Toca de nuevo una entrada basada en imágenes.
Anteriormente he publicado en el blog fotos de esqueletos y calaveras,
o una selección de instantáneas tomadas en el Cementerio General de Valencia…
Siguiendo con el mismo tema, aquí tenéis algunas de las fotografías de lápidas y tumbas que saqué en mi viaje a Londres, principalmente en
la iglesia de St. Mary Abbots y el cementerio de Bunhill Fields. Que las
disfrutéis con salud.
lunes, 9 de mayo de 2016
martes, 3 de mayo de 2016
La Ventana Indiscreta
Mi piso tiene
un par de balcones que se asoman a la calle y, por el lado opuesto, una galería
con un gran ventanal que da al patio interior de mi manzana, formado en su
mayor parte por los tejados de uralita de antiguos talleres y almacenes en
desuso, sobre los que caminan despreocupados varios gatos a manchas negras y
blancas. Aunque no tan grande como otros espacios interiores de la zona del
ensanche, es un patio bastante amplio que permite a los habitantes de los
distintos edificios pasar algo de tiempo en los balcones y terrazas sin tener
demasiado cerca a los vecinos de enfrente. Aun así, esto no impide que
tendiendo la ropa, ventilando, echando un vistazo al cielo en busca de nubes de
lluvia, corriendo y descorriendo las cortinas o simplemente asomándote para
desconectar un rato de tus quehaceres diarios tengas ligeros atisbos de la vida cotidiana de tus vecinos, de
manera que en estos últimos años he llegado a hacerme una composición de lugar
de quiénes viven al otro extremo.
Como ya digo, se
pueden ver desde mi piso un par de terracitas interiores en las que a menudo
hay niños jugando a la pelota, pero la gran mayoría de vecinos aparecen
enmarcados por ventanas y son los menos los que disponen de un pequeño balcón,
bien porque venía de serie o bien porque se hicieron reformas. Está por ejemplo
la mujer de cincuenta y tantos, bien vestida y maquillada, que suele desayunar
igual de pronto que yo; o la señora rolliza de mofletes sonrosados y sonrisa
permanente, con un marido raquítico y tres o cuatro hijos pequeños, que tiene siempre
tendidos un montón de pantalones y camisetas; o la vecina de las piernas
estupendas que, cuando llega el verano, suele salir de vez en cuando al balcón
con un pantaloncito muy corto y se sienta en una tumbona a que se le pongan
morenos los muslos mientras lee un libro…
Sé que en este
tipo de casos está feo quedarse mirando demasiado rato, y os aseguro que yo
intento controlar mis instintos de voyeur,
pero he de reconocer que hubo una ocasión en la que fui incapaz de apartar la
mirada: se trataba de otra vecina, algo regordeta pero con cierto atractivo,
que vive con su pareja un piso por encima de mi altura, justo enfrente de mi
edificio. El día al que me refiero esta chica había tendido algo de ropa y, ya
sea porque tenía prisa, o calor, o ambas cosas, salió a recogerla desnuda de
cintura para arriba, inclinándose varias veces sobre las cuerdas con sus
grandes pechos bamboleándose hacia delante y hacia atrás… Fueron apenas diez
segundos en total, pero durante ese tiempo no pude apartar mis ojos de ella; no
tanto por lujuria, sino más bien por el shock absoluto del momento… Era una
situación tan inesperada que no podía creer que estuviera sucediendo de verdad.
Habréis notado
que la mayoría de mis comentarios se refieren a mujeres, pero no es porque me
fije sólo en ellas; es porque tengo comprobado que o enfrente de mi ventana
viven más mujeres o, por la razón que sea, suelen salir más al balcón que los
hombres… Pero también hay infinidad de detalles en la fachada opuesta que
llaman la atención sin que haya personas de por medio. Por ejemplo, uno de los
pisos está de reformas desde hace unas semanas y las ventanas están
completamente picadas y abiertas, con unos marcos de aluminio apoyados contra
las aberturas desde hace ya muchos días. Supongo que en este caso es una
situación temporal, pero hay otra vivienda que me genera bastante desasosiego
cada vez que la miro: no cabe duda de que está deshabitada desde hace al menos
dos o tres años, y al parecer el último ocupante tuvo un despiste y olvidó
cerrar una de las ventanas antes de irse, lo que ha dado lugar a un continuo
flujo de palomas entrando y saliendo, con la consiguiente acumulación de
excrementos en los marcos y en el alféizar… No quiero ni imaginarme cómo estará el piso por dentro a estas
alturas.
Y ya que
hablamos de animales: más que desasosiego, fue directamente una sensación de
alarma la que experimenté hace unos meses al descubrir que un montón de abejas
se habían congregado en torno a una grieta de la fachada, junto a otro piso
también aparentemente vacío. A día de hoy sigue habiendo un continuo entrar y
salir de abejas por la grieta; deben haber construido su colmena en el hueco de
la pared, o peor aún, dentro del piso. Sé que debe haber algún número del
Ayuntamiento al que poder dar parte en estos casos, pero francamente yo voy
siempre liadísimo de faena, así que lo he ido posponiendo semana tras semana;
supongo que si no han llamado ya los vecinos del otro lado es porque las abejas
no les dan muchos problemas… o eso espero.
Otro de los
detalles de los que eres consciente sólo al cabo de unos años es que en este
barrio hay bastante rotación en cuanto a inquilinos y propietarios; esto lo he
comprobado de primera mano con los vecinos de mi propia escalera, pero también
lo he notado mirando por la ventana. Había por ejemplo una chica joven, que por los rasgos de la cara
debía ser de Europa del Este, que compartía piso con un compañero y una
compañera; muchas noches podía ver a través de una de sus ventanas su perfil
iluminado mientras se preparaba la cena, cortando verduras y manejando sartenes
y cacerolas… Se convirtió en una imagen tan cotidiana, tan familiar, que el
mero hecho de dar un vistazo rápido desde mi cocina y saber que ella estaba
allí me resultaba muy agradable, me transmitía una extraña sensación de paz y
tranquilidad. También se me hizo extraño, aunque esta vez en el mal sentido de
la palabra, dejar de ver su cara en la ventana hace cosa de un año y suponer que
se había mudado a otro sitio. Es raro echar de menos a alguien a quien
prácticamente no conoces y con quien no has hablado nunca.
Otro de los
apartamentos de enfrente, un poco más hacia la derecha y hacia arriba, en el
último piso, lo ocupó durante un tiempo una conocida mía con su novio, y
también desaparecieron los dos de un día para otro, aunque todavía no me la he
vuelto a encontrar y por tanto no he descubierto cuál fue el motivo de la
mudanza (es conocida pero no amiga íntima, así que no hay tanta confianza como
para pedir su número o mail a alguno de nuestros amigos comunes y preguntárselo
directamente). Luego está el caso de los que yo llamaba “la pareja de cursis”,
esta vez algo más hacia la izquierda, que tuvieron colgada durante un par de
años en la pared del distribuidor, claramente visible desde nuestro lado, una
foto del día de su boda lo suficientemente grande como para poder decir sin
lugar a dudas que uno de los dos era realmente hortera… Hace varios meses que
sólo lo veo a él pasando por delante de la puerta del balcón; ni rastro de ella
o de la fotografía a tamaño natural.
Quiero
detenerme con un poco más de detalle en el último ejemplo de lo volubles y
cambiantes que son las cosas en esta zona de la ciudad… Se trata de un piso
casi, casi delante del mío, bastante más reformado que los demás de su finca y
también bastante más bonito de aspecto. Alguien decidió, antes de que yo me
mudara aquí, tirar la pared que daba al patio interior y convertir una de las
ventanas en un balcón abierto en el que cabían, si bien algo apretadas, una
mesita y unas pocas sillas para sentarse a la fresca. Desde que vivo aquí, si
no recuerdo mal, han pasado por ese piso tres parejas, todas con
características bastante similares y me atrevería a decir que también con historias
bastante similares. Os resumiré el caso de los últimos ocupantes, aunque podéis
haceros a la idea de que las otras historias son prácticamente iguales salvo
pequeños cambios…
Se trataba de
una pareja relativamente joven, de unos treinta y tantos, de aspecto
estudiadamente descuidado, algo bohemio pero sin pasarse. Ella era atractiva y
sexy sin llegar al nivel de top model:
lo que en algunos casos se suele llamar (y a nosotros aquí nos viene al pelo)
la vecinita de enfrente. Ambos tenían pinta de ser gente agradable; seguro que
me habrían caído bien si hubiera llegado a conocerlos. Tenían la costumbre de
pasar mucho tiempo en el balcón, fumando los dos sentados a la mesa, incluso en
los meses de más frío; no sé si para rentabilizar el dinero que habían pagado, porque
a su casero no le gustaba el olor a humo dentro o porque realmente les apetecía
hacerlo. De vez en cuando celebraban alguna fiesta multitudinaria que duraba
hasta altas horas de la madrugada, y por la pinta de los asistentes me
atrevería a decir que alguno de los dos pertenecía al mundo del arte, tal vez
del teatro o de la pintura. Muy a menudo se les veía realizando pequeños
cambios en la decoración del balcón: pintando las paredes de otro color,
colgando farolillos y guirnaldas de colores o espejos con marcos muy
historiados, cambiando el diseño de la barandilla, añadiendo macetas nuevas o enredaderas
en el techo…
Desde hace
unas pocas semanas era sólo él el que salía a fumar un pitillo de vez en
cuando, con una expresión neutra en la cara que no dejaba entrever exactamente
qué es lo que había sucedido. Yo me preguntaba si habrían roto o si eran otras
las razones por las que ella estaba ausente de la casa a la que había dedicado
tanto tiempo y esfuerzo. Pensé que tal vez se había ido por compromisos
laborales en otro lugar, pero descarté esa opción cuando la vi, una sola tarde,
de vuelta a la mesita del balcón, cigarro en mano, conversando con él bastante
seria. La verdad es que me ha dado más pena que con los cursis, porque
hasta hace bien poco daba la impresión de que eran una pareja realmente feliz… Estos
últimos tres o cuatro días ya no he visto a nadie en el balcón, y las luces
permanecen apagadas al anochecer. Mirando a través de mi ventana, a la
oscuridad donde antes había luz de farolillos reflejada en varios espejos, mi
mente empieza a divagar, y caigo en la cuenta de que una vez, hace
tiempo, mis vecinos también pudieron ver a una mujer joven y guapa andando por la
galería de mi piso durante unos meses… Me pregunto cómo me describirían ahora
mismo, cómo resumirían mi historia en un par de frases mis vecinos de enfrente.
martes, 26 de abril de 2016
Los Viejos Románticos Nunca Mueren (II)
Seguimos hablando de música orquestal en la tradición culta europea que, a
pesar de pertenecer al ámbito de la “academia”, es tan fresca y actual como
cualquier banda sonora de blockbuster… De hecho, hoy hablaremos de temas que se
compusieron sin pensar en el Cine y acabaron utilizándose en alguna película;
su capacidad de despertar emociones intensas sigue intacta a pesar del paso de los años o incluso los siglos.
¿Qué sería de Apocalypse Now de Coppola sin La Cabalgata de las Valquirias de Richard Wagner?
¿O de Excalibur de John Boorman sin el O Fortuna
de Carl Orff? Y el final de Ocean’s Eleven gana varios enteros gracias al Claro de Luna de Claude Debussy…
Incluso ha habido casos en los que la melodía era la protagonista y no un mero
acompañamiento, como Fantasía, película animada (de acabado fabuloso para el
año 1940 en que se estrenó) que hizo un esfuerzo por aproximar la música de
orquesta al gran público, con piezas como El Aprendiz de Brujo
de Paul Dukas o Una Noche en el Monte Pelado
de Modest Mussorgsky.
Igual que Fantasía, 2001: Una Odisea del Espacio es también una película
adelantada a su tiempo que utiliza música de un tiempo anterior. No es la
primera vez que hablamos de esta impecable obra de Stanley Kubrick
en el blog, y más adelante dedicaremos una entrada entera (probablemente
múltiple, voy avisando) a explicar con calma cómo el cineasta se aproximó a
varios géneros muy distintos siempre con excelentes resultados; pero hoy nos
centraremos sólo en la música que utilizó para acompañar las imágenes.
Es bien conocida la historia de la banda sonora de 2001. Kubrick había
seleccionado una serie de piezas orquestales ya existentes para ayudarse
durante el montaje de las escenas, y había encargado la composición de música
original a Alex North, que ya colaboró con él en Espartaco… Sin embargo, cuando
North le enseñó su trabajo, a Kubrick le pareció que las piezas musicales que
había utilizado de manera provisional encajaban mucho mejor, así que decidió
dejarlas tal cual (para cabreo del compositor, lógicamente). A partir de ese momento
el director se acostumbró a utilizar para sus películas piezas preexistentes
que en la mayoría de casos ni siquiera llegaba a regrabar, como había sido
costumbre hasta entonces. De este modo Kubrick supuso un cambio radical en la manera de entender la Música en el Cine.
En la versión definitiva de 2001: Una Odisea del Espacio sonaron por tanto
el
Danubio Azul de Johann Strauss o el Así Habló Zaratustra de Richard Strauss,
junto con música de Aram Khachaturian o fragmentos del modernista Réquiem de György Ligeti. Éste último
compositor, por cierto, se querelló con Kubrick por utilizar su música sin
hacerse antes con los correspondientes derechos (Alex North le dijo
que se pusiera a la cola de las demandas); ambos llegaron a un acuerdo en
virtud del cual el director pudo utilizar otros temas de Ligeti en algunas de
sus siguientes películas. La Naranja Mecánica, siguiente obra del director,
incluye temas de Purcell, Rossini y Elgar, aunque cabe destacar la curiosa
reinterpretación con sintetizadores que se hace de la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven.
En
Barry Lyndon aparece la música de un gran número de compositores clásicos,
entre ellos Georg Friedrich Händel y Franz Schubert.
En El Resplandor Kubrick repite con Ligeti y usa también la inquietante música
de Krzysztof Penderecki o de Bela Bartók.
La Chaqueta Metálica es una excepción a la regla, ya que no incluye obras
orquestales ya existentes: la banda sonora incorpora varias canciones pop de
los años 60 y la música incidental fue compuesta para la película por Vivian
Kubrick, hija del director, bajo el seudónimo de Abigail Mead. Eyes Wide Shut,
última película de Stanley Kubrick, incluye una vez más música de Ligeti, además
de obras de Mozart, Liszt y Shostakovich.
Paso a
continuación a relataros algo que me ocurrió hace unos años y que está muy
relacionado con este tema; el otro protagonista de la anécdota es Jan Harlan,
hermano de la que se convertiría en Christiane Kubrick, esposa del director. Además de
cuñado de Stanley Kubrick, Harlan fue asistente de producción en La Naranja
Mecánica y productor ejecutivo de las cuatro siguientes películas, las últimas
de su filmografía. También fue productor ejecutivo de Inteligencia Artificial,
colaboración de Kubrick con Steven Spielberg, y ha realizado un extenso documental sobre la vida y obra
del director que se estrenó (cómo no) en 2001, un par de años después de su
muerte. Harlan vino a Valencia en 2011 para recibir un premio en el festival Cinema Jove,
y aprovechó para dar en el salón de actos del MuVIM una interesante charla, a
la que yo asistí, sobre las ventajas de usar música ya existente para las
bandas sonoras de películas. Explicó que en los casos en que ha pasado un
cierto número de años desde su composición las obras quedan libres de derechos y
por tanto se pueden utilizar sin necesidad de pagar nada, lo cual es una
ventaja añadida, sobre todo para directores jóvenes que andan escasos de
recursos monetarios.
Al
acabar la charla se abrió un turno de preguntas y yo fui el primero en
intervenir, interrogando a Harlan sobre la escena inicial de El Resplandor
y su similitud con las imágenes aéreas finales de Blade Runner,
película de la misma época. Después de su respuesta, y a la espera de más
intervenciones, se hizo un silencio incómodo de unos cuantos segundos y, en
vista de que nadie más parecía querer participar, pedí de nuevo el micrófono y
le hice al alemán una segunda pregunta (ya no recuerdo sobre qué, tal vez sobre
Inteligencia Artificial) a la que también me contestó amablemente… Y de nuevo
reinaba entre los asistentes un silencio sepulcral; yo estaba totalmente
alucinado ante la falta de iniciativa de la gente.
¿Tenéis aquí delante al mismísimo productor de las películas de Stanley Kubrick
y no se os ocurre nada que preguntarle…? Así que, ni corto ni perezoso, me
dispuse a intervenir de nuevo. La mera visión de mi mano alzada por tercera vez
despertó espontáneamente una tímida oleada de aplausos entre parte del público,
que sonreía asombrado ante mi entusiasmo y mi completa falta de vergüenza.
La
tercera pregunta fue acerca de El Discurso del Rey,
película que se había estrenado meses antes y que a mí me había gustado mucho.
La escena clave, hacia el final de la peli, nos muestra a un Jorge VI aterrado
ante la perspectiva de tener que dar en directo un mensaje por radio a toda la
nación, al entrar Inglaterra en guerra con Alemania en 1939. Para superar su
problema de tartamudez, el Rey recurre a la ayuda de un peculiar logopeda
australiano llamado Lionel Logue, que entre otros medios recurre al uso de
Música para facilitar que las palabras vayan saliendo con fluidez. La pieza que
Jorge VI escuchará mientras da su discurso es un fragmento del segundo
movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven, el Allegretto.
La escena está llena de tensión, y a mí me había parecido un ejemplo estupendo
de cómo utilizar una pieza musical clásica para aportar mayor resonancia
emocional a un relato, así que le pregunté a Harlan si a él también le había
gustado.
Esta
vez me salió el tiro por la culata, y el productor me respondió de manera bastante
seca y cortante; casi me echa la bronca a mí porque no habían incluido el
nombre de Beethoven en los títulos de crédito ni siquiera a modo de agradecimiento,
cosa que le parecía totalmente inaceptable. Después de esto se me quitaron las
ganas de preguntar nada más y nos fuimos todos a casa, habiendo sido yo el único
que conversó con Jan Harlan. Para los demás, una oportunidad perdida, una
verdadera lástima… pero para mí, una manera de ponerme a muy pocos grados de separación de Stanley Kubrick.
En
cuanto al tema de los agradecimientos, estoy de acuerdo con Harlan y aprovecho
para enmendar aquí mismo ese error y conceder a Beethoven,
uno de los primeros románticos, el mérito que se merece. Hay que tener en
cuenta que fue el principal exponente de la transición entre el clasicismo del
S.XVIII y el romanticismo del XIX, y sus últimos cuartetos de cuerda o la Gran Fuga, totalmente incomprendidos
en su tiempo, van incluso más allá, anticipándose en cuanto a complejidad
melódica, armónica y de ejecución a lo que harían Shostakóvich o Bartók ya en
el S.XX. Por lo tanto, desde aquí te doy las gracias por haber innovado y por
haber contribuido a que (igual que hizo Kubrick con el Cine) la Música fuese un
poco más interesante a partir de ese momento, divino divino Ludwig Van…
Y con esto concluimos por hoy. En otra ocasión, más adelante, hablaremos de
bandas sonoras originales, es decir, compuestas a propósito para el Cine.
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