Para que os hagáis una idea de la magnitud de la cifra, os recuerdo que el Homo Sapiens, nuestra especie propiamente dicha a partir de la evolución del habla, tiene una antigüedad igual a dos veces este intervalo de tiempo. Los análisis geológicos de la zona indican que Onkalo debería permanecer estable durante la totalidad de dicho intervalo, ya que el lecho de granito en el que se encuentra no tiene fallas ni volcanes cerca y lleva dos millones de años inalterado, con una alta probabilidad de seguir así.
 
 
Pero no se trata sólo de evitar que los residuos vuelvan a la superficie, hay que impedir además que los hombres bajen a las profundidades del depósito… En el magnífico documental Into Eternity, de Michael Madsen, que en realidad fue la semilla inicial de las entradas de las últimas cuatro semanas, se habla de los residuos nucleares y también del problema de la comunicación con el Futuro distante. Finlandia podría sufrir movimientos migratorios masivos originados por conflictos bélicos, o por un cambio climático (se estima que dentro de sesenta mil años podría comenzar una nueva era glacial)… ¿Qué pasa si mucho más adelante vuelve a la zona el mismo pueblo que la abandonó, que con el tiempo ha olvidado Onkalo, o un pueblo distinto? ¿Y si excavando en busca de minerales liberan accidentalmente la fuente de radiactividad, y si avivan la llama invisible que ardía oculta en las sombras? ¿Hay que avisarles para que no se acerquen, para que den media vuelta? ¿Qué tipo de marcadores, de señales de peligro, es el más adecuado?
Frente a este problema, se manejan tres enfoques diferentes. El primero consiste simplemente en informar de la naturaleza y situación del AGP. Por ejemplo, y saltando el océano por un instante, el método de alerta que se baraja para cuando se clausure el Waste Isolation Pilot Plant, una planta de almacenamiento de Nuevo Méjico, podría constar de varios perímetros concéntricos con altas columnas de granito, y en el centro de éstos, justo por encima del depósito radiactivo, una habitación sin techo hecha de losas también de granito. Tanto en las columnas como en las losas se planea incluir, grabados en la piedra, información y mensajes de advertencia en los seis lenguajes oficiales de las Naciones Unidas (inglés, español, ruso, francés, chino y árabe) y en la lengua nativa de Nuevo Méjico, el navajo, dejando espacio para otras traducciones a las lenguas de uso común en el Futuro e incluyéndose también distintos pictogramas explicativos.
¿Y qué pasa si el depósito se redescubre en un Futuro muy, muy lejano en el que ya no se recuerda ninguna de las lenguas utilizadas en su señalización? Un segundo enfoque encaminado a evitar la profanación de Onkalo, que puede usarse en combinación con el anterior, consiste en apelar a una parte más primitiva, más instintiva, del cerebro de los intrusos, con elementos que induzcan un cierto temor o desasosiego. Las propuestas oscilan entre incluir una representación del Grito de Munch hasta una inmensa escultura en forma de paisaje de espinas rodeando la zona. Hay otro viaje al Futuro lejano, el narrado por Herbert George Wells en La Máquina del Tiempo, en el que aparece una edificación que también alberga un gran peligro y que combina dos elementos perturbadores muy similares a los citados: se trata de la guarida de los Morlocks, en cuyo techo hay una escultura con forma de cabeza de esfinge, a cuyos lados aparecen una serie de grandes pinchos que suben y bajan por medio de un mecanismo oculto.
 
 
Volviendo de nuevo a Egipto, la leyenda de la Maldición de Tutankamon se generó cuando en los meses siguientes al descubrimiento de su tumba en 1922 empezaron a morir algunas de las personas implicadas en el mismo, incluyendo a Lord Carnarvon, que había financiado la búsqueda, y a Sir Douglas Reid, que radiografió la momia del Faraón. Aunque muchos autores niegan que hubiese ninguna advertencia por escrito, otros aseguran que Howard Carter encontró en la antecámara de la tumba un fragmento de arcilla con la siguiente inscripción: “La Muerte golpeará a quien ose turbar el reposo del Faraón”. Teniendo en cuenta que en los doce años siguientes sólo murieron ocho de las cincuenta y ocho personas presentes en la apertura de la tumba y del sarcófago, y que tanto Carter como el médico que dirigió la autopsia de Tutankamon murieron de viejos muchos años después, es fácil comprender que la Maldición del Faraón no fue más que una exageración de la prensa sensacionalista de la época… Sin embargo, está científicamente demostrado que la amenaza de la radiación emitida por los residuos nucleares es bien real.
Aunque las Pirámides del Antiguo Egipto intentaban alcanzar la mayor altura posible y los Almacenes Geológicos Profundos se construyen cavando bien hondo hacia las profundidades de la Tierra, estoy viendo que hay bastantes semejanzas entre ellos: ambos se construyen para perdurar en el Tiempo, para transportar su contenido en un viaje hacia la Eternidad; y pasados los milenios, cuando el conocimiento sobre ellos se ha emborronado con el olvido, no se sabe a ciencia cierta si encerrarán algo bueno (un tesoro) o algo malo (una maldición, ya sea de tipo espiritual o radiactivo). Ante la duda, los hombres del Futuro podrían creer que las advertencias sobre supuestas maldiciones están ahí sólo para despistar, que lo que realmente hay dentro es algo muy valioso, o bien un lugar de enterramiento que les permitirá aumentar su conocimiento sobre el Pasado. En este caso, toda señalización tendría un efecto totalmente contrario al deseado, ya que no haría sino llamar más la atención sobre el AGP. Es aquí donde entra el tercero de los posibles enfoques de los que hablábamos: esta opción consiste en no señalizar Onkalo en absoluto, olvidarse de él, y, de hecho, durante las primeras generaciones, hacer un esfuerzo consciente y activo por acordarse de olvidarlo, evitando toda referencia al depósito en medios escritos o cualesquiera otros que pudieran perdurar en el Tiempo. De esta forma, Onkalo, como su propio nombre indica, se convertiría de verdad en un lugar oculto, no sólo a los ojos sino también a las mentes; se convertiría, con un poco de suerte, en un lugar secreto, en un pozo invisible para un fuego invisible, por el resto de la Eternidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

q completo y bien documentado! Felicidades! me encantó!
susana