lunes, 18 de noviembre de 2013

Los Pilares de la Tierra (III)

El Micalet, o Miquel, que tenemos actualmente en la espadaña del campanario de la Catedral es, en realidad, la quinta campana con ese nombre. La primera encargada de tocar las horas se inauguró el día de San Miguel de 1418, antes incluso de que se finalizaran las obras de la torre, y tanto ésta como la segunda, de 1465, se quebraron durante los toques, igual que la cuarta, rota en 1532 mientras la hacían vibrar en honor a la victoria de Carlos V sobre los turcos en Viena. El destino final de la tercera campana merece mención aparte: tal y como nos relata Jeroni Sòria en su Dietari, el 16 de febrero de 1519 se desató una fuerte tormenta sobre Valencia y alrededor de las nueve de la noche cayó un rayo sobre el madero que sujetaba el Miquel, iniciándose un incendio en lo alto del campanario. Al poco rato la estructura cedió y la gigantesca campana, después de golpear la barandilla, se precipitó hacia la oscuridad y se estrelló contra el suelo, cincuenta metros más abajo, estallando en pedazos con un estruendo formidable. Por fortuna, la calle estaba desierta debido a la tempestad y no hubo víctimas, pero tres vecinos sufrieron desperfectos en sus casas por impactos de piedra y bronce, y se formó un bache sobre el que los carros no pudieron transitar durante dos semanas.
 
 
Más adelante en la entrega de hoy veremos que éste no es el único accidente ocurrido en la historia de la Catedral, pero antes podemos hablar un poco de cómo ha cambiado su aspecto, sobre todo en el interior, a lo largo de estos siete siglos y medio. Hacia 1773, siendo arzobispo de Valencia don Francisco Fabián y Fuero (las tres con F: un nombre digno de aparecer en La Historia Interminable), se inició una total renovación del edificio para ocultar su estilo gótico original, por entonces considerado obra de bárbaros, con un revestimiento inspirado en los cánones renacentistas. En esta reforma neoclásica los pináculos exteriores del templo fueron eliminados, las azoteas ocultas por tejados, y la estructura gótica, incluyendo ventanales con vitrales, enmascarada por estucos y dorados. Se construyeron desde cero las capillas de las naves laterales, los arcos ojivales se transformaron en arcos de medio punto y se cubrieron las pilastras góticas con columnas corintias. Sólo quedaron a la vista los nervios góticos de la crucería de las bóvedas. Una muestra de cómo quedó toda la Catedral la tenemos actualmente en la parte de la girola.
Dos siglos después, durante la década de 1970, se emprendió la tarea de repristinación de la Catedral, que significó la retirada de casi todos los elementos clásicos para recuperar el aspecto gótico (mucho más elegante en mi opinión) de las naves y el cimborrio. Sólo quedaron con decoración clásica las capillas laterales, la girola y algunos elementos puntuales, como las esculturas en las esquinas del cimborrio, en las que figuran los cuatro evangelistas con los símbolos que los identifican: San Lucas con el toro, San Juan con el águila, San Mateo con el ángel y San Marcos con el león. También se suprimieron los tejados a doble vertiente y se eliminaron las conocidas como Casas de los Canónigos que estaban adosadas al muro exterior en la calle del Micalet.
 
 
Hay muchísimas cosas que ver dentro de la Catedral, pero por algún sitio tendremos que empezar nuestro paseo por su interior, así que hagámoslo por ejemplo en la Arcada Nova, espacio terminado en 1480 que alargó la estructura uniendo los pies de la Catedral a la Torre del Micalet y a la antigua Sala Capitular. Hasta el momento de construirse este cuarto tramo, se encontraba en este lugar la fachada de acceso, que fue desmontada en 1468 para la ampliación. De la nueva portada que se construyó entonces, y antes de que se levantara la actual Puerta de los Hierros, tampoco se sabe mucho, aunque debió ser de escasa entidad arquitectónica. Desde la Arcada Nova y mirando hacia la izquierda y hacia atrás podemos ver la puerta de acceso al campanario, pero lo que más me ha llamado siempre la atención de este tramo, mirando hacia arriba, a los muros de la nave central, son las dos ventanas en esviaje, es decir, en ángulo oblicuo, que permiten una mayor iluminación del interior.
Entrando por la derecha a la antigua Sala Capitular, de la que ya hablaremos más adelante, tenemos el acceso al Museo Catedralicio, que si no me equivoco está siendo reestructurado y en el que hasta ahora se podía ver, entre otras cosas, varias maquetas en madera de la Catedral en sus diversas fases de construcción. En el interior del Museo se encuentra también la Custodia Procesional de la ciudad, para cuya confección se emplearon unos 600 kilos de plata y 5 kilos de oro, y llamada “de los pobres” por haberla sufragado en su mayor parte los devotos y fieles del pueblo llano con sus donativos en forma de objetos de metales preciosos (que digo yo que se quedarían aún más pobres después de haber regalado su oro y su plata a la Iglesia, así que el sobrenombre también conlleva cierto recochineo).
 
 
Pero volvamos a la antigua Sala Capitular. Este espacio se pensó entre otras cosas para el enterramiento de prelados y canónigos, y sabemos que debajo del mismo hay una cripta a la que se accede a través de una losa de piedra bajo el púlpito de la capilla. Desgraciadamente, se ha comprobado que la entrada está obstruida por escombros; no se sabe con seguridad el motivo, pero entre los escombros se han encontrado piedras de traza gótica, por lo que se supone que fue cegada en el periodo de la reforma neoclásica del S.XVIII, al ser usada como vertedero… El caso es que esta cripta permanece aún hoy sin investigar. En el año 1563 se construyó una nueva cripta destinada al cabildo, el llamado cementerio de los canónigos; se encuentra situada en la nave central, entre el primer y el segundo tramo, y se accede a ella por una losa del suelo sujeta con argollas. Al interior de esta cripta se baja por una escalera de veintidós peldaños que nos lleva a una sala rectangular, presidida por una gran cruz, con treinta y dos nichos abiertos en los muros; fue usada hasta mediados del S.XIX, época en que se prohibieron los enterramientos fuera del Cementerio General y demás cementerios municipales… Y aún tenemos una tercera cripta cerca de la Puerta de los Hierros, la llamada de los beneficiados, a la izquierda del eje de la nave central bajo la Arcada Nova. Construida en 1754, en ella dieciséis peldaños desembocan en una estancia también presidida por una cruz; desde esta antesala, se divide en dos salas abovedadas separadas entre sí y que bajan a un segundo nivel. Esta cripta, bastante más grande, alberga más nichos y además un osario.
Yo no he estado nunca en los sótanos de la Catedral (y no por falta de ganas, ya sabéis que me encantan este tipo de sitios), pero hace un tiempo vi en Canal 9 un documental bastante interesante titulado “Del Cel al Subsol” en el que se mostraban imágenes de los rincones menos accesibles del edificio, entre ellos estas criptas. No sólo hay personas enterradas en los sótanos, sino también a ras de suelo: uno de los elementos que se incluyó en la repristinación de los años 70 fue la colocación de un nuevo pavimento en toda la Catedral, por lo que la mayor parte de las lápidas que se encontraban en el suelo fueron cubiertas, aunque siguen estando ahí. Esta intervención fue en mi opinión un gran error, porque nos ha privado de la oportunidad de pasearnos entre las lápidas, intentando descifrar sus inscripciones y asomándonos así a varios siglos de historia de la iglesia, y por tanto de la ciudad. Una de las pocas losas sepulcrales que se puede contemplar hoy día es la de Ausiàs March, famoso caballero y poeta valenciano del S.XV. Aunque se tienen dudas de que sus restos mortales estén realmente en la Catedral, dejó escrito en su testamento dónde quería ser enterrado: “en los vas o Capilla dels March, en lo claustre de la Seu prop lo capitol”. No se sabe la localización exacta de dicha capilla, pero en 1950 se colocó la hermosa lauda sepulcral, de piedra negra, en el lugar donde se cree que está el vaso funerario de los March, en el transepto, cerca de la puerta de la Almoina.
 
 
Desde este punto, y sin andar mucho, podemos ir al centro del transepto, donde mirando a izquierda y derecha veremos respectivamente la vidriera del rosetón con la estrella de David y otra vidriera con las caras de los matrimonios leridanos de los que hablamos hace dos semanas… Y mirando hacia arriba podemos contemplar desde el interior el magnífico cimborrio, uno de los elementos más bellos de la Catedral. De estilo gótico florido, tiene una altura aproximada de cuarenta metros, y está formado por un prisma octogonal de dos cuerpos superpuestos, con ocho ventanales de arcos ojivales y fina tracería calada en cada nivel. El primer cuerpo o parte inferior es del S.XIV, y el segundo fue construido sobre el 1430. La función del cimborrio es la de dotar de luz natural al espacio central del edificio: una de las diferencias más significativas del gótico con respecto al románico, y objetivo que se cumple con creces en el de la Catedral de Valencia, ya que su armazón de piedra está reducido al mínimo, dándole un aspecto de ligereza constructiva muy difícil de lograr, y las ventanas, que originalmente incluían vidrieras policromadas, van cerradas en la actualidad con piedra translúcida de alabastro, que deja pasar mucha luz, creando en el interior un ambiente cálido y acogedor.
 
 
Y hablando de ambiente cálido: antes hemos dicho que la caída de la campana Miquel a la calle en 1519 no había sido el único accidente ocurrido en la Catedral… Pues bien, sin movernos del centro del transepto y mirando hacia delante viajemos atrás en el Tiempo hasta el 21 de mayo de 1462, el día en que una bengala despedida por la “palometa” que representaba el Espíritu Santo descendiendo desde lo alto del cimborrio prendió en los paños que enmarcaban el retablo de madera y plata, perdiéndose en el incendio toda la decoración del ábside y las pinturas al fresco de su bóveda, realizadas en 1432 por el pintor Miguel Alcañiz (aquel día las famosas lenguas de fuego se hicieron terriblemente reales). Llegados a este punto, entra en nuestra historia el setabense Rodrigo de Borgia, que fue obispo de Valencia (y su buen sueldo cobraba por ello, aunque casi nunca estaba aquí) del 1458 al 1492, año en que como cardenal pidió al Papa Inocencio VIII que elevara la Diócesis de Valencia a Metropolitana, convirtiéndose él mismo, un mes más tarde, en el Papa Alejandro VI. Cuando aún siendo cardenal vino a España para mediar en la posible boda de los Reyes Católicos (había un problema, y es que ambos eran primos) se pasó por Valencia y, deseando que su Catedral brillase con el esplendor del nuevo arte que estaba surgiendo en Italia, hizo traer a los pintores Francesco Pagano y Paolo de San Leocadio para que realizasen en la bóveda unas pinturas que sustituyeran a las de Miguel Alcañiz, desaparecidas en el incendio. Estas nuevas pinturas, realizadas entre 1472 y 1483, fueron consideradas una de las maravillas del primer Renacimiento español.
Por desgracia, en 1674, más o menos dos siglos después, el arzobispo Luis Alonso de los Cameros, deseando que luciera más el retablo de plata que adornaba el altar, decidió restaurar toda la capilla. Se encargó de la obra Juan Pérez Castiel, se realizó en estilo barroco y duró ocho años. La colocación de los mármoles y adornos barrocos hizo desaparecer las pinturas del ábside; según la documentación de la época conservada en la Catedral, se ordenó que fueran picadas antes de seguir con la obra barroca. Por tanto, la Belleza de estas pinturas se perdió para siempre…
¿O no? En mayo de 2004 comenzó la obra de restauración de la decoración barroca del ábside, encomendándose la gestión de la misma a la Fundación La Luz de las Imágenes, y grande fue la sorpresa cuando el 22 de junio, por pura casualidad, a través del agujero dejado en la cúpula por el soporte de una pieza móvil, los trabajadores pudieron ver con ayuda de una linterna unos ojos muy abiertos que desde el otro lado les devolvían la mirada, implorándoles la libertad que durante varios siglos les había sido negada… Estos ojos pertenecían a uno de los doce ángeles de las pinturas renacentistas, que a pesar de alguna gamberrada de los obreros de aquella época no habían sido picadas sino simplemente ocultadas por la nueva cúpula barroca, construida unos ochenta centímetros por debajo de la anterior, y que se habían mantenido en un asombroso buen estado de conservación. De esta manera, a partir del 8 de febrero de 2007 se ha podido contemplar la Capilla Mayor restaurada con estos doce ángeles recién librados de su cautiverio: grandes, majestuosos, tocando diversos instrumentos musicales sobre el fondo de un cielo azul intenso lleno de estrellas.
 
 
Este hallazgo casual de los ángeles músicos emparedados no es el primero del que hablamos aquí en relación con la ciudad de Valencia (acordaos del yacimiento arqueológico de la Almoina); ni será el último, os lo aseguro. Si los ángeles estuvieron allí detrás todo ese Tiempo sin que nadie lo supiera, me pregunto qué otras sorpresas aguardan en lo profundo de la antigua cripta cegada por cascotes, qué otros mensajes cifrados se esconden debajo del pavimento de losas negras y blancas… ¿Cuántas maravillas como ésta aguardan a ser descubiertas tras un muro, en lo más hondo de un trastero repleto de antigüedades, o en un estante olvidado de un archivo en una ciudad lejana? ¿Cuántas ventanas abiertas a la Belleza perdida del Pasado habrá enterradas bajo tierra, ocultas detrás del doble fondo de un cajón, o en un almacén polvoriento? ¿Y cuándo y dónde se producirá la siguiente casualidad afortunada que ensanche nuestro horizonte de conocimientos, que traiga esa Belleza a la vida de nuevo? No lo sé, pero estoy deseando que ocurra… La semana que viene enfilaremos la última entrega acerca de la Catedral y hablaremos, entre otras cosas, del brazo incorrupto (es un decir) de San Vicente Mártir.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Los Pilares de la Tierra (II)

La semana que viene iniciaremos un recorrido por el interior de la Catedral de Valencia y sus setecientos cincuenta años de Historia, pero primero tenemos pendiente terminar el paseo por el exterior. Lo empezamos la semana pasada contemplando la parte más antigua del edificio y dirigiéndonos a continuación hacia la Plaza de la Virgen para ver la puerta gótica de los Apóstoles. Deshacemos ahora el camino andado y volvemos hacia la Plaza de la Almoina, dejando atrás la puerta románica y entrando en la calle Barchilla, donde vemos otro paso elevado que ordenó construir el señor obispo en el S.XVIII para acceder a la Catedral desde el Palacio Arzobispal sin tocar la calle (se ve que en las mañanas de invierno pasaba mucho frío el pobre, al recorrer esos veinte metros para dar la primera misa después de tomarse su chocolate con churros). Un poco más adelante en la calle Barchilla se encontraban antiguamente la llamada fosa de los canónigos y el cementerio de la parroquia de San Pedro, y también el primitivo campanario, una torre de planta cuadrada y factura románica; en el año 1419 se pasaron sus campanas al Micalet y a partir de 1438 se procedió a su demolición con el objeto de sacar piedra para las nuevas obras de la Catedral.
Llegamos de esta forma a la Plaza de la Reina y a la Puerta Principal o Puerta de los Hierros, de factura barroca y conocida con este nombre por la reja que la rodea. Al ser su planta curva, el paramento cóncavo al que da lugar creaba originariamente un singular y estudiado efecto de perspectiva cuando se la contemplaba desde la Calle Zaragoza, efecto totalmente desvirtuado en el S.XX a causa del derribo de varios bloques de edificios, que se fue prolongando hasta 1960, para ampliar la Plaza de Zaragoza, actualmente de la Reina. Aunque vista hoy día, en comparación con el tamaño de la Plaza, se ha quedado como decimos muy pequeña, hay que reconocer que sus figuras y su composición son de todos modos de una gran Belleza. En el suelo bajo el arco que forma la entrada, y actualmente ilocalizables tal vez por el desgaste de la piedra con los años, hay dos lápidas que señalan la tumba de Mariana Mont de Aguilar, fallecida en 1621 y que legó su fortuna a la Catedral para que pudiera construirse la portada, y la de su sobrina Petronila. Como podéis ver, por mucha poesía y misticismo que queramos echarle al asunto siempre hay algún detalle, ya sean cabezas talladas, rosetón o lápidas, que nos recuerda de una u otra forma quién ha puesto la pasta.
 
 
A la izquierda de la Puerta de los Hierros (imposible no verlo) tenemos el Micalet o Miguelete, la torre-campanario, uno de los símbolos más representativos de la ciudad de Valencia. Es de estilo gótico y fue levantado entre los años 1380 y 1429 hasta una altura de cincuenta metros en la terraza, siendo, cosa curiosa, su perímetro octogonal igual a dicha altura (podríamos decir, si lo comparamos con los de los pueblos, que es un campanario con muchos esteroides). Durante un tiempo fue llamado Campanar Nou para diferenciarlo del Campanar Vell de la calle Barchilla, y como dijimos hace una semana era originalmente una torre exenta que se unió a la Catedral a finales del S.XV, al prolongarse las naves. Por una escalera de caracol de doscientos siete escalones se sube desde el interior de la iglesia a la Sala de Campanas, con ocho ventanales de los cuales siete están ocupados por éstas, subiendo en el octavo la escalera hasta la plataforma superior, donde está la espadaña con las dos campanas del reloj: la de Quarts, de 1736, y el Micalet, fundida en 1532, destinada exclusivamente a tocar las horas. Dedicada a San Miguel Arcángel, antiguo patrono de la ciudad actualmente caído en desgracia frente a San Vicente Mártir, Sant Vicent Ferrer o la Virgen de los Desamparados, fue esta campana la que dio origen al nombre con que se conoce popularmente a la torre. Con 2,38 metros de diámetro y 7.805 kilos de peso, es la mayor en uso de toda la antigua Corona de Aragón.
En la Sala de Campanas hay once desde el primer momento en que se usó la torre como campanario; se trata de uno de los conjuntos más numerosos de campanas góticas de nuestro país. Se siguen utilizando para las diversas señales diarias, festivas, de muerto y extraordinarias. La más antigua de ellas (y también la más antigua en uso de toda España) es la Caterina, del año 1305, mientras que la más nueva es la Violant, de 1735. Están también, por ejemplo, la Bàrbera para los toques de coro diarios, el Manuel para el toque de cerrar las murallas (que se sigue realizando cada atardecer, aunque hace siglo y medio que no hay murallas que cerrar) y la Maria para las oraciones; los toques manuales los ejecutan los miembros del Gremi de Campaners. Como curiosidad, podemos mencionar también la existencia de una piedra sillar: un pequeño hueco en el muro, en la base de la torre, al que se puede llegar desde la acera estirando un poco el brazo, de manera que si lo golpeas con una piedra o cualquier objeto duro el sonido se transmite muy bien, por algún extraño fenómeno acústico, hasta la Sala de Campanas. Según parece, este sistema se usaba habitualmente para ponerse en contacto con el campanero, que residía en la torre.
 
 
Un elemento más a reseñar en la torre del Micalet son las gárgolas de su parte superior, que alejan el agua de lluvia de las paredes para evitar el deterioro de la piedra con el paso de los siglos, pero no podemos decir que la Catedral de Valencia sea pródiga en ellas: sólo contamos ocho aparte de las que hay en el campanario. Cuatro se encuentran en las esquinas del crucero, por encima de las puertas románica y gótica, y las restantes cuatro se agrupan en la parte norte de la fachada oriental, cerca de la Puerta de la Almoina. Por último, hay otro elemento en la fachada occidental, a la derecha de la Puerta de los Apóstoles, que, acorde con la sobriedad y sencillez de la Seo, apenas llama la atención; pero desde que un día mis ojos se tropezaron con él por casualidad, caminando por la calle del Micalet hacia la Plaza de la Virgen, ya no he podido evitar mirarlo fugazmente cada vez que paseo por allí… Mientras que la campana de San Miguel marca el paso de las horas, los días, los años y los siglos con su tañido grave y pausado, audible en el silencio de la noche desde gran parte del centro de la ciudad, éste es sin embargo un testigo mudo del paso del Tiempo, mucho más discreto pero seguramente bastante más antiguo: un pequeño Reloj de Sol con un solo número romano, el doce, pintado en color rojo y marcando la vertical, la posición del Mediodía, la hora de reunión del Tribunal de las Aguas cada jueves a pocos metros de distancia… Siempre que lo miro me produce un cierto escalofrío, un vértigo interior, la idea de que a pesar de estar la aguja actualmente un poco desviada y oculta al Astro Rey por los árboles cercanos, probablemente su sombra haya recorrido ya las muescas grabadas en la piedra un cuarto de millón de veces desde que se colocó allí, mientras la Tierra gira y gira sin parar sobre su eje y alrededor del Sol.
 
 

lunes, 4 de noviembre de 2013

Los Pilares de la Tierra (I)

Las excavaciones realizadas en la Plaza de la Almoina han proporcionado a los arqueólogos (y a todos nosotros) la situación exacta de la entrada este del foro romano de Valentia, lo que nos permite estimar que el templo religioso dedicado a Júpiter, situado en la parte norte del foro, debió estar en algún punto no muy lejano a la actual Fuente del Turia en la Plaza de la Virgen. A poca distancia de allí, y sin necesidad de salir del Centro Arqueológico de la Almoina, podemos contemplar en su esquina sudeste (y en la Plaza del Arzobispo) algunos vestigios de la primera catedral cristiana de Valentia, de época romano-visigoda, como parte del ábside, el baptisterio y una capilla sepulcral del S.VI. Unas decenas de metros hacia el sudoeste, justo en la zona donde antes estaba la entrada a la Catedral Visigótica, se construyó en el S.VIII la Mezquita Mayor o Mezquita Aljama de Balansiya, que fue a su vez reconvertida de nuevo a catedral cristiana después de la conquista de la ciudad por Jaume I en 1238. Como ya comentamos en otra ocasión, hay constancia documental de que durante casi un cuarto de siglo la mezquita permaneció en pie, incluso con los pasajes del Corán escritos en las paredes, y se utilizó para el culto cristiano hasta que en junio de 1262 fray Andreu d’Albalat, tercer obispo de la ciudad, resolvió derribarla y construir en su lugar un edificio de nueva planta: la Iglesia de Santa María. Aunque como ya he dicho alguna otra vez yo no soy una persona religiosa, la Catedral de Valencia siempre me ha parecido un lugar muy interesante desde el punto de vista histórico, arquitectónico, artístico, cultural y sociológico, de modo que durante las próximas semanas nos dedicaremos a dar un paseo por su pasado, por su exterior y por su interior.
La Seo de Valencia es de estilo gótico, un gótico bastante sobrio y discreto, aunque las obras comenzaron por la girola y por la Puerta de la Almoina, que es de estilo tardo-románico. Las últimas hipótesis suponen que la antigua mezquita musulmana ocupaba la situación del crucero de la catedral actual, siendo la Puerta de la Almoina el lugar donde se encontraba el mihrab. La Seo, que se iba haciendo a medida que la Aljama se derribaba, contaba ya al final del S.XIII con el deambulatorio o girola con sus ocho capillas, y con la puerta románica en el brazo oriental del crucero. En la primera mitad del S.XIV se cerró el crucero por su lado oeste con la construcción de la puerta gótica de los Apóstoles, donde antes estaba la entrada a la mezquita, y también se edificaron tres tramos de las tres naves (la central y las dos laterales) y se empezó a levantar el cimborrio. La Sala Capitular, donde se reunían los clérigos para deliberar los asuntos internos, y la torre-campanario del Micalet se construyeron inicialmente separadas del resto de la iglesia, pero a mediados del S.XV se ampliaron las naves en un tramo más, conocido como Arcada Nova, y la catedral se unió definitivamente con ambas. De la etapa barroca destaca que en 1703 se inició la construcción de una nueva puerta principal, la conocida como Puerta de los Hierros.
 
 
Comencemos nuestro paseo por el exterior de la catedral en la Puerta de la Almoina, también llamada del Palau por dar al Palacio Arzobispal. Pertenece, como hemos dicho, al estilo románico, que ya empezaba a estar pasado de moda en la época en la que se inició la catedral. Presenta varios arcos concéntricos y capiteles delicadamente tallados con escenas de la Biblia, y por encima de ellos podemos ver, aún con restos de policromía, catorce cabezas de hombres y mujeres que bien podrían ser donantes para la construcción de la puerta, pero que según la tradición representan a siete matrimonios leridanos que vinieron para repoblar Valencia y trajeron con ellos a trescientas doncellas que debían casar con los nuevos colonos. Sus nombres aparecen inscritos junto a sus efigies y aunque están abreviados parece que son: Pere y Maria, Guillem y Bertomeua, Ramon y Dolça, Bertran y Berenguera, Domènec y Ramona, Francesc y Ramona, y por último Bernat y Floreta. Dentro de la arcada, y a la derecha de las puertas de madera (que por desgracia no son las originales), se aprecian una serie de misteriosos surcos verticales abiertos en la piedra... Pero ya hablaremos de ellos en otra ocasión.
 
Desde la Puerta de la Almoina nos dirigimos a la derecha, hacia la Plaza de la Virgen, dejando atrás la pequeña capilla donde al parecer el rey Jaume celebró la primera misa después de conquistar la ciudad. Caminamos por debajo del paso elevado que une la Catedral con la Basílica y dejamos también atrás la llamada Obra Nova, una tribuna semicircular con tres alturas de arcadas desde las cuales los canónigos pueden asistir a las celebraciones (y hoy en día también alguna que otra manifestación) que se realizan en la Plaza. Llegamos así a la Puerta de los Apóstoles, de estilo gótico. Los batientes de madera son del año 1438 y los clavos y herrajes son los originales de la época. En cuanto a la portada y los Apóstoles representados en ella (actualmente son réplicas, los originales están en el museo catedralicio), fuera quien fuese su autor era un mal conocedor de la piedra de la zona, porque empleó una de tipo quebradizo que se degradó con rapidez y que ha obligado a continuas reparaciones y restauraciones… vamos, que al final lo barato sale caro.
 
 
Por encima de la puerta tenemos un enorme rosetón de seis metros y medio de diámetro, también reconstruido en los años 60 por haber sufrido el mal de la piedra, y que contiene dos triángulos equiláteros entrelazados que representan la Estrella de David, o de Salomón. Como apuntó en su día Joan Fuster, esta estrella es difícil de explicar en la entrada de un templo católico; aunque algunos la interpretan como símbolo de Jesús, el Mesías, descendiente de la Casa de David, se especula que ante la falta de fondos para la construcción de la puerta se pidió prestado dinero a los prestamistas judíos, y éstos accedieron a cambio de que figurase la estrella en el rosetón. Como último detalle, comentar brevemente que al pie de la Puerta de los Apóstoles se ha venido reuniendo todos los jueves a las doce de la mañana, supuestamente de manera ininterrumpida desde hace más de mil años (cuando en este mismo lugar se hallaba la entrada a la Mezquita Mayor), el Tribunal de las Aguas, la institución de justicia más antigua de Europa aún en funcionamiento, del que posiblemente hablemos un poco más en otra ocasión. La semana próxima terminaremos nuestro recorrido por el exterior del edificio, pasearemos hasta la puerta barroca y subiremos a echarle un vistazo al campanario de la iglesia.

lunes, 28 de octubre de 2013

Soñador de Sueños

La figura sentada en el desierto
Se asemeja a una estatua milenaria
Quieto, erguido, reloj de sol inmóvil
Con su sombra marcando cada hora
Es eterno habitante de las dunas
Hace tanto que ya no lo recuerda
Y en su vida de años incontables
No encontró ningún otro ser viviente
No lo inmutan ni el ruido del silencio
Ni el dolor de la arena abrasadora
Cuando el viento se alza enfurecido
La tormenta de arena no lo mueve
Y su túnica ajada lo camufla
Convirtiéndolo en parte del paisaje
Pero tanta quietud en apariencia
Se transforma por dentro en movimiento

La figura, marmóreo centinela
Piensa sueños en los que Otros viven
Aprendió a conseguirlo ya hace tiempo
Da sentido y razón a su existencia
Abre el paso para Otros al Oasis
Con los sueños que piensa para Ellos
Es el amo de llaves de las almas
Abre puertas, mas no para sí mismo
Las semillas que siembra entre las dunas
Son las luces que indican el camino
Hacia un sitio que él nunca ha pisado
Y a otros Seres que nunca ha conocido
Mas su suerte no le apena en absoluto
Y se alegra de la dicha de los Otros
Él entiende que es parte del destino
Así ha sido, es, y así será por siempre
 
 
La figura se tumba en el desierto
Cuando el sol atraviesa el horizonte
Cuando el manto de estrellas en el cielo
Tiñe todo de azul sobre la arena
Se recuesta de lado, pensativo
La cabeza apoyada entre los brazos
Se protege del frío de la noche
Y comienza a soñar sus pensamientos
Sueña que anda sin rumbo entre las sombras
Y que busca señales por las dunas
Que la luna menguante le sonríe
Con sus dientes de cráteres picados
Su avatar del ensueño anda perdido
Sin hallar el camino del Oasis
Y no hay rastro de alguno de los muchos
A los que él ayudó estando despierto

Mas la suerte esta noche le es propicia
Pues encuentra señales de los Otros
No los ve, pero sabe que han estado
Lo atestiguan las pisadas en la arena
Son pisadas en azul que le conducen
Por senderos para él desconocidos
Y tras largo caminar, sin darse cuenta
Se introduce en la puerta que no existe
Y la sal de sus lágrimas se mezcla
Con la sal de la arena del Oasis
Y se limpia los surcos de la cara
Con el agua cristalina del estanque
Se da cuenta, por fin, tras muchos años
Que cosecha los frutos que ha sembrado
Las semillas plantadas por el día
Se han tornado en los dátiles más dulces

Y el auténtico plan se le revela
Y comprende que es Uno con los Otros
Que su puerta es el sueño de otros muchos
Que su puerta por Otros es abierta
Que los sueños de muchos se transforman
Convirtiéndose en vida verdadera
Que llegar al Oasis es sencillo
Cuando alguien te muestra la manera
La figura siente el sol de la mañana
Abandona el Oasis, se despierta
Y comprueba asombrada que en la noche
Unas manos sin nombre la arroparon
Se incorpora despacio, abre los ojos...
Y descubre pisadas en la arena
Son pisadas en ocre que se pierden
En el mar de las dunas del desierto
 
 

lunes, 21 de octubre de 2013

El Penacho Blanco (III)

La semana pasada empezamos a enumerar algunos de los requisitos necesarios para ser una persona realmente íntegra, y vimos que hace falta no sólo una Coherencia interna de pensamiento, sino también entre las ideas y las acciones, siendo las primeras las que determinen las segundas y no a la inversa: debemos intentar vivir tal y como pensamos, no al revés. Pasando a la Coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, podríamos hablar en esta entrega de la gente que no practica lo que predica, o de la gente que miente a los demás (es decir, que hace una cosa y luego dice otra distinta), pero por no extendernos demasiado dejaremos las mentiras para futuras entradas del blog. Centrémonos hoy, para empezar, en la gente que dice primero una cosa y luego no la hace, o hace otra distinta; es decir, en los que no cumplen sus compromisos.
 
 
En el tiempo de los caballeros andantes, aquella época legendaria añorada por el personaje de Don Quijote en la obra de 1605 de Don Miguel de Cervantes, se seguía a pies juntillas el Código de Honor, de forma que la palabra dada por un auténtico caballero era sagrada, y tenía que cumplirse fuera como fuese. El Cyrano de Bergerac de la ficción, admirador confeso de Don Quijote, también mantenía siempre su palabra, y cumplió sus promesas hasta el final: no faltó a su cita diaria para charlar con Roxana ni siquiera estando herido de muerte. Sin embargo, a las obras de ficción y a la cruda realidad, como ya sabéis, las separa un trecho más grande que el que hay del dicho al hecho: hoy en día la gente ya no se para tanto a pensar si podrá cumplir lo que está prometiendo. De hecho, yo a veces alucino al ver cómo ciertas personas se comprometen a la ligera a hacer algo que finalmente no harán: yo puedo preverlo, porque las conozco bien, pero me pregunto si ellas mismas, en su fuero interno, se creen lo que están diciendo; me pregunto, con los ojos abiertos como platos, si se están oyendo, si realmente se dan cuenta de la enorme diferencia que hay entre mover la lengua y los labios pronunciando esas palabras y hacer realidad de manera efectiva las ideas que comunican con ellas… Como se suele decir, la ignorancia es muy atrevida.
Por lo que a mí respecta, soy un tío responsable y perfeccionista al que le gusta cumplir su palabra, y siempre tengo mucho cuidado a la hora de decidir en qué iniciativas me involucro; soy muy difícil de convencer (algunos de los que leéis estas líneas ya lo sabéis) porque me conozco y sé que una vez me embarque en el proyecto me obligaré a hacer bien mi parte, me cueste el tiempo y esfuerzo que me cueste… De hecho, me comprometí conmigo mismo a publicar una entrada del blog cada lunes y aquí me tenéis todavía, más de un año después (y eso que no se escriben en cinco minutos, os lo aseguro… pero por mis lectores y lectoras, lo que sea). En concordancia con mi filosofía de la Sencillez, siempre he pensado que es mejor hacer menos cosas al cabo del día, pero hacerlas bien, que implicarse en muchas actividades simultáneamente y hacerlas todas regular (por no decir algo peor). En el terreno de las relaciones sentimentales también me lo pienso mucho antes de dar el paso, porque quiero que todo salga estupendamente si al final me comprometo… pero ésa es otra historia que será contada en otra ocasión.
 
 
Cerrando la lista de requisitos para la Integridad, hablemos por último de la Coherencia en lo que decimos o hacemos cuando nos movemos en círculos sociales diferentes. Hay mucha gente que, por temor a quedar mal ante alguien, habla o actúa de manera distinta dependiendo del tipo de ambiente o de las personas con las que esté, y que evita contradecir las opiniones de los demás aunque le parezcan equivocadas. Hay gente que juzga a los demás con distinto rasero según el caso, y gente que en vez de ir con la Verdad por delante se deja llevar por la cobardía, la hipocresía o la presión social (Me acuerdo ahora mismo de aquel cuento en el que todos en la corte excepto una niña pequeña decían que veían el traje nuevo del Emperador, cuando en realidad no había tal traje). Una persona honrada e íntegra se siente segura de sus propias convicciones y se comporta de la misma manera ya esté en su casa o en palacio, sin sentir ninguna vergüenza por ello.
Integridad es, por tanto, defender la Verdad aunque ello nos reste popularidad o nos perjudique, es defender la Verdad porque de lo contrario resultarían perjudicados otros (Por ejemplo, denunciar las injusticias cometidas en nuestro lugar de trabajo, aunque con ello nos juguemos nuestro propio puesto… eso sí es llevar el Penacho Blanco bien alto). Integridad es hacer lo correcto incluso cuando no hay nadie mirando, aunque con ello salgamos nosotros mismos perjudicados. Integridad es actuar no por nuestro propio bien, sino por el bien común; no pensar en nosotros como lo más importante sino como una parte de algo más grande y mejor: llamadlo ciudad, sociedad, especie, planeta (¿Os acordáis de las palabras del Cyrano histórico? “Un hombre honesto es Ciudadano del Mundo”) o incluso Cosmos.
 
 
Intentemos sacar algunas conclusiones: ¿Ser una persona íntegra tiene más pros o más contras? ¿Es, como nos planteábamos hace dos semanas, una victoria o una derrota? Cyrano estaba muy a gusto consigo mismo y con su reducido y selecto grupo de amigos, pero no tanto con el resto del Mundo, del que renegaba continuamente… y además el sentimiento era mutuo, pues había ciertos entornos en los que Cyrano no despertaba muchas simpatías: de ahí el golpe mortal que recibe en una encerrona al final de la historia. Del mismo modo que un sombrero de ala ancha tocado de un penacho puede servir para disimular una cabeza vendada y ensangrentada, a veces la felicidad asociada a la Libertad e Independencia personales puede ocultar también, aunque la procesión vaya por dentro, un poso de tristeza debido a la soledad y la incomprensión. Y esto no pasa sólo en el nivel de las relaciones sociales: otro día hablaremos, como ya he dicho, de los pros y los contras de aplicar las ideas de Integridad y Coherencia a la vida en pareja (o a la ausencia de ella). En resumen, moverse por la Vida sin hacer trampas y jugando limpio cuesta a veces sangre, sudor y lágrimas; hay que ser un tipo duro para decidir tomar el camino correcto en lugar del camino fácil, pero yo creo que vale la pena. Si hacemos un esfuerzo por mantener la Coherencia de pensamiento, palabra y obra en todo momento, podremos servir de ejemplo para otros y a la larga nos ganaremos la estima y confianza de los que nos rodean, e incluso el respeto de aquellos que no piensan como nosotros.
Pues eso: a veces duele mucho ser fiel a tus Principios y mantener la Dignidad; el ir por la vida cual Don Quijote, con la cabeza llena de nobles ideales caballerescos e intentando cumplir un Código de Honor que la mayoría de la gente considera obsoleto, puede hacer que te pegues alguna que otra costalada cargando contra molinos de viento… pero yo no lo cambiaría por nada. ¿O acaso merece la pena tener un sistema de Principios no de una pieza, sino cosido a parches y remiendos, que en el momento menos pensado pueda romperse por las costuras? ¿Merece la pena aceptar compromisos sabiendo que no se podrán cumplir, firmar con nuestras palabras cheques que después no tengan fondos en el banco de nuestros actos? ¿Cambiar de camisa a la mínima y ponerse en venta al mejor postor? ¿Usar continuamente atajos en la Vida y no poder después dormir con la Conciencia tranquila por las noches? No, gracias.

lunes, 14 de octubre de 2013

El Penacho Blanco (II)

Después de haber visitado al Cyrano de Bergerac real del S.XVII y a su contrapartida de ficción de finales del XIX, veamos en qué aspectos podemos tomarlos como ejemplo para nuestra vida diaria hoy, a principios del XXI. He de admitir que me identifico con el personaje de la obra de Rostand (y la película de Rappeneau); aunque yo no sé manejar el florete, tenemos muchas cosas en común: una gran nariz (él bastante más que yo), ingenio al escribir (él bastante más que yo), no mucho éxito con las mujeres y sobre todo muchos Principios. Dejadme contaros sin embargo que el detonante de esta entrada triple, antes de que apareciese Cyrano, fue una sola palabra: Coherencia. Es uno de los elementos del Mapa Conceptual del blog (que es también, en cierto modo, mi Mapa Conceptual) y como tal debía ser una de las etiquetas de las entradas, pero me di cuenta hace poco de que, un año después del nacimiento de La Belleza y el Tiempo, todavía no había escrito nada acerca de este tema. Estoy enmendando ese error.
Puede definirse Coherencia como la “conexión, relación o unión de unas cosas con otras”; es por tanto la cohesión o enlace entre los elementos de un todo, de manera que se complementan sin contradecirse entre sí. Para alguien que, como yo, quiere aprender Todo acerca de Todo y comprender el Universo y nuestro lugar en él bajo una perspectiva global, averiguando cuáles son las cosas verdaderamente importantes en la Vida y cómo se interrelacionan entre sí, el concepto de Coherencia tiene una importancia crucial. Una forma de comprobar la veracidad de algo consiste en ver si es o no coherente en un contexto más amplio. Mientras que la Verdad es coherente, la mentira no lo es (puede parecerlo en ocasiones, pero sólo durante un tiempo limitado, o para un número limitado de personas); por tanto la auténtica Coherencia, al estar indisolublemente unida a la Verdad, tiene una cierta Belleza intrínseca. En futuras entradas del blog trataremos este concepto bajo una perspectiva distinta, cuando hablemos del Método Científico; lo que nos ocupa hoy es la Coherencia desde el punto de vista de los Principios Éticos y el concepto de Integridad, así que me pareció que el personaje de Cyrano era perfecto para ilustrar todos los detalles. Por otra parte, mantener una cierta Dignidad y Coherencia en una sociedad por lo general bastante incoherente supone un elemento de Inconformismo imprescindible para salvaguardar la propia Libertad, elementos todos estos también importantes en esta entrada y también presentes en el personaje de Cyrano.
 
 
Intentemos sintetizar todo aquello de lo que quiero hablar a continuación diciendo que la Integridad es la Coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos, junto con la Coherencia interna en cada uno de estos tres niveles. Empezando por el nivel del pensamiento, se trata de que los elementos de nuestro sistema de valores e ideas no sean contradictorios entre sí. Hay quienes hablan, en relación con esto, de la Coherencia entre lo que sentimos y lo que pensamos… Podríamos entenderlo de esta manera: lo que sentimos es lo que pensamos en lo más hondo de nuestro ser, pero a veces las implicaciones derivadas de hacer caso a esa voz interior (llamadla Conciencia, si queréis) nos asustan, de manera que inventamos un discurso alternativo de pensamiento a un nivel más superficial, un discurso más fácil de aceptar a corto plazo pero que casi siempre resulta ser erróneo, como suele demostrar el paso del Tiempo. Hay quienes tienen una voz interior tan insistente que incluso necesitan hablar en voz alta para intentar acallarla y engañarse a sí mismos: ya hemos hablado de esto alguna vez en el blog.
Lógicamente, no sirve de nada que tus ideas sean coherentes si luego no las pones en práctica: es necesaria una Coherencia entre lo que se piensa y lo que se hace. Me viene a la memoria esa gran frase que tantas buenas conversaciones filosóficas ha propiciado en el pasado en mi trabajo, a la hora del café: “Si no vives como piensas acabarás pensando como vives”. Yo siempre he intentado vivir tal y como pienso, es decir, actuar según me dicta mi Conciencia, aunque ello suponga un mayor esfuerzo por mi parte. Sin embargo, hay muchas personas a las que por comodidad les resulta más fácil hacer lo contrario, o sea, adaptar consciente o inconscientemente sus esquemas de pensamiento a su forma de vida, aunque ésta última no sea la más deseable ni la más ejemplar.
 
 
Pensar como vives es, de nuevo, engañarte a ti mismo, inventar excusas para tolerar y justificar las injusticias y negligencias; tanto aquellas de las que eres víctima como, aún peor, aquellas de las que eres directa o indirectamente responsable y que afectan a otros: “Total, al final el dinero se lo quedan siempre las ONGs”, “Total, se ha convertido en algo normal defraudar a Hacienda”, “Total, los contenedores de reciclaje acaban juntándolos con el resto de la basura”, “Total, los barrenderos están para recoger las cacas de perro”, “Total, quien más, quien menos, todo el mundo ha engañado alguna vez a su pareja”… Mentiras que nos contamos, inmersos en el egoísmo del “Yo-Más-Ahora”, sin darnos cuenta de que todo está interrelacionado en este Mundo y de que lo más inteligente sería guiar nuestras acciones bajo el enfoque más amplio del “Todos-Mejor-Siempre”. Si pensamos como vivimos, más tarde o más temprano el Tiempo hará evidentes nuestras incoherencias a ojos de todos, nos devolverá el golpe (a nosotros, a nuestros hijos o a nuestros nietos) y pondrá a cada cual en su sitio. Hasta entonces, incluso aquellos que hayan conseguido convencerse a sí mismos durante el día, a base de repetirse una y otra vez las mismas excusas baratas, serán incapaces de conciliar bien el sueño durante la noche, perseguidos por los fantasmas de su subconsciente.
Como de costumbre, mi idea inicial era la de publicar sólo dos entregas, pero conforme he ido escribiendo me he dado cuenta de que aquí había mucha tela que cortar… En la tercera y última parte de esta entrada, dentro de siete días, seguiremos hablando de Coherencia a distintos niveles, de cumplir nuestras promesas y de hacer lo correcto incluso cuando no mira nadie, e intentaremos sacar algunas conclusiones acerca del tema.