Hace unos meses, en una entrada acerca del concepto de Verdad,
comentamos algunas diferencias entre la poesía y la mentira, y vimos que la
primera recurre al uso de metáforas puras para resaltar la Belleza del Mundo; el poeta vive tan intensamente esta Belleza que acaba convirtiendo
las comparaciones de los elementos real e imaginario en sustituciones de uno
por el otro, aunque, como ya vimos, a
veces conviene no olvidar el elemento real de la comparación. También comentamos que quizás los creadores de las distintas
lenguas en la Prehistoria fueron poetas, y que muchas palabras se crearon por
combinaciones de palabras anteriores, a partir de metáforas que dejaban de
serlo pasando a describir el objeto de forma literal. Hoy continuaremos hablando de la Verdad y
abordaremos un tema que he mencionado muchas veces en el blog y que siempre he
dejado pendiente: veremos cuál es la diferencia entre Verdad y realidad, explicaremos cómo la literatura y el cine de fantasía transforman
lo metafórico en literal y pondremos de manifiesto la capacidad que tienen las buenas historias de transmitirnos
Conocimiento útil sobre nuestro Mundo aunque la acción no transcurra en él.
En una ocasión os mencioné que hace unos años pertenecí a la Sociedad
Tolkien Española. Entre la gente a la que conocí en aquel entorno está Eduardo
Segura, tal vez el estudioso de Tolkien
más importante de España y traductor a nuestro idioma de muchos libros de Ediciones
Minotauro de y sobre el Profesor de Oxford, pero ante todo una bellísima
persona con la cabeza muy bien amueblada. Eduardo era (y sigue siendo)
un excelente orador, y recuerdo que cuando asistía a una de sus conferencias el
tiempo se me pasaba volando. Si leéis alguno de sus artículos encontraréis entre su vocabulario más frecuente varias
de las etiquetas de La Belleza y el Tiempo, y de hecho releyendo estos días un
par de ellos me he dado cuenta de que seguramente le debo a Eduardo algunas
partes de mi mapa mental, el que tenéis en la columna de la derecha. El armazón
de esta entrada, que en principio pretende ser doble, consistirá en un resumen
de los conceptos básicos que utiliza en sus charlas y
ensayos, junto con algunas conclusiones de conversaciones más en petit comité
que tuve con él y con otros amigos de la STE a lo largo de los años.
La mayoría de
estos conceptos que voy a explicar se refieren a las novelas de fantasía, pero
se pueden aplicar también a las películas del mismo género, así que hablaré de historias
o relatos, en general (Podría utilizar también la palabra cuento como sinónimo,
ya que, como iremos viendo, ésta no tenía para John Ronald Tolkien ninguna
connotación peyorativa). El autor del relato podría ser el escritor, en el caso
de un libro, o el guionista, si hablamos de una película, aunque en este
segundo caso la autoría está un poco más compartida… Y por último el receptor
del relato puede ser lector o espectador, según el caso. El referente principal
que tengo en mente al escribir este texto es, por supuesto, El Señor de los Anillos, o su correspondiente adaptación
en forma de trilogía cinematográfica,
que también me parece estupenda; pero podríamos aplicar las mismas ideas a
cualquier otra obra maestra del género fantástico.
Es un hecho
contrastado que a la literatura fantástica se le colgó en muchos ámbitos, sobre
todo a partir del S.XX, el sambenito de “infantil”; como decía Clive Staples Lewis en su reseña de La Comunidad
del Anillo, con la Primera Guerra Mundial empezó una época casi patológica en
su antirromanticismo y su obsesión por el realismo. Para la crítica profesional
los relatos de fantasía podían ser entretenidos si estaban bien contados, pero
al basarse (según ellos) en mentiras carecían por completo de utilidad… Vamos a
intentar razonar por qué esta concepción de los críticos era totalmente errónea.
Veamos cuál es
el proceso por el cual se crea una buena obra de fantasía. El autor debe usar
su imaginación para elaborar una historia ficticia cuya apariencia de realidad,
o verosimilitud, la hace creíble. Un relato está bien construido cuando el escritor
plantea las reglas de funcionamiento básicas del universo de ficción (también
llamado mundo secundario) y todo lo que acontece en la narración es coherente
de acuerdo con esas reglas internas, aunque no sea posible en el Mundo real (o
Mundo primario); esto es lo que se conoce como coherencia interna.
Lograr esta sensación de autenticidad requiere, además de imaginación, bastante
trabajo de preparación previo a la redacción de la obra. El autor parte por
tanto de la realidad para inventar mundos que sean no sólo viables y
verosímiles, sino además deseables. Si esto se ha hecho bien, una vez concluida
la obra se establecerá entre escritor y lector (o entre guionista y espectador)
un pacto al que Samuel Taylor Coleridge llamaba la voluntaria suspensión de la incredulidad,
y nos parecerá que estamos “dentro” del libro o de la película; la historia ha conseguido
atraparnos. El Mundo primario resultará fácilmente reconocible en un mundo
secundario coherente y bien construido, permitiendo así la aplicabilidad por
parte del receptor, de la que hablaremos en la próxima entrega.
En su día escribí acerca de Memento y de Leonard
Shelby, el hombre con quince minutos de memoria, y os comenté que algunos detalles
de la peli me recordaban a mi propia experiencia…
Dejad que cite mis propias palabras: “Es lo que
tienen el buen cine o la buena literatura: no importa lo raro que sea a primera
vista el protagonista, o lo lejano o imaginario que sea el lugar o el tiempo en
que transcurren, sabemos reconocer las buenas historias porque en el fondo nos
permiten vernos reflejados en ellas y aprender algo sobre nosotros mismos.” El
sentido, el significado de la obra, es lo que importa, independientemente de si
su argumento es realista o fantástico. Ya lo destacó Peter Jackson al principio
de su discurso de aceptación la noche
que El Retorno del Rey ganó once Oscars (por entonces yo estaba en la STE, y os
aseguro que aquel día valió la pena trasnochar): dio las gracias a los miembros de la Academia por haber sabido
ver más allá de los trolls, magos y hobbits, y fijarse en lo verdaderamente
relevante de la película, que son los temas que trata.
Hay un film de Tim Burton, Big Fish, que en cierta forma habla de todo esto…
En la vida de Ed, el protagonista, se mezclan continuamente ficción y realidad,
y está siempre exagerando sobre las anécdotas de su pasado, lo que molesta
bastante a su hijo Will. Al final Will comprende que lo que permanece de
nosotros cuando nos vamos son nuestras historias, y que aunque éstas no se
ajusten del todo a lo que realmente ocurrió, pueden aportar sustancia y sentido
a nuestras vidas y llegar a ser tanto o más genuinas que los hechos cotidianos del
día a día… Se puede apreciar claramente que Burton utiliza esta película para reflexionar
acerca de su propia trayectoria como director de filmes de temática fantástica:
el hecho de que tus relatos hablen de un chico con tijeras en las manos,
o de los habitantes de la ciudad de Halloween,
o del peor director de la Historia
(ésta no es de fantasía, pero en ella la realidad supera a la ficción), no los
hace menos interesantes o menos útiles a la hora de extraer un mensaje que
pueda hacer la Vida de los espectadores un poquito mejor.
Distintos
tipos de obras literarias o cinematográficas nos proporcionarán distintos tipos
de Conocimiento: si queremos aprender datos objetivos acerca de la Gran Guerra
de hace un siglo y de cómo y dónde se fueron sucediendo las batallas, es mejor leer
un libro de no-ficción sobre el conflicto; pero si nos interesa más saber cómo
se sentían por dentro los soldados inmersos en aquel horror, un vistazo a los capítulos
en los que Frodo y Sam avanzan por Mordor podría servir también, ya que Tolkien estuvo en las trincheras,
y tenía en mente su propia experiencia cuando escribió estos pasajes de la
novela.
Cuando la
búsqueda de Conocimiento va dirigida hacia nuestro interior y requiere producir
una catarsis que nos ayude a recuperar sentimientos ya olvidados y reprimidos
por la rutina diaria, lo único que necesitamos es una buena historia que toque
los temas adecuados de la manera apropiada, sin importar que sea realista o
fantástica. Y aún diría más: el alejamiento de la realidad cotidiana que supone
el uso de la fantasía favorece el desbloqueo de ciertos condicionamientos sociales
instaurados en nuestra psique y por tanto facilita este viaje de Conocimiento interior,
este redescubrimiento de nuestros anhelos más íntimos… Por tanto, desde un punto de vista epistemológico
las obras maestras de la fantasía no sólo son verosímiles: son verdaderas,
aunque no estén basadas en algo real… Volveremos a esto con detalle más
adelante.
Un gran
artista es por consiguiente una persona con talento para plasmar la Belleza a
la que él mismo aspira, para representar materialmente mediante palabras o
imágenes (o cuadros, o esculturas, o música) las realidades inmateriales de su
interior, permitiendo así que otras personas, los receptores de su obra,
comprendan mejor también su propia realidad interna… Por supuesto, para que una
novela o una película puedan ser consideradas obras maestras no basta con que
su contenido valga la pena, el continente debe estar a la altura: la novela
debe estar bien escrita y la película bien rodada (en este caso entran en juego
no sólo el guionista y el director, sino también el reparto y el resto del
equipo). En resumen, fondo y forma deben casar a la perfección. No toda obra de
fantasía, por tanto, es digna de elogio: las hay que fallan en el fondo, las
hay que fallan en la forma y las hay que son un completo desastre
las mires por donde las mires… pero éstas no son objeto de la presente entrada.
Para ir
terminando, tratemos de hacer un paralelismo entre fantasía y poesía: como decíamos
al principio, el poeta considera que la Belleza que le rodea (a veces evidente
para todos, a veces desapercibida para los demás y visible sólo para él mismo)
es tan compleja y sobrecogedora que no puede describirla con palabras siguiendo
las reglas convencionales del lenguaje, y por eso recurre a convertir la
comparación en identificación, mediante el uso de metáforas. La Belleza del
Mundo desafía toda lógica y la manera de contarla debe desafiar la lógica también; al poeta no le basta con
la prosa para describir esta Belleza, y no se limita a contarla, sino que
quiere cantarla, declamarla. Eso es precisamente lo que hacen las buenas obras
de fantasía, sólo que a mayor escala que los buenos poemas… Yo creo que por hoy
ya es suficiente. En esta primera parte nos hemos centrado sobre todo en el
autor del relato, y aún nos falta hablar largo y tendido del lector o
espectador, al otro extremo del proceso creativo; pero ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión… más concretamente en la segunda entrega, dentro de una semana.