No sé si
alguno de vosotros habrá jugado de niño con figuras de acción de los
Transformers, de esas que eran articuladas y convertibles, como las originales
de los tebeos y los dibujos animados,
y que podían adoptar dos y a veces hasta tres formas distintas… Una de las
cosas que me llamaban la atención al comprarme mis padres cada nueva figura
eran las especificaciones sobre el personaje que venían en la trasera del blister,
en forma de una gráfica en color violeta que sólo se podía ver poniendo encima
un filtro de plástico rojo, y que indicaban entre otras cosas el rango y los
niveles de inteligencia, velocidad, fuerza o potencia de fuego, hasta un total
de ocho… Esto me lleva a mi adolescencia, unos años después, y al Middle-Earth Role Playing,
un juego de rol basado en El Señor de los Anillos y otros escritos de J.R.R.
Tolkien en el que los personajes jugadores se generaban rellenando una ficha
que incluía, entre otros datos y listas de habilidades y objetos, los
descriptores numéricos de siete características básicas, a saber: fuerza,
agilidad, constitución, inteligencia, intuición, presencia y apariencia.
Hoy en día
peino ya alguna que otra cana, y aquellos muñecos y juegos de rol han dado paso
a este blog, en el que ya no interpreto a personajes de mundos ficticios sino
que intento comprenderme mejor a mí mismo, objetivo bastante más ambicioso y
por ello también bastante más apasionante… La Belleza y el Tiempo transcurre en
el Mundo real, y con cada nueva entrada trato de describir y resumir este Mundo
con un número de parámetros ni demasiado alto ni demasiado bajo,
intentando encontrar un término medio que me permita entender lo que es
realmente importante, pero sin simplificar demasiado… Algo parecido se puede
hacer con las personas: a efectos de aprendizaje, de resolución de problemas y
conflictos y de compatibilidad en cuanto a trabajo en equipo o a relaciones
afectivas, viene bien poder describir a cada persona mediante una cantidad pequeña
pero no demasiado reducida de características.
A mitad de
camino entre el rol y el blog, hace ya unos cuantos años, mantuve con un buen
amigo un interesante intercambio de ideas vía e-mail que he recuperado del baúl
de los recuerdos, desempolvado, corregido y aumentado para escribir la presente
entrada. Estos mails se centraban en la Teoría de las Inteligencias Múltiples,
publicada inicialmente en 1983 por Howard Gardner, psicólogo e investigador de
la Universidad de Harvard. Gardner defendía la tesis de que el currículum
académico utilizado tradicionalmente en las escuelas no evaluaba más que una
pequeña parte de las habilidades de los niños y niñas, y que el cociente intelectual que se había
venido usando hasta entonces trataba de reducir la inteligencia humana a un
solo número, cuando en realidad depende de múltiples factores. El psicólogo
veía esta simplificación excesiva como una auténtica aberración (opinión que yo
comparto: ya hemos hablado en el blog de simplificaciones semejantes en lo
tocante a los años, el dinero o el atractivo físico),
y para justificar su postura ponía como ejemplo los numerosos casos de alumnos con
un expediente académico brillante que luego habían fracasado estrepitosamente
en su Vida por no tener desarrolladas sus "otras" inteligencias.
En el libro
original, y en los que ha ido publicando posteriormente, Gardner defiende un
nuevo sistema educativo en el que se estimulen todas las capacidades del ser
humano. Según él, existen en los niños y niñas distintos potenciales que padres
y profesores habrían de intentar desarrollar desde bien pequeñitos, intentando
averiguar en cada caso qué capacidades son innatamente susceptibles de alcanzar
un alto grado de desarrollo para enfocar el proceso de aprendizaje de la manera
más apropiada. Después de explicar lo que en su opinión se puede entender como
una inteligencia (más adelante volveremos a este tema), Gardner enumera las
ocho capacidades de la mente humana que se ajustan a esa definición, ocho inteligencias independientes,
que resumiremos a continuación.
La
inteligencia lógico-matemática es la capacidad de hacer razonamientos lógicos, de
comprender patrones y relaciones complejas o sistemas que dependen de múltiples
variables y de manejar conceptos abstractos en forma de símbolos. Está más
desarrollada por ejemplo en matemáticos, científicos o ingenieros. Esta
inteligencia junto con la lingüística son las que se han entendido clásicamente
(y erróneamente) como inteligencia a secas, las que se potencia en las
escuelas, las que se pone a prueba en los exámenes y las que se mide sobre todo
en los tests de inteligencia… Y en ocasiones ni eso: tal y como están
planteados algunos modelos de exámenes escolares, cuantifican más la capacidad
de memorización de datos o el nivel cultural general que la propia inteligencia
de los chavales. Si no, que se lo digan a Albert Einstein,
que no sacó muy buenas notas en el colegio pero desde luego sabía pensar en
abstracto, de eso no cabe duda.
La
inteligencia lingüística se refiere al dominio del idioma propio y la capacidad
para aprender otros idiomas. No sólo abarca el expresarse correctamente o
escribir sin faltas de ortografía, sino también ser bueno escribiendo novelas o
relatos, para la poesía, para los juegos de palabras… Cómo no, para
desarrollarla conviene bastante leer muchos libros. Tenemos de ejemplo a oradores
como Abraham Lincoln y literatos como William Shakespeare o T.S. Eliot.
Se cuenta una anécdota muy curiosa sobre este último, uno de los grandes poetas
del siglo XX en lengua inglesa: resulta que en una ocasión, cuando era
adolescente, se aburría mucho y se le ocurrió inventarse una revista literaria en
la que todas las secciones estaban escritas por él: poemas, relatos cortos, ensayos…
A los tres días ya tenía veinticuatro números completos, el muy animal.
La
inteligencia espacial es la habilidad para crearse una imagen mental muy
precisa de algo; tiene manifestaciones tan diversas como la de saber leer
gráficos o mapas y orientarse bien, recordar los pequeños detalles de una
imagen o ser buen fisonomista (es decir, tener facilidad para reconocer caras).
También se incluye aquí la capacidad para pensar en tres dimensiones y para
representar las tres dimensiones en un papel de dos dimensiones; o incluso, rizando
más el rizo, para pensar en cuatro dimensiones,
aunque no sé si esto, al ser tan abstracto, entraría en el campo de la
inteligencia lógico-matemática… A los pintores,
fotógrafos, arquitectos,
diseñadores o taxistas,
por poner algunos ejemplos, les viene bien tener esta inteligencia muy
desarrollada. Para la mayoría de gente esta habilidad supone el hecho de ser
muy visual a la hora de relacionarse con el entorno, pero es curioso que no siempre
está necesariamente ligada a la visión: se ha comprobado que hay ciegos de
nacimiento que presentan buenas aptitudes en este aspecto sin necesidad de ver,
utilizando sólo el tacto o el oído… Como ejemplo de buena inteligencia espacial
se suele poner a Pablo Picasso, aunque a mí me gusta citar también a M.C. Escher, artista holandés que en el colegio destacó
sólo en la asignatura de dibujo y que posteriormente alcanzó fama mundial con
sus litografías y xilografías de teselaciones del plano y perspectivas imposibles.
La inteligencia
corporal-cinestésica se basa en la consciencia del propio cuerpo y la habilidad
para usarlo. Consiste en saber con mayor o menor exactitud qué consecuencias
tendrá en nuestros músculos una determinada orden dada por nuestro cerebro. Por
tanto, comprende todo lo que sería agilidad, equilibrio, coordinación oculo-motora, manejo sofisticado de
herramientas, aptitudes para bailar bien o control de las expresiones faciales.
Es importante por ejemplo en la actividad diaria de atletas, bailarines o
artesanos. En esta categoría se incluye también la capacidad para identificar y
recordar las sensaciones de la propia piel y poder reproducirlas en otra
persona, utilizando la presión y velocidad adecuadas para que una caricia sea agradable,
o para que un masaje sea placentero, o para que la caricia o el masaje se
transformen en algo todavía más agradable y placentero… En otras palabras: ser
muy inteligente en este sentido puede hacer que seas también muy bueno en la cama.
La
inteligencia acústico-musical es la capacidad para distinguir sonidos, acordes
y timbres, para cantar, recordar una melodía, tocar un instrumento, imitar voces… Como es lógico, es
imprescindible para los músicos profesionales. Se nota también en la forma de
hablar, la cadencia, el ritmo y el tono de voz de determinadas personas; por
tanto un cuentacuentos o un orador deben disponer de esta habilidad fundamental
para atrapar al público. Un ejemplo clarísimo de genio en este campo es el de Wolfgang Amadeus Mozart. Una muestra de sus prodigiosas
dotes musicales es la anécdota ocurrida cuando contaba con tan sólo catorce
años, durante un viaje a Roma con su padre. Éste pidió a la Biblioteca Vaticana
la partitura del Miserere de Gregorio Allegri, que sólo se cantaba en un lugar
en concreto durante la Semana Santa, y le denegaron el acceso porque estaba
considerada como exclusiva y no se permitía su difusión. Al día siguiente, el
adolescente Mozart acudió a la iglesia donde se ejecutaba la pieza, de más de
una hora de duración, y tras escucharla volvió a su hotel y la reprodujo de
memoria sobre el papel, incluyendo las partes de todos los instrumentos… Sólo
necesitó volver al día siguiente para hacer algunas correcciones. La pieza dejó
de ser secreta desde entonces.
La
inteligencia naturalista se basa en la plena consciencia del medio natural que
nos rodea, el respeto por la vida
en todas sus formas y el conocimiento profundo de fauna, flora, estaciones y
clima. Esta inteligencia nos serviría por ejemplo para predecir el tiempo que
va a hacer o el comportamiento de un animal, o para distinguir las plantas
útiles de las que son peligrosas. Como ejemplos célebres se podría nombrar a
Charles Darwin o Jacques Cousteau, sin ir más lejos… A mí personalmente me
parece un poco traída por los pelos: inicialmente la Teoría de las
Inteligencias Múltiples constaba sólo de siete, pero poco después Gardner se
sacó ésta de la manga aprovechando el tirón del ecologismo.
La inteligencia
interpersonal, o inteligencia social, es la habilidad para relacionarse con los
demás y transmitir tus ideas de forma efectiva, para saber escuchar, empatizar
y ponerte en el lugar del otro, y para saber leer entre líneas y adivinar el
estado de ánimo de las personas sólo con mirarlas. Es muy útil para el trabajo
en equipo y para la negociación de conflictos, y muy necesaria para docentes,
psicólogos, terapeutas… Como ejemplo de alguien que supo conectar con grandes
masas de gente para conseguir un objetivo común podríamos citar a Mahatma Gandhi, pero no hace falta ser un
gran líder para ser bueno en esto: hay personas normales y corrientes que por
su manera de ser desprenden buen rollo allá por donde van, personas que a
través de mil pequeños detalles (una sonrisa franca, un tono de voz suave, una
mirada atenta… lo que César Millán llamaría una energía firme y tranquila)
te transmiten seguridad y serenidad con su mera presencia. Seguramente una
persona con esta inteligencia muy desarrollada triunfará socialmente y en su
vida en familia aunque su expediente académico o su currículum vitae no sean
especialmente destacables; de hecho, muchas veces estas habilidades no se enseñan en la escuela
y así nos luce el pelo después…
La
inteligencia intrapersonal, la última de las ocho, es la capacidad para
analizar los propios sentimientos y emociones y ponerles nombre, y después
saber manejarlos para solucionar los problemas personales de forma eficaz… A
veces es especialmente difícil indagar en uno mismo: sientes un cierto desasosiego
interior y sabes que te pasa algo, pero el mismo estado de ánimo te impide
averiguar a qué se debe; simplemente estás demasiado jodido para encima ponerte
a darle vueltas al asunto buscando la causa. La inteligencia intrapersonal te
ayuda a comprenderte mejor y ver las cosas claras, eliminar los sentimientos de
ira y vencer las inseguridades, reforzar la autoestima, ver las cosas con
optimismo y encontrar la fuerza de voluntad necesaria para mejorar tu Vida.
Grandes escritores como Marcel Proust
han sido puestos como ejemplo en este campo por su labor de introspección a la
hora de escribir sus novelas; describiendo con maestría el mundo interior de
sus personajes han permitido que, a través de ellos, aprendamos también cosas
acerca de nosotros mismos… Y seguro que también se pueden encontrar otros
ejemplos notorios entre los filósofos célebres de la Historia. Tal y como
ocurría en el caso anterior, también a este conjunto de habilidades debería
dársele mucha más importancia de la que actualmente tiene en el sistema educativo.
La inteligencia emocional
de Daniel Goleman engloba a las inteligencias intrapersonal e interpersonal;
otro día, si queréis, podemos hablar también de ella.
Y hasta aquí
la descripción de las inteligencias más relevantes según la teoría de Howard
Gardner. A lo largo de los años el investigador de Harvard ha coqueteado con la
idea de añadir más inteligencias, como la existencial o la moral, a esta lista,
pero yo personalmente me quedo con las ocho de aquí, o incluso siete si eliminamos
la naturalista: un número de características ya de por sí bastante grande pero
aun así manejable, como en las fichas de personaje del MERP o en los blisters
de los Transformers… Este tema da seguramente para dos entregas más, así que la
próxima semana seguiremos hablando de cómo aplicar esta teoría tanto en el
campo educativo (tema ya bastante trillado) como en la búsqueda de la pareja
ideal (éste no tan frecuente), de si las inteligencias múltiples tienen o no
una base neurofisiológica comprobada experimentalmente, y de qué narices define
exactamente una inteligencia.