Hace bastante que no publico una entrada basada en imágenes, así que he
decidido subir al blog una selección de mis fotografías del Cementerio General de Valencia, en dos
entregas de diez fotos cada una. Las saqué hace pocos
meses, en una mañana de sol radiante, y el paseo por los distintos rincones del
lugar, en busca de detalles que me permitieran captar su esencia, resultó ser
muy agradable a excepción de la última parte… Yo ignoraba por completo que no está
permitido el uso de cámaras en el recinto, y cuando ya casi había terminado el
recorrido recibí un par de serias advertencias por parte de los encargados de
mantenimiento… En mi descargo diré que me centré sobre todo en la parte antigua
y monumental del Cementerio, con lo que no puedo ofender la memoria de alguien
fallecido recientemente; que en la medida de lo posible intenté no mostrar los
nombres de los difuntos al fotografiar las lápidas; y que tomé las fotos siempre
desde el máximo respeto y la sensibilidad artística, intentando plasmar en
ellas la paz y la melancólica Belleza del
lugar… Espero haber logrado mi objetivo. La próxima semana, más.
lunes, 8 de diciembre de 2014
martes, 2 de diciembre de 2014
Elipsis Narrativa (III)
Despertarse y apagar la alarma,
hacer la cama y ahuecar la almohada, ir al lavabo, lavarme las manos, cocinar,
poner la mesa, comer, fregar la vajilla, lavarme los dientes… La semana pasada
hablamos de estas rutinas diarias, de lo que me fastidia tener que hacer las
tareas del hogar y del poco Tiempo que le dedico a elegir lo que cocino o cómo
me visto, pero ¿cuáles son las cosas que me motivan? Seguro que a estas
alturas, después de dos años y pico de blog, muchos sabéis ya cuáles son las
actividades que considero Tiempo bien empleado, Tiempo de calidad:
leer un libro interesante, ver una buena película, pasear por Valencia, estar
de charreta con los amigos, oír buena música, ir a un museo a ver alguna
exposición… A todos estos niveles soy cualquier cosa menos rutinario:
constantemente intento descubrir nuevos autores y directores que tengan algo
que aportarme, visitar rincones diferentes de la ciudad, encontrar gente nueva
que me dé nuevos puntos de vista… Intento ampliar mis conocimientos con datos que
antes ignoraba y tener nuevas experiencias estéticas tan a menudo como me sea
posible, y desde luego la excusa del blog me está resultando muy útil para
ello, y me ha servido como estímulo para expandir mi consciencia y generar muchas
ideas nuevas de mi propia cosecha.
Hablando de expandir la consciencia… Dejadme que os resuma brevemente el
final de 2001: Una Odisea del Espacio (y los que ahora mismo os quejéis de que
os estoy haciendo spoilers,
pensad que habéis tenido casi medio siglo para verla… ¡Ya va siendo hora!). Los
acontecimientos desencadenados por la activación del monolito lunar desembocan
en la llegada a Júpiter de la nave espacial Discovery. Dave Bowman, único
superviviente de la misión, descubre un tercer monolito gigante flotando entre el
gigante gaseoso y su luna Io, y al acercarse a él activa una puerta estelar,
tal vez un agujero de gusano, que le lleva en un viaje alucinante hasta un
lugar remoto y extraño, un pequeño y claustrofóbico apartamento decorado al
estilo Luis XVI, una especie de jaula de laboratorio en la que Bowman será el conejillo
de indias en el experimento iniciado por los fabricantes de monolitos un millón
de años atrás.
En este lugar el astronauta tiene una percepción distorsionada del paso del
Tiempo, y asistimos a una sucesión de enigmáticas elipsis solapadas en las que
va envejeciendo y ve varias veces al otro lado de la sala a una versión más anciana
de sí mismo, que es la que continúa esta narración sin palabras. Finalmente, en
su lecho de Muerte, Bowman contempla un cuarto monolito que ha aparecido a los
pies de la cama y que dará lugar a un nuevo salto evolutivo como el ocurrido
con el primate del hueso: el protagonista muere para renacer como el Niño de las Estrellas, un extraño embrión
flotante, el primero de una nueva especie que ya no está sujeta a las ataduras
de lo físico. Lo que antes era Bowman ha expandido su consciencia más allá del
Tiempo y el Espacio, pero no ha olvidado sus orígenes; el último plano de la
película nos muestra cómo este ser contempla la Tierra desde el vacío
interplanetario.
Hace una semana dijimos que nuestra percepción del Tiempo es variable, y
que lo aburrido se nos hace subjetivamente más largo mientras que lo
interesante se nos pasa en un plis-plas (Poniendo un ejemplo cinematográfico,
puede haber películas infumables de hora y veinte que se nos hagan
interminables, y largometrajes fascinantes de tres horas que al acabar te dejen
pegado al asiento con ganas de más)… Maticemos todo esto, que es más complicado
de lo que parece. En efecto, las tareas rutinarias suponen una sensación de
pérdida de Tiempo y por tanto una percepción negativa que hace que los minutos pasen más lentos, aunque a largo
plazo estas rutinas se borran de los recuerdos, al contrario que las verdaderas
experiencias, que sí dejan poso. En cualquier caso, y como dijimos la semana
pasada, hay que integrar las rutinas en los proyectos a mayor escala, para que
así se nos hagan más cortas y llevaderas.
Por otra
parte, en algún antiguo comentario he hablado ya del estado de flujo en el que entras cuando estás plenamente concentrado y absorto en
una tarea que te gusta pero que ya sabías hacer de antes: pendiente por completo
del preciso funcionamiento de tu mente, el resto del
Mundo desaparece y el Tiempo objetivo, el que se mide en segundos, avanza rapidísimo;
cuando te quieres dar cuenta, pueden haber pasado varias horas. En estos casos
se experimenta una sensación bastante agradable, te da como un subidón que te
permite seguir y seguir sin cansarte… Esto me ha ocurrido a menudo escribiendo las entradas del blog,
hay veces que entro como en trance…
Pero el Tiempo objetivo no siempre vuela cuando lo pasas bien: ya dijimos en
una ocasión que tu Tiempo percibido como Tiempo de calidad avanza sobre todo cuando
ocurre algo diferente en tu Vida o en el Mundo, o cuando aprendes algo nuevo;
en este caso, los segundos del reloj pasan más despacio porque los llenas con
tus vivencias y recuerdos, o con la atención que prestas… Y no basta con
ampliar tu bagaje de experiencias para dar sentido a tu Tiempo y para evitar
que los días hayan pasado como un suspiro cada vez que miras el calendario;
además esas experiencias deben ser relevantes y debes integrarlas en tu cuerpo de conocimientos,
relacionarlas unas con otras para que no se te olviden, encontrar su sitio en
el orden de las cosas; perfeccionar en definitiva tu sistema de principios e
ideas, tu mapa mental, tu esquema del Mundo, que cambia con el Tiempo pero que habría
de tender a alcanzar una versión definitiva e inmutable, y por tanto al margen
del Tiempo.
Deberíamos perseguir, por consiguiente, dos metas distintas: por un lado maximizar
las experiencias minimizando la rutina, para hacer nuestros días más largos y
plenos; y por otro lado convertir estas experiencias en verdadero aprendizaje, entendido
como el perfeccionamiento de nuestro esquema mental, practicando el estado de flujo
como puesta en práctica de dicho esquema (el flujo sería algo así como las tareas
de mantenimiento del intelecto).
Consideremos ahora lo que pasa en las distintas etapas de la Vida. En la
niñez y adolescencia casi todo te resulta desconocido y cada día descubres
cosas nuevas. En la juventud y edad adulta sigues aprendiendo, pero a un ritmo
más lento. Cuanto más completo está tu esquema mental más cuesta
perfeccionarlo, más cuesta aprender algo relevante
que no sepas ya. Por ejemplo, desde que colgué mi Mapa Conceptual en la columna
de la derecha al inaugurar La Belleza y el Tiempo se me han ocurrido un par de
elementos nuevos para añadirle, pero su estructura general no ha cambiado tanto
como para tener que reemplazarlo por uno distinto. Y cuantos más años pasan,
más se acentúa esto… En definitiva, conforme te vas acercando a la vejez sí es
posible tener muchos momentos de flujo, pero ésos son percibidos como fugaces
(lo cual no es malo en sí, como ya hemos dicho), y a la larga resulta imposible
estirar el Tiempo subjetivo (el Tiempo de aprendizaje, el que se mide en
experiencias relevantes y nuevas) indefinidamente.
En resumen: las cosas nuevas que aprendes van poco a poco a menos; por otra
parte, lo que te gusta y haces regularmente te hace entrar en flujo y olvidar
el paso de las horas; y por último las actividades tediosas pero ineludibles que
se te hacen largas en el momento (éstos son los casos en los que desearías una
elipsis narrativa en la Vida real) se difuminan a largo plazo y se mezclan unas
con otras como si fueran una sola, como si formaran parte de un bucle congelado
en el Tiempo, un solo día de la marmota. Teniendo en cuenta todo esto junto, supongo
que la sensación general debe ser la de que el Tiempo percibido se va haciendo
más y más lento… hasta casi
pararse completamente. Hay quien podría sentirse incómodo ante esta
perspectiva, pero vamos a ver que la cosa no tiene por qué ser tan grave.
Estoy seguro de que si os pregunto no recordaréis el momento exacto en el que
empezasteis a ser conscientes de vosotros mismos; la frontera entre los
primeros recuerdos y la nada más absoluta que había previamente es muy difusa, y
por supuesto no recordamos esa ausencia total de vivencias como una vivencia en
negro, tenemos la impresión de que hemos existido desde siempre… Pues bien, yo
pienso que podría haber una cierta simetría de la Muerte con respecto al Nacimiento, y que por tanto a nivel de
nuestra propia percepción tampoco acabamos con un corte brusco a negro…
Sabemos objetivamente que al morir una persona su actividad cerebral se va
ralentizando de forma gradual, pero ¿cómo se vive eso (por decirlo de alguna
manera) desde dentro? Tal vez nuestro Tiempo subjetivo, que ya corría muy lento
durante la vejez, se detiene para toda la Eternidad mientras el Tiempo del
Universo sigue corriendo: entramos a vivir un solo instante congelado en el
Tiempo, que puede ser bueno o malo, sublime o vulgar… Y ahí es donde creo que
entran en juego nuestro cuerpo de conocimientos y nuestro sistema de
principios.
Dependiendo de la Vida que hayamos llevado, de la cantidad y calidad de
nuestro aprendizaje vital, podemos terminar nuestros días atrapados en un bucle
de mediocridad y remordimientos, con la sensación de no estar donde deberíamos estar,
de haber dedicado nuestros días a cosas sin sentido; o podemos tener la
impresión de estar rozando con la punta de los dedos la solución al Enigma, de poseer
tal vez la llave que nos abra una puerta a la infinita Belleza del Cosmos. Tal
vez el sentido de la Vida consiste en lograr (en la medida de lo posible) que este
último momento de actividad neuronal, que a nivel subjetivo se prolonga para
siempre, sea de serenidad, de paz con uno mismo.
El trabajo de preparación con vistas a ese último momento (y conviene que
nos pongamos a ello cuanto antes, no sólo para tener una buena Muerte, sino
también para gozar de una Vida plena) puede encauzarse en dos vertientes: la de
la consciencia y la de la conciencia. Por un lado, debemos tender siempre a
ampliar nuestro cuerpo de conocimientos, a intentar alcanzar, igual que el Niño
de las Estrellas en 2001, un estado superior de consciencia; es lo que hemos
llamado otras veces comprender Todo acerca de Todo,
y aunque tal vez sea imposible hacerlo hay que seguir intentándolo cada día sin
rendirse… Por otro lado, deberíamos tener un sistema de principios sólido y habernos
conducido con integridad y coherencia
a lo largo de nuestra Vida, para poder dormir con la conciencia tranquila no
sólo cada noche sino también al caer la Noche Eterna de la Muerte.
Para usar otro símil cinematográfico, se podría decir que, hagamos lo que
hagamos, llegará un momento en que la película de nuestra Vida se irá
ralentizando más y más, hasta reducirse a un último fotograma congelado para
siempre. Lo realmente importante es: ¿quedaremos fotogénicos en esa
instantánea, o por el contrario saldremos movidos
o cerrando los ojos? Más adelante seguiremos hablando de cómo prepararse para una buena Muerte, y veremos que tal
vez la clave está en llegar a sentirse parte de algo mucho más grande que uno
mismo, hacerse uno solo con la inmensidad del Tiempo y del Espacio y trascender
la propia individualidad incluso más allá del final de la existencia como ente
físico… En otras palabras: elidir lo individual, que suele ser episódico y
anecdótico, y entrar en el flujo de lo general, lo semántico, lo importante,
para poder afrontar nuestros últimos instantes sin miedo, para poder disfrutar
de ese último día perfecto en Punxsutawney…
Y llegados a este punto, yo creo que ya podríamos poner el letrero de “The End”.
Aunque con la entrega de hoy damos esta entrada por terminada, la próxima
semana, para no desviarnos mucho del tema, disfrutaremos de un paseo entre las
tumbas.
lunes, 24 de noviembre de 2014
Elipsis Narrativa (II)
La semana pasada estuvimos hablando de agilidad de la narración, elipsis y
bucles temporales en las películas; hoy dejaré de lado el Cine y os hablaré un
poco más de mí mismo. Es de sobra conocido que nuestra percepción del Tiempo es
subjetiva: los minutos se nos hacen más largos cuando nos aburrimos y se nos
pasan volando cuando hacemos algo interesante. Al cabo del día realizamos
muchas actividades que no parecen relevantes pero son necesarias por motivos de
salud, higiene, imagen, operatividad… Estas aburridas rutinas que se repiten
constantemente y que nos distraen de nuestras verdaderas pasiones y objetivos
vitales hacen que a veces tengamos la sensación de que hemos entrado en un bucle
temporal, viviendo el mismo día una y otra vez,
como si fuéramos Phil Connors atrapado en Punxsutawney para retransmitir el día
de la marmota hasta el fin de los tiempos.
A veces, al iniciar una de estas tareas, tomo consciencia de lo tedioso que
es tener que llevarla a cabo y, para entretenerme, empiezo a imaginar un
montaje rápido con todas mis rutinas diarias o semanales, hecho a base de
primeros planos de las actividades repetidas compulsivamente, al estilo de las
películas de Darren Aronofsky: despertarse
y apagar la alarma, hacer la cama
y ahuecar la almohada, ir al lavabo, lavarme las manos, cocinar, poner la mesa,
comer, fregar la vajilla, lavarme los dientes, elegir la ropa y ponérmela,
peinarme, afeitarme, ir y volver del trabajo, abrir el portal, mirar en el
buzón, abrir la puerta de casa, ducharme, abrir y cerrar las cortinas, encender
y apagar el portátil, recargar el móvil, girar la tele hacia el sofá o hacia la
mesa, poner el despertador en hora, cortarme las uñas, ir al supermercado,
bajar la basura, reciclar el plástico o el papel, poner la lavadora, tender y
recoger la ropa, pasar la aspiradora, limpiar la cocina y los baños, cortarme el
pelo…
Aunque normalmente no seamos conscientes de ello, todos estos pequeños
momentos sumados pueden suponer al cabo de toda la Vida un total de dos meses
seguidos lavándose los dientes de forma ininterrumpida, dos meses y medio
afeitándose, casi cinco meses masticando y medio año bajo la ducha (¡Vaya tela,
nos quedaríamos como una pasa!). Incluso algo aparentemente tan rápido como
teclear la contraseña en el ordenador puede suponer en un lapso de setenta u
ochenta años la pérdida de diez días enteros con sus correspondientes noches.
Sin duda sería estupendo poder hacer una elipsis narrativa, como en el Cine,
cada vez que llega el momento de estas tareas intrascendentes.
Algunos conoceréis la teoría del 888,
según la cual el equilibrio perfecto para llevar una Vida saludable consiste en
dedicar cada día ocho horas al trabajo, ocho al ocio y al hogar y otras ocho al
sueño. En lo tocante a dormir no tengo queja alguna porque, salvo las raras
ocasiones en que un resfriado me tapona la nariz, suelo hacerlo de un tirón
(ventajas de tener la conciencia tranquila), y por tanto en este caso mi
cerebro realmente hace una elipsis hasta la mañana siguiente, cosa sin duda muy
de agradecer. En cuanto a mi trabajo, aunque es intenso y a veces supone una
gran carga en número de horas, con los años he conseguido que no supere mucho
las ocho diarias y por lo general me gusta, así que no lo considero una pérdida
de Tiempo; además, tengo la suerte de vivir muy cerca de mi lugar de trabajo,
con lo que las idas y venidas no me suponen un gran sacrificio.
Hablemos de las otras ocho horas diarias, que incluyen el Tiempo de ocio
(dedicado a mis pasiones y aficiones y por lo general bien aprovechado) y el
necesario para las tareas del hogar (que son en su mayoría aburridas y por
tanto susceptibles de elipsis, o en su defecto de una realización lo más rápida
posible para quitárselas de encima). Empecemos por la comida: a pesar de vivir
cerca, a mediodía prefiero comer en mi lugar de trabajo, y así no sólo gano una
hora sino que además me simplifico la tarea de tener que escoger el menú de
cada día; si a esto le sumamos que los sábados voy a comer a casa de mis padres
(normalmente Paella), al final sólo tengo que preocuparme por las cenas y
desayunos y por la comida del domingo, que suele ser spaghetti. Mis desayunos
son fáciles de preparar y bastante repetitivos, y en cuanto a las noches,
aunque voy variando lo que me cocino cada día, mis cenas suelen ser “sota, caballo y rey”, y
acabo escogiendo siempre de entre una lista de cinco o seis opciones… Esto no
quiere decir que coma mal, siempre intento que mi dieta sea saludable y equilibrada;
pero no soy ni mucho menos un gourmet o un sibarita de la gastronomía, y en
cuanto a cocinar, no me saques de mis diez platos habituales…
Soy bastante lento para comer, lo cual es bueno para la digestión pero también
aburrido, así que mientras desayuno o ceno suelo ponerme algo interesante en la
tele. Y, para ir terminando con este tema, creo recordar haberos hablado ya de
la mesa de mi comedor, que utilizo también como mesa de trabajo, de forma que,
para no perder Tiempo quitando y poniendo las cosas
a la hora de las comidas, dejo siempre una mitad casi libre de trastos y con el
mantel cuidadosamente plegado en una esquina, de manera que sea fácil
desplegarlo y usar esa mitad para comer sin tener que tocar la otra… Vamos, que
más que una mesa es un transformer. En resumen (y
esta conclusión se puede aplicar también a otros campos), intento no malgastar
mucho Tiempo realizando acciones o tomando decisiones irrelevantes o frívolas
que desvíen mi atención y mis energías de otras cosas más importantes: se trata
al fin y al cabo de simplificar, de vivir de forma más sencilla para poder
pensar en temas más complicados y más dignos de consideración.
Algo parecido me ocurre con la ropa: no compro prendas nuevas a no ser que
se haga necesario, y en ese caso voy a lo seguro, a lo que sé que me resulta
cómodo, para no perder varias horas eligiendo. Tampoco me obsesiono demasiado
escogiendo mi vestuario cada mañana, y no me importa repetir camisa o camiseta
varios días si no hace calor y todavía está limpia… Que conste que no soy el
único, recordad que ya os hablé de Christopher Nolan, que se pone todos los
días lo mismo para no tener que pensar; también tenemos a Mark Zuckerberg, con
su eterna camiseta gris; o, en el
campo de la ficción, al Señor Monk y su armario con siete trajes exactamente iguales,
uno para cada día de la semana. ¿…que se les podría considerar a todos como
“algo raritos”? Pues sí, pero recordad lo que os dije una vez: nadie es del
todo normal. Y además su falta de entusiasmo en este aspecto la compensan de
sobra con su genialidad a otros niveles: basta con pensar en las películas de
Nolan, maravillosamente complicadas a pesar del sencillo vestuario de su director;
o en el hecho de que Zuckerberg sea el multimillonario más joven del planeta; o
en la gran cantidad de asesinatos aparentemente irresolubles y sin embargo
resueltos por Monk
en la serie… Me gustaría pensar que ése es también mi caso, salvando las
distancias, y que mi falta de interés por detalles como la ropa se compensa con
otras muchas cualidades positivas que he ido desarrollando y perfeccionando en
el Tiempo que he podido ahorrar, recortando de aquí y de allá.
Pasando de la ropa a la limpieza de la casa, no pongo una lavadora hasta
que está lleno el cesto de la ropa sucia, y he de reconocer que no uso la aspiradora
tan a menudo como debería (para evitar dedicar demasiado Tiempo a las tareas de
limpieza utilizo un conjunto de técnicas de lo que yo he dado en llamar “limpieza
preventiva”… pero de eso hablaremos con más calma otro día). En cuanto a mí
mismo, aunque cuido mi higiene personal a veces descuido un poco la parte
estética y voy por ahí con la barba mal afeitada;
dicen que esto es típico de los poetas, los filósofos y los científicos
despistados, y me parece que yo tengo un poco de las tres cosas… Y lo mismo con
el pelo: desde que me planteo ir a cortármelo hasta que realmente voy, entre pitos
y flautas suelen pasar siempre un par de semanas o más.
Al hecho de que estas tareas rutinarias me parezcan aburridas se añade mi
dificultad para recordar los detalles acerca de ellas: me resulta muy difícil
decir qué cené exactamente anteayer, cuándo pasé la aspiradora o cuándo me
corté el pelo por última vez… Me remito a mi entrada acerca de las memorias episódica y semántica, es decir, la memoria de lo accesorio y la de lo realmente
importante, respectivamente. Ser
metódico y organizado (apuntando recordatorios en mi agenda de vez en cuando) y usar los truquitos de los que os hablé me ayuda
a aumentar mi eficiencia y a llevar las distintas tareas al
día sin necesidad de perder Tiempo tratando de recordar cuándo toca hacer cada
cosa la próxima vez.
Aunque ambos tipos de memoria son excelentes en él, Sheldon Cooper
(podríamos incluirlo perfectamente en la lista de “raritos geniales” de arriba)
también sigue muchas rutinas a rajatabla y tiene una agenda bastante cuadriculada
incluso con las actividades de ocio, no sólo para aprovechar bien el Tiempo
sino para tener cierta sensación de seguridad, al vivir una Vida ordenada lo
máximo posible. También en otra ocasión hablaremos más detenidamente del Doctor
Cooper; por ahora baste decir que, si bien creo que en algunas cosas exagera
bastante, a mí personalmente tampoco me gusta que me cambien los planes en el
último momento, porque suelo hacer los preparativos con antelación y por tanto
los cambios hacen que haya malgastado esas horas o minutos.
Aparte de organizar bien nuestra agenda desde el punto de vista objetivo,
otro consejo importante a la hora de conseguir una buena gestión del Tiempo
es el de cambiar la percepción subjetiva de la importancia de estas tareas
necesarias y repetitivas que no nos gustan demasiado; hay que aprender a
valorar su utilidad e intentar entenderlas como parte integrante de nuestros
proyectos relevantes, intentar comprender que si no las lleváramos a cabo esto
acabaría afectando a largo plazo (ya sea, como decíamos al principio, por salud,
higiene, imagen, operatividad u otras razones) a las actividades que realmente
nos motivan, las realmente importantes… En resumen, la clave está en alcanzar
el justo punto de equilibrio entre lo trivial y lo elevado, y una vez hecho
esto entender que lo primero, aunque menos importante, es la base en la que se
sustenta lo segundo, que la rutina diaria es como el caballete que soporta el
lienzo en el que pintamos el cuadro de nuestra Vida… De esta forma daremos
sentido a nuestro Tiempo, sea lo que sea lo que estemos haciendo.
La próxima semana, en la última entrega, no me centraré tanto en mí mismo e
intentaré sacar algunas conclusiones a un nivel más general; seguiremos
hablando de elipsis narrativas y retomaremos el concepto de “estado de flujo”,
lo cual nos llevará a un terreno realmente filosófico al que ni siquiera yo esperaba
que llegáramos… ¿Quién iba a pensar que empezaríamos lavándonos los dientes o
cortándonos las uñas y acabaríamos debatiendo acerca de la Muerte? Pues eso: nos
vemos dentro de siete desayunos, siete comidas y siete cenas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)