lunes, 8 de agosto de 2016

Las Capas de la Cebolla (IV)


El historiador griego Plutarco escribió su obra Vidas Paralelas entre finales del S.I y principios del S.II. Comienza con la biografía de Teseo, rey mítico de Atenas en el S.XIII antes de nuestra era, y nos habla de cómo viajó a la isla de Creta para derrotar al Minotauro. En conmemoración de aquella gesta, los atenienses conservaron el barco en el que Teseo volvió a su patria, recreando este viaje anualmente durante más de un milenio. A medida que los tablones del barco se iban deteriorando eran reemplazados por otros nuevos del mismo tipo de madera, de forma que Plutarco nos plantea la siguiente paradoja: si durante esos mil años se hubieran cambiado una tras otra todas las piezas, ¿seguiría siendo ése el barco de Teseo, o se trataría de un barco distinto? Y si todas las viejas piezas desechadas se ensamblaran en un segundo barco, ¿cuál de ellos tendría derecho a llamarse barco de Teseo, el de las piezas originales o el que se seguía sacando a navegar cada año? ¿Y dónde marcamos la frontera entre lo que es o no es el barco original? ¿la mitad de las piezas? ¿más? ¿menos? La llamada Paradoja de Teseo nos sirve como punto de partida para reflexionar acerca de la identidad de todo aquello que crece y cambia, incluida Valencia. ¿Una ciudad que ha reemplazado todos sus edificios sigue siendo la misma que la que se fundó dos milenios atrás, o se ha convertido en otra ciudad?




La evolución de una urbe milenaria es un proceso muy complicado y difícil de comprender a no ser que se hagan simplificaciones a la hora de describirla. En las anteriores entregas hemos visto cómo las distintas murallas de Valencia van apareciendo en paralelo a su expansión y los cambios en la composición de su población. Salvo muy contadas excepciones posteriores al 1238, la totalidad de los edificios que se han levantado hace más de dos siglos han acabado desapareciendo. El asunto se complica aún más (o se hace más interesante) si tenemos en cuenta que las estructuras desaparecen y dan paso a otras nuevas pero gran parte de los materiales se reutiliza, bien en el mismo punto, bien en el extremo opuesto de la ciudad. Los sillares de piedra de la muralla y circo romanos se fueron reciclando para construir casas en la época visigoda, e incluso como cimientos de las viviendas y murallas de época islámica. Por otro lado, los bloques del acueducto romano que venía por la calle Quart se usaron para los cimientos de los palacios góticos en la zona de la calle Caballeros… Hasta las lápidas funerarias de los primeros siglos se recolocaron en las paredes de los edificios posteriores.

La desaparición de la muralla árabe tras la construcción de la muralla cristiana en la segunda mitad del S.XIV fue un proceso lento y progresivo; también en este caso los muros se fueron reutilizando para los cimientos de las casas, como paredes medianeras o para material de construcción, y de hecho en algunas ocasiones, mientras todavía había riesgo de asedio a la ciudad, las autoridades tuvieron que prohibir bajo pena de multa que los particulares se llevasen piedras de este segundo círculo defensivo para uso propio. Las zonas de la antigua barbacana y foso se vendieron, y los nuevos propietarios podían edificar en su parcela siempre y cuando se comprometieran a mantener limpia de ramas y escombros su parte del foso, ya que éstos se usaban (ya fuese cubiertos o descubiertos) como colectores de aguas. Si seguimos avanzando hasta 1865 y la demolición de la muralla cristiana, los documentos oficiales de aquella época nos indican que los materiales del derribo se usaron en parte para la construcción de otros edificios y estructuras públicas, vendiéndose también a particulares; es posible que se utilizaran además para rellenar el valladar o foso y convertirlo en una parte de la actual red de alcantarillas.




Tratemos de responder ahora a esta pregunta que teníamos pendiente: ¿Han dejado huella las distintas murallas en el plano actual de Valencia? El lugar que ocupaba el lienzo medieval, como ya comentamos la semana pasada, se aprecia claramente: es la circunvalación o ronda interior. Ayuda además a distinguirla bien la gran diferencia entre la regularidad de la trama del ensanche por el exterior (con manzanas grandes y rectangulares y con calles rectas, más preparadas para vehículos rápidos) y la irregularidad de la parte más antigua por el interior (con manzanas más pequeñas y de formas diversas y con calles más tortuosas, sobre todo en la zona árabe).

En cuanto a la muralla islámica, centrémonos primero en las huellas visibles en uno de los primeros planos detallados de la ciudad, el de Tomás Vicente Tosca de 1704, del cual José Fortea realizó una versión en grabado, de 1738. Mirándolo se puede comprobar que en el S.XVIII los restos de la muralla árabe eran aún muy numerosos: en el entorno de la plaza del Ángel se aprecia un largo tramo de lienzo con cuatro o cinco torreones entre los cuales están la torre del Ángel y la de Mare Vella, y más hacia el sur (hacia arriba en el grabado) se pueden ver otras dos torres que deben ser las de las calles Salinas y Caballeros. El recinto árabe dejó trazas en la ciudad medieval incluso en las zonas donde no quedaban restos, como se puede ver en el grabado, que reproduce la silueta de la desaparecida muralla por medio de algunas calles y plazas importantes: plaza del Mercado, plaza de San Francisco, calle de las Barcas, plaza de las Barcas… El trabajo de Tosca sirvió de punto de partida a Pascual Esclapés para determinar con detalle, en el mismo 1738, el perímetro completo de la Balansiya amurallada. Dos años después José Vicente Ortí publicaría también una descripción bastante exhaustiva de su recorrido a lo largo de este perímetro.




Incluso hoy día se aprecia en el callejero de Valencia el trazado de la muralla islámica, y no sólo por la orientación de las calles: también nos da pistas el tamaño de las manzanas, que son más pequeñas en toda la zona originalmente árabe. Una excepción a esto último es la parte al sur de las calles Paz y San Vicente, que ha experimentado cambios importantes a nivel urbanístico a lo largo del último siglo (por ejemplo la propia apertura de la calle de la Paz a principios del S.XX o la remodelación del barrio de Pescadores entre 1906 y 1925); pero aunque las manzanas sean de mayor tamaño la plaza del Ayuntamiento y las calles Barcas, Pintor Sorolla, Universidad y Comedias nos recuerdan perfectamente la forma del perímetro del S.XII. Las trazas en cuanto a la orientación de las calles no se perciben sólo sobre la antigua posición de las murallas, sino también por dentro y por fuera de la misma, apreciándose en muchos puntos una predominancia de calles paralelas o perpendiculares a los lienzos, cual si de las ondas en la superficie del agua generadas al caer una rama se tratase… solo que en este caso las ondas pueden tardar décadas o incluso siglos en propagarse por la zona circundante.

Por increíble que parezca, también es fácil encontrar huellas de la muralla romana republicana en la Valencia del S.XXI: se puede adivinar su forma mirando las calles Sabaters y Serranos en el norte, pero sobre todo la clara curva que van trazando en el sur Juristas, Corretgeria, Cabillers y Avellanas, muy simétrica, casi en forma de polígono regular… muy romana, en resumen. La única parte en la que los límites han quedado un poco más difuminados es la nordeste, ocupada por la mole del antiguo Seminario Conciliar, hoy Facultad de Teología. Lo que resulta ya imposible es adivinar la disposición cuadriculada de las manzanas romanas mirando al plano actual, pero sí se nota que las calles Salvador y Caballeros son posibles trazas del Cardo y el Decumano, y que la calle San Vicente se puede identificar con la Vía Augusta… Pero ¿cómo es posible que se aprecien tantos detalles todavía hoy, si los restos de todas las casas que conformaban la Valentia romana están a un mínimo de tres metros de profundidad?




La clave radica en que los cambios en la ciudad se suelen producir de manera lenta, paulatina, gradual. Una antigua muralla siempre deja huella en el mapa porque ni todos sus sectores ni todos los edificios a su alrededor se derriban al mismo tiempo; los nuevos edificios que se construyan alineados con los que todavía persisten serán los que transmitan la información hacia el Futuro, los que tomarán el relevo en la preservación de las trazas. Y del mismo modo que con las murallas, esto pasa también con las calles importantes: es lo que se conoce como fosilización viaria. Sólo cuando se llevan a cabo grandes proyectos urbanísticos coordinados se altera de verdad la fisonomía del plano de la ciudad, y eso es algo que afortunadamente no ha ocurrido en la mayor parte de los antiguos recintos árabe y romano.

Si nos remontamos a los mismísimos orígenes de Valencia nos damos cuenta de que lo que determinaba la forma de las murallas (y por tanto de las calles) eran factores que escapaban al control de sus habitantes, como la trayectoria del río y sus afluentes, o qué terrenos eran más elevados y menos pantanosos. Sólo conociendo a fondo la historia de la ciudad se nos hacen visibles muchos detalles que la mayoría desconoce hoy en día; entrando en Google Maps e intentando ver más allá de los nombres de calles, monumentos, hoteles y cadenas de comida rápida se nos revelan las trazas de los elementos más antiguos, elementos que ya existían antes de que viviera nadie aquí. Algunas de estas trazas son muy obvias, como la del cauce del río, que ya no pasa por ahí desde que se desvió a principios de los setenta; y hay otras no tan fáciles de detectar para los no iniciados, como el antiguo brazo sur del Turia, los terrenos pantanosos al sudoeste, las ramblas del río en la zona de la Glorieta o la ligera elevación de la plaza de la Almoina con respecto a la zona circundante.




Podemos concluir, por tanto, que aunque todos los edificios de Valentia y de Balansiya hayan sido reemplazados por otros con el paso de los siglos, los restos que quedan, el reciclaje de materiales y las trazas que han dejado en el tejido viario actual constituyen nexos de unión entre la ciudad que es y la ciudad que fue. El problema, como ya hemos dicho, es complejo, pero la paradoja se puede resolver fácilmente diciendo que Valencia es la misma ciudad que hace dos mil años y a la vez no lo es… Si hasta ahora hemos tratado de aplicar la Paradoja del Barco de Teseo a nuestra urbe, me vais a permitir que dedique los últimos párrafos a otro tipo de comparación, en este caso con nuestro propio cuerpo, saliéndome un poco del tema y saltando del urbanismo histórico a la biología.

Estudios realizados en la última década nos han permitido averiguar la tasa de reemplazo de los distintos tipos de células de nuestros órganos. Algunas tienen una vida de unos pocos días: por ejemplo, ocho en las células de los alvéolos pulmonares y diez para las plaquetas. Las células epiteliales duran unas dos o tres semanas y los glóbulos rojos unos cuatro meses, mientras que el hígado puede renovarse completamente en un año. Las células adiposas que contienen la grasa o las de los huesos viven un promedio de diez años, y las de los músculos pulmonares pueden durar hasta quince años.

También hay excepciones a esta regla: las neuronas del córtex, las células del cristalino y aproximadamente la mitad de las células musculares del corazón no son reemplazadas cuando mueren, pero aunque no se regeneren a nivel celular sí cambian durante su vida útil una gran parte de sus componentes moleculares. El problema es complejo, porque seguramente las células nuevas reutilizan moléculas de otras células muertas, igual que los nuevos edificios de la ciudad se construían con piedras de los antiguos… Simplificando, se puede decir que casi todas las células de nuestro cuerpo son reemplazadas cada diez años, que nuestro soporte físico está cambiando de forma permanente, y que por tanto podemos aplicarle la Paradoja de Teseo: bajo cierto punto de vista, yo no soy el mismo yo de hace una década, ni tampoco el de dentro de diez años.




Y podemos saltar de la biología a la psicología y aplicar esta comparación no sólo en el aspecto físico sino también en el aspecto intelectual, emocional y afectivo; es decir, a nuestra propia personalidad y lo que somos en lo más profundo de nuestra consciencia. Es verdad que las neuronas no se reemplazan, y que de este modo preservan nuestro yo a lo largo de toda nuestra vida; pero incluso la mente está sometida a un continuo cambio, ya que las conexiones entre neuronas se van reorganizando, y con ellas nuestros recuerdos y nuestra forma de ser. A medida que maduramos crecemos intelectualmente y nos hacemos más sabios, pero aunque cambiemos de opinión respecto a algunos temas nuestra manera de pensar siempre vendrá determinada en gran medida por nuestro aprendizaje en los primeros años de Vida.

Y desde el punto de vista social y afectivo también experimentamos una evolución y cambios sucesivos, pero sin romper del todo los lazos con el Pasado. Encontramos nuevos grupos de amigos más acordes con nuestra forma de pensar, pero de vez en cuando nos reencontramos con los antiguos colegas. Y en lo que respecta a las relaciones sentimentales, puede que no duren para siempre, pero cada una de ellas determina nuestras expectativas a la hora de encarar la siguiente. Del mismo modo que una antigua muralla siempre deja trazas en la ciudad porque no todos los edificios de su entorno desaparecen al mismo tiempo, una antigua relación nunca se olvida por completo porque no se puede cortar de raíz el trato con todos los amigos comunes ni dejar de ir a todos los lugares que también frecuentaba la otra persona.




Bajo el prisma de esta comparación, derribar las murallas es bueno porque hace crecer la ciudad, no podemos pretender que toda su actividad siga produciéndose dentro de un reducido perímetro por los siglos de los siglos; y de igual forma nuestro desarrollo intelectual tiene que ser continuo, aprendiendo algo nuevo cada día y ampliando horizontes, sin caer en la autocomplacencia y el conformismo. En el terreno afectivo, no es bueno intentar prolongar una relación sentimental en la que te sientes asfixiado; si realmente no estás bien contigo mismo debes ser valiente y dar el paso para que ambos podáis seguir creciendo como individuos y buscando otras parejas con las que tengáis una mayor afinidad…

Aun así, cada persona con la que se ha estado pasa a formar parte de uno mismo y su recuerdo nunca se desvanece del todo. Es bueno que queden esas pequeñas trazas de los antiguos amores, de los compañeros de viaje que nos ayudaron a escribir los anteriores capítulos de nuestras vidas. Y es posible que en la actualidad estemos más a gusto que nunca con una pareja maravillosa, pero siempre quedará algo en nuestro interior que no sabremos explicar bien con palabras y que nos impedirá borrar de nuestros recuerdos a la primera persona con la que tuvimos una relación seria; del mismo modo que el punto fundacional de la ciudad adquiere una especial relevancia para los arqueólogos e historiadores, el primer amor ocupará siempre un lugar especial en el fondo de nuestra memoria emocional… o, como algunos la llaman, de nuestro corazón.



2 comentarios:

Noe dijo...

Tan interesante como bien traído el símil sobre la regeneración/evolución urbana. Lo cierto es que existen numerosas "catalogaciones" en la red del crecimiento de Valencia, pero no es habitual (por no decir que es imposible) encontrar, sin recurrir a bibliografía especializada, un planteamiento tan nítido, tan revelador, sobre lo que significa el paso del tiempo en el mismo entorno. Un 10, Kalonauta

Kalonauta dijo...


Ya será menos, Noe, pero te agradezco el cumplido, que además significa mucho viniendo de ti, que de estas cosas controlas bastante... Y gracias también, ya que hablamos de bibliografía, por esa manita que me echaste con la documentación. Me alegro mucho de que te hayan gustado las entradas.

Un abrazo, nos vemos