lunes, 19 de mayo de 2014

Caminos de Hierro (I)

Aunque no soy muy viajero, siempre me han gustado las estaciones de tren; me parece que tienen un encanto especial y un simbolismo muy potente. Son puntos de enlace que te conectan con otras ciudades, que ponen a tu alcance la promesa de lugares maravillosos al otro extremo de la vía… Las estaciones son para algunos un mero lugar de paso en la rutina diaria del trabajo o del estudio, pero para otros muchos son escenario de momentos importantes en la vida: gente que llega a la ciudad por primera vez, gente que se va para no volver, personas que esperan a algún ser querido… Yo mismo pasé muchos días junto a los andenes en otra época de mi vida, no hace tanto tiempo, y mientras esperaba a mi ex solía darme una vuelta y contemplaba el edificio, fijándome en los pequeños detalles que nos suelen pasar desapercibidos cuando vamos corriendo a coger nuestro tren en el último minuto.
 
 
En esta entrada doble os contaré algunas cosas sobre el pasado, el presente y el futuro de la Estación del Norte de Valencia, pero antes hay que dejar claro que ésta no es la primera estación de trenes que se construyó en el centro de la ciudad. La estación original estaba en la zona sur de la actual Plaza del Ayuntamiento: los andenes ocupaban más o menos la parte donde ahora vemos el edificio de La Equitativa, y la entrada y salida de viajeros estaba en el punto donde la calle Ribera da a la plaza hoy en día. Se inauguró en 1851, y se construyó en la zona del huerto del Convento de San Francisco, que por entonces aún se alzaba en el lugar que hoy ocupa la plaza. Esta antigua estación, igual que la actual, era conocida como “del Norte”, a pesar de entrar los trenes por la parte sur de la ciudad; esto se debe a que era propiedad de la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, que junto a la MZA era en su época la compañía de ferrocarriles más importante del país. Los primeros destinos que quedaron conectados con Valencia fueron el Grao, que por aquel tiempo todavía estaba separado de la ciudad, y Xátiva; y resulta muy romántico pensar que durante quince años aproximadamente, hasta 1865, el pasado remoto y el futuro se dieron la mano en ese rincón de la ciudad y el tren convivió con la muralla medieval que estaba a la altura de la calle Xátiva (tal vez se llame así en honor a las primeras líneas), entrando y saliendo a través de una abertura practicada en el muro que se cerraba con un pesado portalón de madera.


 
La antigua estación estuvo en uso sin problemas durante cincuenta años hasta que a principios del S.XX, ya sea por el gran aumento del número de trenes, por la peligrosidad del cruce de las vías con la calle Xátiva o por movimientos especulativos en torno a la plaza donde antes estaba el Convento de San Francisco, se decidió construir una estación nueva más alejada de la zona centro de la ciudad. En principio se propuso retirarla hasta la confluencia de las Grandes Vías de Germanías y de Ramón y Cajal, una idea bastante razonable que encontró sin embargo cierta oposición en algunos sectores y se abandonó, eligiéndose finalmente el punto que hoy conocemos, justo por fuera de la calle Xátiva. El edificio fue proyectado en 1906 por el arquitecto valenciano Demetrio Ribes y empezó a construirse el año siguiente. Fue inaugurado en agosto de 1917 sin grandes ceremonias, ya que tanto a nivel local como global era una época convulsa y problemática, y no estaba la cosa para celebraciones.
Cabe destacar como hecho curioso que durante las obras de la estación nueva seguía funcionando la antigua y, al igual que ocurrió con la muralla, se dejaron dos grandes huecos en el edificio en construcción, donde ahora está el acceso de pasajeros de la izquierda de la fachada, para que los trenes siguieran circulando por las vías antiguas. Durante mis paseos por la ciudad muchas veces me gusta pensar en cuatro dimensiones, y cuando me coloco en el punto exacto que indican las fotografías y sé que estoy sobre las vías de la desaparecida estación me entra un cierto cosquilleo en la nuca y mi instinto de supervivencia, contra toda lógica razonable, me dice que me aparte de ahí… ¿Quién sabe si algún viajero del tiempo usará esas vías para poner su DeLorean a ciento cuarenta por hora y trasladarse hasta nuestro presente? Más vale prevenir…
 
 
La nueva estación era tres veces más grande que la antigua, con un edificio en forma de U de estilo modernista, dentro de la corriente llamada Sezesión Vienesa. La fachada principal, de marcada horizontalidad, presenta unas almenas que recuerdan a las de la Lonja y gran cantidad de motivos vegetales, flores de azahar y naranjas en su decoración. Si no os habéis fijado nunca, os recomiendo que os acerquéis a los hermosos paneles de mosaico que hay entre los dos accesos al edificio y les echéis un vistazo; se titulan Guardesa de Noche y Guardesa de Día, muestran dos mujeres ataviadas con el traje típico valenciano y están confeccionados en base a los modelos del pintor José Mongrell. Si miráis hacia arriba veréis el reloj de la fachada, antiguamente rodeado por la leyenda “Caminos de Hierro del Norte”, que se retiró al desaparecer la compañía; y más arriba aún, un águila, que representa la velocidad, posada sobre el globo terráqueo. En otros muchos puntos del edificio podréis contemplar estrellas rojas de cinco puntas, también símbolos de la Compañía del Norte, que son junto con el nombre de la estación vestigios mudos de su pasado.
 
 
El Edificio de Viajeros, declarado Bien de Interés Cultural en 1983, tiene un precioso vestíbulo de entrada con techo y columnas de trencadís (es decir, azulejos troceados) y una exquisita decoración que incluye lámparas, vidrieras y elementos de madera para las taquillas. Todos los detalles están muy cuidados y se tuvieron en cuenta desde el principio de la fase de diseño. En las paredes de la sala hay varios mosaicos de pequeño tamaño con la frase “Buen Viaje” escrita en distintos idiomas: inglés, alemán, griego, árabe, ruso… aunque según una amiga mía de Europa del este hay en ellas al menos una falta de ortografía (nadie es perfecto). Girando a la derecha desde el vestíbulo había una cafetería que estuvo cerrada muchos años, aunque la sala vuelve a estar abierta al público en la actualidad; ocupan la totalidad de sus paredes unos paneles con paisajes típicos valencianos del pintor y ceramista Gregorio Muñoz Dueñas.
Pensándolo bien, el Edificio de Viajeros es tan bonito que no tenemos demasiada prisa por entrar a la zona de la cubierta que protege los andenes… Podemos comprar un vasito de horchata fresca para llevar, sentarnos tranquilamente en uno de los bancos octogonales de madera al pie de las columnas del vestíbulo, y chupar de la pajita mientras contemplamos extasiados la Belleza centenaria que nos rodea. Aquí sentaditos esperaremos hasta la semana que viene, que no se nos va a escapar ningún tren.
 
 

2 comentarios:

Oscar Wildest dijo...

Muy interesante. Es un edificio tan singular...
Me surge una pregunta, a la que no he podido encontrar respuesta en una búsqueda rápida en Google (igual algún lector sabe algo): ¿De dónde viene y cuándo aparece la palabra "trencadís" en este contexto? Yo diría que es una incorporación reciente.
Mi madre y la gente de l'Horta usa la variante "trencall", con una terminación que suena aquí más natural. En algún diccionario he visto que en lugar de "trencadís", como "rompedizo" que es con el significado que figura, se usa en el País Valencià "trencallós".
Dudas lingüísticas... :-)

Kalonauta dijo...


Bienvenido a mi humilde morada, Mr. Wildest. :-)

Estamos de acuerdo en que la Estación (y sobre todo el vestíbulo de entrada) es preciosa... si no estuviéramos de acuerdo no habría escrito esta entrada del blog, claro. ;-P

En cuanto a la palabra "trencadís", no creo que yo pueda serte de mucha más ayuda que Google... Entiendo que tiene una acepción como sustantivo, para esta técnica puesta de moda por Gaudí en la época modernista, y otra como adjetivo, como tú bien dices, con el significado de "frágil" o "quebradizo", pero hasta ahí llego yo también... Por cierto, que tiene gracia que en el Palau de les Arts hayan acabado coincidiendo los dos usos de la palabra... :-/

Otra cosa curiosa que te puedo comentar es que escribiendo la entrada he sido consciente de uno de esos hechos que se dan por supuestos pero en los que no se piensa nunca deliberadamente: un mosaico y un trencadís son parecidos pero no son lo mismo... Sí, ya lo sé: de vez en cuando pierdo el tiempo pensando las "tontás" más grandes que te puedas imaginar, pero es que yo soy así. :-)

¡Un abrazo!