lunes, 26 de noviembre de 2012

Lo bueno empieza en los 60 (II)

Concluyo hoy la entrada que empecé la semana pasada sobre cómo a partir de 1960 la Modernidad lo inundó todo, al menos en el ámbito anglosajón, que a mí afortunadamente me ha influido bastante sin dejarme medio tonto (creo que he sabido discernir lo bueno de lo malo de entre todo lo que tienen para ofrecer nuestros amigos ingleses y americanos). En la primera parte nos centramos sobre todo en el Séptimo Arte, el Cine, y hoy empezaremos haciendo un breve apunte sobre el Octavo Arte (¿o es el Noveno?), el Cómic. Durante mi niñez y juventud he disfrutado mucho con las colecciones de superhéroes de Marvel, publicadas en su día en España por Cómics Forum. ¿Adivináis cuándo salieron a la venta los primeros títulos de Marvel en los Estados Unidos? Los Cuatro Fantásticos en 1961, Hulk y Spider-Man en 1962 y Vengadores y X-Men (mi favorita) en 1963. Sobran más explicaciones.


Extendámonos ahora un poco más en torno a lo que comenté en la primera entrada del blog centrada en la Música. En mi opinión, los Beatles son fundamentales para entender la Música de los 60 y en general la Música moderna, pero no por su primera época, que era bastante convencional a pesar de haberles catapultado a la fama. Sacan su primer álbum en 1963, y en 1965 ya se habían convertido en un fenómeno mundial: de este año es el famoso concierto en el Shea Stadium de Nueva York, el primero de la historia en celebrarse en un estadio. Pero también de 1965 es el disco Rubber Soul, en el que empieza a notarse claramente que los Beatles están evolucionando como músicos y experimentan con otros elementos, añadiendo por ejemplo una sección de instrumentos de cuerda o instrumentos indios como el sitar a algunos temas. Debido a la creciente complejidad de las canciones y la dificultad para reproducirlas en directo, entre otras razones, deciden dejar de hacer conciertos y se dedican sólo a grabar discos en el estudio. En 1967, y al parecer influidos por el disco Pet Sounds, publicado por los Beach Boys el año anterior, graban el fabuloso Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, que daría para toda una entrada aparte.


Así pues, yo diría que 1965 constituye definitivamente un punto de inflexión a nivel musical: Ese año los Rolling Stones sacan su tema Satisfaction (Así como siempre he preferido la Marvel a D.C., también me han gustado siempre más los Beatles que los Stones), The Who hacen su debut con My Generation (primer álbum de la historia con lenguaje más o menos malsonante y con un solo de bajo) y se forman grupos como Pink Floyd o los Doors de Jim Morrison (aunque ninguno de los dos sacaría su primer álbum hasta 1967). En 1966 es descubierto Jimi Hendrix y se forma la Velvet Underground, con Andy Warhol de por medio. Del 67 es el conocido Monterey Pop Festival, en el que tocaron muchos de los que después repetirían en Woodstock y en el que Hendrix inaugura el ritual de prender fuego a su guitarra en pleno concierto. El año siguiente vería el nacimiento de Led Zeppelin, una de mis bandas favoritas (y descubierta además muy recientemente), aunque en mi opinión su mejor época comienza ya acabados los 60, en 1971, con su cuarto disco. En 1969 The Who publica la que posiblemente sea la primera ópera-rock, Tommy, abriendo paso así a los álbumes conceptuales, cuyas canciones tienen un hilo argumental común y van contando una historia. En el 69 se celebra también el Woodstock Music & Art Fair (3 days of Peace and Music), con artistas como Ravi Shankar, Joan Baez, Santana, Grateful Dead, Creedence Clearwater Revival, Janis Joplin, The Who, Jefferson Airplane, Joe Cocker, Crosby, Stills, Nash & Young y otros muchos… Hendrix vuelve a llamar la atención durante su actuación, esta vez con su controvertida versión para guitarra eléctrica del himno de los Estados Unidos.
De este mismo año 1969 es el primer disco de Alice Cooper, bajo la tutela de Frank Zappa, y el famoso incidente del pollo en el Toronto Rock and Roll Revival, aunque no alcanzarían el éxito hasta Love it to Death, de 1971. El grupo de Vincent Furnier incorpora el elemento teatral a las actuaciones en directo y lleva la provocación un paso más allá, de tal forma que, por poner un ejemplo, en una fecha tan temprana como 1973 nos encontramos en el disco Billion Dollar Babies una oda a la necrofilia. A pesar de suponer otra revolución más en el panorama musical, Alice Cooper definitivamente ya no pertenecen a los 60, la década del Amor y de las Flores… Hacia finales de los 60 y principios de los 70 varias de las figuras importantes del mundo de la Música mueren prematuramente por culpa de los excesos con las drogas, los tranquilizantes o el alcohol, y muchos de ellos (Brian Jones de los Stones, Hendrix, Joplin, Morrison) pasan a formar parte del Club de los 27. La psicodelia de los 60 da paso a lo progresivo en los 70: se abre una nueva etapa. Quizás otro día hablemos de ello.


A nivel general, podemos decir que en la década de 1970 algunas cosas siguieron mejorando más y más con respecto a la etapa anterior, pero otras jamás volverían a ser como en los 60: una etapa de cambio, de evolución y de revoluciones, digna de recordar; una etapa que me encanta, en resumen. Llegados a este punto debo hacer notar un dato que considero relevante: todos los hechos que he narrado estas dos semanas ocurrieron antes de que yo naciese. Esta idea me rondaba la cabeza mientras escribía lo que acabáis de leer, y me fue conduciendo a otras asociaciones que iban creciendo y tomando forma poco a poco, convirtiéndose en una nueva entrada para el blog, que podréis leer la semana que viene. Qué curioso, escribir un blog es como comer cerezas: coges una y salen detrás otras tres o cuatro.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Lo bueno empieza en los 60 (I)

En mi primera entrada sobre Música, hace dos semanas, os comentaba que a mediados de los años 60 se produce una revolución en este campo y la Música se pone mucho más interesante: empieza lo que yo considero Música moderna. Esta década es a menudo noticia en los telediarios últimamente, debido a la costumbre de celebrar el 50 aniversario de los acontecimientos importantes, una costumbre que puesta en práctica demasiado frecuentemente puede llegar a ser molesta, aunque no seré yo quien tire la primera piedra, porque se podría decir que con esta entrada estoy haciendo algo parecido. El caso es que, aniversarios aparte, he llegado a la conclusión de que en esta época se produjeron acontecimientos muy importantes en muy distintos ámbitos que cambiaron completamente las reglas de juego en adelante… Se podría decir que, al menos desde mi punto de vista, el Mundo empieza a ser Moderno a partir de entonces. La frontera del inicio de esta etapa es algo difusa, ya que estos hitos de los que hablaba están repartidos más o menos entre 1960 y 1965; algunos estudiosos han considerado que el concepto de Los 60 desde un punto de vista cultural corresponde en realidad al periodo entre 1963 y 1974.
La de 1960 es la década del Láser, de los primeros satélites de comunicación y de la exploración espacial: es famosa la promesa que John Fitzgerald Kennedy hizo en un discurso de 1961 de poner un hombre en la Luna antes del fin de la década, promesa que se cumplió justo a tiempo, en julio de 1969, aunque hacía ya años que JFK había sido asesinado. En esta época hubo un gran avance respecto a Derechos Civiles, con figuras importantes como Malcolm X o Martin Luther King (a los que, por cierto, también se cargaron; fue una década de luces y sombras). También es la década de la Contracultura (para protestar por la guerra de Vietnam), del movimiento hippie y del Verano del Amor en San Francisco, en 1967. También el movimiento feminista pegó un empujón, a lo cual contribuyó entre otras cosas la invención de la píldora anticonceptiva a principios de la década; es curioso que recién entrados los 60 las mujeres empezaran a usar bikini y al final de la década empezaran a quemar sujetadores. En general, y de esto seguiremos hablando luego, se rompieron muchos tabúes en esta etapa… al menos fuera de España, que por entonces era aún bastante carca y que tardó un poco más en modernizarse.


Pero lo que más me interesa es analizar esta etapa en lo que a las distintas Artes se refiere, así que pasemos al meollo de la cuestión: algunos entendidos en la materia suelen decir que la Modernidad en el Cine empieza en 1959 con Los 400 Golpes, de François Truffaut, Palma de Oro en Cannes, y con Al Final de la Escapada, dirigida por Jean-Luc Godard, el año siguiente (también afirman que la época postmoderna empieza en 1982 con Blade Runner, pero eso se sale del tema de esta entrada). Si os he de ser sincero, os diré que no he seguido muy de cerca la filmografía de Truffaut y Godard, pero si lo dicen los entendidos por algo será, no seré yo el que les lleve la contraria. Para mí el cine de los 60 está más relacionado, por ejemplo, con las películas de David Lean: Lawrence de Arabia y sobre todo Doctor Zhivago me encantan, me parece que en ellas se combina lo mejor del Cine anterior y posterior; son clásicos modernos. Tampoco puedo dejar de nombrar a Stanley Kubrick, otro de mis directores favoritos, con películas en esta década tan diferentes como Espartaco, Doctor Strangelove o 2001: Una Odisea del Espacio, todas ellas estupendas cada cual en su estilo.
En esta década va madurando el género de Ciencia Ficción, con ejemplos como El Planeta de los Simios o la ya mencionada 2001, que aun siendo del año 1968 no ha envejecido nada en absoluto. También evoluciona el género de Terror, con La Semilla del Diablo (título bastante más explícito que el original inglés “Er Niño la RosaMari”) o La Noche de los Muertos Vivientes; muy poco después, aunque ya en los 70, se estrenará El Exorcista: empiezan a aparecer las películas que me hacen pasar miedo de verdad. Como último ejemplo, aunque no por ello el más importante, quiero recordaros que hace muy pocos días se cumplió el 60 aniversario de los libros y el 50 aniversario de las películas de James Bond: Agente 007 contra el Dr. No se estrenó en 1962 (Acabo de darme cuenta de que en el cine de los 60 hay muchos doctores, ya sean buenos, locos o malignos).
Para concluir el apartado dedicado al Cine, quiero hablar de otro de los grandes maestros: Alfred Hitchcock, mago del suspense. Ya en los años 50 había estrenado grandes películas como La Ventana Indiscreta (1954), El Hombre que Sabía Demasiado (1956), Vértigo (1958) o Con la Muerte en los Talones (1959), y en 1963 estrenaría la estupenda Los Pájaros, pero quiero centrarme en la película que ilustra perfectamente la idea que os quiero transmitir en esta entrada: que algo cambió al empezar los 60. Se trata, como habréis podido imaginar, de Psicosis, estrenada en 1960. Todo es transgresor, nuevo y deliciosamente original en esta película, una de las precursoras del género de terror psicológico; está claro que no habría sido posible que se estrenase de no ser por el hecho de que el Código Hays de censura se había relajado un poco en los últimos tiempos.


Ya en la primera escena se nos presenta a los personajes de Sam y Marion como amantes, compartiendo cama sin estar casados, y con ella en sujetador, algo completamente impensable tan sólo unos años atrás. Aunque ahora sea algo que nos hace gracia, en un momento dado de la peli ella echa unos trozos de papel al retrete y tira de la cadena: pues ésa era la primera vez en la historia de la Televisión y el Cine mainstream americanos en la que se veía un retrete funcionando; es más, era la primera vez que se oía siquiera el ruido de un retrete, lo cual nos da una idea de lo puritana que había sido la sociedad americana en la década de los 50… Y para qué hablar de la escena de la ducha: se ha convertido en icónica por muchas razones, más allá de la desnudez de la protagonista combinada con la cruda violencia del asesinato. A nivel de edición es un auténtico prodigio, con setenta y pico planos diferentes bajo diversos puntos de vista en tan sólo tres minutos. Añádele a esto la fabulosa banda sonora de Bernard Herrmann, con esos glissandos de los violines que te ponen la carne de gallina… ¡Fantástica! Y, sobre todo, lo que significa esta escena a nivel de guión: es una decisión muy audaz y arriesgada la de utilizar una estrella de renombre, Janet Leigh, y dejar que el público se identifique con ella para después matarla sin previo aviso al final del primer acto (de manera similar a lo que hace Robert Bloch, el autor del libro de 1959 en que se basa la película); es una bofetada en toda regla en la cara del espectador. Por último, cabe recordar también el final de la película, con Norman Bates travestido y la perturbadora imagen del cadáver de su madre bajo la luz de una bombilla que se balancea sin control… Estoy seguro de que el público de 1960 no había visto nada igual antes, se trata sin duda de una película adelantada a su tiempo.
Y, como me suele pasar a menudo, ya me he dejado llevar otra vez por la emoción y me ha salido una entrada más larga que un día sin pan… La próxima semana seguimos hablando de Los 60, concentrándonos sobre todo en la escena musical de la época. ¡Paz y Amor!

lunes, 12 de noviembre de 2012

La Lógica del Caracol

Hace unas semanas comentaba en otra entrada que “llevar una vida sencilla te ayuda a tener mayor Libertad, mayor control sobre tus decisiones, y por tanto a ser más feliz”. En el equilibrio entre mucho y poco radica la Virtud, y también la Belleza. Sin embargo, en los últimos trescientos años, desde el inicio de la Revolución Industrial, los avances científicos y tecnológicos nos han permitido conseguir más en menos tiempo, y el ansia por tener más y más nos ha hecho olvidar que más no siempre significa mejor.
 
En el sistema capitalista imperante en el mundo occidental (y ahora también parte del oriental) el crecimiento ha pasado de ser un medio a convertirse en un fin en sí mismo, de manera que el consumo se ha transformado en consumismo. Las empresas y multinacionales no sólo se empeñan en crecer siempre, sino en crecer cada vez a un ritmo mayor. Los productos de consumo ya no se diseñan para durar, sino para estropearse al cabo de un tiempo y que resulte más barato comprarlos de nuevo que repararlos: es lo que se conoce como obsolescencia programada. Por otra parte, la imparable maquinaria publicitaria se esfuerza por hacernos creer que necesitamos cosas que realmente no necesitamos, nos machaca a todas horas y en todas partes para que compremos la última novedad y vayamos a la última moda: es la obsolescencia percibida. Mientras tanto, se tira a la basura el 40% de los productos de los supermercados, habiendo como hay en las calles gente que no tiene para comer.
 
Todo este despilfarro de recursos requiere ingentes cantidades de energía, pero la energía disponible en la Tierra no es infinita. Nos llega desde el centro del Sol, donde las reacciones nucleares de fusión que transforman el Hidrógeno en Helio producen fotones, que rebotan caóticamente durante millones de años hasta llegar a su superficie y después tardan 8 minutos y 20 segundos en llegar a la Tierra (como ya sabéis). Aquí la energía solar es transformada por las plantas en energía química gracias a la fotosíntesis, y algunas de estas plantas son ingeridas por animales. Tras un lento proceso de otros tantos millones de años bajo determinadas condiciones de alta presión y temperatura, los restos de estas plantas y animales dan lugar a los combustibles fósiles, petróleo, carbón y gas natural, que siguen guardando un pedacito de Sol en el interior de sus moléculas.
Hace un tiempo, en la presentación del último libro del escritor e ingeniero Emilio Bueso, tuvimos una charla muy interesante sobre el pico del petróleo: los combustibles fósiles se están acabando, los entendidos en la materia llevan cincuenta años diciendo que quedan cincuenta años de petróleo y hay países que llevan ya un tiempo sin actualizar las cifras de sus reservas. Cada vez es más difícil conseguir crudo, cada vez hay que cavar más hondo… En cuanto la energía necesaria para extraer un barril de petróleo de un determinado yacimiento sea precisamente la de un barril de petróleo, se acabó lo que se daba: ya no tendrá sentido seguir extrayendo. La electricidad parece una alternativa interesante, pero mientras en el crudo la energía química se puede almacenar el tiempo que se quiera sin perderse, con la energía eléctrica siempre hay pérdidas, y no se puede almacenar como tal; además, las baterías eléctricas suponen un gran consumo de energía para fabricarlas. Las reacciones de fisión de una central nuclear producen una gran cantidad de energía, pero también cuesta muchísima energía construir y posteriormente desmantelar la central, así como mantener los residuos radiactivos aislados de forma que no supongan un peligro. Por tanto, vemos que lo que se gana por un lado se pierde en gran parte por otro, con lo que el balance no es muy positivo. En cuanto a las energías alternativas como la eólica, la maremotriz o la solar procesada por células fotovoltaicas, están bien pero por sí solas no son suficientes para cubrir la demanda actual. Conclusión: es necesario reducir la demanda energética y por tanto los niveles actuales de producción y consumo.
 
 
El movimiento conocido como Decrecimiento comenzó en Francia en el año 2002, siendo Serge Latouche una de sus figuras destacadas. Carlos Taibo lo introdujo en España en 2007, y Arcadi Oliveres es otro de sus defensores en nuestro país. A nivel de Valencia, Julio García Camarero es un miembro del 15M de Russafa que tiene ya dos libros publicados sobre Decrecimiento y está a punto de terminar el tercero; de vez en cuando imparte cursos bastante interesantes de varias sesiones sobre la materia.
El Decrecimiento es una corriente de pensamiento político, económico y social favorable a la disminución regular y controlada de la producción económica con el objetivo de establecer una nueva relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza, pero también entre los propios seres humanos. Para cumplir estos objetivos propone basarse en los criterios de escala reducida, relocalización, eficiencia, cooperación, autoproducción e intercambio, durabilidad y simplicidad voluntaria. Va por tanto un paso más allá del concepto de desarrollo sostenible y rechaza el objetivo de crecimiento económico como fin en sí mismo del liberalismo y el productivismo; defiende que el nivel actual de reducción de los recursos naturales y destrucción del medio ambiente está por encima de la capacidad de regeneración natural del planeta, y cuestiona la capacidad del modelo de vida moderno para producir auténtico bienestar.
Muchas organizaciones por el Decrecimiento han adoptado como logo el caracol, en referencia a las palabras de Iván Illich sobre La Lógica del Caracol: “El caracol construye la delicada arquitectura de su concha añadiendo una tras otra las espiras cada vez más amplias; después cesa bruscamente y comienza a enroscarse esta vez en decrecimiento, ya que una sola espira más daría a la concha una dimensión dieciséis veces más grande, lo que en lugar de contribuir al bienestar del animal lo sobrecargaría. Y desde entonces, cualquier aumento de su productividad serviría sólo para paliar las dificultades creadas por esta ampliación de la concha fuera de los límites fijados por su finalidad. Pasado el punto límite de la ampliación de las espiras, los problemas del sobrecrecimiento se multiplican en progresión geométrica, mientras que la capacidad biológica del caracol sólo puede, en el mejor de los casos, seguir una progresión aritmética”.
 
 
Este movimiento, por tanto, propone que la sociedad actual deje de regirse por los criterios de crecimiento y competitividad y los sustituya por los de felicidad y bien común. Cuando analizas el problema con calma, informándote bien sobre sus distintos aspectos y pensando en las consecuencias a largo plazo, está bastante claro que ésta es la solución más lógica: que sean el sentido común y el pensamiento racional los que guíen nuestras acciones, no la prisa, la ignorancia o el miedo. Es una opción muy razonable con la que estoy totalmente de acuerdo, y que pongo en práctica siempre que puedo en mi vida diaria, como explicaré en otra ocasión… En resumen, tal vez iría siendo hora de que nuestras acciones y decisiones no se basaran en el “Yo-Más-Ahora”, sino que tuvieran en cuenta el “Todos-Mejor-Siempre”. Aún no es tarde para cambiar.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Música para mis oídos

Hace dos semanas os hablé brevemente del poder de la Música para conmovernos y emocionarnos. Yo diría que es la fuente más pura y auténtica de Belleza, es la esencia destilada de los sentimientos y las pasiones humanas, hasta tal punto que creo que mientras se siga escuchando la obra de un compositor ya desaparecido, éste no habrá muerto del todo. Yo he crecido rodeado de Música, recuerdo haberla escuchado desde que siendo muy pequeño me confeccionaba mis cassettes con canciones grabadas de la radio. Aunque está mal que yo lo diga, tengo buena voz (en una tesitura grave) y bastante buen oído musical. Además, unos cuantos cursos de solfeo y el haber tocado en un grupo durante unos pocos años, hace ya mucho tiempo, junto con mi curiosidad natural por aprender, me han proporcionado unos conocimientos aceptables sobre Historia y Teoría de la Música y sobre el proceso de composición y grabación de un tema. Todo esto me permite disfrutar de la Música que escucho a muy distintos niveles, lo cual siempre mola más.


Me gustan muchas piezas de música clásica, pero considero que es a partir de los compositores románticos del siglo XIX, como Mussorgsky, Wagner, Puccini o Debussy, cuando la cosa se pone mucho más interesante en cuanto a la complejidad de las armonías y ritmos utilizados y en cuanto a la intensidad de los sentimientos transmitidos. Por tanto, resulta lógico que me gusten compositores de bandas sonoras como John Williams, Howard Shore, Danny Elfman o Hans Zimmer, que son los sucesores directos de los compositores clásicos. A finales de los años 60 del siglo pasado hay una nueva revolución con grupos como los Beatles (en su segunda época), los Who, los Doors o Jimi Hendrix, y comienza a aparecer la parte moderna de la música que me gusta (ya hablaremos con detalle de los 60 más adelante). Llámalo psicodélico, llámalo progresivo, llámalo sinfónico… el caso es que estos grupos empezaron a experimentar con los sonidos y, como comentaba una vez Phil Collins en una entrevista, abrieron una puerta y enseñaron a otros músicos que allí había otro cuarto nuevo donde también se podía jugar. De todo esto ya se puede ir deduciendo que mis canciones favoritas tienden a ser más bien largas, y que me gustan los temas originales, rompedores, que se salgan de lo común… ¿Cómo resistirse a un crescendo de vértigo, o a un minuto que se hace realmente largo, o a una curiosa manera de recitar el texto de una receta culinaria (sin huevos)?
Hablando de las letras de las canciones, he de confesar que no suelo fijarme mucho en ellas; me interesa más lo que se dice con la melodía, el ritmo, las armonías, el timbre de los instrumentos y las variaciones de los temas musicales que con las palabras. Si la melodía es hermosa y además las letras son inteligentes, pues mejor que mejor, pero en mi opinión la Música no sólo se procesa en el córtex, como el lenguaje, sino que apela también a las áreas límbicas del cerebro, una zona más primitiva y menos arbitraria que procesa las emociones; unas palabras bonitas pueden encerrar una mentira, pero una melodía hermosa siempre es más sincera, da una mayor garantía de auténtica Verdad. Teniendo pues en cuenta que yo entiendo la voz del cantante como un instrumento más, es comprensible que el inglés cantado, al ser más monosilábico que el español, me parezca rítmicamente más elegante y por eso me guste más la música anglosajona, lo cual no impide que haya algunas honrosas excepciones como Kiko Veneno, al que ya escuchamos en una de las primeras entradas, y otros como Golpes Bajos, Radio Futura o El Último de la Fila, a los que seguramente oiremos más tarde o más temprano en futuras entregas del blog.
A la hora de decidir si un grupo me gusta o no, me guío por mis propios criterios y no por las posibles etiquetas que se le cuelguen a ese grupo; hago caso a la música que estoy oyendo y no a lo que diga la gente. Para mí no hay subgéneros musicales con fronteras bien delimitadas que me gusten o no me gusten, simplemente hay buenas y malas canciones. Esto hace que, al igual que en otros campos, mis gustos en Música sean muy eclécticos, y que además, al no verse arrastrados por las modas, no hayan cambiado mucho desde mi etapa postadolescente: Dire Straits, Sting, Michael Jackson, Duran Duran, Depeche Mode, Genesis, Guns’n’Roses, Alice Cooper, Faith No More, Jamiroquai, Skunk Anansie, Audioslave, Led Zeppelin… No sabía si ponerlos por orden cronológico, alfabético o de importancia, pero al final los he dejado por orden de descubrimiento (mío).


La buena Música no sólo tiene el poder de conmover, como hemos dicho antes, sino también el de evocar con viveza determinados recuerdos del pasado: hay canciones que al oírlas traen a mi mente no imágenes concretas sino más bien sensaciones a un nivel muy básico y primitivo. A veces estas sensaciones son positivas, me dan un subidón de energía y me recuerdan a los viejos amigos y a las noches de juerga en años de juventud: me pasa con Never Let Me Down Again, Unbelievable, Killing In The Name o History Repeating. En este caso las canciones me abren una ventana a algo bueno que tuve en el pasado. La Música es también una bendición cuando me permite asomarme al alma de un compositor que no podría haber conocido en absoluto porque vivió mucho antes que yo, como ya comentaba al principio de la entrada… Sin embargo, escuchar temas como She’s Suffering de los Manic Street Preachers o cualquiera del segundo disco de Jeff Buckley me recuerda momentos de mi vida que me dejan un poso agridulce en la memoria: en estos casos asocio la música a algo que pude tener y al final no tuve, con lo que la Belleza de la melodía se torna Belleza envenenada, porque va ligada a la promesa rota de una Belleza distinta… En estos casos la Belleza de una canción puede convertirse en la sombra, los vestigios, lo único que queda, de una Belleza aún mayor perdida en océanos de Tiempo.

lunes, 29 de octubre de 2012

Comiendo Cocos

Éste no es un blog sobre gastronomía, pese a lo que pueda parecer a la vista de los títulos de las últimas entradas; enseguida entenderéis lo de los cocos. Yo no tengo coche ni carnet de conducir, por muchas y diversas razones de las que podemos hablar en otra ocasión. Para desplazamientos largos dentro de Valencia uso el transporte público: autobús, metro o tranvía y autobús metropolitano. Para desplazamientos a cortas y medias distancias voy siempre a pie; me gusta andar para ir a los sitios o simplemente para pasear. Hace años me surgía cada cierto tiempo la necesidad de callejear para relajarme y reducir mi nivel de stress; ahora que ya no me preocupo tanto por según qué cosas, los fantasmas del miedo han sido remplazados por otros de melancolía, más inofensivos y menos recurrentes, con lo que paseo simplemente para sentirme uno con la ciudad y disfrutar de la Paz y Belleza de sus rincones. No soy especialmente viajero, y nunca he llegado a aburrirme de las calles de Valencia, así que mis escapadas de fin de semana son poco frecuentes y no suelen traspasar los límites del área metropolitana. A veces me llevo la cámara a mis caminatas y hago fotos de los detalles que me llaman la atención: exceptuando las sacadas en Roma o en París, todas las fotografías que ilustran este blog están tomadas en Valencia.
Una de las razones por las que no me interesa mucho salir de la ciudad es que pienso que todavía me falta mucho por averiguar de ella, me da la impresión de que en todos estos años no he descubierto ni una pequeña fracción de su Belleza. Me imagino sus calles como los pasillos de una pantalla del Comecocos, donde algunas de las bolas amarillas ya han desaparecido pero quedan aún muchas otras por comer. Cada vez que llego a una acera que creo no haber pisado nunca, pienso para mis adentros: “Vaya, ahora mismo estoy comiendo cocos…”. Es un juego que me traigo conmigo mismo y que a veces intento llevar hasta las últimas consecuencias, de manera que cuando paso varias veces por una avenida como las Grandes Vías, Blasco Ibáñez o la Alameda, intento caminar cada vez por una distinta de las cuatro, seis u ocho aceras posibles.
 
 
Este juego de comer cocos hace que de vez en cuando mis pasos me lleven a calles desconocidas por la mayoría, en zonas degradadas de Valencia por las que aparentemente no se va a ningún sitio: Roger de Flor, Maldonado, Salinas, Mare Vella, Samaniego, En Gordo, Espada, Tomasos… A veces estas incursiones sí resultan útiles más allá del placer de pasear, porque te permiten trazar puentes entre otras dos zonas de la ciudad que no estaban del todo conectadas en tu mapa mental, para de ese modo poder acortar camino en el futuro. Otras veces entras en un pasaje o un callejón sin salida por el mero hecho de comer cocos y acabas en algún precioso patio interior de la calle Caballeros o del Ensanche, o en lugares con encanto como la calle Cañete o las entradas a las iglesias de San Nicolás y San Juan del Hospital. Es curiosa la sensación de incomodidad que se tiene al entrar en uno de estos culs de sac, como si estuvieras invadiendo un espacio privado cuando en realidad es tan público como cualquier otro… o quizá lo que te angustia es la posibilidad de que, por comer unos cuantos cocos, te veas acorralado por un fantasma del juego y pierdas una de tus vidas.
 
 
Nunca me he arrepentido de seguir buscando lugares que explorar: cada nueva calle, cada nuevo rincón, tiene nuevas pequeñas sorpresas esperando a ser descubiertas, nuevos detalles nunca antes vistos que convierten ese sitio en especial. Caminas lentamente entre viviendas antiguas pero bien cuidadas con flores en los balcones, o casas que amenazan ruina, cubiertas de andamios y telas de rejilla verde, o solares donde aún se percibe el fantasma de lo que fue una casa, y vas descubriendo pequeños tesoros: un graffiti particularmente trabajado, o un par de versos escritos en la pared; un azulejo o una placa con una inscripción interesante; nombres de calle primitivamente sencillos, o inesperados (otro día hablaremos más de esto); restos arqueológicos, vestigios a veces casi imperceptibles del pasado remoto; una puerta, cerradura o aldaba con solera; un nuevo punto de vista sobre alguna de las torres, cúpulas o campanarios de la ciudad; una ventana entreabierta que nos cuenta los secretos de los que viven dentro; sonidos rutinarios pero maravillosos de la vida cotidiana; olor a humedad de tres siglos o a comida cocinándose; un gato que se cruza tranquilo en tu camino; o simplemente la forma en que la luz cálida de la mañana se derrama sobre las grietas y texturas de una pared centenaria.
 
 
De vez en cuando hay una conjunción de varios de estos pequeños detalles y tienes la agradable sensación de que ese rincón del Mundo te está sonriendo. Y por más tiempo que lleves dedicándote a patearte la ciudad, esto sigue ocurriendo otra, y otra, y otra vez; siguen apareciendo premios en forma de cerezas, manzanas, campanas o llaves que hacen que se desvanezcan por un momento los fantasmas. Las maravillas no cesan, y los cocos no se acaban nunca; y así es como debe ser, porque el objetivo del juego no es comer todos los cocos y pasar a la siguiente fase, sino seguir comiendo nuevos cocos y encontrando nuevas cerezas cada día.
 

lunes, 22 de octubre de 2012

Como una Magdalena (II)

Termino hoy la lista que empecé la semana pasada con ejemplos de películas que me hacen soltar alguna lagrimilla de vez en cuando; a continuación veremos los dos últimos grupos de los cuatro en los que pude clasificar estos ejemplos. Si bien no soy nada dado al almíbar y a la sensiblería barata, muchas veces lloro por el Afecto perdido; por los Amores truncados, o no consumados, o demasiado breves en el Tiempo: tremenda la escena de Antes del Atardecer, dentro del coche, cuando él, mirando por la ventanilla, le cuenta a ella los sueños que tiene de manera recurrente, mientras ella alarga su mano hacia él para tocarle, sin llegar a hacerlo. Grandiosa y emocionante también la parte final de El Paciente Inglés (¡Pero si me hace llorar hasta la promo de dos minutos que pasan de vez en cuando en Paramount Channel!). ¿Y qué me decís de Lo que queda del día? Lloro con Miss Kenton (para mí nunca será Mrs. Benn) cada vez que la veo subirse al autobús, en esa escena que me recuerda bastante a otra de Doctor Zhivago. También lloro con Moulin Rouge, pero curiosamente, más que con los personajes principales (que también), me estremezco sobre todo con las contadas y breves intervenciones dramáticas del personaje de Toulouse-Lautrec, interpretado por John Leguizamo: es mejor haber tenido y haber perdido, pero hay algunos que no han podido tener nunca.
Como este último, muchos son los ejemplos en los que, bien por su apariencia, o por las circunstancias, o por enfermedad, o directamente por la llegada de la muerte, los personajes de las historias que nos conmueven se ven privados de la Belleza del mundo (y a veces nosotros nos vemos privados de la Belleza que había en ellos): me acuerdo del principio de Despertares, cuando el niño que más tarde será uno de los protagonistas empieza a notar que la mano le tiembla al escribir en el colegio. Tenemos El Padrino, con la escena final de la puerta que se cierra en las narices de Kay, mientras Michael Corleone vende su alma al diablo (ésta es otra en la que me emociono hasta con las promos); o El Padrino III, en la que Michael paga por sus pecados con la muerte de su hija (otro día hablaremos de los gritos silenciosos en el cine). También me acuerdo de Ed Wood, con la muerte de Bela Lugosi y la música de El Lago de los Cisnes. ¡Y qué decir de El Hombre Elefante, de David Lynch! Son tantos los momentos en los que me hace llorar… Sólo con ver lo bueno y dulce que es John Merrick y cómo da las gracias por todo, cuánto aprecia hasta los detalles más sencillos de la vida; o cuando le aplauden todos después de ver la obra de teatro; o cómo, mirando su maqueta de la iglesia (sólo veía la punta de la torre desde su ventana, pero se las apañó para construir el resto), pronuncia tranquilo las palabras “Se acabó” y se acuesta en su cama como una persona normal.
 
 
Para finalizar pondré un ejemplo de llanto cinéfilo que me sorprendió incluso a mí, ya que no soy una persona religiosa: Jesucristo Superstar es una película con una música fantástica y unas canciones estupendas (he notado que muchas veces una banda sonora hermosa es determinante para que una película me haga llorar); sin embargo, jamás hubiera pensado que se me pondría un nudo en la garganta en la escena de la crucifixión, al ver la cara de sufrimiento de María Magdalena arrodillada junto a la cruz… Cuestión de empatía, supongo.
No sé qué me pasa, que últimamente estoy muy sensible.

martes, 16 de octubre de 2012

Como una Magdalena (I)

No sé qué me pasa, que últimamente me asoman las lágrimas de vez en cuando al ver películas en la tele o en el cine. Soy una persona muy empática, y cuando una historia trata un tema importante y además está bien contada me toca la fibra (Otro día hablaremos del poder de las historias y de la diferencia entre Verdad y realidad). La mayoría de las veces son sólo unos ojos humedecidos durante unos segundos; otras es un nudo en la garganta, la respiración agitada y alguna lagrimita suelta (por cierto, truco para saber si los actores de las películas fingen o no al llorar: la glicerina rebosa por el centro del párpado, pero las lágrimas de verdad caen de los laterales). Puede que de vez en cuando, si me siento realmente conmovido por la historia, una expresión irrefrenable de tristeza asome a mi cara y tenga que reprimir un par de espasmos de llanto; y otras veces, las menos, eso sí, se rompen los diques de la emoción y lloro en silencio durante un rato, con profusión de lágrimas y mocos y un pañuelo a mano.
¿Hay distintos tipos de lágrimas? ¿Lloramos de alegría unas veces y de pena otras? Yo creo que, aunque en distintos porcentajes, siempre hay una mezcla de ambas. Lloramos porque las historias nos recuerdan que hay mucha Belleza en el mundo y porque somos conscientes de que esta Belleza no durará para siempre, que será devorada por el Tiempo. Es esta certeza la que nos hace valorar aún más la Belleza que nos rodea. ¿Es bueno llorar? Sí, si se hace sólo de vez en cuando y por una buena razón. Si lloramos, significa que estamos vivos. Hay gente que llora sin saber por qué llora realmente, o peor aún, gente que no llora nunca… No me gustaría ser uno de ellos.
 
 
Como decía antes, no siempre lloramos de pena, por algo que hemos perdido; a veces las lágrimas indican que hemos encontrado o recuperado algo valioso: ahí está la escena de La Misión en la que los indígenas liberan al personaje de Robert de Niro de la carga que se había autoimpuesto. También me hacen sonreír mientras lloro, o incluso reír de satisfacción y llorar al mismo tiempo, el final de Encuentros en la Tercera Fase, con Richard Dreyfuss cumpliendo su sueño mientras suenan brevemente en la banda sonora las notas de When you wish upon a star; o el fragmento de El Piano en el que los personajes de Holly Hunter y Harvey Keitel dan por fin rienda suelta a su pasión; o la escena de los tres besos de Amélie, en la que Papagena encuentra, contra todo pronóstico, a su Papageno.
Otras veces son el ansia de Libertad y la búsqueda de Justicia las que nos estremecen el alma y nos ponen la carne de gallina: emocionantes la escena de Casablanca en la que los habituales del Café de Rick se ponen a cantar la Marsellesa; o la parte final de Pleasantville, una hermosa defensa de la libertad de expresión y de la búsqueda de uno mismo; o el fragmento de Matar a un Ruiseñor en el que, después de ser derrotado Atticus Finch en el juicio, los negros en el segundo piso de la sala permanecen en pie en señal de respeto hacia él.
Escribo estas líneas mientras el cielo llora sobre Valencia y mientras pasan El Retorno del Rey por la tele. Estas tres películas, que aunque no transcurran en el mundo real transmiten Verdades como puños, tienen muchos momentos que me emocionan profundamente, como por ejemplo la muerte de Boromir, cuando los hobbits Merry y Pippin intentan ofrecer resistencia a sus captores para estar a la altura del valor del guerrero; o la inundación de Isengard en el clímax final de Las Dos Torres, con ese ent en llamas que corre a sumergir su cabeza en el agua que baja de la presa… O la despedida en los Puertos Grises, en la que Gandalf hace ver a los hobbits que no todas las lágrimas son amargas. Si no os importa, voy a disfrutar ahora del tramo final de la película (¿Dónde habré puesto los cleenex?) y la próxima semana publico la segunda parte de esta entrada y os explico el porqué de la expresión “Llorar como una Magdalena”.

lunes, 8 de octubre de 2012

En la Luna

Hoy es Lunes, día de la Luna, o si lo preferís en inglés, Monday, es decir, Moon day. Los angloparlantes usan también para sus meses la palabra Month, que procede de la misma raíz. Éstos y otros ejemplos demuestran que la Luna y sus ciclos han tenido siempre una importante influencia en la vida de los hombres. Durante miles de años hemos intentado comprender lo que es y por qué hace lo que hace, cuál es la coreografía de su danza en el cielo nocturno (o diurno). En 1959 llegaron allí las primeras misiones no tripuladas de la serie Luna, puesta en marcha por la Unión Soviética, y una década más tarde (más o menos un año después de estrenarse 2001, Una Odisea del Espacio) el hombre pisó por primera vez la superficie lunar (después haría cinco visitas más) con las misiones Apolo de la NASA, aunque aún hay algún que otro despistado que cree que todo fue rodado por Stanley Kubrick en unos estudios de cine. En los últimos diez años Japón, China, India, Estados Unidos y Europa han enviado naves no tripuladas a orbitar la Luna, mapeándola y tomando una gran cantidad de datos; hasta se ha lanzado contra su superficie un proyectil de dos toneladas para ver qué pasaba en el impacto. Algunas de las misiones que han alunizado han dejado allí diversos instrumentos que nos permiten seguir realizando experimentos. Aunque aún quedan muchas incógnitas, el nivel de Conocimiento que tenemos acerca de nuestro satélite aumenta día a día.
Se ha estimado que la Luna se formó hace unos 4500 millones de años, poco después que la Tierra y el resto del Sistema Solar, al parecer a partir de los fragmentos incandescentes lanzados al espacio después de la brutal colisión entre la proto-Tierra y otro cuerpo celeste menor, del tamaño de Marte. Nuestro satélite, cuyo diámetro es un cuarto del de la Tierra, se aleja 38 milímetros de nuestro planeta cada año, de modo que antiguamente se veía más grande en el cielo y dentro de millones de años parecerá más pequeño. Ahora está a treinta Tierras de distancia de nosotros, y casualmente subtiende desde la superficie terrestre el mismo ángulo que el sol, por lo que ambos parecen tener el mismo tamaño. Siguiendo con las casualidades, la Luna tiene el mismo periodo de rotación alrededor de la Tierra y alrededor de su propio eje, con lo cual siempre nos enseña la misma cara. La cara oculta tiene un relieve más accidentado, con cráteres más altos y valles más profundos, y está oculta pero no oscura porque también le llega la luz la mitad del tiempo, aunque nosotros no lo veamos.
 
 
La Luna tiene una gravedad seis veces menor que la de la Tierra, no tiene atmósfera y en los cráteres más ocultos de sus polos las temperaturas pueden bajar hasta los -250ºC. Hablando de los polos, los científicos están casi seguros de que hay algo de hielo en ellos. Gran parte del suelo del satélite está formado por un polvo de dióxido de silicio llamado regolito, con una textura parecida a la de la nieve y olor a pólvora usada. Los sismógrafos instalados allí por las distintas misiones han descubierto que también hay lunamotos, más débiles que los terremotos pero más prolongados, de hasta una hora de duración. La gravedad de la Luna intenta atraer hacia ella las aguas de los océanos terrestres, originando las mareas; también el Sol participa en estos procesos, pero su influencia gravitatoria sobre los océanos es la mitad de la originada por nuestro satélite. También las partes sólidas de la Tierra y la Luna tienen, debido a su interacción, sus propias mareas: oscilaciones cíclicas que producen deformaciones de unos 10 cm en la Luna y más de 30 cm en la Tierra. Resulta curioso saber que los materiales de la superficie lunar tienen una reflectancia parecida a la del carbón, pero debido a la gran cantidad de luz que le llega desde el Sol, y por comparación con el oscuro espacio profundo que tiene alrededor, la luz reflejada por ella hace que la Luna nos parezca blanca. Nuestro sistema visual la hace parecer también más grande de lo que es, sobre todo cuando está cerca del horizonte, aunque es en realidad un pequeño punto lejano en medio de la inmensidad del cielo, como se puede comprobar cuando se le hace una foto sin zoom.
Cuando me planteo estos últimos hechos mi conclusión final no es que la Luna sea algo lejano y oscuro como el carbón, sino que mis ojos y mi cerebro son una fabulosa obra de ingeniería perfeccionada durante millones de años para poder disfrutar mejor de la Luna, entre otras cosas. Usar la Ciencia para adquirir un mayor Conocimiento acerca del Cosmos no le quita ni un ápice de poesía; más bien al contrario, aumenta su Belleza y le aporta nuevos matices que no se podían disfrutar antes. Saber todo lo dicho acerca de nuestro satélite no me impide seguir pensando que desde el ecuador terrestre y en determinadas fases, la Luna sale y se oculta como una Luna alegre (parecida a una sonrisa) o como una Luna triste. Es la Ciencia la que me dice que la luz de la Luna también puede generar un arco iris, es la Ciencia la que me anima a buscarlo y tal vez llegarlo a ver algún día. Ciencia y Arte no están reñidas en absoluto, y de hecho hay muchas propuestas artísticas que nos llegan al corazón con historias muy relacionadas con las leyes de la Ciencia, presente o del futuro inmediato.
 
 
Así pues, cada vez que paseando por la calle de noche me encuentro casualmente bajo el resplandor de la Luna entre los edificios, no puedo evitar mirarla fijamente durante unos segundos, empapándome de sus múltiples niveles de Belleza, y mi mente fantasea con distintas posibilidades… La parte iluminada de la Luna apunta hacia el oeste, hacia poniente, donde el Sol se ocultó hace poco. ¿Es el Sol un niño que juega al escondite y la Luna una niña que riendo en silencio señala, revelando su paradero? Otras veces pienso que tal vez no son niños: mientras un ligero escalofrío recorre mi cuerpo, me doy cuenta de que las partículas de luz que en ese momento están tocando mis retinas, al fondo de mis ojos, para convertirse en impulsos eléctricos hacia mi cerebro, estaban tocando la Luna hace 1.26 segundos y la superficie del Sol hace 8 minutos y 20 segundos. Es como si Madre Luna se sentara en mi cama en la oscuridad y me besara suavemente los párpados para darme las buenas noches, mientras Padre Sol, severo pero afectuoso, sonríe desde la puerta de mi dormitorio, con su silueta recortada por la luz del pasillo.