martes, 3 de mayo de 2016

La Ventana Indiscreta


Mi piso tiene un par de balcones que se asoman a la calle y, por el lado opuesto, una galería con un gran ventanal que da al patio interior de mi manzana, formado en su mayor parte por los tejados de uralita de antiguos talleres y almacenes en desuso, sobre los que caminan despreocupados varios gatos a manchas negras y blancas. Aunque no tan grande como otros espacios interiores de la zona del ensanche, es un patio bastante amplio que permite a los habitantes de los distintos edificios pasar algo de tiempo en los balcones y terrazas sin tener demasiado cerca a los vecinos de enfrente. Aun así, esto no impide que tendiendo la ropa, ventilando, echando un vistazo al cielo en busca de nubes de lluvia, corriendo y descorriendo las cortinas o simplemente asomándote para desconectar un rato de tus quehaceres diarios tengas ligeros atisbos de la vida cotidiana de tus vecinos, de manera que en estos últimos años he llegado a hacerme una composición de lugar de quiénes viven al otro extremo.




Como ya digo, se pueden ver desde mi piso un par de terracitas interiores en las que a menudo hay niños jugando a la pelota, pero la gran mayoría de vecinos aparecen enmarcados por ventanas y son los menos los que disponen de un pequeño balcón, bien porque venía de serie o bien porque se hicieron reformas. Está por ejemplo la mujer de cincuenta y tantos, bien vestida y maquillada, que suele desayunar igual de pronto que yo; o la señora rolliza de mofletes sonrosados y sonrisa permanente, con un marido raquítico y tres o cuatro hijos pequeños, que tiene siempre tendidos un montón de pantalones y camisetas; o la vecina de las piernas estupendas que, cuando llega el verano, suele salir de vez en cuando al balcón con un pantaloncito muy corto y se sienta en una tumbona a que se le pongan morenos los muslos mientras lee un libro…

Sé que en este tipo de casos está feo quedarse mirando demasiado rato, y os aseguro que yo intento controlar mis instintos de voyeur, pero he de reconocer que hubo una ocasión en la que fui incapaz de apartar la mirada: se trataba de otra vecina, algo regordeta pero con cierto atractivo, que vive con su pareja un piso por encima de mi altura, justo enfrente de mi edificio. El día al que me refiero esta chica había tendido algo de ropa y, ya sea porque tenía prisa, o calor, o ambas cosas, salió a recogerla desnuda de cintura para arriba, inclinándose varias veces sobre las cuerdas con sus grandes pechos bamboleándose hacia delante y hacia atrás… Fueron apenas diez segundos en total, pero durante ese tiempo no pude apartar mis ojos de ella; no tanto por lujuria, sino más bien por el shock absoluto del momento… Era una situación tan inesperada que no podía creer que estuviera sucediendo de verdad.




Habréis notado que la mayoría de mis comentarios se refieren a mujeres, pero no es porque me fije sólo en ellas; es porque tengo comprobado que o enfrente de mi ventana viven más mujeres o, por la razón que sea, suelen salir más al balcón que los hombres… Pero también hay infinidad de detalles en la fachada opuesta que llaman la atención sin que haya personas de por medio. Por ejemplo, uno de los pisos está de reformas desde hace unas semanas y las ventanas están completamente picadas y abiertas, con unos marcos de aluminio apoyados contra las aberturas desde hace ya muchos días. Supongo que en este caso es una situación temporal, pero hay otra vivienda que me genera bastante desasosiego cada vez que la miro: no cabe duda de que está deshabitada desde hace al menos dos o tres años, y al parecer el último ocupante tuvo un despiste y olvidó cerrar una de las ventanas antes de irse, lo que ha dado lugar a un continuo flujo de palomas entrando y saliendo, con la consiguiente acumulación de excrementos en los marcos y en el alféizar… No quiero ni imaginarme cómo estará el piso por dentro a estas alturas.

Y ya que hablamos de animales: más que desasosiego, fue directamente una sensación de alarma la que experimenté hace unos meses al descubrir que un montón de abejas se habían congregado en torno a una grieta de la fachada, junto a otro piso también aparentemente vacío. A día de hoy sigue habiendo un continuo entrar y salir de abejas por la grieta; deben haber construido su colmena en el hueco de la pared, o peor aún, dentro del piso. Sé que debe haber algún número del Ayuntamiento al que poder dar parte en estos casos, pero francamente yo voy siempre liadísimo de faena, así que lo he ido posponiendo semana tras semana; supongo que si no han llamado ya los vecinos del otro lado es porque las abejas no les dan muchos problemas… o eso espero.




Otro de los detalles de los que eres consciente sólo al cabo de unos años es que en este barrio hay bastante rotación en cuanto a inquilinos y propietarios; esto lo he comprobado de primera mano con los vecinos de mi propia escalera, pero también lo he notado mirando por la ventana. Había por ejemplo una chica joven, que por los rasgos de la cara debía ser de Europa del Este, que compartía piso con un compañero y una compañera; muchas noches podía ver a través de una de sus ventanas su perfil iluminado mientras se preparaba la cena, cortando verduras y manejando sartenes y cacerolas… Se convirtió en una imagen tan cotidiana, tan familiar, que el mero hecho de dar un vistazo rápido desde mi cocina y saber que ella estaba allí me resultaba muy agradable, me transmitía una extraña sensación de paz y tranquilidad. También se me hizo extraño, aunque esta vez en el mal sentido de la palabra, dejar de ver su cara en la ventana hace cosa de un año y suponer que se había mudado a otro sitio. Es raro echar de menos a alguien a quien prácticamente no conoces y con quien no has hablado nunca.

Otro de los apartamentos de enfrente, un poco más hacia la derecha y hacia arriba, en el último piso, lo ocupó durante un tiempo una conocida mía con su novio, y también desaparecieron los dos de un día para otro, aunque todavía no me la he vuelto a encontrar y por tanto no he descubierto cuál fue el motivo de la mudanza (es conocida pero no amiga íntima, así que no hay tanta confianza como para pedir su número o mail a alguno de nuestros amigos comunes y preguntárselo directamente). Luego está el caso de los que yo llamaba “la pareja de cursis”, esta vez algo más hacia la izquierda, que tuvieron colgada durante un par de años en la pared del distribuidor, claramente visible desde nuestro lado, una foto del día de su boda lo suficientemente grande como para poder decir sin lugar a dudas que uno de los dos era realmente hortera… Hace varios meses que sólo lo veo a él pasando por delante de la puerta del balcón; ni rastro de ella o de la fotografía a tamaño natural.




Quiero detenerme con un poco más de detalle en el último ejemplo de lo volubles y cambiantes que son las cosas en esta zona de la ciudad… Se trata de un piso casi, casi delante del mío, bastante más reformado que los demás de su finca y también bastante más bonito de aspecto. Alguien decidió, antes de que yo me mudara aquí, tirar la pared que daba al patio interior y convertir una de las ventanas en un balcón abierto en el que cabían, si bien algo apretadas, una mesita y unas pocas sillas para sentarse a la fresca. Desde que vivo aquí, si no recuerdo mal, han pasado por ese piso tres parejas, todas con características bastante similares y me atrevería a decir que también con historias bastante similares. Os resumiré el caso de los últimos ocupantes, aunque podéis haceros a la idea de que las otras historias son prácticamente iguales salvo pequeños cambios…

Se trataba de una pareja relativamente joven, de unos treinta y tantos, de aspecto estudiadamente descuidado, algo bohemio pero sin pasarse. Ella era atractiva y sexy sin llegar al nivel de top model: lo que en algunos casos se suele llamar (y a nosotros aquí nos viene al pelo) la vecinita de enfrente. Ambos tenían pinta de ser gente agradable; seguro que me habrían caído bien si hubiera llegado a conocerlos. Tenían la costumbre de pasar mucho tiempo en el balcón, fumando los dos sentados a la mesa, incluso en los meses de más frío; no sé si para rentabilizar el dinero que habían pagado, porque a su casero no le gustaba el olor a humo dentro o porque realmente les apetecía hacerlo. De vez en cuando celebraban alguna fiesta multitudinaria que duraba hasta altas horas de la madrugada, y por la pinta de los asistentes me atrevería a decir que alguno de los dos pertenecía al mundo del arte, tal vez del teatro o de la pintura. Muy a menudo se les veía realizando pequeños cambios en la decoración del balcón: pintando las paredes de otro color, colgando farolillos y guirnaldas de colores o espejos con marcos muy historiados, cambiando el diseño de la barandilla, añadiendo macetas nuevas o enredaderas en el techo…

Desde hace unas pocas semanas era sólo él el que salía a fumar un pitillo de vez en cuando, con una expresión neutra en la cara que no dejaba entrever exactamente qué es lo que había sucedido. Yo me preguntaba si habrían roto o si eran otras las razones por las que ella estaba ausente de la casa a la que había dedicado tanto tiempo y esfuerzo. Pensé que tal vez se había ido por compromisos laborales en otro lugar, pero descarté esa opción cuando la vi, una sola tarde, de vuelta a la mesita del balcón, cigarro en mano, conversando con él bastante seria. La verdad es que me ha dado más pena que con los cursis, porque hasta hace bien poco daba la impresión de que eran una pareja realmente feliz… Estos últimos tres o cuatro días ya no he visto a nadie en el balcón, y las luces permanecen apagadas al anochecer. Mirando a través de mi ventana, a la oscuridad donde antes había luz de farolillos reflejada en varios espejos, mi mente empieza a divagar, y caigo en la cuenta de que una vez, hace tiempo, mis vecinos también pudieron ver a una mujer joven y guapa andando por la galería de mi piso durante unos meses… Me pregunto cómo me describirían ahora mismo, cómo resumirían mi historia en un par de frases mis vecinos de enfrente.



2 comentarios:

Kalonauta dijo...


ACTUALIZACIÓN:

Tengo que daros una buena noticia respecto a la pareja bohemia de enfrente: estos últimos días los he vuelto a ver a los dos varias veces, charlando tranquilamente sentados en el balcón. Parece ser, por tanto, que siguen juntos y que mis conclusiones eran algo apresuradas... Ya sé que este final feliz le resta fuerza dramática a mi relato, pero yo siempre he intentado ser fiel a este lema: nunca dejes que una buena historia te estropee la verdad. Me alegro por ellos.

¡Saludos desde este lado del patio interior!

Kalonauta dijo...


Y MÁS ACTUALIZACIONES:

Esta mañana al descorrer las cortinas me he quedado de piedra, me he tenido que frotar los ojos para asegurarme de que mis legañas no me estaban engañando: en lugar del agujerito por donde salían las abejas hay ahora un agujerazo de casi medio metro de diámetro... Me quedo más aliviado sabiendo que ya no hay peligro, pero me pregunto cómo habrán podido hacerlo, porque ese punto de la fachada no es fácilmente accesible. ¿Se habrán descolgado desde la azotea? Debe haber sido todo un espectáculo...

¿Seguiremos informando? Si la cosa sigue tan interesante como hasta ahora, quién sabe...