En la primera parte de esta entrada
relatamos los acontecimientos más importantes del siglo XX en relación con los
usos militares de la energía nuclear y la carrera armamentística entre los USA
y la URSS. Hablemos ahora de los usos civiles (y
civilizados) de los isótopos radiactivos de alta o baja intensidad. Dejando
de lado las auténticas locuras
que se hicieron en los años treinta y cuarenta, cuando aún no se comprendían
bien (o no se querían comprender) los efectos de la radiactividad,
los avances en Física Nuclear nos han proporcionado
un gran número de aplicaciones muy útiles
en investigación, medicina e industria: Radiografías, TACs, contrastes,
radioterapia, control de espesores, eliminación de electricidad estática,
trazadores, detectores de humo, radioluminiscencia, esterilización de
instrumental, irradiación de alimentos, esterilización de plagas, datación por
carbono 14…
A partir de los años 70 las reacciones de
fisión se han usado de manera controlada como fuente de energía para producir
electricidad en las centrales nucleares. El que la reacción en cadena (de la que
hablábamos la semana pasada) no se convierta en una explosión se logra haciendo
que sólo uno de los neutrones liberados en la fisión de un núcleo dé lugar a
una nueva fisión. Ésta es una aplicación sumamente importante: actualmente las centrales nucleares
proporcionan el 6% de la energía y el 13% de la electricidad mundiales. Hay
unos 440 reactores en marcha en 30 países (USA, Francia y Japón son líderes en este campo), más otros 180 usados para
propulsar buques, portaaviones o submarinos. Se están construyendo unos 70 reactores más, 30 de ellos en China, aunque
después del desastre de Fukushima
ha habido un
replanteamiento de la situación a nivel mundial y algunos países como Alemania
o Italia han decidido prescindir de la energía nuclear.
Aunque las centrales son caras de
construir, la nuclear es una energía sostenible y además reduce las emisiones
de dióxido de carbono a la atmósfera. Sería una fuente de energía limpia y segura si todo se
hiciera correctamente, pero accidentes como el de Chernobyl en 1986 o el de Fukushima
en 2011 nos demuestran que siempre puede haber imprevistos, bien por
negligencia humana o bien por catástrofes naturales. El número de víctimas en accidentes
por unidad de energía producida es menor en el caso nuclear que en el de los
combustibles fósiles o la energía hidroeléctrica, pero seguramente esta
estadística no ha descontado la gran cantidad de energía y tiempo que hay que
emplear para solucionar los accidentes nucleares y para el adecuado
almacenamiento de los residuos radiactivos.
Por tanto, ¿estoy a favor o en contra de la
fisión para producir energía? Creo que la clave está en tomar las decisiones
políticas adecuadas y alcanzar el punto justo de equilibrio, considerando
detenidamente tanto los pros como los contras de las distintas opciones, sin dejarse llevar por
criterios partidistas, cortoplacistas o exclusivamente económicos. El llegar a convivir en armonía con la
energía nuclear pasa, entre otras cosas, por reducir nuestra dependencia energética
(en general) por la vía del Decrecimiento, limitar el número de centrales,
construirlas en lugares sin actividad sísmica y gastar todo el dinero que haga
falta en su adecuado mantenimiento y en medidas de seguridad.
¿Y qué pasa con la fusión? Los procesos de fusión
nuclear controlada serían mucho mejores como fuente de energía, porque no harían
falta materiales radiactivos peligrosos
como uranio o plutonio, sino que bastaría con hidrógeno, un elemento presente
por todas partes a nuestro alrededor,
y además los productos de la reacción serían núcleos estables de helio no
radiactivo. Sin embargo, las altas temperaturas requeridas para la fusión hacen
esto inviable con los medios de los que disponemos; por
ahora la llamada fusión fría es cosa de ciencia ficción, y no se espera
conseguirla antes del año 2050.
Recordemos la primera parte de la
entrada y pasemos a la segunda
gran pregunta de hoy: ¿Estoy a favor o en contra de los usos bélicos de la
fisión y la fusión? Totalmente en contra, por supuesto. Todos esos dirigentes
políticos del siglo XX que hicieron caso a los militares antes que a los
científicos no entendían que un gran poder conlleva una gran responsabilidad;
el problema no está en la energía nuclear en sí, sino en el uso que nosotros
hacemos de ella… La verdadera arma de destrucción masiva somos nosotros.
Aunque éste no es un tema como para tomárselo a broma, con el tiempo he aprendido a dejar de preocuparme
al respecto. Tengo fe en que los líderes políticos sabrán reconocer los errores del pasado y en que no llegará la sangre al río; al
fin y al cabo, estoy seguro de que los coreanos del norte también aman a sus hijos como el resto de la gente, y eso
para mí ya es garantía suficiente. Sin embargo, siempre queda un pequeño margen
para la duda… ¿Y si ese dios perverso y bromista del que hablaba la semana
pasada lanzase sus dados de nuevo y alguno de los líderes mundiales pulsara el botón
rojo?
Volvamos, para ir concluyendo, al Reloj del Juicio Final: desde su creación en
1947, la manecilla de los minutos se ha ido moviendo cada cierto tiempo hacia
delante o hacia atrás, en función de los acontecimientos recientes a nivel
mundial, incluyendo también en los últimos años los efectos del cambio
climático. En el peor momento hemos estado a dos minutos de las doce y en el
mejor a diecisiete; actualmente estamos a cinco minutos de la medianoche.
Si algún día el Reloj marca las doce en punto, habrá empezado la Tercera Guerra Mundial, que seguramente será la última
guerra que se produzca en mucho, mucho tiempo… En otra ocasión seguiremos hablando de ello; baste por ahora decir que
fueron dos bombas
atómicas las que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial porque Japón no tenía
armamento nuclear con el que responder. Si se inicia la Tercera Guerra Mundial,
serán también los misiles nucleares los que le pongan fin, pero en este caso es
posible que no quede nadie para recordarlo después.
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