martes, 10 de marzo de 2015

Inteligencias Múltiples (I)


No sé si alguno de vosotros habrá jugado de niño con figuras de acción de los Transformers, de esas que eran articuladas y convertibles, como las originales de los tebeos y los dibujos animados, y que podían adoptar dos y a veces hasta tres formas distintas… Una de las cosas que me llamaban la atención al comprarme mis padres cada nueva figura eran las especificaciones sobre el personaje que venían en la trasera del blister, en forma de una gráfica en color violeta que sólo se podía ver poniendo encima un filtro de plástico rojo, y que indicaban entre otras cosas el rango y los niveles de inteligencia, velocidad, fuerza o potencia de fuego, hasta un total de ocho… Esto me lleva a mi adolescencia, unos años después, y al Middle-Earth Role Playing, un juego de rol basado en El Señor de los Anillos y otros escritos de J.R.R. Tolkien en el que los personajes jugadores se generaban rellenando una ficha que incluía, entre otros datos y listas de habilidades y objetos, los descriptores numéricos de siete características básicas, a saber: fuerza, agilidad, constitución, inteligencia, intuición, presencia y apariencia.

Hoy en día peino ya alguna que otra cana, y aquellos muñecos y juegos de rol han dado paso a este blog, en el que ya no interpreto a personajes de mundos ficticios sino que intento comprenderme mejor a mí mismo, objetivo bastante más ambicioso y por ello también bastante más apasionante… La Belleza y el Tiempo transcurre en el Mundo real, y con cada nueva entrada trato de describir y resumir este Mundo con un número de parámetros ni demasiado alto ni demasiado bajo, intentando encontrar un término medio que me permita entender lo que es realmente importante, pero sin simplificar demasiado… Algo parecido se puede hacer con las personas: a efectos de aprendizaje, de resolución de problemas y conflictos y de compatibilidad en cuanto a trabajo en equipo o a relaciones afectivas, viene bien poder describir a cada persona mediante una cantidad pequeña pero no demasiado reducida de características.




A mitad de camino entre el rol y el blog, hace ya unos cuantos años, mantuve con un buen amigo un interesante intercambio de ideas vía e-mail que he recuperado del baúl de los recuerdos, desempolvado, corregido y aumentado para escribir la presente entrada. Estos mails se centraban en la Teoría de las Inteligencias Múltiples, publicada inicialmente en 1983 por Howard Gardner, psicólogo e investigador de la Universidad de Harvard. Gardner defendía la tesis de que el currículum académico utilizado tradicionalmente en las escuelas no evaluaba más que una pequeña parte de las habilidades de los niños y niñas, y que el cociente intelectual que se había venido usando hasta entonces trataba de reducir la inteligencia humana a un solo número, cuando en realidad depende de múltiples factores. El psicólogo veía esta simplificación excesiva como una auténtica aberración (opinión que yo comparto: ya hemos hablado en el blog de simplificaciones semejantes en lo tocante a los años, el dinero o el atractivo físico), y para justificar su postura ponía como ejemplo los numerosos casos de alumnos con un expediente académico brillante que luego habían fracasado estrepitosamente en su Vida por no tener desarrolladas sus "otras" inteligencias.

En el libro original, y en los que ha ido publicando posteriormente, Gardner defiende un nuevo sistema educativo en el que se estimulen todas las capacidades del ser humano. Según él, existen en los niños y niñas distintos potenciales que padres y profesores habrían de intentar desarrollar desde bien pequeñitos, intentando averiguar en cada caso qué capacidades son innatamente susceptibles de alcanzar un alto grado de desarrollo para enfocar el proceso de aprendizaje de la manera más apropiada. Después de explicar lo que en su opinión se puede entender como una inteligencia (más adelante volveremos a este tema), Gardner enumera las ocho capacidades de la mente humana que se ajustan a esa definición, ocho inteligencias independientes, que resumiremos a continuación.




La inteligencia lógico-matemática es la capacidad de hacer razonamientos lógicos, de comprender patrones y relaciones complejas o sistemas que dependen de múltiples variables y de manejar conceptos abstractos en forma de símbolos. Está más desarrollada por ejemplo en matemáticos, científicos o ingenieros. Esta inteligencia junto con la lingüística son las que se han entendido clásicamente (y erróneamente) como inteligencia a secas, las que se potencia en las escuelas, las que se pone a prueba en los exámenes y las que se mide sobre todo en los tests de inteligencia… Y en ocasiones ni eso: tal y como están planteados algunos modelos de exámenes escolares, cuantifican más la capacidad de memorización de datos o el nivel cultural general que la propia inteligencia de los chavales. Si no, que se lo digan a Albert Einstein, que no sacó muy buenas notas en el colegio pero desde luego sabía pensar en abstracto, de eso no cabe duda.

La inteligencia lingüística se refiere al dominio del idioma propio y la capacidad para aprender otros idiomas. No sólo abarca el expresarse correctamente o escribir sin faltas de ortografía, sino también ser bueno escribiendo novelas o relatos, para la poesía, para los juegos de palabras… Cómo no, para desarrollarla conviene bastante leer muchos libros. Tenemos de ejemplo a oradores como Abraham Lincoln y literatos como William Shakespeare o T.S. Eliot. Se cuenta una anécdota muy curiosa sobre este último, uno de los grandes poetas del siglo XX en lengua inglesa: resulta que en una ocasión, cuando era adolescente, se aburría mucho y se le ocurrió inventarse una revista literaria en la que todas las secciones estaban escritas por él: poemas, relatos cortos, ensayos… A los tres días ya tenía veinticuatro números completos, el muy animal.




La inteligencia espacial es la habilidad para crearse una imagen mental muy precisa de algo; tiene manifestaciones tan diversas como la de saber leer gráficos o mapas y orientarse bien, recordar los pequeños detalles de una imagen o ser buen fisonomista (es decir, tener facilidad para reconocer caras). También se incluye aquí la capacidad para pensar en tres dimensiones y para representar las tres dimensiones en un papel de dos dimensiones; o incluso, rizando más el rizo, para pensar en cuatro dimensiones, aunque no sé si esto, al ser tan abstracto, entraría en el campo de la inteligencia lógico-matemática… A los pintores, fotógrafos, arquitectos, diseñadores o taxistas, por poner algunos ejemplos, les viene bien tener esta inteligencia muy desarrollada. Para la mayoría de gente esta habilidad supone el hecho de ser muy visual a la hora de relacionarse con el entorno, pero es curioso que no siempre está necesariamente ligada a la visión: se ha comprobado que hay ciegos de nacimiento que presentan buenas aptitudes en este aspecto sin necesidad de ver, utilizando sólo el tacto o el oído… Como ejemplo de buena inteligencia espacial se suele poner a Pablo Picasso, aunque a mí me gusta citar también a M.C. Escher, artista holandés que en el colegio destacó sólo en la asignatura de dibujo y que posteriormente alcanzó fama mundial con sus litografías y xilografías de teselaciones del plano y perspectivas imposibles.

La inteligencia corporal-cinestésica se basa en la consciencia del propio cuerpo y la habilidad para usarlo. Consiste en saber con mayor o menor exactitud qué consecuencias tendrá en nuestros músculos una determinada orden dada por nuestro cerebro. Por tanto, comprende todo lo que sería agilidad, equilibrio, coordinación oculo-motora, manejo sofisticado de herramientas, aptitudes para bailar bien o control de las expresiones faciales. Es importante por ejemplo en la actividad diaria de atletas, bailarines o artesanos. En esta categoría se incluye también la capacidad para identificar y recordar las sensaciones de la propia piel y poder reproducirlas en otra persona, utilizando la presión y velocidad adecuadas para que una caricia sea agradable, o para que un masaje sea placentero, o para que la caricia o el masaje se transformen en algo todavía más agradable y placentero… En otras palabras: ser muy inteligente en este sentido puede hacer que seas también muy bueno en la cama.




La inteligencia acústico-musical es la capacidad para distinguir sonidos, acordes y timbres, para cantar, recordar una melodía, tocar un instrumento, imitar voces… Como es lógico, es imprescindible para los músicos profesionales. Se nota también en la forma de hablar, la cadencia, el ritmo y el tono de voz de determinadas personas; por tanto un cuentacuentos o un orador deben disponer de esta habilidad fundamental para atrapar al público. Un ejemplo clarísimo de genio en este campo es el de Wolfgang Amadeus Mozart. Una muestra de sus prodigiosas dotes musicales es la anécdota ocurrida cuando contaba con tan sólo catorce años, durante un viaje a Roma con su padre. Éste pidió a la Biblioteca Vaticana la partitura del Miserere de Gregorio Allegri, que sólo se cantaba en un lugar en concreto durante la Semana Santa, y le denegaron el acceso porque estaba considerada como exclusiva y no se permitía su difusión. Al día siguiente, el adolescente Mozart acudió a la iglesia donde se ejecutaba la pieza, de más de una hora de duración, y tras escucharla volvió a su hotel y la reprodujo de memoria sobre el papel, incluyendo las partes de todos los instrumentos… Sólo necesitó volver al día siguiente para hacer algunas correcciones. La pieza dejó de ser secreta desde entonces.

La inteligencia naturalista se basa en la plena consciencia del medio natural que nos rodea, el respeto por la vida en todas sus formas y el conocimiento profundo de fauna, flora, estaciones y clima. Esta inteligencia nos serviría por ejemplo para predecir el tiempo que va a hacer o el comportamiento de un animal, o para distinguir las plantas útiles de las que son peligrosas. Como ejemplos célebres se podría nombrar a Charles Darwin o Jacques Cousteau, sin ir más lejos… A mí personalmente me parece un poco traída por los pelos: inicialmente la Teoría de las Inteligencias Múltiples constaba sólo de siete, pero poco después Gardner se sacó ésta de la manga aprovechando el tirón del ecologismo.




La inteligencia interpersonal, o inteligencia social, es la habilidad para relacionarse con los demás y transmitir tus ideas de forma efectiva, para saber escuchar, empatizar y ponerte en el lugar del otro, y para saber leer entre líneas y adivinar el estado de ánimo de las personas sólo con mirarlas. Es muy útil para el trabajo en equipo y para la negociación de conflictos, y muy necesaria para docentes, psicólogos, terapeutas… Como ejemplo de alguien que supo conectar con grandes masas de gente para conseguir un objetivo común podríamos citar a Mahatma Gandhi, pero no hace falta ser un gran líder para ser bueno en esto: hay personas normales y corrientes que por su manera de ser desprenden buen rollo allá por donde van, personas que a través de mil pequeños detalles (una sonrisa franca, un tono de voz suave, una mirada atenta… lo que César Millán llamaría una energía firme y tranquila) te transmiten seguridad y serenidad con su mera presencia. Seguramente una persona con esta inteligencia muy desarrollada triunfará socialmente y en su vida en familia aunque su expediente académico o su currículum vitae no sean especialmente destacables; de hecho, muchas veces estas habilidades no se enseñan en la escuela y así nos luce el pelo después…

La inteligencia intrapersonal, la última de las ocho, es la capacidad para analizar los propios sentimientos y emociones y ponerles nombre, y después saber manejarlos para solucionar los problemas personales de forma eficaz… A veces es especialmente difícil indagar en uno mismo: sientes un cierto desasosiego interior y sabes que te pasa algo, pero el mismo estado de ánimo te impide averiguar a qué se debe; simplemente estás demasiado jodido para encima ponerte a darle vueltas al asunto buscando la causa. La inteligencia intrapersonal te ayuda a comprenderte mejor y ver las cosas claras, eliminar los sentimientos de ira y vencer las inseguridades, reforzar la autoestima, ver las cosas con optimismo y encontrar la fuerza de voluntad necesaria para mejorar tu Vida. Grandes escritores como Marcel Proust han sido puestos como ejemplo en este campo por su labor de introspección a la hora de escribir sus novelas; describiendo con maestría el mundo interior de sus personajes han permitido que, a través de ellos, aprendamos también cosas acerca de nosotros mismos… Y seguro que también se pueden encontrar otros ejemplos notorios entre los filósofos célebres de la Historia. Tal y como ocurría en el caso anterior, también a este conjunto de habilidades debería dársele mucha más importancia de la que actualmente tiene en el sistema educativo. La inteligencia emocional de Daniel Goleman engloba a las inteligencias intrapersonal e interpersonal; otro día, si queréis, podemos hablar también de ella.

Y hasta aquí la descripción de las inteligencias más relevantes según la teoría de Howard Gardner. A lo largo de los años el investigador de Harvard ha coqueteado con la idea de añadir más inteligencias, como la existencial o la moral, a esta lista, pero yo personalmente me quedo con las ocho de aquí, o incluso siete si eliminamos la naturalista: un número de características ya de por sí bastante grande pero aun así manejable, como en las fichas de personaje del MERP o en los blisters de los Transformers… Este tema da seguramente para dos entregas más, así que la próxima semana seguiremos hablando de cómo aplicar esta teoría tanto en el campo educativo (tema ya bastante trillado) como en la búsqueda de la pareja ideal (éste no tan frecuente), de si las inteligencias múltiples tienen o no una base neurofisiológica comprobada experimentalmente, y de qué narices define exactamente una inteligencia.



lunes, 2 de marzo de 2015

Texturas (I)


He decidido para la entrada de hoy mostraros algunas de las fotos que saco en mis paseos por la ciudad, fotos de esos pequeños detalles que aparentemente están ya muy vistos pero en los que siempre encuentro algo nuevo, algo hermoso. A veces es un concepto muy básico el que me llama la atención, una idea muy simple la que me transmite la imagen: puede ser una determinada textura, la repetición de un patrón, el predominio de una tonalidad cromática dada, el juego de luces y sombras… He hecho una selección de estas fotografías que he dividido en dos partes; la primera mitad las tenéis aquí y el resto las colgaré más adelante, todavía no sé exactamente cuándo. Ambas entregas se pueden disfrutar por separado, y además muchos de los detalles pertenecen a lugares fáciles de reconocer, así que podéis jugar a adivinarlos en los comentarios; pero también es verdad que las dos colecciones de imágenes os resultarán mucho más interesantes cuando podáis compararlas entre sí… Tened un poco de paciencia.






















lunes, 23 de febrero de 2015

El Vuelo de la Flecha (II)


Seguimos hablando de disparar nuestra flecha hacia la diana y de la disyuntiva entre mirar hacia delante o hacia detrás en el discurrir de nuestra Vida, tanto a nivel de los grandes proyectos como de las pequeñas rutinas. Como vimos en la primera parte de la entrada, hay gente que mira más hacia delante debido a la mediocridad de sus anteriores logros, o a su incapacidad para percibir la importancia de éstos y valorarlos en su justa medida; y por otro lado están los que se centran obsesivamente en su próximo objetivo, retrasando incluso su consecución de forma deliberada, porque tienen la convicción de que será un hito a nivel personal difícil de superar durante el resto de su Vida. Por una razón o por otra, en general preferimos regodearnos en esa sensación de anticipación de lo que está por venir, más que en la conclusión de los proyectos en sí.




La semana pasada vimos algunos ejemplos de obras inconclusas en el arte o la literatura y hoy, aunque no abandonemos del todo el terreno de la ficción, trataremos el tema desde el punto de vista de las relaciones personales. Las distintas etapas de nuestra relación con otra persona pueden considerarse también como dianas a las que apuntar, y es posible tanto acertar como errar el tiro, o incluso posponer conscientemente la llegada de la flecha y el cierre de la correspondiente etapa. Tenemos por ejemplo el caso de los archienemigos que han dedicado toda su vida a luchar el uno contra el otro y que sin embargo dudan al llegar el momento en que pueden acabar de una vez por todas con su rival. ¿Qué pasaría si Batman eliminase al Joker, o viceversa? ¿o si Sherlock Holmes derrotase al Profesor Moriarty, o al contrario? Al que sobreviviese todo le resultaría muy aburrido a partir de ese momento; tal vez se daría cuenta de que ha hecho desaparecer su razón de ser, de que ya no hay otros contrincantes que estén a su altura, de que ha perdido su principal motivación para seguir existiendo… Los villanos no tendrían reparo en expresar estas ideas en voz alta; a nuestros héroes les costaría reconocerlo, pero tal vez lo estarían pensando también… Quizás comprenderían que están destinados a seguir luchando hasta morir ambos; y por tanto decidirían perdonarse la vida, irse cada cual por su lado y dejarlo para otra ocasión… o por el contrario caer juntos catarata abajo, abrazados y forcejeando, hacia una muerte segura.




Dicen que del amor al odio hay un paso, así que los ejemplos anteriores podrían no ser tan distintos del que veremos a continuación, aunque parezca que están en polos opuestos del espectro… Supongo que habéis oído hablar de la tensión sexual no resuelta en una serie de televisión. Se trata de un recurso usado por los guionistas para mantener la atención de los espectadores durante varias temporadas y consiste en desarrollar una fuerte atracción entre la pareja protagonista (lo que se suele llamar “química”) que queda sugerida sin llegar a consumarse. A veces la falta de ideas o la intención de conducir la historia en la dirección más lógica llevan a aliviar esta tensión haciendo que los personajes comiencen una relación, recurso que puede insuflar nueva vida a la serie o por el contrario suponer para ella el principio del fin…

El caso más claro que recuerdo de una tensión resuelta que acabase con una serie es el de Luz de Luna, que yo veía todas las semanas, los lunes a las nueve si no recuerdo mal, antes de ser siquiera un adolescente. Me encantaba la frescura de los diálogos entre el sinvergüenza de David y la estirada de Maddie, y disfrutaba también con esa atracción latente entre ambos, a medio camino entre el amor y el odio. Recuerdo como un gran acontecimiento el episodio en el que por fin descargaron toda la tensión acumulada y se pegaron un buen revolcón (rompiendo de paso la mitad de los muebles del apartamento), y también recuerdo que a partir de ese momento la serie perdió gran parte de su gracia y fue decayendo poco a poco hasta su conclusión en la quinta temporada. Está claro que a esto contribuyeron también otros factores, como las continuas peleas entre Bruce Willis y Cybill Shepherd al otro lado de la cámara, pero no cabe duda de que el declive de la serie se aceleró el día que David y Maddie decidieron tirarse a la piscina… Ésta es una flecha que quizás no debería haber llegado nunca a la diana.




Y hablemos por fin de Penélope, uno de los personajes de la Odisea de Homero. Su esposo Ulises abandonó la isla de Ítaca y luchó durante diez años en la Guerra de Troya, pasando después varios años más sin que retornara y dándole casi todos por muerto. Mientras Ulises erraba de isla en isla, intentando volver y viviendo alguna que otra aventura amorosa por el camino, Penélope, siempre fiel a su marido, rechazó múltiples propuestas de matrimonio. Para dar largas a sus codiciosos pretendientes, les dijo que aceptaría la muerte de Ulises y se casaría de nuevo cuando terminase de tejer un sudario para el rey Laertes, pero cada noche deshacía a escondidas lo que había tejido durante el día, posponiendo de ese modo el momento de elegir… Al final, tras veinte años de separación, Ulises regresó a Ítaca disfrazado de mendigo y fue capaz de tensar su propio arco, cosa que ninguno de los pretendientes había conseguido, matándolos a todos con él y reuniéndose con Penélope.

Este relato ha servido para acuñar el llamado complejo o síndrome de Penélope, que en psicología es aquel en el que la espera se transforma en una constante existencial. Puede hacer referencia a las mujeres que esperan el regreso de su marido desaparecido en una catástrofe o en un conflicto bélico y dado por muerto, pero también a las mujeres que salieron una sola vez con un hombre que no las volvió a llamar, o que se liaron con un casado que juró que se separaría de su mujer, o que fueron abandonadas por un marido que no volvió nunca más pidiendo perdón… Estas mujeres se hacen ilusiones en vano, siguen esperando que ocurra lo imposible y acaban viviendo en un mundo de fantasía creado por ellas mismas; están enamoradas de un fantasma, y esta obsesión les impide olvidar y seguir adelante con su Vida. Son Penélopes que se dedican a tejer y destejer sueños e ilusiones día tras día, son flechas que vuelan y vuelan hacia una diana que no existe.




¿Y qué hay de La Belleza y el Tiempo como proyecto? ¿Llegará un momento en que la flecha alcance la diana y el blog sea una obra concluida, o por el contrario se mantendrá como un continuo “work in progress”? En la primera entrada os expliqué que el escribir estos textos tiene un doble objetivo: por un lado conocerme mejor a mí mismo y al Mundo que me rodea, y por otro contactar con personas que conecten intelectualmente y tengan una cierta química conmigo, personas entre las cuales podría estar también la mujer de mis sueños… En lo que respecta al primer objetivo, dudo mucho que mi investigación concluya algún día: el Universo contiene demasiadas maravillas como para conocerlas todas en una Vida. Como ya he comentado muchas veces, es imposible aprenderlo todo acerca de todo; siempre hay nuevas preguntas por responder, nuevas puertas por abrir, nuevos rincones del Mundo por descubrir

En cuanto a la búsqueda de la mujer perfecta para mí, francamente espero que este proyecto sí llegue a buen puerto algún día. Después de unos añitos sin pareja, la verdad es que noto ya una cierta tensión sexual no resuelta (si es que tal cosa puede darse en una historia con un solo personaje) y voy teniendo ganas de que esta flecha se clave por fin en la diana (perdonadme el doble sentido). Todavía me quedan unas cuantas entradas medio escritas acerca de mi búsqueda y del poco éxito obtenido hasta ahora, entradas que iré racionando y publicando poco a poco bajo la etiqueta de “Afecto”. Lógicamente, ya no podré utilizarlas si me echo novia, porque entonces estaría mintiendo… Pero comérmelas con patatas es un riesgo que tendré que correr; no os preocupéis, que no soy tan idiota como para no buscar pareja sólo por tener entradas sin publicar (Tal vez pase a limpio y cuelgue rápidamente un par de ellas cuando vea que el tan esperado momento se acerca de forma inminente, y así todos contentos). Me parece que la razón por la que avanzo tan despacio en este terreno se basa en que aspiro a metas muy elevadas, y por tanto apenas encuentro dianas hacia las que desee lanzar la flecha… Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.




Para ir terminando ya, creo que las conclusiones finales podrían ser éstas: tratemos de elegir bien las dianas hacia las que apuntamos el arco y soltamos la flecha. Que no se pueda decir que miramos más hacia la siguiente diana porque fallamos la anterior, o porque era ridículamente fácil de acertar; que sea porque la diana anterior era difícil y digna de elogio pero la siguiente es un reto aún mayor. No tratemos de retrasar el momento de hacer una diana por miedo a descubrir que no valía la pena y que deberíamos apuntar en otra dirección; retrasemos el momento por nuestra convicción de que la diana hecha será tan perfecta que nos resultará difícil superarnos en la siguiente. Reflexionemos bien para escoger la dirección correcta, apuntemos cada vez más y más alto y encadenemos diana tras diana, de manera que volar hacia la siguiente sea sólo posible gracias a haber acertado en las anteriores; de ese modo, cuando notemos cómo la flecha corta el aire en dirección hacia su próximo objetivo sabremos que es gracias a los logros previamente conseguidos, y estaremos mirando a la vez hacia delante y hacia atrás, que es la mejor manera de vivir el momento presente.