lunes, 8 de julio de 2019

Espejo Negro (II)


Mi padre me contó una vez que en uno de los trabajos que tuvo cuando era joven, en una empresa de fabricación de muebles, se encargaba de llevar la contabilidad de la empresa y las nóminas de los alrededor de cincuenta trabajadores, y que para todo eso le bastaba con una facturadora que tenía una memoria de algo menos de 1k… ¿Qué haríamos hoy en día con 1k? Absolutamente nada… Los paquetes de software aumentan de tamaño con cada nueva versión, requiriendo equipos de hardware con más espacio en disco, procesadores más rápidos y mayor memoria RAM. A veces el aumento de tamaño se debe a la introducción de aplicaciones que la mayoría de usuarios nunca utilizará, y otras a la desidia de los programadores que no se toman el tiempo necesario para depurar el código fuente. Por ejemplo, las versiones nuevas de los productos de Linux se pueden usar en computadoras antiguas, cosa que no se podría decir de los programas de Microsoft… A esto se suma que al cabo de un cierto tiempo los fabricantes de software dejan de proporcionar asistencia y parches para las versiones antiguas, con lo que resulta más peligroso seguir utilizándolas.

La semana pasada os expliqué cómo esto mismo ha hecho que mis dispositivos electrónicos se queden anticuados, y cómo a pesar de ello he aguantado lo máximo posible sin cambiarlos. Algunos podríais pensar que me resisto por una cuestión de dinero, por tacaño, pero no es así, os aseguro que lo hago por principios… De hecho, aquí tenéis una prueba de lo que digo: hace una semana y pico estaba dando una vuelta por el Parque Central poco antes del cierre y me encontré por casualidad un móvil abandonado sobre un bordillo. No había nadie en decenas de metros a la redonda, y el móvil parecía moderno y bastante caro; para mí habría sido muy fácil cogerlo y ahorrarme varios cientos de euros en un terminal nuevo, pero ni siquiera lo toqué, lo dejé allí para dar a su legítimo dueño la oportunidad de volver y recuperarlo… simplemente porque sabía que llevárselo estaba mal.




Como ya os comenté en la entrega anterior, estos últimos días he estado intentando decidir si me actualizo y me pongo WhatsApp o si aguanto un poco más, y para ello me he confeccionado una lista de pros y contras. Una de las principales razones en contra de comprar un móvil son los perjuicios derivados para el medio ambiente y para mucha gente en países en vías de desarrollo, así que pasemos a explicar esto con algo más de detalle… Ya hemos hablado antes en el blog de obsolescencia programada y percibida. Una buena fuente de información sobre la obsolescencia programada es el documental Comprar, Tirar, Comprar, coproducción franco-española de 2011 dirigida por Cosima Dannoritzer. En él se nos explica por ejemplo cómo los distintos fabricantes de bombillas se reunieron tan pronto como en 1924 y se pusieron de acuerdo para acortar la vida media de su producto a mil horas, dando lugar al llamado Cártel Phoebus, que no ha sido más que el principio de la historia. Muchas de las cosas que se comentan en el documental siguen vigentes hoy; al fin y al cabo no es tan antiguo, tiene los mismos años que mi móvil y mi portátil.

Por tanto, muchos de los aparatos que tenemos en casa están diseñados para romperse al cabo de un tiempo, y cuando eso pasa lo más habitual es que no haya recambios disponibles o que la reparación sea casi tan cara como la compra de un aparato nuevo… Pero hoy en día ni siquiera hace falta que el producto se estropee para que adquiramos otro; los responsables de marketing y publicidad de las compañías se encargan de bombardearnos con anuncios en los que todo es maravilloso y perfecto cuando la realidad que hay detrás es bien distinta, y la mayoría de consumidores tienen tan poco espíritu crítico que se tragan las mentiras con patatas. La actual preocupación de los diseñadores de productos es por tanto crear necesidades artificiales, no satisfacer necesidades reales. Es la llamada obsolescencia percibida: la tecnología se convierte en una moda más, y hay una auténtica obsesión por ser el primero en comprar la novedad más reciente del mercado. Con cada nuevo lanzamiento se forman colas enormes en las tiendas especializadas para hacerse con una de las unidades del último modelo… Las cifras hablan por sí solas: se estima que en el Mundo se vende casi medio millón de móviles cada día.




Y para fabricar todos esos terminales nuevos hace falta una gran cantidad de recursos naturales, recursos que son limitados, lo queramos o no. Se calcula que con un crecimiento del 2% anual en la producción, hacia 2030 se agotarían las reservas de cobre, plomo, níquel, plata, estaño y zinc. Ya en su día os hablé en el blog de la huella ecológica y os comenté que para que todas nuestras actividades actuales pudiesen continuar indefinidamente haría falta un planeta y medio. El actual modelo económico y comercial no es sostenible; las compañías multinacionales planifican sus estrategias pensando solo en sus beneficios económicos a corto plazo, no en las consecuencias a largo plazo y a muy distintos niveles, que ya no son tan fáciles de predecir (Las señales de que esto acabará mal son muchas, pero no hay peor sordo que el que no quiere oír).

Según la ONU en el Mundo se generan cada año cincuenta millones de toneladas de residuos relacionados con los aparatos electrónicos (uno de estos millones es español), que no se reciclan adecuadamente y acaban principalmente en vertederos de países en vías de desarrollo, antes en Asia y ahora más en África (por ejemplo en Ghana y Nigeria). La exportación de residuos electrónicos es ilegal en la Unión Europea, pero no en los USA; y aun así, muchas veces se exportan desde Europa aparatos calificados como “de segunda mano” que en su mayoría son ya prácticamente inservibles en su lugar de destino (Hecha la ley, hecha la trampa).

Arsénico, antimonio, berilio, plomo, níquel, zinc, cadmio o mercurio son solo algunos de los elementos presentes en los móviles que si no se tratan adecuadamente podrían contaminar la Naturaleza durante cientos de años, y que también son dañinos para nosotros. Las personas (en ocasiones niños) que manipulan estos aparatos para extraerles el aluminio y el cobre se ven expuestas a sustancias tóxicas como los citados plomo y cadmio, ftalatos o dioxinas que acaban afectando a su salud. Y la gente de estos países no solo tienen que soportar la contaminación, sino que a veces hacen de mano de obra barata para fabricar los productos (en zonas con legislación injusta o insuficiente, como el sudeste asiático, África, China, Brasil, México y Europa Central) que luego se venden con un amplio margen de beneficio en los países desarrollados, lo que contribuye a aumentar las desigualdades entre regiones (Actualmente el 15% de la población de los países desarrollados acapara el 56% de todos los bienes).




Por poner un ejemplo más concreto, quiero hablar ahora del coltán, mineral mezcla de colombita y tantalita muy apreciado porque con él se pueden fabricar condensadores muy finos y resistencias de alta potencia que permiten la miniaturización de los componentes de los dispositivos electrónicos. El problema está en que la producción anual apenas llega para satisfacer la demanda de nuevos móviles… La República Democrática del Congo cuenta con gran parte de las reservas mundiales, y allí la búsqueda de beneficios a toda costa por parte de las multinacionales ha hecho que se deje de lado la ética y se saque partido de la inestabilidad de la región y de una serie de guerras internas que se han cobrado en las últimas dos décadas unos cinco millones de muertes, genocidio difícil de explicar teniendo en cuenta que el coltán que lleva un móvil no supera los dos céntimos. Comunidades enteras destruidas, infinidad de casas reducidas a cenizas y miles de mujeres violadas han dado lugar a la considerada como la peor crisis humanitaria del Mundo, que afecta hoy en día a trece millones de personas; y para colmo una parte del país ha sido afectada por un brote de ébola… Incluso en las minas que no son de sangre se produce explotación infantil y los sueldos son ínfimos, de dos o tres dólares diarios, multiplicándose luego el precio del material hasta por trenta en la venta a las compañías.

En los últimos años, con la aprobación de normativas como la Ley Dodd-Frank, se han exigido más garantías de que los aparatos hayan sido fabricados sin materiales procedentes de zonas en conflicto, lo que ha impulsado a las minas africanas a intentar regularizar su situación y ha hecho aumentar la importancia como proveedores de Australia y Brasil (país este último donde algunos están preocupados por las agresivas políticas económicas de Jair Bolsonaro y la posibilidad de que acaben cometiéndose abusos sobre los indígenas, tal y como ha ocurrido en el Congo)… Resulta irónico que para que un niño de doce años en España pueda estar doce horas al día hipnotizado con la nariz pegada a su móvil tal vez tenga que haber otro niño de doce años en el Congo trabajando doce horas al día en una mina: lo más gracioso del asunto es que, si bien por distintas razones, ninguno de esos dos niños tendría que llevar ese tipo de vida; pero mientras mucha gente en África tiene problemas de verdad nosotros aquí nos angustiamos por estupideces, por nuestros putos problemas del primer mundo.




Pero no seamos negativos y hablemos también de soluciones… En Francia por ejemplo ya se han tomado medidas legales en 2014, con multas y hasta penas de cárcel, para evitar la obsolescencia programada, y las empresas están empleando materiales de mejor calidad en sus productos para que duren más. En 2016 Suecia redujo el IVA del 25% al 12% en la reparación de aparatos electrónicos para tratar de prolongar su vida media. También hay empresas que se dedican a combatir la sulfatación de las baterías viejas para hacer que funcionen correctamente durante más tiempo. Y uno de los resultados más palpables de este movimiento antiobsolescente es el Fairphone, móvil modular en el que las piezas se venden por separado y son fácilmente reemplazables, y además están fabricadas siguiendo criterios de comercio justo (Y parece que están teniendo buenas ventas).

Una vez hayamos usado nuestros aparatos lo máximo posible, hemos de reciclarlos correctamente, llevándolos al punto limpio más cercano de nuestra ciudad, o reutilizarlos formateándolos y donándolos a alguna ONG que les proporcione una segunda vida con usuarios que no pueden permitirse comprarlos, tal como un lector de este blog me ha comentado por privado que hace… Es importante estar bien informados sobre estas cuestiones, lo cual a veces no resulta fácil en esta sociedad consumista y superficial; por ejemplo los buscadores de Internet, al ser preguntados por el tema, supondrán siempre primero que quieres comprar, no evitar el despilfarro, con lo que los resultados que buscas tendrás que ir a encontrarlos al fondo de la página… Pero que la información sobre el agotamiento de los recursos naturales o sobre los minerales de sangre sea más difícil de encontrar no significa que el problema sea menos grave. La verdad es que no acabo de entender cómo esa gente que cambia dos o tres de sus dispositivos cada año puede ser tan obtusa y corta de miras como para no ver más allá de sus propias narices por mera pereza intelectual, impasible ante el sufrimiento de otros o incluso ante nuestro propio sufrimiento futuro con tal de conseguir un poco de gratificación instantánea o una ilusoria sensación de alto status.




Al problema de la obsolescencia programada y percibida se le añade el de nuestra privacidad y lo mucho que las grandes compañías averiguan de nosotros sin nuestro permiso para ampliar aún más su margen de beneficios, pero no me voy a meter en detalle en ese tema porque la entrada se haría larguísima… En resumen, os animo a hacer durar vuestros dispositivos un poco más antes de reemplazarlos por otros nuevos; no nos fijemos tanto en las especificaciones y la potencia de un aparato como en la manera en que lo vamos a usar… Haciendo un paralelismo con los videojuegos, muchas veces un juego antiguo con reglas muy sencillas y que no requiere apenas memoria resulta más divertido que uno nuevo hiperrealista con unos gráficos de la leche, y la primera impresión, la fachada, acaba siendo lo de menos.

Tal y como me sucede a veces, me he dado cuenta sobre la marcha de que tenía material de sobra para una tercera entrega, así que la semana que viene, en la conclusión, me centraré de nuevo en las redes sociales y hablaré de los aspectos más sociológicos y psicológicos del problema, y de cómo estas herramientas virtuales han cambiado la Vida real de las personas, a veces para peor. Trataré también de establecer una correlación entre el aumento de usuarios de WhatsApp y la disminución de comentarios en La Belleza y el Tiempo y, lo que es más importante, os explicaré las razones por las que al final he decidido cambiarme la tarifa, comprar un móvil e instalarme la dichosa aplicación.



No hay comentarios: