martes, 5 de enero de 2016

Once Generaciones (V)


Llegamos por fin a la conclusión de esta entrada múltiple, mitad introducción a la Genealogía y mitad colección de relatos sobre mis antepasados. Dejadme comenzar aportando un dato bastante curioso: en cualquier tabla genealógica hay personas que aparecen varias veces, en distintas ramas de la familia. Esto suele pasar más a menudo en lugares mal comunicados como valles cerrados o islas, o en familias que por espíritu de casta (realeza, nobleza, altas finanzas) practican una cierta endogamia, aunque gracias a las cada vez mejores comunicaciones y al mayor conocimiento de los inconvenientes genéticos sucede cada vez menos. Este mismo fenómeno ocurrió también por fuerza, y muy frecuentemente, en los inicios de nuestra especie, en que había pocos miembros: si pudiéramos retroceder muchas generaciones (estamos hablando de cientos de milenios) veríamos que nuestro árbol genealógico tiene en realidad forma de abeto o de ciprés, estrechándose más y más a partir de un punto determinado. Algunos estudiosos han demostrado que todos los seres humanos estamos emparentados al menos en un grado de primos quincuagésimos, es decir, que siempre vamos a encontrar un antepasado común entre dos personas cualesquiera de la Tierra en las primeras cincuenta generaciones.

De todos modos, para el orden de magnitud temporal en que nos movemos en Genealogía, olvidándonos de los estudios genéticos y basándonos únicamente en fuentes documentales escritas (es decir, como mucho mil o dos mil años), estamos aún muy lejos de la copa del ciprés, y las ramas del árbol familiar se expanden más y más con cada nueva generación. Pensándolo detenidamente, se da uno cuenta de que nuestros dos primeros apellidos representan en realidad una parte muy pequeña de nuestro pasado familiar, ya que corresponden sólo a las líneas paternas que desembocan en nuestro padre y en nuestra madre. Más allá de la familia que normalmente conocemos en vida tenemos ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, treinta y dos trastatarabuelos, y así sucesivamente… Siguiendo esta progresión geométrica, llega un momento en que el número de ascendientes es enorme, difícil de imaginar.




Ya os dije que al acabar mi investigación había conseguido la foto de todos mis bisabuelos, cinco tatarabuelos y un trastatarabuelo… ¿Y hasta dónde llegué en lo que respecta a los nombres? Pues bien, conozco el nombre de diez de mis dieciséis trastatarabuelos por la rama paterna y quince de dieciséis por la rama materna. Aunque no tenga todos sus nombres de pila, conozco la gran mayoría de sus primeros apellidos gracias a los nombres completos de sus hijos; esto me ha permitido ordenar mis primeros treinta y dos apellidos de modo que sólo me faltan dos de ellos. La secuencia es la siguiente: después del primer apellido de tu padre y el de tu madre, que son los habituales, va el de tu abuela paterna y el de tu abuela materna. A continuación van los de las madres de tu abuelo paterno, abuelo materno, abuela paterna y abuela materna… y así sucesivamente, siguiendo con los tatarabuelos y trastatarabuelos. En definitiva, ahora ya sé que después de mis dos primeros apellidos vienen, por este orden, Lloret Rodríguez Mateo Galea Pelegrí Martín López Ribes Melo Figueroa Lázaro Ríos Nácher Luiz Ruescas Pachés ¿? Padrón Junquero Monzó Ballester Zamora Mateo Ortola ¿? Morales Escribano Valero Igual Díaz-Llanos… ¿Qué os parece? Para hacerme las tarjetas de visita necesitaría casi un tamaño A4.

Un breve inciso: tal vez os preguntaréis por qué suelto aquí toda esta ristra de apellidos y sin embargo no menciono los dos primeros… Estoy seguro de que con la mayoría de mis lectores no habría ningún problema en hablar de mi identidad, y de hecho casi toda la gente que comenta en el blog sabe perfectamente quién soy, a qué me dedico y cómo me llamo… Es sólo que prefiero mantener separados hasta cierto punto mi trabajo y mi vida personal (incluida La Belleza y el Tiempo), y por tanto evito dar referencias fácilmente localizables con una simple búsqueda en Google: antes he dicho que los dos primeros apellidos son en realidad una parte muy pequeña de nuestro Pasado, pero también son los que nos identifican claramente en Internet en el Presente… Los lectores y lectoras curiosos que queráis saber algo más sobre mí tenéis una forma muy sencilla de superar este cortafuegos: enviad un e-mail a la dirección de contacto y preguntadme lo que queráis, que yo estaré encantado de responderos en privado. Otro día, si os apetece, podemos seguir hablando de este tema del anonimato con más calma.




Con la lista de apellidos hemos llegado hasta mis trastatarabuelos, es decir, hasta la sexta generación de mi árbol genealógico, contándome a mí mismo como la primera; ahora os relataré la historia de cómo en un solo segundo pasé a tener de golpe información sobre cinco generaciones más, hasta un total de once. Muchos familiares de la rama de mi abuela materna siguen viviendo en Santa Cruz de Tenerife y en el Puerto de la Cruz hoy en día, entre ellos una tía mía en tercer grado que se llama Elia. Su abuelo Carlos era hermano de mi bisabuela Micaela Martín Luiz, de la que os hablé la semana pasada (eran un total de diez hermanos). Durante los dos años que duró mi investigación mi abuela y yo estuvimos bastante en contacto con Elia, y nos mandó por correo electrónico bastante información interesante acerca de la familia.

Entre los adjuntos que mandó había seis esquemas con unos árboles genealógicos antiquísimos, que por más que lo intenté no pude conectar con el mío. Estos datos tan antiguos, que habían sido más recientemente pasados a limpio y que pertenecían a la estirpe de los Díaz-Llanos, habían sido recopilados hacía mucho tiempo por otro miembro de su familia en un trabajo de investigación similar al mío. Los papeles originales estuvieron décadas guardados en un desván (menos mal que a nadie se le ocurrió tirarlos), y finalmente la información le llegó a Elia y después a mí; pero yo no tenía claro si los Díaz-Llanos serían antepasados de Elia únicamente, o si pertenecerían a las ramas comunes de nuestros árboles genealógicos.

Tuve que hacer muchas indagaciones hasta que todo encajó en su sitio, y fueron varias las fuentes de confusión que hubo que clarificar. En primer lugar, descubrí que en mi árbol había dos Micaelas (a mi bisabuela seguramente le pusieron el nombre por mi trastatarabuela Micaela Díaz-Llanos Fuentes, la mujer de Wenceslao, al que también conocéis). Por otra parte, el apellido Luiz aparecía escrito en algunos documentos como Luis, con lo que tuve que confirmar que ambos eran el mismo. Y por último el apellido Díaz aparecía a veces solo y otras en su forma compuesta, Díaz-Llanos. Recuerdo perfectamente cuál fue el documento que me permitió alcanzar ese momento de revelación en el que de pronto lo ves todo claro: fue una tabla genealógica de Felipe Luiz Díaz-Llanos, un tío de mi bisabuela Micaela, en la que había un par de anotaciones sobre casas heredadas y sobre el libro y folio del registro en el que constaban las partidas de bautismo correspondientes… No hace falta que os diga lo emocionante que fue encontrar por fin el eslabón perdido entre mi base de datos y los seis esquemas que me envió Elia; ahora entiendo por qué Arquímedes salió corriendo, desnudo y empapado, por las calles de Siracusa después de su momento Eureka.




¿Cómo se amplió mi árbol genealógico con este descubrimiento? En primer lugar conseguí los nombres de todos los bisabuelos de mi bisabuela Micaela, que serían pentabuelos míos; y también obtuve casi todos los nombres de los bisabuelos de su madre, Dolores Luiz Díaz-Llanos, a la que todo el mundo llamaba Mamá Lola (éstos serían algunos de mis hexabuelos). Tenemos así las generaciones séptima y octava, pero esto no es todo: algunos de los esquemas se remontaban (aunque con una mayor escasez de datos) tres generaciones atrás por la rama de los Díaz-Llanos, hasta llegar a Juan y Ángela, mis nonabuelos.

Juan Díaz-Llanos y Ángela María Andrade Hernández se casaron en Los Silos, un precioso lugar al noroeste de Tenerife, el 17 de agosto de 1671. De Juan sé además que nació en el Valle de Santiago, en la ladera oeste del Teide, aunque ignoro en qué fecha: éste es el dato más antiguo de mi árbol genealógico, y es curioso que su protagonista se llame Juan, como yo… También es curiosa la relación que nos une a ambos Juanes: empezando por mí, subes cinco generaciones siempre por parte de madre, y después subes cinco más siempre por parte de padre, y llegarás a Juan Díaz-Llanos. Él y su mujer son sólo dos de entre mis 1024 antepasados directos de esta generación, lo cual visto así puede saber a poco, pero de todos modos no está nada mal poseer datos concretos que te conectan directamente con el S.XVII, una época en la que Tenerife había pertenecido a la Corona de Castilla durante apenas doscientos años.




Para que os hagáis una idea, en 1671 nace Rob Roy MacGregor, legendario héroe escocés, Isaac Newton investiga la naturaleza de la luz y a Charles de Batz-Castelmore, conde de Artagnan, en cuya biografía se basó Alejandro Dumas mucho después para sus novelas de mosqueteros, aún le quedan un par de años de vida. Vivaldi, Bach y Haendel todavía no han llegado a este Mundo, y Luis XIV de Francia, el Rey Sol, todavía no ha trasladado su corte al palacio de Versalles. Suponiendo que Juan y Ángela tenían al menos veinte años cuando se casaron, y que tal vez Juan tuviese unos treinta, eso significa que fueron coetáneos de las contrapartidas históricas de Cyrano de Bergerac y de Diego Alatriste y Tenorio, así como del Cardenal Richelieu, Quevedo o Velázquez, y que durante su infancia y juventud se produjo el descubrimiento europeo de Nueva Zelanda, la extinción del dodo, la independencia portuguesa de la Corona Española y la captura de la pequeña colonia holandesa de Nueva Ámsterdam por parte de los ingleses, pasando a llamarse Nueva York… Al leer esto te empieza a entrar ese vértigo del que ya hemos hablado otras veces, el que da cuando eres consciente de que empiezas a entrar en otro orden de magnitud en la escala temporal en tu viaje hacia el Pasado.




Y hasta aquí he llegado por ahora en mi investigación, que no es moco de pavo… Por supuesto, me quedaron varios hilos de los que seguir tirando, y no descarto continuar indagando y ampliando la base de datos más adelante, pero ahora mismo no tengo tiempo. Dejad que os comente en este último bloque algunas de las conclusiones a las que he llegado a la luz de los datos del árbol genealógico. La primera sería que las familias desestructuradas no son un invento de hoy: no entraré en detalles, pero en varias ocasiones la investigación resultó más complicada de lo previsto debido a matrimonios en segundas y terceras nupcias, hijos adoptados, hijos ilegítimos de padre desconocido, niños huérfanos o abandonados… En las historias que me contaron acerca de mis tíos bisabuelos y tíos tatarabuelos había muchas luces pero también alguna sombra, en forma de infidelidades, rencillas, enfermedades, locura e incluso suicidio… vamos, que en todas partes cuecen habas.

La segunda conclusión es que a medida que vas subiendo generación tras generación te das cuenta de que tus genes en realidad proceden de muchos lugares distintos; en mi caso, a saber: de Gandía, Pobla Llarga, Massanassa, Carcaixent, Benisa, Xátiva, Campillo de Altobuey, Puerto de la Cruz… En definitiva, genéticamente hablando no somos de ningún sitio en concreto. El hecho de que mi abuela materna fuera de Canarias y mi abuelo paterno de Cuenca explica por qué nunca se ha hablado valenciano en mi casa, a pesar de tener aproximadamente el 50% de genes de aquí… Personalmente nunca me he sentido miembro de esta o aquella nación, centrándose mi afecto sobre todo en la ciudad en que vivo… pero de nacionalismos podemos hablar otro día, que ahora mismo no quiero meterme en un jardín.




Otra reflexión que me viene a la cabeza: por supuesto que os animo a que investiguéis vuestro propio árbol genealógico, ya que es una bonita manera de recordar las cosas importantes que hicieron vuestros antepasados… pero tengamos en cuenta que muchas veces lo que nos convierte en buenas personas y nos hace dignos de respeto y admiración no se refleja en los documentos oficiales y es difícil de expresar en pocas palabras, y por tanto no acaba plasmado en nuestra ficha genealógica. Que quede claro que, aunque las historias emocionantes siempre son de agradecer, no es necesario haber hecho algo sumamente importante para haber tenido una buena vida.

Decía al empezar la primera entrega que para saber hacia dónde debemos ir es bueno conocer primero de dónde venimos, lo que tal vez os haga plantearos la siguiente pregunta: si tanto interés tengo por las generaciones pasadas, ¿significa eso que pretendo continuar la estirpe familiar con una nueva generación? Está claro que para eso tendría que encontrar primero una pareja adecuada, lo cual está resultando bastante difícil, pero incluso suponiendo que se diese el caso, ¿vale la pena traer hijos a este Mundo tal y como está ahora? La cuestión es compleja y requiere una entrada aparte, así que sopesaremos los pros y los contras en otra ocasión.




Revisando la base de datos para escribir estas entregas me he dado cuenta de que hay que ponerla al día: lamentablemente, en los últimos años se han ido algunos de los miembros mayores de la familia. Pero no todo va a ser negativo, también tendré que actualizarla con los sobrinitos y sobrinitas que van naciendo… Es una sensación extraña, la de ver fotos de tus abuelos y bisabuelos, que tú conociste ya de ancianos, cuando eran niños o bebés. Te hace reflexionar y pensar que los que ahora son tus sobrinos y sobrinas pequeños serán algún día ancianos también… Teniendo en cuenta que tú estás justo en medio, es algo que te hace sentirte muy pequeño y ver tu propia vida con algo más de perspectiva.

Quizá de aquí a cien años algún descendiente mío (o de algún primo o hermano) encontrará casualmente mi carpeta o mis archivos de ordenador con los datos del árbol genealógico, igual que mis familiares de Tenerife encontraron la información sobre los Díaz-Llanos en aquel desván… Puede que esta persona continúe el trabajo en equipo a través de los siglos, y del mismo modo en que yo me subí a hombros de gigantes para remontarme once generaciones atrás, él o ella se aupará a mis hombros para seguir recopilando los relatos familiares, intentando así vencer al Tiempo y al olvido. Si se incorporaran nuevos datos, incluyendo los referentes a mí mismo, me haría ilusión que en la ficha constara un hipervínculo a La Belleza y el Tiempo, si es que aún existe por entonces; creo que sería una digna carta de presentación ante las futuras generaciones, y me encantaría que mis tataranietos o mis sobrinos tataranietos pudiesen sacar algo útil de su lectura.




Cada generación es como el siguiente relevo en una larga carrera hacia el Futuro para perpetuar la semilla del Homo Sapiens. Al tener descendencia transmitimos nuestra información genética, igual que otras especies, pero lo que nos hace distintos del resto es nuestra capacidad para registrar otros tipos de información por escrito, preservando y transmitiendo lo que hemos aprendido para ponérselo más fácil a la siguiente generación. Y esto se aplica también a la información genealógica: conocer las historias de tus antepasados te ayuda a no repetir sus errores y a intentar igualar o superar sus logros. Estar a la altura de tus padres y de los padres de tus padres puede ser lo que te espolee a escribir bellos poemas, diseñar fabulosos ingenios mecánicos, arriesgar tu vida en el mar o bajo las ruedas de un tren para salvar la de otro, o luchar mientras te queden fuerzas contra la tiranía y a favor de un Mundo más justo para todos, ya que al fin y al cabo, aunque mucha gente lo olvide a menudo, todos somos hermanos, todos formamos parte de una misma Gran Familia.



lunes, 28 de diciembre de 2015

Once Generaciones (IV)


Toca hoy contaros cosas acerca de las dos ramas de mi familia que vienen de lejos de Valencia… Comencemos por la de mi abuelo paterno, que procede de Cuenca, y más concretamente de Campillo de Altobuey, un pueblo muy cerca de Motilla del Palancar. En Campillo los datos del Registro Civil sólo llegan hasta 1885, de modo que los funcionarios, además de enviarme las partidas de nacimiento de las que disponían, me pasaron la dirección del párroco del pueblo, que tal vez podría encontrar en sus archivos información más antigua. Después de escribirle, el párroco en cuestión me devolvió mi sobre con el franqueo explicándome en dos frases bastante secas que él no estaba allí para hacer ese tipo de cosas… Bueno, por lo menos me respondió.

Otra fuente muy interesante de información que había en casa de mis abuelos paternos era un archivador que contenía varios testamentos y, lo que me pareció más curioso, un montón de contratos de compra de terrenos firmados por mi tatarabuelo Cristino, campesino y panadero, en los que se describía al detalle la cantidad de metros cuadrados de cada uno y con qué otros terrenos, caminos o acequias lindaba por cada lado. Parece que Cristino prosperó bastante, porque la extensión de sus tierras aumentaba sin parar… Estos documentos manuscritos de la segunda mitad del S.XIX, ya sean contratos, testamentos o partidas de nacimiento, requieren muchas veces una labor de descifrado previa al análisis de su contenido propiamente dicho: el texto es muy difícil de comprender, tanto en lo referente a la letra como a las abreviaturas, y en ocasiones es casi necesario hacer un curso de Paleografía para entender lo que dice.




El miembro de esta rama de la familia que me pareció más interesante fue Isidoro, el padre de mi abuelo paterno. Era relojero, razón por la que en el pueblo le apodaban Cuquillo, pero también comerciante, músico (sabía tocar el piano y el violín de oído) e incluso inventor en sus ratos libres. Tenía en Campillo tierras (tal vez heredadas de su suegro Cristino) y dos mulas, que vendió al venirse a Valencia con su familia a principios del S.XX, supongo que en busca de oportunidades a nivel económico. Se instalaron por la zona del Camino Real de Madrid, no muy lejos de Massanassa… Así que fue gracias al espíritu inquieto y emprendedor de Isidoro que mis abuelos llegaron a conocerse, haciendo posible que yo esté aquí ahora mismo escribiendo esto. Uno de los recuerdos más bonitos que guardo de mis visitas a la casa de mi abuela siendo pequeño es el de trastear en los pequeños cajones, repletos de tornillos diminutos, ruedas dentadas y otros mil exóticos engranajes, de un mueble muy antiguo que seguramente en su día había estado en el taller de mi bisabuelo Isidoro, allá en Cuenca.




Mi familia por parte de abuela materna procede de Canarias, principalmente del Puerto de la Cruz, en la costa norte de Tenerife. Antes de entrar en detalles sobre sus miembros quiero hablaros de una fuente de información que, junto con mi propia abuela y otros familiares actualmente en Tenerife, me resultó muy útil. Se trata de Jable, una Hemeroteca Digital de Canarias en la que hay disponibles un montón de publicaciones periódicas antiguas escaneadas y en formato PDF, lo que permite hacer búsquedas automáticas muy rápidas de por ejemplo un nombre determinado en toda la base de datos o en un subconjunto de la misma. El hecho de que el texto esté digitalizado también te permite copiar y pegar párrafos con facilidad. Es verdad que los originales escaneados pueden usar fuentes de letras extrañas o estar deteriorados por el Tiempo, y muchas veces el programa de reconocimiento de caracteres se equivoca, con lo que conviene hacer varias búsquedas por cada nombre, probando distintas partes del mismo o los errores de reconocimiento más comunes, pero a pesar de esto Jable me resultó una herramienta de gran utilidad.

Haciendo búsquedas automáticas de los nombres de mis ancestros conocidos encontré decenas de artículos de periódico (ya fuesen notas breves o textos más largos y elaborados) relacionados con la familia, que por lo que descubrí gozaba de cierto estatus en la sociedad canaria. Las gacetas locales seguían con atención la vida de mis antepasados y lo relataban en sus páginas cada vez que cogían un barco para hacer un viaje a Cuba o a Puerto Rico, se ponían enfermos, se recuperaban, participaban en un acto político o la inauguración de un monumento, recibían una herencia, componían un poema, desempeñaban un nuevo cargo público o privado, sufrían un incendio, pedían un permiso de obras para un nuevo muelle o un pozo…

Los padres de mi abuela materna se llamaban Lorenzo y Micaela. Nos centraremos primero en la familia de Micaela Martín Luiz, y en particular en su abuelo Wenceslao Luiz Delgado. Hace dos semanas ya os hablé de su foto, la única que tengo de esta generación, y del halo de misterio que la envuelve… De hecho, siguiendo hacia atrás por esta rama poco más conocemos aparte de un par de nombres sin datos adicionales, aunque sí sabemos que Salvador, padre de Wenceslao y por tanto bisabuelo de mi bisabuela, nacido en El Sauzal en 1778, tenía un negocio de destilación de licores… Llegados a este punto las fechas y el número de generaciones ya empiezan a dar un poco de vértigo, ¿verdad?




Buscando en Jable encontré varios artículos que hablaban de mi trastatarabuelo Wenceslao, y entre ellos alguna referencia a que fue alcalde del Puerto de la Cruz; pero el que más me gustó con diferencia, y el que lo convirtió de pronto a mis ojos en alguien mucho más cercano y accesible, es esta carta al director del periódico La Federación, publicada el 24 de agosto de 1870, en la que hace una consulta acerca del servicio público de carruajes de caballos de la isla, que os transcribo aquí en su integridad:

“Puerto de la Cruz, 20 de agosto de 1870
Sr. Director de La Federación
Muy estimado Sr. mío: en el número 102 de su periódico correspondiente al 18 del corriente he visto un suelto en que la compañía de Ómnibus de Tenerife ofrece, variando el servicio, ponernos carruajes hasta este Puerto. Creo que será más cómodo que antes, y bastante barato, pues esto no admite duda; mas la empresa no puede arreglar las dificultades que se nos presentan llegando de aquí a las siete de la noche para, usando ahí las horas de oficina, estar de vuelta el mismo día siguiente a la tarde, por cuya razón siempre tendrán que emplearse los coches particulares. Además, observo en el anuncio que no se dice nada sobre equipaje, es decir, maletita o saco de noche que siempre acompaña al pasajero, ¿será o no valor entendido que se admite? Una aclaración.
Suyo afectísimo servidor y amigo, que besa su mano,
Wenceslao L. Delgado.”

Me resulta fascinante leer este texto de hace casi siglo y medio… No habla sobre Wenceslao sino que está escrito directamente por él; es como si tu antepasado te estuviera hablando a ti cuando lo lees. Y además trata un tema tan trivial, tan del día a día… A pesar de los años transcurridos, no es muy distinto de una queja sobre la EMT que un jubilado de hoy podría mandar a la sección de Cartas del Levante o de Las Provincias… Tan lejos y a la vez tan cerca. Por cierto, dejadme añadir, para concluir esta historia, que el director de la compañía de Ómnibus publicó seis días después otro anuncio en el mismo periódico accediendo a la petición de Wenceslao y alterando los horarios para hacer el sistema más eficiente.




Hablemos ahora de la familia de Lorenzo Rodríguez Figueroa, padre de mi abuela materna. Hasta yo mismo, que además soy buen fisonomista, tengo que reconocer que guardo un parecido bastante razonable con Lorenzo, a la vista de las fotos que he conseguido de él. Su padre Luis Rodríguez Padrón, tatarabuelo mío, nació en La Orotava, una localidad cercana al Puerto de la Cruz, un poco más hacia el interior. Próspero comerciante y hacendado, dueño de numerosas propiedades, Luis fue miembro de varias logias masónicas de la zona (lo cual le granjeó algunas enemistades) y militó activamente en el republicanismo (ídem de ídem), siendo regidor en varias ocasiones del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz. Siendo ya mayor perdió un ojo con un aro de una barrica que estaba abriendo, que le saltó de golpe. No pude encontrar ninguna imagen de Luis, ni antes ni después del accidente, pero sí conseguí una estupenda foto familiar, seguramente tomada tras su muerte, en la que su mujer Emilia posa solemne y orgullosa como la matriarca del clan, rodeada de sus hijos, hijas y nietos (llegaron a ser un total de ocho hermanos).

Recordaréis que en la entrega anterior os hablé de la condecoración recibida por mi bisabuelo Ricardo en la Pobla Llarga… pues no es la única que ha habido en la familia. Aquí os copio una noticia breve que descubrí en La Opinión de Tenerife, en la edición del 7 de diciembre de 1909, en la que se habla de Emilio, hermano pequeño de mi bisabuelo Lorenzo: “La Real Sociedad Humanitaria de Londres ha concedido diplomas de honor a los Sres. D. Felipe Machado Pérez y D. Emilio Rodríguez Figueroa por los esforzados auxilios que prestaron, salvándolo de perecer ahogado en el Puerto de la Cruz, al jefe de la casa Yeoward Brothers, D. Francisco Artus. Dichos diplomas han sido ya recibidos en el Puerto de la Cruz, siendo suscritos por el Príncipe de Gales. Nuestra enhorabuena.”




Otro hermano de mi bisabuelo, Luis, el primogénito varón, llegaría a convertirse en un célebre escritor, abogado y político republicano, bastante conocido hoy en día en Canarias. Luis no le fue a la zaga a su padre de igual nombre y tuvo un total de diez hijos e hijas (primos de mi abuela), a los que puso nombres inspirados en la antigüedad griega y romana: Ligia, Manlio, Layo, Elio, Arnaldo, Orlando… Varios de los miembros de esta familia eran también republicanos y masones, y alguna vez llegaron a las manos con el mismísimo Francisco Franco, con el que se cruzaban por la calle… Esto fue después de las elecciones de febrero de 1936, cuando el presidente Azaña destinó al general a Canarias por temor a que conspirase contra el gobierno legítimamente constituido. Se contaba que Guetón, uno de los hermanos, le tiró en una ocasión una de sus tarjetas de visita a la cara a Franco y le dijo que si tenía lo que hay que tener se veían al alba para un duelo a muerte… Meses más tarde, con el alzamiento nacional (que de glorioso no tuvo nada), Guetón y su padre Luis fueron apresados y asesinados por los falangistas, en circunstancias que aún no han sido del todo aclaradas.

¿Cómo acabó mi abuela en Valencia? Mi bisabuelo Lorenzo falleció muy joven, cuando ella no tenía ni un año, por complicaciones durante una operación de trepanación, y su viuda Micaela se volvió a casar con un militar que fue destinado a la Península. Mi abuela pasó por Bilbao y después por Madrid, y su vida acabó estabilizándose en Valencia al terminar la Guerra Civil, durante la cual conoció a (y se casó con) mi abuelo. Hostilio, otro primo de mi abuela por la rama de su tío Luis, fue fiscal del ejército republicano y compartió piso con ella y con Micaela en Valencia durante la contienda. Mi abuela me contó un montón de historias increíbles sobre sus propias experiencias, las de sus hermanos y las de Hostilio durante la Guerra, y sobre cómo no tuvieron más remedio que adaptarse al caos y al horror que les rodeaba por todas partes… pero todo eso mejor lo dejamos para otra entrada, más adelante, porque aquí ya hay bastante tela que cortar.




Baste decir por ahora que al final de la Guerra Hostilio y dos de sus hermanos acabaron exiliándose a Francia y después a Colombia. Al acabar la dictadura de Franco volvió de visita a España algunas veces y yo pude conocerlo personalmente (y hacerle preguntas sobre el árbol genealógico), y he de deciros que era un hombre excepcional, sin duda hecho de otra pasta… Y no sólo por la historia de su vida y las fascinantes anécdotas que contaba, sino por su longevidad y su envidiable estado de salud: con casi noventa años todavía se tiraba de cabeza a nadar entre las olas cuando venía a visitarnos al apartamento de la playa del Perelló (estoy hablando de olas de bandera amarilla, nada de olitas de chicha y nabo). Vivió hasta los noventa y ocho, y en la época en que falleció tenía una novia treinta años más joven que él (supongo que las mujeres de su edad no podían aguantar su ritmo). Hasta el último momento estuvo bien de salud, viajando aquí y allá, y de pronto un buen día se murió mientras dormía, tranquilamente y dando el mínimo de faena.

Aunque Hostilio es el ejemplo más claro, hay otros miembros de esta rama familiar que han sobrepasado holgadamente los noventa con buena salud: sin ir más lejos, mi abuela y también uno de sus hermanos… Es lo que en la familia se conoce como genes de los Rodríguez (en realidad el apellido es compuesto: Rodríguez de la Sierra). Ya os dije en la primera entrega que una de las razones por las que me interesaba la Genealogía era para intentar descubrir patrones de herencia genética a lo largo de varias generaciones, y aquí sin duda tenemos un patrón muy interesante… Antes os comentaba que en los rasgos de la cara me parezco bastante a mi bisabuelo Lorenzo (aunque precisamente él no gozó de una vida demasiado larga), y comparto otras características con Hostilio, mi abuela o su hermano: tengo la misma nariz aguileña que ellos y soy también de complexión delgada, a pesar de que como bastante bien.




¿Quiere esto decir que he heredado la buena genética de mis antepasados? Es por ejemplo una buena señal el hecho de que, dejando de lado ligeras alergias y constipados ocasionales, no recuerdo la última vez que me puse realmente enfermo; de hecho, estoy seguro de que en los siete años que llevo en mi último trabajo no he faltado ni un solo día (y sin embargo aún no me han subido el sueldo). Espero que en este mismo paquete vengan incluidas, junto con la nariz y la esbelta figura, también las otras ventajas de los genes Rodríguez de la Sierra y que, teniendo en cuenta que intento llevar una vida sana, pueda llegar a los noventa con una salud de hierro… ¡Me quedan tantas cosas interesantes por aprender y por vivir…! Nos vemos en la próxima y última entrega, en la que al fin descubriremos por qué el título de la entrada es Once Generaciones.