Hace mes y medio estuvimos hablando de Pennywise el Payaso Bailarín y de cómo se alimentaba del miedo de sus
víctimas, y os prometí que pronto volveríamos a hablar del tema con un enfoque
algo más general. El miedo es una reacción innata más antigua que nuestra
propia especie, que ha ido evolucionando generación tras generación durante
millones de años para contribuir a la supervivencia de los individuos frente a
amenazas externas. La respuesta del miedo se inicia
en una región del cerebro con forma de almendra llamada amígdala,
situada en lo más profundo del lóbulo temporal.
Un estímulo
amenazador, como la visión de un tigre dientes de sable que viene a devorarte,
dispararía la amígdala, que a su vez activaría otras áreas cerebrales
responsables de las funciones motoras necesarias para la lucha, la defensa o la
huida. De este modo, el cerebro se pone en estado de alerta, se produce la
liberación de hormonas del estrés y se estimula el sistema nervioso simpático,
extendiéndose la respuesta a todo el cuerpo para maximizar nuestra eficacia: las
pupilas y los bronquios se dilatan, la respiración se acelera, el ritmo
cardiaco y la presión sanguínea aumentan, el flujo sanguíneo y de glucosa hacia
los músculos se incrementa y los órganos no vitales para la supervivencia, como
el sistema gastrointestinal, se ralentizan.

En el Mundo
actual, o al menos en los países más desarrollados de Occidente, ya no hay tantas razones
para tener un miedo como el que se sentía en el amanecer de la especie; es muy
poco probable que nos encontremos un tigre dientes de sable detrás de la
esquina. Los problemas a los que nos enfrentamos ahora son distintos, y es
verdad que en algunos casos está justificado el tener miedo, pero en otros el
nivel de alarma de la sociedad es claramente excesivo. Los medios de
comunicación, en su lucha por la audiencia, seleccionan las noticias y los
temas más escabrosos, los exageran
convirtiéndolos en un espectáculo y les dan mucha más visibilidad de la que se
merecen, lo que hace que mucha gente crédula y sin espíritu crítico tenga una
imagen subjetiva del nivel de riesgo mucho más catastrofista
que la que correspondería al riesgo real… A la inseguridad económica,
terrorista o callejera se viene a añadir la alimentaria, ambiental o sanitaria.
Muchas veces los medios se concentran en el morbo en lugar de explicar qué
podemos hacer para solucionar el problema, y también se olvidan, por no ser tan
llamativos, otros temas que realmente son más importantes o urgentes. La falta
de criterio propio a la hora de analizar la información hace que muchas veces
el miedo no esté más que en nuestras cabezas.

Un ejemplo,
para que lo entendáis mejor: el mero hecho de que la gente tuviera más
conocimientos sobre probabilidades haría que dejasen de malgastar el poco
dinero que tienen en lotería y demás juegos de azar,
o les permitiría entender que haber visto en la tele una sola noticia sobre un
robo no significa que al día siguiente los ladrones vayan a estar esperando en
su puerta… Creo que ya os he hablado alguna vez del túnel peatonal de la Gran
Vía Germanías, que a pesar de ser feo y ruidoso hoy en día es una zona bastante
segura por la que se puede pasar sin problemas; pues bien, hay amigas mías que
prefieren dar un gran rodeo porque tienen miedo de bajar. Algunas me ponen como
excusa que cuando ellas eran pequeñas sí había de vez en cuando algún drogadicto
en las escaleras… Pues dejad que os dé una buena noticia: la década de los
ochenta pasó hace ya mucho. También hay varias amigas (perdonadme por lo del género, pero es que suelen ser casi
siempre chicas) que cierran la puerta con cerrojo
incluso cuando están ellas dentro de casa, o que me comentan que les da miedo
dormir solas; la verdad es que yo nunca he experimentado ninguna inquietud en
este sentido, ni siquiera en la temporada en la que estuve viviendo solo en mi anterior finca.

La gente que
tiene miedo suele ser la que (por voluntad propia o porque no ha tenido otra
opción) se deja llevar por las prisas y la pereza intelectual, practicando una
huida hacia delante en la que no se paran a reflexionar demasiado sobre las
decisiones que van tomando a lo largo de su existencia; viven vidas hechas de
retazos, sin un sistema de principios coherente y sólido,
y seguramente sienten miedo porque sospechan de forma inconsciente que hay algo
que no están haciendo bien, aunque no saben identificar exactamente qué.
Cuando yo era más joven sí sentía a veces inquietud, por ejemplo en
relación a mi futuro profesional, pero me he dado cuenta de que en estos
últimos años tengo cada vez menos miedo…
Eso no significa que piense que todo va bien en el Mundo, pero cuando no estoy
alegre es pena o cabreo lo que siento, casi nunca miedo… Me da la impresión de
que cuando ves que otras personas no hacen lo correcto sientes pena (si las
consecuencias no te afectan) o cabreo (si te salpica la mierda); el miedo lo
sientes, como ya he dicho antes, cuando crees que eres tú el que no lo estás
haciendo bien, que te faltan las herramientas para controlar la situación, y ya
sabéis que yo siempre he preferido hacer menos cosas si es necesario pero
hacerlas lo mejor posible… Por la misma regla de tres, me gustaría encontrar una pareja que no fuese miedosa e insegura,
que estuviese en paz consigo misma.

Analizando hace un tiempo la peli de Memento me llamó la atención una frase
que Natalie le dice a Leonard Shelby en la escena en la que se lleva todos los
bolis en el bolso: “¿No puedes asustarte pero sí cabrearte?”.
Me hizo plantearme si el poco miedo que siento en general se debe a mi mala memoria episódica,
pero creo que la explicación es más sencilla: es el Conocimiento el que hace que desaparezca la angustia, porque cuando sabes más o menos cómo
funcionan las cosas eres capaz de tomar las decisiones adecuadas. Por eso conocer
por fin el nombre de tu enfermedad después de muchas pruebas médicas suele ser
liberador, independientemente de su mayor o menor gravedad, porque al menos ya
sabes qué hacer y a qué atenerte. Y por eso los monstruos de las películas dejan de asustarnos tanto si los vemos claramente
a plena luz del día; la clave del suspense está en no saber… En otras palabras,
no hay que tener miedo más que al mismo miedo, porque el hecho de experimentarlo
denota ignorancia.
Es como si el miedo fuese una especie de toro bravo mitológico, una bestia (metafórica,
no como el tigre de antes) enorme y negra, de aspecto terrorífico, y tú
supieras que reacciona solo ante movimientos bruscos:
la mayoría de gente reaccionaría corriendo, con lo que atraerían aún más su
atención, mientras que tú resistirías ese primer impulso y te quedarías quieto, observándola pasar de largo y
teniendo la ocasión de clavar tu mirada en el oscuro pozo de sus ojos sin vida… La información es poder, así que
un país con un buen sistema educativo es un país más preparado para combatir el
miedo. La próxima semana hablaremos de otro tipo de miedo muy distinto, una
variedad más descafeinada que sí es lícito experimentar; y de por qué nos gusta tanto que nos cuenten historias de terror, si en
teoría uno lo tendría que pasar mal con ellas.
Hoy toca hablar un poco de San Miguel de los Reyes.
Situado a la salida de la ciudad, junto a la Ronda Norte de Valencia, este monasterio
cuyo aspecto recuerda un poco al del Escorial se levantó en el S.XVI sobre los
restos de una abadía más antigua. Pasada la Desamortización de Mendizábal, se
utilizó como cárcel desde mediados del S.XIX hasta mediados del XX, y después
sufrió una época de abandono. Ya rehabilitado, actualmente es la sede de la
Biblioteca Valenciana, con salas
de consulta, zonas dedicadas a la restauración y depósitos para los libros
antiguos con los últimos adelantos en lo referente a preservación y prevención
contra incendios. También destaca su extensa colección de máquinas de imprenta antiguas.
Ya os conté en el blog que hace años pasé una temporada en su hemeroteca,
buscando en periódicos antiguos las esquelas de mis antepasados.
Además de servir como biblioteca y archivo, el edificio alberga en sus
salas un par de exposiciones que van cambiando cada cierto tiempo, y el
claustro sur es de vez en cuando escenario de conciertos al aire libre. Hay
visitas guiadas gratuitas todas las semanas, y actividades especiales todos los
años el 29 de septiembre, día de San Miguel. Es en esta fecha, en torno a las
nueve y media de la mañana, cuando un rayo de luz entra por una ventana de la
fachada este, baja por la escalera, atraviesa un pequeño ventanuco al otro lado
del pasillo y llega hasta una cripta subterránea, donde ilumina durante un rato
el punto exacto donde
supuestamente están enterrados bajo unas baldosas los restos mortales de Germana
de Foix y su tercer marido, el Duque de Calabria… En resumen, un lugar muy interesante en
todos los sentidos; si vivís en Valencia y no os habéis acercado os recomiendo que lo hagáis algún día. Para ir
haciendo boca, aquí tenéis quince de las fotos que he sacado en mis visitas al
monasterio.















Esta semana he estado muy liado y no he tenido mucho tiempo para generar
contenidos nuevos en el blog (y, para qué engañarnos, la ausencia de
comentarios tampoco ayuda mucho a motivarse). También me he dado cuenta de que
hace meses que no publico una entrada sobre Música, así que he decidido
recuperar un trabajo, hecho por un gran aficionado a Tolkien al que conozco de
toda la vida, en el que se analizan los distintos temas musicales en la banda
sonora de El Señor de los Anillos.
Se llama tema o motivo musical
a una melodía que se repite varias veces a lo largo de una obra y que se asocia
a un determinado personaje, lugar, objeto o idea, haciéndose variaciones de
ella (cambios de instrumentación, tempo o melodía) o combinaciones con otros
temas para comunicar distintas emociones según la situación. En la banda sonora
de la trilogía cinematográfica hay multitud de temas enlazados entre sí que la
convierten en una obra musical complejísima
e increíblemente elaborada, en la que podemos apreciar nuevos matices cada vez
que la escuchamos.
Este análisis sobre la fantástica labor del compositor, el canadiense
Howard Shore, empezó a gestarse
antes del estreno de la conclusión de la trilogía en 2003, y lleva colgado en
Internet en su formato más actualizado alrededor de una década. El texto
incluye enlaces a breves archivos de audio (que se pueden abrir en una nueva
pestaña) para cada interpretación de los temas a la que se hace referencia. Desde
que se colgó han aparecido en formato libro,
en distintas páginas web o en YouTube otros muchos análisis
visualmente más atractivos y muy bien documentados,
pero os animo a que le echéis un vistazo a este, que también es muy
interesante… Estoy seguro de que al autor no le importará en absoluto que le enlace.
Hay cosas que
nos hacen felices que son sencillas y otras que no lo son. Centrémonos en las
primeras, lo que muchas veces hemos dado en llamar “placeres sencillos”. A
medida que crecemos, por pura repetición,
estos placeres van perdiendo su componente de novedad y producen menos
satisfacción, con lo que se hace necesario un esfuerzo consciente, un cierto
grado de concentración, para volver a valorarlos en su justa medida. Me da la
impresión de que volver a ver las cosas con los ojos de un niño no consiste en
repetir exactamente las mismas experiencias sensoriales que tenías cuando eras
pequeño… Creo que es algo distinto, y además mejor; a ver si me explico. Cuando
eras niño, rascar la superficie de las cosas ya suponía una novedad, así que no
necesitabas profundizar mucho para experimentar el placer de descubrir algo
nuevo. Cuando creces, no te basta con volver a arañar la superficie, necesitas
percibir más capas de la misma experiencia, disfrutarla a varios niveles de complejidad cada vez mayor…

Por ejemplo,
yo ahora mismo miro a la Luna y no solo veo la Luna y punto: pienso en la decena larga de hombres que estuvieron allí
a finales de los 60 y principios de los 70, en cómo se formó hace miles de
millones de años a partir de la colisión de la Tierra con Tea,
en cuánto tiempo tarda la luz en recorrer la distancia entre ella y mis ojos…
Aprender todas estas cosas desde luego no es fácil, cuesta mucho trabajo;
pero una vez las has interiorizado, las asociaciones salen casi solas, y
resulta muy sencillo experimentar felicidad a partir de estímulos bastante
simples. Es cuestión de saber ver la complejidad que subyace detrás de esos
estímulos, de “entrenar la mirada”, de afilarla, en el sentido de aguzar no solo la vista
sino también el entendimiento…
Por tanto, al
menos en mi caso, además de la atención a los pequeños detalles también el
Conocimiento de cómo funciona el Universo y de cómo todo está relacionado entre sí
es muy importante a la hora de ser feliz. Por eso uno de mis objetivos vitales
es intentar aprender algo nuevo cada día para ser capaz de detectar toda la
Belleza que hay a mi alrededor. La Ciencia
nos abre las puertas a nuevos estratos de Belleza de la Existencia, a muy
distintas escalas en el Espacio y en el Tiempo, más allá de lo que perciben
nuestros sentidos. Nuestro cerebro, nuestra inteligencia, nos permite “ver”, en
el sentido de comprender, las cosas más pequeñas y las más grandes, las muy
rápidas o muy lentas, las invisibles, o muy lejanas, o del futuro, o del pasado remoto.

Os pongo otro ejemplo. Imaginad una comida con amigos en el restaurante Racó
del Mar, en la plaza de San Vicente Ferrer de Valencia. Puede ser que la camarera no esté muy simpática ese día
o que el café sepa un poco a quemado;
detalles como estos bastarían para amargarle la experiencia a alguien que no
sepa ver más allá, pero hay que intentar considerar la parte positiva del
asunto. Si uno conoce los detalles sobre la situación del restaurante y elige
la mesa apropiada, estará sentado junto a los restos arqueológicos de la pared
este o encima de la lámina de metacrilato que protege otros importantes
hallazgos… Donde la mayoría de gente vería solo unas piedras yo, como buen entendido en la(s) materia(s),
soy capaz de intuir una serie de apasionantes conexiones con el pasado reciente
y lejano.
Mi mente retrocede primero hasta 1990, año en que se realizaron las
excavaciones arqueológicas que dieron lugar a estos descubrimientos, y me
contagio de la emoción que debieron sentir los técnicos del Ayuntamiento al ser
conscientes del hallazgo que tenían entre manos… Porque estas piedras
corresponden en parte a la muralla árabe del S.XII,
pero también a las gradas orientales del circo romano,
que habían actuado hasta entonces como línea defensiva de la ciudad y después,
ligeramente modificadas, sirvieron como cimientos y base para la muralla. Mi
mente retrocede más allá de la época visigoda, llegando a la etapa de mayor
esplendor de la ciudad romana imperial: hasta el S.V se celebraron aquí las
carreras de cuadrigas, con los equipos rojo, azul, blanco y verde compitiendo
por la victoria y levantando pasiones y rivalidades entre los seguidores que
dejan en pañales al fútbol de hoy en día.

Pero mi imaginación no se detiene donde acaban los registros escritos de
nuestra Historia… Los bloques de piedra caliza usados por los romanos proceden seguramente
de las canteras de Godella
y se formaron por la sedimentación y compactación durante millones de años de
las conchas de pequeños animales marinos, cuando los terrenos en los que
vivimos ahora estaban sumergidos en aguas poco profundas…
Y yendo aún más allá, los átomos de carbono, oxígeno o calcio que forman los cristales
de estos minerales se generaron por fusión nuclear en el interior de una supernova distante, antes de la
formación de nuestro sistema estelar hace cuatro mil quinientos millones de
años. En resumen, lo que a ojos de un profano parecería tan solo una piedra decorativa
en un restaurante encierra, para el que sabe leer entre líneas, infinidad de
historias maravillosas que le conectan con el Cosmos
a muy distintos niveles… Pensándolo detenidamente uno se pregunta: ¿No es maravilloso el mero hecho de estar vivo en un Mundo tan complejo y a la vez tan
comprensible tras realizar un mínimo esfuerzo intelectual? Por supuesto, se trata
de una pregunta retórica: la respuesta es obviamente afirmativa.
