lunes, 11 de julio de 2016

Lo Fácil y lo Correcto (II)


En la primera parte de esta entrada hablábamos de La Versión Browning y de lo difícil que es ser un buen profesor en una sociedad en la que los chavales están continuamente sometidos a una avalancha de estímulos siempre cambiantes y llamativos en las formas pero vacíos en el fondo… Hoy nos centraremos menos en la película, pero aun así haremos referencia a un par de sus escenas, y empezaremos explicando el significado del título. Uno de los alumnos de Andrew Crocker-Harris parece mostrar un genuino afecto por él, y al saber de su marcha le regala una primera edición de segunda mano del Agamenón, en la traducción de un tal Robert Browning. El estricto profesor se siente conmovido por este detalle hasta que su mujer siembra la duda sobre si el regalo ha sido sincero o tal vez un soborno del alumno para asegurarse un cambio a la asignatura de ciencias, cambio que Crocker-Harris tiene que firmar.

La película da a entender que al chaval le gustan el griego y el latín, pero que quiere el cambio porque algunos de sus amigos están en el otro grupo. Hay una escena en la que quedan patentes las diferencias en el trato con los alumnos en el caso del joven profesor americano de ciencias (que por cierto es el que se beneficia a la mujer de Crocker-Harris): el ambiente es más de colegueo, con los chavales haciendo constantemente el payaso, y se nos muestra un vistoso experimento de química, de esos que lo dejan todo perdido en el laboratorio sin que la mitad de los alumnos se haya enterado de lo que ha ocurrido exactamente (a nivel molecular, me refiero)… Lo cual me lleva al siguiente punto: aquellos que intentan ser buenos profesores sin recurrir a fuegos de artificio tienen que luchar no sólo con la televisión, Internet, las vallas publicitarias y la presión social de los amigos, sino también con las odiosas comparaciones con los que yo llamaría “profes colegas”.




Algunos docentes se confunden pensando que su principal objetivo es caer bien a los chavales y se centran en hacer las clases divertidas a un nivel superficial pero sin llegar al fondo de los conceptos importantes, de modo que al final los alumnos no aprenden tanto como deberían. Hay una fracción de estos profes colegas que dan una especial rabia porque tienen dos caras y dicen a cada cual (alumnos, padres, dirección, los otros profesores) lo que quiere oír en cada momento, sin que las distintas versiones sean necesariamente coherentes entre sí. De cara a la galería todo parece perfecto, pero de puertas para adentro no acaban los temarios de las asignaturas, no llevan sus tareas al día y dejan todo aquello que no les interesa para el último minuto, hasta el punto de que a veces son los sufridos profesores que imparten otros grupos del mismo curso los que les tienen que sacar las castañas del fuego con la preparación y fotocopias de los exámenes, el cálculo de medias y demás papeleo…

Lo fácil que resulta ser o no profe colega depende de la asignatura en cuestión; los profesores de educación física, por ejemplo, lo tienen chupado para caer en esta categoría: les basta con programar a menudo partidos de futbol (o, si están en Inglaterra, también de cricket). Otra forma de ser popular entre los alumnos, independientemente de la asignatura, consiste en organizar una actividad extraescolar con gancho, como por ejemplo un coro o un grupo de música… lo cual, insisto, no es malo en sí, pero tiene algo de delito cuando para poder dedicarse a ello el profe molón le encasqueta su parte de las tareas aburridas a sus compañeros… Y ya que estamos, dejadme nombrar de pasada otra categoría de docente: estos no tienen una mal entendida necesidad de ser aceptados, como en el caso anterior, sino que simplemente pretenden mantener a los chavales distraídos y sin ocasionar problemas hasta el final de la clase, aunque no aprendan nada, y se dedican por ejemplo a ponerles vídeos chorras de YouTube en el proyector del aula… Son los profesores pasotas, mucho más peligrosos que los colegas.




Hay que tener cuidado a la hora de interpretar el significado de las palabras: que una explicación en clase pueda ser divertida o entretenida no significa que deba serlo del mismo modo en que lo es una película de palomitas o la canción del verano. Podría entenderse la etimología de “entre-tenerse” como mantenerse ocupado entre dos acontecimientos más relevantes, o el origen latino de “di-vertirse” como alejarse de, moverse en dirección opuesta… ¿alejar nuestra atención de las preguntas realmente importantes, tal vez? Bajo este punto de vista el entretenimiento y la diversión son pasajeros, mientras que el Conocimiento es para siempre y por tanto debería ser la meta a alcanzar.

Las clases de un buen profesor no tienen por qué (y de hecho no deben) ser divertidas o espectaculares de principio a fin, porque su misión es la de facilitar a los alumnos la comprensión de la Verdad, y la Verdad no siempre es agradable en este Mundo imperfecto en el que vivimos. Un chaval que esté continuamente de risas en el colegio o el instituto no estará preparado para afrontar los muchos retos y contradicciones de la edad adulta; ya tendrá tiempo de equilibrar la balanza en el recreo o al salir del cole… Está claro que los profesores realmente buenos saben hacer sus clases interesantes, pero en el término medio entre lo relevante y lo entretenido está la virtud. No hay que olvidar nunca que el principal objetivo es despertar las mentes de los alumnos, fortalecer su espíritu crítico y darles las herramientas que necesitan para tomar las decisiones acertadas cuando sean mayores; o, como se suele decir, enseñarles a pescar en lugar de darles pescado. Nadie ha dicho que esto sea fácil, y puede que al principio a los chavales les cueste seguir el hilo y al profesor mantener la atención de éstos, pero ninguno de los dos debe rendirse; el futuro de nuestra sociedad depende de ello.




Por tanto, un buen profesor puede ser severo en las formas pero apasionado en el fondo; un buen profesor se dedica a enseñar a sus alumnos, no a caerles en gracia, a resultarles simpático o a intentar ser su amigo; no les dice lo que quieren oír en ese momento, sino lo que necesitan oír para apañarse el día de mañana. Y el hecho de que los jóvenes sólo quieran vivir el momento presente, que no tengan una perspectiva temporal tan amplia como su mentor, es algo que muchas veces juega en contra de este último, ya que sus esfuerzos no son suficientemente valorados, lo cual es bastante injusto. Algunos chavales descerebrados pueden llegar incluso a soltarle en la cara al esforzado profesor que les gustaban más las clases de tal o cual profe colega (¿Recordáis? Aquel al que le estuvo fotocopiando y grapando los exámenes el día anterior), y el pobre hombre, por no desacreditar a un compañero (por caradura que sea) delante de los alumnos, tendrá que morderse la lengua.




Se me ocurre una comparación muy buena para que entendáis mejor la injusticia de la dinámica entre buenos profesores más estrictos y profes colegas más laxos: volvamos por un momento a la educación por parte de los padres. Está claro que también en este caso los hay responsables, colegas, pasotas… Un padre enrollado es mucho peor que un profe enrollado; un padre no debe ser el amigo de su hijo en condiciones de igualdad, ni darle siempre la razón pase lo que pase. Dejadme imaginar un caso muy concreto pero muy ilustrativo: el de una pareja divorciada con hijos en la que la custodia es de la madre. El padre sólo aparece de vez en cuando, pasa la tarde con los niños, se los lleva al cine o a un parque de atracciones, les hace regalos y los malcría, mientras que la madre les pone reglas y limitaciones y los riñe cuando hacen algo mal, sencillamente porque es ella la que se encarga de llevarlos y traerlos del colegio, hacerles la comida, lavarles la ropa y limpiar lo que ensucian día tras día (Repito que esto es un ejemplo muy concreto; no todos los casos de padres divorciados son así, por supuesto). ¿Veis muy descabellado que alguno de los hijos le grite a la madre en un momento de rabia que “Papá es mucho más guay que tú”? ¿Cómo creéis que le debe sentar eso a ella? Es la madre la que se preocupa de veras por los niños, y ante salidas de tono como la anterior se consuela con la esperanza de que a la larga los chavales maduren y lleguen a comprender todos sus esfuerzos; por eso no deja de repetirles aquello de: “¡Cuando seas mayor me lo agradecerás!”




Volvamos a los profesores, que es de lo que va la película. Ya ha quedado claro que hay que ser estricto (dentro de un orden) con los alumnos, y que luchar por lo que es correcto no siempre resulta fácil, pero que a veces la constancia en la lucha tiene su recompensa a la larga y es el Tiempo el que finalmente juzga a cada uno. Sin embargo, la frase de “¡Cuando seas mayor me lo agradecerás!” puede llegar a hacerse realidad con un padre o una madre, ya que seguirán viendo a sus hijos de vez en cuando, pero no es tan fácil con un profesor o profesora, porque sus alumnos dejarán el colegio para en muchos casos no volver nunca más. Tal vez se den cuenta años después de lo buen docente que era, pero ¿podrán hacérselo saber de alguna forma? ¿Obtendrá el profesor algún día el reconocimiento que se merece?

Es esta duda la que hace que muchas veces los buenos educadores se pregunten si realmente su esfuerzo vale la pena… Con un poco de suerte, el reconocimiento llegará tarde o temprano: a Crocker-Harris, de hecho, un par de antiguos alumnos que asisten a la clausura del curso se le acercan para saludarle, presentarle sus respetos y ofrecerle su ayuda en cualquier cosa que necesite. Saber de primera mano que una parte, aunque sea pequeña, de sus alumnos ha sacado provecho de sus enseñanzas supone una satisfacción inmensa para un profesor, y es una manera estupenda de sentirse reivindicado en su trabajo.




Pero ¿y si esta reivindicación no llega nunca? Los profesores verdaderamente excelentes siguen dejándose la piel en las aulas cada día incluso siendo conscientes de que esto podría pasar… Y aquí está la clave del asunto, aquí es donde reside el verdadero mérito: en no esperar nada a cambio. Los “profes-estrella” son en cierto modo inmaduros porque, al igual que sus alumnos, no saben aplazar la gratificación y recurren a trucos para conseguir el aplauso inmediato; los profesores realmente buenos, sin embargo, son los que se arriesgan a aplazar dicha gratificación indefinidamente.

Esta conclusión puede ampliarse, por supuesto, a otras profesiones… El verdadero héroe es el que no se hace el héroe, el que no llama la atención sobre sí mismo, el que pone el bienestar de los que le rodean (y por extensión de la sociedad y de la Humanidad entera) por delante del reconocimiento a su labor. Ni siquiera espera que su trabajo se le agradezca al cabo de los años; sólo le importa mantenerse fiel a sí mismo y a sus principios, la satisfacción del trabajo bien hecho y el tener la conciencia tranquila. De vez en cuando se consolará pensando para sus adentros, con una media sonrisa en la boca: “Es un trabajo sucio, sí, pero alguien tiene que hacerlo”. El personaje anónimo que se sacrifica por los demás sin que estos sean conscientes, mientras son otros los que se llevan todo el mérito y la admiración: ese es el verdadero héroe.



lunes, 4 de julio de 2016

Lo Fácil y lo Correcto (I)


Ya en su día hablamos de la cultura del esfuerzo y de gratificación aplazada cuando explicamos el Experimento de los Marshmallows, así que empecemos hoy hablando también de chucherías. La comida basura puede saciar tu apetito momentáneamente, pero la grasa o el azúcar que pasan durante un segundo por tus papilas gustativas se quedarán en tus arterias o en tus lorzas para el resto de tu vida. Hagamos este razonamiento un poco más general: comida basura, telebasura, ciberbasura… todas pueden parecer una buena opción a ojos inexpertos, pero sólo lo son a corto plazo. Los contenidos que para algunos resultan en un momento dado entretenidos de ver pueden no dejar poso intelectual a la larga, e incluso ser contraproducentes… Son muchos los que se rinden a la primera de cambio ante la complejidad de la Vida, y prefieren centrarse en lo fácil pero anecdótico antes que en lo difícil pero importante. Sin embargo, los que sabemos pensar a largo plazo podemos reconocer la basura en cuanto la vemos.

La educación es la clave para saber elegir, y se adquiere básicamente en casa y en el colegio. Los que intentan ser buenos padres o buenos profesores tienen que luchar diariamente con la televisión, con Internet y con las vallas publicitarias, que ofrecen a los niños y adolescentes gratificaciones inmediatas a cambio de comprar tal o cual producto. A las grandes compañías que diseñan esta publicidad no les importa retorcer la Verdad a su antojo y presentar modelos de vida totalmente irreales porque sólo les interesan los beneficios monetarios a corto plazo; que estos adolescentes se conviertan después en adultos estúpidos o amargados no es más que un daño colateral. Sin embargo, los buenos padres y profesores tienen una mejor visión de conjunto, se preocupan por los chicos en lugar de por los beneficios y por tanto saben lo que les conviene a más largo plazo… Pero incluso para aquellos que tienen la teoría clara, ponerla luego en práctica cuesta sangre, sudor y lágrimas, porque se encuentran en inferioridad de condiciones respecto a las grandes multinacionales, que tienen más tiempo, medios y dinero para hacer llegar sus erróneos mensajes.




Hace un par de días volví a ver La Versión Browning, una película de Mike Figgis de 1994, segunda adaptación para la gran pantalla de la obra de teatro de Terence Rattigan, estrenada originalmente en 1948. El protagonista, interpretado por un estupendo Albert Finney, es Andrew Crocker-Harris, estricto profesor de lenguas y literatura clásica en un prestigioso colegio inglés en régimen de internado. Después de casi veinte años en su puesto el griego y el latín ya no están en boga, percibiéndose como algo inútil, y, para poder reestructurar el departamento de lenguas y con la excusa de una dolencia cardiaca que padece, la dirección del colegio le obliga a retirarse anticipadamente sin poder cobrar una pensión decente. Además su esposa Laura, bastante más joven que él y cansada de sus escrúpulos a la hora de medrar, se siente insatisfecha en el matrimonio y le engaña con otro profesor.

Para colmo, no sólo la inmensa mayoría de los alumnos sino también gran parte de la junta directiva están obsesionados con los partidos de cricket que se juegan en los campos del colegio, partidos muy vistosos de cara a las visitas de los padres que, no lo olvidemos, son los que pagan las elevadas cuotas mensuales. Hay en la película un joven profesor de educación física que también abandonará el colegio al final del curso para dedicarse profesionalmente al cricket, y que despierta muchas más simpatías entre el alumnado, con lo que el director le pide a Crocker-Harris que le ceda el puesto que le corresponde por antigüedad, para que sea el ídolo de masas el que dé el último discurso de despedida.




El protagonista se nos presenta como un profesor de la vieja escuela, basada en una férrea disciplina y un riguroso cumplimiento de las normas. Aunque este personaje me sirve para hablar en el blog de los buenos profesores, lo que vemos en la película no nos hace pensar que su método de enseñanza sea precisamente modélico. No se nos cuenta si ha sido siempre así o si tal vez antes era más idealista; quizás con el paso de los años se ha ido desencantando poco a poco, y se desquita de las injusticias recibidas por parte de sus superiores y de su mujer siendo excesivamente estricto con los alumnos. Lo que sí nos queda claro en varios momentos es que, por muy duro y frío que sea su exterior, el profesor es una persona justa y con principios que alberga en su interior, sin dejar que se manifieste, un gran cariño por sus alumnos.

Hay una escena muy interesante de la peli en la cual se nos muestra lo difícil que es educar correctamente: en ella Crocker-Harris está declamando un pasaje del Agamenón de Esquilo ante los alumnos, y por unos instantes aflora claramente al exterior la pasión que siente por los grandes clásicos. Los chavales escuchan atentos, sus ojos más y más abiertos, como platos, aguardando al clímax del pasaje… cuando de repente suena el timbre: la última clase del curso ha terminado y la magia del momento se ha roto. El Mundo es complicado y hace falta tiempo para transmitir tus conocimientos a otras personas de manera adecuada, tiempo del que muchas veces no disponemos en esta época de prisas y poca paciencia. El ser humano es intelectualmente perezoso por naturaleza y, por poner un ejemplo, las reglas de un deporte son siempre más fáciles de entender que las grandes cuestiones filosóficas, razón por la cual las primeras levantan más pasiones, aunque sean pasiones muy superficiales… La presión social tampoco ayuda mucho a los amantes del pensamiento, que siempre estarán en clara minoría numérica respecto a las masas de fans del cricket.




Al final de la película (¡Ojo! Spoilers en el resto de este párrafo) el viejo profesor se da cuenta de que no merece ser tratado de esa manera, pone las cartas sobre la mesa con su mujer pidiéndole la separación y reclama ante el director su legítimo derecho a pronunciar el último discurso, en el cual tiene el valor de reconocer ante todos que ha fracasado en su misión como docente y pide perdón a sus alumnos por ello, aunque reconoce que no sabe si él mismo podrá perdonarse algún día… La gran ovación recibida al finalizar el discurso da a entender sin lugar a dudas que Andrew no ha fracasado del todo.

Hasta aquí, lo relacionado más directamente con la película… Como me quedan bastantes otras cosas por comentar, he decidido partir esta entrada en dos, para que no resulte demasiado larga, y hacer un paréntesis. La próxima semana hablaremos de la diferencia entre buenos profesores y “profes colegas”, y veremos que los personajes anónimos que trabajan duro sin esperar ningún reconocimiento a cambio son sin duda los mayores héroes.

lunes, 27 de junio de 2016

Lugares Abandonados


Espero que disfrutarais de mis fotos de la semana pasada; todas han sido tomadas en Valencia, y ni siquiera es necesario irse a las afueras para encontrar rincones, casas y solares abandonados como esos. Ya sabéis que me gusta perderme de vez en cuando por las calles de la ciudad, caminar sin rumbo fijo y sacar fotografías, y que siento una especial fascinación por las casas antiguas y en ruinas del casco histórico… Pero hay quien va un paso más allá. Hoy os quiero hacer una breve introducción a la Exploración Urbana, una afición minoritaria pero bastante en boga en las últimas décadas que consiste en la exploración de zonas urbanas en desuso, sanatorios y pueblos fantasma o instalaciones industriales y militares abandonadas.




Lógicamente, el abanico de lugares que se pueden visitar es muy amplio y las precauciones a tomar varían mucho según el caso, pero si uno se dedica a esto con frecuencia es muy recomendable tener un equipo adecuado, aparte de la ropa y calzado apropiados y de la cámara de fotos: linterna, pilas de repuesto, guantes, una botella con agua y a veces hasta mascarilla y casco… En ocasiones las fábricas abandonadas son de acceso restringido y su perímetro está vigilado, lo que para algunos supone un plus de adrenalina ante el riesgo de ser descubierto o incluso detenido mientras se merodea por la zona. A esto se añade el posible mal estado de suelos y escaleras en algunos lugares, con lo que hay que tener mucho cuidado de dónde se pone el pie. No es recomendable ir solo, y si se hace hay que llevar el móvil bien cargado y avisar a alguien de confianza de a dónde vas a ir y cuándo tienes previsto estar de vuelta, por si acaso ocurre un accidente.

Los exploradores urbanos no suelen revelar la ubicación de los lugares más interesantes ni la información sobre los puntos de más fácil acceso, ya sea por un agujero en un muro o por un hueco de una alambrada: son secretos que pasan de boca a oreja sólo entre conocidos. La gente que realmente valora este tipo de experiencias no quiere que rincones con un encanto especial acaben desvirtuados por una afluencia masiva o por la acción de los vándalos. La filosofía de la Exploración Urbana consiste en que no se rompe nada que no estuviera ya roto para poder entrar, y se intenta alterar el entorno lo menos posible para que otras personas puedan experimentar las mismas sensaciones en otra ocasión: no hacer pintadas, no dejar basura, no robar objetos… Es bien conocido entre los exploradores el lema que resume todo esto: “Toma sólo fotos, deja sólo pisadas”.




De entre las muchas páginas de Internet con fotografías de lugares abandonados hay una que siempre me ha gustado especialmente; de hecho, creo que fue la primera de este tipo que visité, allá por la década de los noventa. Se trata de Abandoned Places, de Henk Van Rensbergen, piloto de aerolíneas belga que lleva explorando desde que tenía veinte años, a finales de los ochenta. Bélgica es uno de los epicentros de la Revolución Industrial, así que hay allí un montón de fábricas abandonadas, pero las visitas del piloto en sus ratos libres no se han limitado a su país. Los casi setenta destinos que alberga la web incluyen lugares tan variopintos como refinerías, minas de carbón, centrales eléctricas, hospitales, castillos, hoteles… Tiene fotos en color, pero a mí personalmente me parecen más potentes las tomadas en blanco y negro, con sus sugerentes juegos de luces y sombras. Otra cosa que me gusta de la web es que cada grupo de fotos viene acompañado de un breve texto que describe las sensaciones que tuvo el autor al visitar el lugar, y que te mete bastante en situación.

La calidad de las imágenes de Van Rensbergen ha sido reconocida en innumerables exposiciones dentro y fuera de Bélgica, y lleva ya publicados cuatro libros con selecciones de sus fotografías. Desde hace un par de años tiene una nueva web más vistosa y moderna, pero ha mantenido la antigua sin alteraciones con la intención, según sus propias palabras, de que se convierta poco a poco en un lugar abandonado, similar a aquellos que visita él de vez en cuando en el mundo real. Efectivamente, he de reconocer que cuando entras en la web original te das cuenta de que su sencilla presentación, que hace veinte años era de lo más moderna, se ha vuelto ahora bastante anticuada, aunque sigue manteniendo un cierto encanto retro, vintage… En lo que a mí respecta, el ritmo al que he ido visitando los lugares de Abandoned Places ha sido siempre lento: inicialmente, porque me autoimponía una cierta moderación para así hacer durar más el placer que me proporcionaba contemplar las fotos y dejar vagar mi imaginación; y después, porque el número creciente de responsabilidades y de otras aficiones me impedía encontrar un momento libre para volver a la página web… El caso es que todavía no he terminado de ver todas las fotos, de visitar todos los destinos, pero no os quepa duda de que lo seguiré haciendo, poco a poco, en los próximos meses.




No se puede negar que Van Rensbergen tiene una sensibilidad exquisita para captar los pequeños detalles en los que radica el gran poder evocador de estos lugares: la textura de una superficie oxidada, el patrón iridiscente en un charco de aceite solidificado, la capa de polvo sobre objetos cotidianos abandonados hace años, el pequeño cadáver de un gato o una paloma que nadie se ha molestado en retirar, el contraste de las construcciones humanas con la vegetación que las invade tratando de recuperar el espacio que en su día se le robó… Es la poesía del paso del Tiempo en un lugar concreto. Y esos ecos del Pasado, esos leves atisbos de cómo fue una vez el lugar, de su anterior Belleza ahora ajada o de su bulliciosa actividad ahora apagada, constituyen también una cierta forma de Belleza en sí: la Belleza de la decadencia. La contemplación de estos lugares nos recuerda que también nosotros nos convertiremos algún día en una carcasa vacía, y nos invita por tanto a disfrutar al máximo de los lugares que habitamos y de las personas con las que los compartimos… por ahora. En otra ocasión, más adelante, seguiremos hablando de lugares abandonados, pero esta vez en el subsuelo, y nos adentraremos en las profundidades de la Tierra para intentar llegar al más remoto rincón de la más antigua catacumba.